Ricardo Sánchez Ángel
- El debate sobre los sucesos y proyecciones de la revolución de independencia en Nuestra América mantiene su plena vigencia. No es un pasado muerto, sino en permanente recuperación e integración al presente y el despliegue sobre el porvenir de nuestros países. De ahí que sea necesario explorar la singularidad de lo que presento en este artículo.
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Especial
para Gramscimanía
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La geografía continental fue habitada y cultivada, conquistada y transformada en grandes civilizaciones y culturas en un período de varios siglos hasta la configuración de los Imperios Aztecas, Mayas e Incas, el Tawansituyo, este último con una extensión y magnitud que va desde el sur del continente hasta la amazonía y la cordillera occidental de Colombia. Existió un intercambio de dominadores-dominados en circularidades y sincretismos culturales en un complejo holístico de alcance continental. Igual sucedió con la larga marcha de los aztecas hasta convertirse en un Estado imperial de grandes extensiones.
Sobre
estas realidades geográficas, económico-sociales y culturales operó la empresa
de la conquista y colonia española, también la portuguesa, holandesa, francesa
e inglesa.
El
imperio español implantó sus dominios desde el sur de lo que hoy son los
Estados Unidos hasta la
Patagonia , incluyendo el Caribe y Las Antillas. Su
organigrama militar y burocrático-clerical era internacional y sus locomotoras
los comercios del capitalismo marítimo en su fase originaria.
La
invención de Nuestra América, desde las civilizaciones precolombinas pasando
por la conquista y la colonia, la independencia, luego la república
democrática, el siglo XX hasta ahora, ha tenido una personalidad internacional
con múltiples trajes y máscaras, en el ciclo largo del capitalismo mundial.
La
esclavitud se consolidó a todo lo largo y ancho del Nuevo Mundo. El Caribe y
Las Antillas fueron epicentro de tan oprobioso sistema de explotación. Los
cimarrones y palenques constituyeron unas resistencias internacionales de largo
alcance. Los europeos, en nuestro caso especialmente españoles, coexistieron
con indios y negros, sometidos a la servidumbre y la esclavitud.
René
Depreste dice:
“En realidad, un fenómeno de heterofecundación solicitó profundamente las raíces históricas y las fuerzas de creación de los descendientes de África y Europa. Las aportaciones culturales de los esclavos africanizaban la conciencia y la sensibilidad, el espíritu y el cuerpo de los colonos. Análogamente, las innovaciones de éstos europeizaban la imaginación africana. Este doble movimiento de interfecundación de las escalas de valores engendró una dinámica de mutaciones de identidad que expresa perfectamente el concepto de criollización de las sociedades antillanas”[1].
Vino
luego el avanzado proceso que conmovió la dominación hispano-colonial: la rebelión
de los comuneros, con su onda insurreccional en lo que hoy es Perú, Bolivia y
Colombia[2].
Internacionalistas
Las
revoluciones francesa, norteamericana, haitiana y desde Inglaterra e Irlanda,
produjeron una diáspora de revolucionarios hacia Nuestra América. Fueron
numerosos y venían, unos por ideales, aventuras y búsqueda de fortuna, otros
escapando a persecuciones, los peregrinos colonos. Su presencia en las empresas
de independencia constituye un capítulo central de la epopeya adelantada y un
componente en los procesos de formación de la nación.
“Entre esos extranjeros se contaban varios españoles que ayudaban fervientemente a la causa patriota, tales como Manuel Cortés Campomanes, José Ramón de Leiva, Narciso Carretero, Pascual Andreux, José María Aguilar y Francisco Botio”[3].
Sobre
los franceses en la independencia, Sergio Elías Ortiz ha realizado varias
semblanzas de los siguientes: Antonio Bailly, Antonio Sasmajous, Pedro Labatut,
Rafael Chatillon, J. du Cayla, Luis Girardot, Alejandro Bobin, Manuel Roergas
Serviez, L. Perú de Lacroix, Luis Francisco de Rieux, Luis Aury, Schombourg
(Barón de), Dufaure, Santiago Lemer, Petier, Videau, Marcos Buyon, Adolfo
Klinger, Ducoudray-Holstein, Emmanuel de Froes, Lauminet, Pavageau, Renato
Beluche, Vicente Dubouille, Duperry, Bernard, Devesge, Agustín Gustavo de
Villaret, Chassaing y Jonot, Charles y Eloy Demarquet, Santiago Albi y
Francisco Combret[4].
