> Gramsci llamaba revolución pasiva al proceso de modernización impulsado desde arriba, que recoge sólo parcialmente las demandas de los de abajo y con ello logra garantizar su pasividad, su silencio, más que su complicidad
> El concepto gramsciano de transformismo, que es el desplazamiento de grupos dirigentes progresistas del movimiento popular hacia posiciones conservadoras, se produjo libremente en Brasil

Massimo Modonesi

Massimo Modonesi
La experiencia brasileña de los últimos 10 años de gobiernos
progresistas (dos de Lula y el actual de Dilma) ha sido caracterizada por lo
que Gramsci llamaba revolución pasiva: un proceso de modernización impulsado
desde arriba, que recoge sólo parcialmente las demandas de los de abajo y con
ello logra garantizar su pasividad, su silencio, más que su complicidad.
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A partir de esta fórmula aparentemente contradictoria
podemos entender cómo se edificó en Brasil un equilibrio precario pero
sorprendentemente eficaz y duradero que además, siempre siguiendo las
intuiciones de Gramsci, se apoyó en un cesarismo progresivo (la presencia de
una figura carismática que catalizó y canalizó las tensiones y encarnó el
paternalismo asistencialista) y el transformismo (el desplazamiento de grupos
dirigentes progresistas del movimiento popular hacia posiciones conservadoras
en puestos en las instituciones estatales).
Entonces, lo que sorprende de la historia reciente de este
país no es la irrupción repentina de la protesta, sino su ausencia en los años
anteriores. De hecho, detrás de los grandes elogios que recibían los
gobernantes brasileños por el alto crecimiento económico, el carácter
incluyente de las políticas sociales y el surgimiento de una impresionante
clase media consumidora en Brasil, estaba la envidia y la admiración por un
modelo de gobernabilidad, de control social y político basado en el
asistencialismo y la mediación de un partido –el PT– y un sindicato –la CUT–
con arraigo de masa, que garantizaban costos mínimos en términos de represión y
de criminalización de la protesta. Los frentes de resistencia a la construcción
de la hegemonía lulista existieron y existen tanto desde la derecha como desde
la izquierda, pero fueron contenidos y quedaron relativamente marginados,
incluido el MST, que mantuvo una prudente actitud de repliegue y con la
excepción de algunos conflictos importantes pero aislados (como las huelgas
universitarias y las luchas indígenas en defensa del territorio).
Las protestas de los últimos días son entonces algo que
inevitablemente estaba por surgir en las fisuras o en el agotamiento del
proceso de revolución pasiva. Las fisuras son los desfases que generan las
desigualdades que siguen marcando la sociedad brasileña, las brechas que
separan las clases sociales en un contexto de modernización capitalista, en el
cual aumenta el tamaño del pastel, se reparten rebanadas crecientes pero
proporcionalmente se acumulan riquezas y se generan poderes políticos y
sociales que se adueñan de los circuitos productivos, de las instituciones
públicas y de los aparatos ideológicos. La paradoja de los gobiernos del
Partido de los Trabajadores es que generaron procesos de oligarquización en
lugar de democratizar la riqueza y de abrir espacios de participación, espacios
que en el pasado habían servido para que este partido surgiera y llegara a
ganar elecciones. El agotamiento tiene que ver con un desgaste fisiológico
después de 10 años de gobierno, pero sobre todo con la pérdida de impulsos
progresistas y el aumento significativo de rasgos conservadores en la coalición
social y política encabezada por Lula y que sostiene el gobierno de Dilma.
No sorprende tampoco que la protesta tome formas difusas y
sea protagonizada fundamentalmente por jóvenes etiquetados como de clase media.
La conformación de las clases populares en el Brasil actual incluye a este
sector juvenil que emerge, en medio de la relativa movilidad social de la
última década, de las condiciones de pobreza hacia niveles de consumo y de
educación mayores, pero sin desprender de su colocación en el campo de las
clases trabajadoras –manuales y no manuales–, de las cuales estos jóvenes son
hijos y hacia las cuales tienden inevitablemente por ls modalidades del
crecimiento dependiente brasileño. Las formas difusas corresponden tanto al
rechazo a partidos y sindicatos como a la construcción incipiente de nuevas
culturas políticas, en particular aquella de los llamados indignados, que reúne
una serie de identidades, reivindicaciones y formas de lucha diversas, que no
acaban de articularse pero siguen manifestándose a lo largo del mundo de manera
dispersa pero recurrente y contundente.
Con estas manifestaciones se inicia el fin de la revolución
pasiva brasileña. La movilización levanta el velo y muestra la realidad contradictoria
y las miserias ocultas detrás del mito del milagro brasileño, que ya había
funcionado décadas atrás y que volvió a aparecer en los últimos años. Por otra
parte, la pasividad sobre la cual se erigía la hegemonía lulista se disuelve en
las calles. Podrán regresar a sus casas, volver la calma en las calles y los
sondeos a mostrar el consenso en torno al modelo petista, pero la visibilidad
que se alcanza una vez disipados los gases lacrimógenos es siempre muy
reveladora y permanece grabada en la memoria de una generación.
Titulo original: "El fin de la revolución pasiva en Brasil"
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Massimo Modonesi |
Massimo Modonesi es historiador,
sociólogo y latinoamericanista nacido en Roma en 1971, desde 1996 reside en la
Ciudad de México. Estudioso de movimientos socio-políticos en México y América
Latina así como de conceptos y debates marxistas relacionados con el análisis
de los procesos políticos contemporáneos. Profesor titular de la Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM) donde es Coordinador del Centro de Estudios Sociológicos. Director de la
revista OSAL del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).