
En sus notas sobre Maquiavelo como primer teórico de la
política moderna, Gramsci hace una reflexión del mayor interés sobre los
vínculos entre la socialidad y la eficacia histórica de los partidos políticos.
[1] Así, tras preguntarse en qué consiste la elaboración de la historia de un
partido político, señala lo siguiente:
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G. Castro Herrera |
¿Será la mera narración de la vida interna de una organización política? ¿Cómo nace, los primeros grupos que lo constituyen, las polémicas ideológicas a través de las cuales se forma su programa y su concepción del mundo y de la vida? En ese caso se trataría de la historia de grupos restringidos de intelectuales y a veces de la biografía política de un individuo aislado. El marco del cuadro, por lo tanto, tendrá que ser más amplio y global. Deberá hacerse la historia de una determinada masa de hombres que habrá seguido a los promotores, los habrá apoyado con su confianza, con su lealtad, con su disciplina, o los habrá criticado “realistamente” dispersándose o permaneciendo pasivos frente a algunas iniciativas.
Y enseguida procede a ampliar sus propias interrogantes de
una manera característica de su proceder en la reflexión teórica. Esa masa, se
pregunta, ¿será únicamente la de los afiliados al partido, cuya conformación y
desarrollo puede ser rastreada a partir de “los congresos, las votaciones,
etcétera, o sea todo el conjunto de actividades y de modos de existencia con
que una masa partidaria manifiesta su voluntad?” Al respecto, plantea
enseguida:
Evidentemente habrá que tener en cuenta el grupo social del que el partido es expresión y parte más avanzada: la historia de un partido, pues, no podrá dejar de ser la historia de un determinado grupo social. Pero este grupo no está aislado: tiene amigos, afines, adversarios, enemigos. Sólo del complejo cuadro de todo el conjunto social y estatal (y a menudo incluso con interferencias internacionales) se desprenderá la historia de un determinado partido, por lo que puede decirse que escribir la historia de un partido significa lo mismo que escribir la historia general de un país desde el punto de vista monográfico, para poner de relieve un aspecto característico.
A esto añade un criterio tan sencillo como el siguiente para
que lo anterior conduzca a un juicio de valor: “Un partido”, dice, “habrá
tenido mayor o menor significado y peso en la medida en que su particular
actividad haya pesado más o menos en la determinación de la historia de su
país.” Y, al respecto, señala que el modo de escribir la historia de un
partido se corresponde con el concepto que se tiene “de lo que es un partido o lo que debe ser.”:
El sectario se exaltará en los detalles internos, que tendrán para él un significado esotérico y lo llenarán de místico entusiasmo; el historiador, aun dando a cada cosa la importancia que posee en el cuadro general, pondrá el acento sobre todo en la eficiencia real del partido, en su fuerza determinante, positiva y negativa, en el haber contribuido a crear un acontecimiento y también en el haber impedido que otros acontecimientos se realizasen.
Valdrá la pena cotejar estas observaciones de Gramsci con
los documentos producidos por José Martí para el Partido Revolucionario Cubano
y con los artículos que dedicara a divulgar –justamente– “su programa y su concepción del mundo y de la vida”. En ese
cotejo, tendrá especial importancia la idea fundamental de que el Partido
Revolucionario Cubano “es el pueblo
cubano.” [2] Los textos fundamentales para ese cotejo figuran entre las
páginas 279 y 486 del I Tomo de la Obras Completas de Martí, en la edición aquí
citada. De entre esos textos, tienen especial relevancia, por supuesto, los
correspondientes a las Bases y a los Estatutos Secretos del Partido Revolucionario
Cubano, y aquellos otros dedicados a la divulgación de la concepción del mundo
y de la vida que alentaba en la nueva organización. Pero el conjunto es mayor y
más complejo, pues incluye desde discursos hasta correspondencia menuda, todo
ello vinculado con el propósito mayor de construir la autoridad moral, cultural
y política –que es el modo martiano de definir lo que Gramsci llamó la
hegemonía– del Partido en la comunidad de los cubanos.