Unos
militares profesionales que alcanzaron la primacía, como es el caso de Serviez,
que fue jefe supremo de los ejércitos de la República, o Bailly, quien fue jefe
militar en la República de Antonio Nariño. Otros fueron hasta piratas, como Luis
Aury, cuya biografía es novela, quien prestó servicios a la independencia en la
defensa de Cartagena contra la reconquista del pacificador Pablo Morillo. Aury
fue un aventurero, denominado Brigadier de los Ejércitos de México y Comandante
en Jefe de las Fuerzas de los Estados Unidos de Buenos Aires y Chile, y bajo
ese título ocupó el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina el
4 de julio de 1818 a nombre de estas dos repúblicas del cono sur. Este territorio sólo se recuperó para Colombia
en 1822 tras la muerte de Aury[5].
Los legionarios
Los
otros contingentes más numerosos y permanentes durante la independencia fueron
las denominadas legiones británicas: ingleses e irlandeses. Varios de sus
oficiales formaron parte de la élite de confianza de Simón Bolívar y los otros
jefes patriotas.
La
legión británica salió a pelear por la independencia en 1817-1819 y se
autodenominaban “campeones de la libertad”. Es útil la advertencia de Mattew
Brown:
“La irlandesa tenía su propia identidad, enraizada en el evolucionado romanticismo nacional y afectada por la experiencia irlandesa de tener una rebelión fallida en 1798” [6]. “La legión irlandesa fue formada en nombre de la libertad por los irlandeses. En un descarnado contraste con la legión británica, que incorporaba hombres nacidos en Inglaterra, Irlanda, Escocia y Europa continental” [7].
Quiero
destacar entre los jefes legionarios a Gregor MacGregor, cuyo cuerpo de
combatientes eran “sin nación”, e incluía a mujeres y familias de colonos.
Tenía un programa de libertad, tierra y búsqueda de la fortuna en el Nuevo
Mundo, un aventurero. Este MacGregor se movió en el Caribe y Las Antillas,
además de Venezuela, donde contrajo matrimonio con una prima de Simón Bolívar.
Luis
Cuervo Márquez, en su documentada crónica histórica sobre las legiones, nos
dice que MacGregor tuvo ocasión de ir a París, presentándose como representante
del Rey de Mosquitos para vender parcelas en un proyecto de colonización.
MacGregor y Hippisley, el adversario de Bolívar, fueron acusados de estafadores
y puestos presos[8].
No
hubo una retórica de origen nacional sino un proyecto grancolombiano. Las
legiones trajeron un nutrido cuerpo de médicos cirujanos y de personal civil. La
complejidad se profundiza con la legión de Hannover, conformada por alemanes,
polacos, ingleses, irlandeses y prusianos. Eran respetados por su disciplina y
lealtad, contrastando con los irlandeses e ingleses, que se insubordinaron en
Barcelona (Venezuela) en 1819 y saquearon e incendiaron Riohacha en 1820. En
esta última ciudad estaba el inefable Gregor MacGregor, quien no pudo eludir su
responsabilidad en los acontecimientos.
El
cuerpo militar más sobresaliente lo fue el batallón Albión en Bogotá, creado
por el Libertador Simón Bolívar en 1820. Tal institución tipificó el crisol
militar de los legionarios. Fue su hogar y propició la identidad grancolombiana
que ellos habían contribuido a lograr[9].
Hay que destacar al Teniente Coronel James Rook del batallón Rifles y ayudante
de Bolívar, que murió en combate por la causa de la independencia.
