- Ponencia presentada en la Jornada internacional Chávez Siempre / Crisis mundial y agresiones imperialistas: Venezuela y las luchas emancipadoras en Nuestra América. Maracay, Venezuela
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Jorge Beinstein |
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El fin y el origen aparentan converger, pero el anciano no
consigue volver al pasado sino más bien reproducirlo de manera grotesca,
decadente. Hacia el final de su recorrido histórico el capitalismo se vuelca
prioritariamente hacia las finanzas, el comercio y el militarismo en su nivel
más aventurero “copiando” sus comienzos cuando Occidente consiguió saquear
recursos naturales, sobreexplotar poblaciones y realizar genocidios acumulando
de ese modo riquezas desmesuradas con relación a su tamaño lo que le permitió
expandir sus mercados internos, invertir en nuevas formas productivas,
desarrollar instituciones, capacidad científica y técnica. En suma construir la
“civilización” que llevó Voltaire a señalar: “la civilización no suprime la
barbarie, la perfecciona”.
La decadencia del mundo burgués imita en cierto modo a su
origen pero no lo hace a partir de un protagonista joven sino decrépito y en un
contexto completamente diferente: el de la gestación era un planeta rico en
recursos humanos y naturales disponibles, virgen desde el punto de vista de los
apetitos capitalistas, el actual es un contexto saturado de capitalismo, con
fuertes espacios resistentes o poco manejables en la periferia, con numerosos
recursos naturales decisivos en rápido agotamiento y un medio ambiente global
desquiciado.
Fin de ciclo.
Decadencia: del capitalismo industrial al parasitismo
Toda la historia del capitalismo está atravesada por
numerosas crisis de corta, mediana y larga duración, de gestación, de
nacimiento, de crecimiento, de madurez, de decadencia, sectorial,
plurisectorial, general etc. La actual coyuntura global suele ser descripta
empleando el término crisis (del neoliberalismo, financiera, sistémica, del
capitalismo, de civilización...), ¿se trata realmente de una crisis o de algo
más?. ¿Nos encontramos ante una turbulencia devastadora o no tan truculenta
pero anunciadora de un nuevo orden mundial capitalista, es decir de una
regeneración sistémica o bien del canto del cisne de una civilización caduca?,
en el primer caso correspondería hablar de crisis de reconversión, de destrucción
creadora en el sentido shumpeteriano, en el segundo podría en principio
alcanzar con una sola palabra: decadencia.
Los conceptos de crisis y decadencia son ambiguos, su uso no
resuelve completamente los interrogantes que plantea la descripción de la
realidad actual. Por lo general hablamos de crisis cuando nos enfrentamos a una
turbulencia o perturbación importante del sistema social, el concepto de decadencia
suele ser asociado a la idea de irreversibilidad, de trayectoria ineludible, de
camino más o menos lento, accidentado o calmo hacia la extinción, hacia el
final. Sin embargo la historia muestra tanto largos procesos de declinación que
culminan con el fin de una sociedad o una civilización como fenómenos
visualizados como decadencias pero que en algún momento se convierten en
renacimiento, en inicio de una segunda juventud. Sobre todo durante ciertos
períodos de transición cultural donde se combina lo viejo declinante pero todavía
hegemónico con lo nuevo ascendente aunque soportando derrotas, fracasos propios
de las experiencias demasiado jóvenes, demasiado dependientes del “sentido
común” establecido por las antiguas verdades capaces de sobrevivir durante
mucho tiempo a su creciente divorcio con la realidad.
Muchas veces una crisis prolongada atravesada por
turbulencias que se van sucediendo unas tras otras conformando una continuidad
de calamidades aparece como un mundo que se derrumba cuando puede llegar a ser
el taller de forja de una nueva era. La llamada “larga crisis del siglo XVII”
que afectó a Europa y que se fue convirtiendo gradualmente en la base de
lanzamiento planetario de la modernidad occidental fue vista por buena parte de
sus contemporáneos más lúcidos como una época de desastres y decadencia
universal.