En la indagación acerca del contenido histórico y la
eficacia práctica de labor de organización y educación política, será de gran
utilidad lo afirmado por Gramsci en el sentido de que “la historia de un partido, pues, no podrá dejar de ser la historia de
un determinado grupo social. Pero este grupo no está aislado: tiene amigos,
afines, adversarios, enemigos.” Al respecto, por ejemplo, cabrá preguntarse
si una organización de frente nacional como la gestada por el Partido
Revolucionario Cubano no se correspondía acaso con la visión y los intereses de
un determinado grupo social que buscaba estructurar en torno a sí a sus amigos
y afines con el fin de aislar a sus adversarios –integristas, autonomistas y
anexionistas– desenmascarando su compromiso abierto o vergonzante con la
defensa del statu quo colonial cubano de fines del XIX?
Y, por otra parte, el compromiso del Partido Revolucionario
Cubano con la idea de alcanzar con la independencia los medios necesarios para
lograr el fin mayor de liberar a su sociedad del legado terrible del
colonialismo y proceder a la construcción de una sociedad democrática en Cuba,
¿no expresa acaso con singular claridad la voluntad de contribuir a crear un
acontecimiento histórico de nuevo tipo, e impedir que se prolongaran en la
República los males de la colonia? De allí, sin duda, aquella reflexión sobre
los modos de ser de la política, de tan singular contemporaneidad, en la que
Martí nos explica que
Cuando la política tiene por objeto cambiar de mera forma un país, sin cambiar las condiciones de injusticia en que padecen sus habitantes; cuando la política tiene por objeto, bajo nombres de libertad, el reemplazo en el poder de los autoritarios arrellanados por los autoritarios hambrientos, el deber del hombre honrado o será nunca, ni aun con esa excusa, el de echarse a un lado de la política, para dejar que sus parásitos la gangrenen. Es la casa en que vive lo que le gangrenan y ha de entrar en ella para purificarla. Cuando la política tiene por objeto poner en condiciones de vida a un número de hombres a quienes un estado inicuo de gobierno priva de los medios de aspirar por el trabajo y el decoro a la felicidad, falta al deber de hombre quien se niega a pelear por la política que tiene por objeto poner a un número de hombres en condición de ser felices por el trabajo y el decoro.[3]
Hay, sin duda, singulares afinidades entre Martí y Gramsci,
que sólo pueden ser explicadas en el marco del moderno sistema mundial, donde
ambos se vinculan a sociedades periféricas o semiperiféricas, como la cubana y
la italiana de sus respectivos tiempos. Esto nos presenta un vasto terreno
pendiente de indagación histórica y política, que no podrá llevarse a cabo a
partir de la lectura de América Latina desde Marx o del propio Gramsci, sino de
la lectura inversa, de ambos desde nuestra región.
No sólo se trata de que el gracejo relativo al MT26 –esto
es, a un marxismo de la tendencia 26 de julio, que busca resaltar la
originalidad de la práctica revolucionaria cubana a partir del asalto al Cuarte
Moncada en 1953 y hasta por lo menos los primeros años de la década de 1970,
con importantes persistencias que animan la reforma política en curso en ese
país– deje así de referirse a una característica meramente cultural, para pasar
a ser un referente histórico concreto, en su potencial como en sus
limitaciones. Además, y sobre todo, se trata de recuperar los medios que
demanda la construcción de un futuro que deje de ser, finalmente, imaginado
como la mera culminación de pasados ya cancelados, para convertirse de una vez
por todas en la transformación del Nuevo Mundo de ayer apenas en el Mundo Nuevo
que nuestro presente reclama ya.
Notas
[1] Gramsci, Antonio, 1999: Cuadernos de la Cárcel. Edición
crítica del Instituto Gramsci. Ediciones ERA, México. Notas breves sobre la
política de Maquiavelo. V, 74 – 75.
[2] Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1975. I, 366: “El Partido Revolucionario Cubano” [Patria, Nueva York, 3
de abril de 1892].
[3] “La política”. Obras Completas. Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1975. I,
336.