La escena internacional
La
empresa de independencia del colonialismo español fue de múltiples alcances:
intelectual, político, militar, internacional. Si el colonialismo hispano era
continental en los mares de la competencia interoceánica con Inglaterra,
Francia y Holanda, la independencia tuvo que asumirse en la dimensión
continental y en el juego de los poderes imperiales. Así lo concibió Simón
Bolívar, quien integró en un programa de acción todas las dimensiones. También
su reflexión política: Carta de Jamaica, Manifiesto de Cartagena, Discurso de
Angostura y una permanente producción de reflexiones hasta su muerte[10].
La
independencia desde el 20 de Julio de 1810 hasta 1824 en Ayacucho, la batalla
que cerró el fin de España en Nuestra América, a excepción de Cuba, se dio en
un cambio cualitativo en la escena internacional. La invasión francesa a España
y Portugal, la insurrección del pueblo español contra el ejército de Napoleón
en que el 2 de mayo de 1808 en Madrid fue el comienzo de la revolución española
contra el imperialismo francés, soberbiamente pintado por Francisco Goya. Vino
el despliegue de las Juntas Populares y las guerrillas en la península, las
Cortes de Cádiz y su Constitución de 1812, la derrota de Napoleón.
Sobre
la magnitud de la resistencia de los españoles, José Bonaparte “Pepe botella”,
dice: “Tengo por enemigo a una nación de doce millones de almas, enfurecidas
hasta lo indecible. Todo lo que aquí se hizo el dos de mayo fue odioso. No,
Sire. Estáis en un error. Vuestra gloria se hundirá en España”[11].
Napoleón
Bonaparte, resumiendo su tragedia, se refirió en su Memorial de Santa Helena a
esta fecha así:
“El resultado fue, que no existió autoridad alguna, o más bien, que todo el país era autoridad. La nación entera se creyó llamada a defender el estado, desde que no hubo ejército ni autoridad a quien cometer la defensa. Cada hombre tomó sobre sí la responsabilidad: yo creé la anarquía. Cuantos recursos puede esta suministrar se emplearon contra mí. La nación en masa cayó sobre mí. La guerra llegó a ser un tejido de atrocidades.” [12].
Las
dimensiones de este estallido heroico de las multitudes en Madrid han sido recreadas
al detalle por el corresponsal de guerra, Arturo Pérez-Reverte. Allí está la
crónica detallada de los sucesos en una novela ejemplar. Fueron las gentes del
común, cajistas, porteros, niños, jóvenes, mujeres, chocolateros, carpinteros,
impresores, mozas y rudas, zapateros, plateros, joyeros, rufianes, pintores,
prostitutas, encuadernadores, carniceros, tenderos, taberneros, jardineros,
aceiteros, cerrajeros, artesanos, pequeños comerciantes, criados, habitantes
maestrantes, almacenistas, guerrillas urbanas, hosteleros, hortelanos de barrio
de Maravillas, fugados de las cárceles, actores, artistas, bohemios,
estudiantes, manolas, majas y pescaderas, mendigos. Sólo los de abajo
encarnaron la dignidad de la nación española. Ni las clases altas, ni los grandes
de España, ni el grueso del ejército, ni el alto clero, ni la gente de bien
participaron de la epopeya. La mayoría de ellos apoyaron a los franceses.
En
el trasfondo está el capitalismo, los desarrollos iniciales de la revolución
industrial y en el Norte de América el despliegue de los Estados Unidos como
país en ascenso con gran influencia en el vecindario.
Los
ejércitos libertadores produjeron una dinámica integración de países, desatando
nuevos procesos socio-culturales. Los libertadores no eran sólo venezolanos,
ecuatorianos, granadinos, sino ciudadanos de la Gran Colombia , una comunidad
imaginaria con arraigo político-militar, propuesta constitucional y
pretensiones de confederación. La convocatoria al Congreso Anfictiónico en
Panamá, por iniciativa del presidente de la Gran Colombia Simón Bolívar,
fue la expresión de esos proyectos integradores, supranacionales, que
desafortunadamente no progresó.