Esa visión se prolongó hasta bien entrado el siglo XVIII
cuando la emergencia del iluminismo, de la ideología del progreso, del culto a
la Razón, se combinaron en las elites de Occidente con el fantasma de la decadencia,
simbolizada por la declinación del imperio romano. En 1734 Montesquieu
publicada sus “Consideraciones acerca de las causas de la grandeza y decadencia
de los romanos” y curiosamente en 1776 en la Inglaterra donde comenzaba a
abrirse paso la Revolución Industrial mientras Adam Smith publicada la primera
edición de “La riqueza de las naciones” estableciendo las bases teóricas del
capitalismo liberal naciente, marcando el avance optimista del racionalismo
burgués, Edward Gibbon publicaba la primera edición de su “Historia de la
decadencia y caída del Imperio Romano” engrosando el espacio de las visiones
pesimistas de las elites tradicionales de Europa angustiadas por la declinación
del universo cultural e institucional de las aristocracias.
No está de más recordar lo que podríamos calificar como
obsesión y nostalgia plurisecular recurrente de la cultura occidental en torno
de la grandeza de la Roma imperial, de su durable “pax romana” o dominación
“universal” (del “universo” colonial posible en esa época con centro en
el Mar Mediterráneo). Desde la tentativa de restauración del imperio varios
siglos después de su derrumbe con la proclamación en Roma de Carlomagno en el
año 800 (y en consecuencia del extinto Imperio Romano de Occidente), siguiendo
con el Sacro Imperio Romano Germánico (el “Primer Reich”) en el siglo
posterior, llegando a los delirios imperiales-romanos del emperador Napoleón,
continuando con el Kaiserreich (“Kaiser” derivado del Caesar romano) o “Segundo
Reich” de Alemania desde 1871 radicalizado luego por Hitler como “Tercer
Reich”, la Italia fascista proclamada por Mussolini como Tercera Roma (la “Terza
Roma” heredera de la Roma Imperial y de la Roma Papal) y por supuesto
falangistas, nazis y fascistas saludando con el brazo en alto, el saludo romano
imperial, para llegar finalmente (por ahora) a las elucubraciones durante la
década pasada acerca de la Pax Americana imaginada por los halcones de George
W. Bush como una suerte de reedición a escala planetaria del Imperio Romano tal
como lo plantearon en su momento textos influyentes en el primer círculo del
poder de los Estados Unidos por autores como Robert Kaplan (1).
Pero la nostalgia imperialista no puede prescindir del temor
oculto que se esconde por debajo de la euforia, porque el esplendor esclavista
anunciaba su decadencia, sus lujos parasitarios resultado de la incesante
expansión del sistema se convirtieron en el veneno mortal, la droga que alentó
su ruina. Como señalaba Juvenal: “El lujo, más insidioso que el enemigo
extranjero, nos apoya su pesada mano, vengando al mundo que hemos conquistado”
(2). La estrafalaria literatura que proliferó a comienzos del siglo XXI
alentada por el triunfalismo de los halcones del Imperio desarrollando
paralelos entre Roma (de los césares) y Washington (de Bush) lo hizo en
paralelo a la aparición de numerosos textos referidos a la decadencia romana
muchos de ellos estableciendo similitudes con las potencias occidentales
principalmente los Estados Unidos.
La larga crisis del siglo XVII fue una enorme trituradora
histórica de viejas estructuras y mentalidades generando el declive de las
monarquías absolutistas de Occidente y más adelante favoreciendo el ascenso del
capitalismo industrial a partir de una crisis de nacimiento, del parto
turbulento, dramático del mundo moderno entre fines del siglo XVIII y comienzos
del siglo XIX marcado por la revolución industrial en Inglaterra, la Revolución
Francesa, las guerras napoleónicas, la Restauración, etc.
Mucho tiempo después Europa vivió una crisis relativamente
larga entre 1914 y 1945, fue pensada por los bolcheviques como la declinación
universal del capitalismo que abría las puertas a su superación revolucionaria,
socialista-comunista. En realidad se trató de un proceso complejo que combinaba
elementos incipientes de decadencia, significativos pero insuficientes como
para conformar una avalancha global imparable, con otros de recomposición, de
rejuvenecimiento como la intervención estatal en la economía, la masa de
inventos, de ideas técnicas que se fueron transformando en innovaciones
abriendo un nuevo horizonte social y sobre todo la presencia de los aparatos
militares en expansión conjugando potencia y acción destructiva con
multiplicadores del consumo, la inversión y la renovación tecnológica de la producción
civil (keynesianismo militar).
Los comunistas de los años 1920 subestimaban la capacidad de
recomposición del mundo burgués pero la extrema derecha, los fascistas de esa
época la sobrestimaban, le atribuían una esperanza de vida demasiado prolongada,
así es como Mussolini proclamaba triunfalista en un artículo de enero de
1921: “el capitalismo está ahora apenas
en el inicio de su historia”, capítulo en el que el nuevo autoritarismo
fascista proyectaba cumplir un papel decisivo, refundador, recuperando
las raíces más brutales del sistema. El Duce lo sintetizaba ante la Cámara de
Diputados italiana algunos meses después: “la
verdadera historia del capitalismo empieza ahora... hay que abolir el Estado
colectivista, tal como la guerra nos lo ha transmitido por la necesidad de las
circunstancias y volver al estado Manchesteriano” (3). Disciplinamiento
dictatorial de la fuerza laboral y libertad total para los capitalistas.
Sin embargo el sistema no podía regresar al siglo XIX, sus
bloqueos estructurales lo obligaban a utilizar la intervención estatal en la
economía para desarrollar nuevos espacios de rentabilización como la industria
de guerra y las grandes obras públicas. Lo que se empezaba a instalar no era el
viejo capitalismo liberal decimonónico sino su tabla de salvación militarista,
intervencionista que en su primera etapa europea durante los años 1920-1930
asumió la forma de mutación ideológica desde el liberalismo hacia el
totalitarismo fascista bajo el paraguas legitimador de la “comunidad nacional”
aplastando a los “intereses sectoriales”... de los de abajo. Como señalaba
Horkheimer “la idea de comunidad nacional (la “Volksgemeinschaft” de los nazis),
levantada como objeto de idolatría no podía en última instancia ser sostenida
sino por medio del terror. Esto explica la tendencia del liberalismo a derivar
hacia el fascismo” (4).
La recomposición estatista (keynesiana) del capitalismo
central cuando emergió de la Segunda Guerra Mundial tuvo una era dorada de
apenas un cuarto de siglo (aproximadamente 1945-1970), luego se inició una
sucesión de turbulencias que dura hasta el presente.
Más adelante desde los años 1980 apareció lo que los medios
de comunicación anunciaban como recomposición neoliberal del sistema, sin embargo
los datos duros demuestran que más allá del barullo mediático optimista se
producía un deterioro sistémico que se profundizaba con el correr de los años,
las tasas de crecimiento productivo global, principalmente en los países
centrales, se fueron reduciendo como tendencia de largo plazo, la economía
mundial se fue financierizando hasta que hacia fines de la primera década del
siglo XXI la masa financiera global equivalía a veinte veces el Producto Bruto
Mundial, los estados, las empresas y los consumidores de las naciones ricas se
endeudaban vertiginosamente hasta quedar aplastados por las deudas.
Este larga degradación tiene todas las características de
una decadencia, lenta si la medimos según los ritmos del siglo XX, se trata de
una trayectoria de aproximadamente cuatro décadas cuyo despegue puede ser
situado en el período 1968-1973/74. A partir de allí la expansión del
capitalismo global se combina con el deterioro de sus componentes
fundamentales que van siendo cubiertas por el parasitismo financiero y
consumista, una militarización desestructurante y donde la dinámica tecnológica
está en el centro de una depredación sin precedentes de los recursos naturales.
El recorrido no alcanza un punto de regeneración sino todo lo contrario, hacia
los años 2007-2008-2009 se produce un verdadero salto cualitativo y la
decadencia se radicaliza convirtiéndose en un fenómeno de
autodestrucción.
Decadencia general del sistema y no crisis larga ni de
crecimiento como lo ocurrido en Europa en el siglo XVII y entre fines del siglo
XVIII y comienzos del siglo XIX, tampoco aparecen como en el período 1914-1945
expresiones de declinación mezcladas con otras de recomposición marcadas por la
declinación de Europa centro-occidental y el ascenso de los Estados Unidos.
Respecto a esto último es necesario señalar que desde el
punto de vista de la dinámica del capitalismo mundial la China de comienzos del
siglo XXI no es el equivalente de los Estados Unidos de la primera mitad del
siglo XX. La economía china es periférica respecto de las potencias centrales,
su desarrollo depende de su estructura industrial-exportadora atada a sus
principales clientes: los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón compradores
del grueso de sus exportaciones que constituyen aproximadamente la mitad de su
producción industrial y en consecuencia cerca del 25 % de su Producto Bruto
Interno.
Lo hace a partir de su mano de obra barata lo que permite a
esas potencias sobreexplotar de manera directa e indirecta a unos 230 millones
de obreros industriales y a una abanico aún más extendido de trabajadores
chinos. Acumula más de 3,5 billones (millones de millones) de dólares de
reservas, montaña de papeles de valor futuro incierto, el endeudamiento estatal
y empresario crece vertiginosamente y su economía está plenamente integrada a
la maraña financiera global que impacta en su interior generando burbujas
especulativas, distorsiones inflacionarias, corrupción institucional (5).