Simón
Bolívar, Andrés Bello, Francisco de Miranda y Simón Rodríguez, son
personalidades que vivieron directamente la efervescencia democrática en
España, Francia e Inglaterra. La experiencia de Miranda es una proeza de
internacionalismo romántico, por la libertad y la igualdad.
Este
proceso nacional fue incompleto, deformado o interferido, que no realizó los
ímpetus de los nacionalismos con su sello patriótico continental que significó
la independencia.
El
fracaso de la Gran Colombia
como Estado confederado supranacional y de otros intentos de la misma
orientación en Centro América, Perú, Bolivia y el sur, son la expresión de la
frustración del nacionalismo continental de los programas de los libertadores:
Simón Bolívar y unas élites numerosas y heroicas.
Los
Estados que surgieron no fueron nacionales, ni las repúblicas democráticas.
Prolongaron el orden económico de la colonia interior, con su fragmentación y
localismos, rápidamente en conexión con las fuerzas triunfantes del
colonialismo británico. El orden interno oligárquico con unas geografías
quebradas, de inmensas distancias y variadas expresiones, del desierto al
páramo, se encontró con terreno abonado para sus microsociedades enclaustradas,
de horizonte plano. Su conexión era la búsqueda de lo exterior como comercio,
como frente de acumulación y máscara cosmopolita. Desde entonces, la simulación
y el enmascaramiento democrático fueron el verdadero rostro de las repúblicas
señoriales que surgieron de la independencia[13].
Quedó
el legado del internacionalismo de los libertadores de La Gran Colombia y
Nuestra América. Con Simón Bolívar como su dirigente. Quedó el legado del
internacionalismo de irlandeses, ingleses, alemanes, españoles, y la
interrelación entre la revolución española y la revolución de 1810 en nuestro
continente.
Notas
[1] Depestre,
René. Una ejemplar aventura del
cimarroneo cultural. En: “Mensaje de América. Cincuenta años junto a la
UNESCO”. México: Universidad Nacional Autónoma de México/Ediciones UNESCO,
1996. p. 81.
[2] Sánchez Ángel, Ricardo. “Los movimientos anteriores a la
independencia”. En: Independencia:
Historia diversa. Bernardo Tovar (Ed.). Bogotá: Universidad Nacional de
Colombia, 2012.
[3] Ortiz, Sergio
Elías. Franceses en la independencia de
la Gran Colombia. Bogotá: Editorial ABC, 1949. p. 78.
[4] Ver: Ortiz,
Sergio Elías. Op. Cit.
[5] Cacua Prada, Antonio. El
corsario Luis Aury. Bogotá: Academia colombiana de Historia, 2001. Cap. II,
El Archipiélago de San Andrés y Providencia, pp. 64-99.
[6] Brown, Mattew. Aventureros,
mercenarios y legiones extranjeras en la Independencia de la Gran Colombia.
Medellín: La Carreta editores/Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia,
2010. p. 136.
[7] Brown, Mattew. Op. Cit. p. 139.
[8] Cuervo Márquez, Luis. Independencia de las colonias hispano-americanas. Participación de la
Gran Bretaña y de los Estados Unidos. Legión Británica. Bogotá: Editorial
Selecta, 1938. Cap. XVIII. Los legionarios británicos. pp. 347-392. Tomo I.
[9]
Brown, Mattew. Op. Cit. pp. 149-151.
[10] Ver: Cacciatore, Guiseppe &
Scocozza Antonio. El gran majadero de
América, Simón Bolivar: pensamiento político y constitucional. Bogotá:
Editorial Planeta Colombia/Universidad Católica de Colombia, 2010. Este libro
contiene una antología de textos claves de Simón Bolívar.
[11] Pérez-Reverte,
Arturo. Un día de cólera. Bogotá:
Alfaguara, 2008.
[12] Napoleón I, Emperador de Francia. Manuscritos. Bogotá: El Día, 1849.
[13] Ver:
García Nossa, Antonio. Colombia, esquema
de una república señorial. Bogotá: Eds. Cruz del Sur, 1977.
Ricardo Sánchez Ángel es doctor en Historia y profesor en la Universidad Nacional de Colombia