Su desinfle actual acorde con el estancamiento de los
centros imperiales es inevitable y las tentativas de las autoridades por
suavizarlo, contenerlo dentro de límites manejables choca cada vez más con una
configuración social elitista que bloquea la expansión del mercado interno. A
esto se agrega la rigidez de estructuras industriales trananacionalizadas,
incorporadas a redes comerciales y financieras globales, tecnológicamente
modeladas por la demanda de los países ricos cuya reconversión hacia la demanda
local constituye una suerte de cuadratura del círculo.
Mientras tanto China ha salido de la existencia marginal y
miserable a la que la había condenado la decadencia del viejo imperio y la
colonización occidental y hoy dispone de un potencial industrial,
científico-tecnológico, militar, etc. (producto de los procesos de desarrollo iniciado
hace algo más de seis décadas) que la convierte en un protagonista decisivo de
las futuras turbulencias internacionales.
La visión de una China “más desarrollada” puede ser
extendida al conjunto de la periferia, en especial a sus grandes naciones como
India, Brasil o Rusia y a otras de menor talla como Sudáfrica, Argentina o
Venezuela lo que conduce inevitablemente hacia el campo de las ilusiones en
torno de la renovación del capitalismo global a partir de la periferia, de su
despegue positivo respecto de la decadencia occidental (y japonesa). Pero los
datos sobre China, India, Brasil, Rusia, etc., muestran la integración de esas
economías a la red financiera global centrada en los espacios especulativos de
Occidente y si bien es cierto que las economías periféricas emergentes siguen
creciendo no es menos cierto que su crecimiento se va desinflando, lo hace con
un desfasaje temporal que se ha venido sosteniendo durante el último lustro
pero que podría ser corregido próximamente de manera abrupta.
Aunque esta aclaración debe ser asociada al hecho de que
sobre todo durante la última década se ha producido un cambio significativo en
la geografía económica mundial donde ahora una parte significativa de la
periferia presenta niveles relativos de desarrollo industrial, militar, urbano,
etc. que la hacen menos sometida a la jerarquía global tradicional del
capitalismo, más independiente desde el punto de vista político. Medido a “paridad
de poder de compra” la suma de los PBI de tres países periféricos Brasil, India
y China es hoy equivalente a la de las grandes economías occidentales
(Inglaterra, Francia, Canadá, Italia, Alemania y los Estados Unidos) y el
comercio entre los países del Sur es ya casi igual al que existe entre los
países del Norte.
La agravación futura del deterioro del capitalismo global
abre por consiguiente importantes espacios de autonomía en la periferia que
cuenta ahora con bases productivas y culturales que le podrían permitir
atravesar con mayor facilidad las barreras burguesas y defenderse de eventuales
agresiones externas. Pensemos por ejemplo en la ola de movimientos sociales y
los crecimientos productivos de América Latina en la última década, en China
pasando de 50 millones a 230 millones de obreros industriales en un cuarto de siglo,
en una periferia donde la comunicaciones se han expandido exponencialmente: la
masificación de internet era a comienzos de la década pasada una marca
distintiva de los países centrales pero actualmente en la periferia los
usuarios de internet superan las 1500 millones de personas contra poco más de
600 millones en los países centrales.
Esto nos lleva al primer indicador de la decadencia global:
la declinación sin remplazo a la vista del centro dominante (occidental) del
sistema. La integración (política, militar, financiera, etc.) de las grandes
potencias capitalistas en torno de los Estados Unidos conformó una suerte de imperialismo
colectivo que solo una grado muy avanzado de la decadencia podría llegar a
deshacer y por otra parte ninguna de las economías importantes de la periferia
está en condiciones de convertirse en superpotencia imperialista planetaria.
Queda planteada la posibilidad teórica de un capitalismo mundial sin centro imperialista, es decir sin un amo capaz de imponer reglas de juego al conjunto del sistema ante lo cual las mismas serían el resultado de una suerte de idílica armonía universal. De ese modo una formación social esencialmente autoritaria conseguiría funcionar de manera democrática en el plano internacional estableciendo reglas de juego mínimamente estables: un verdadero milagro histórico. La otra alternativa sería la del funcionamiento del sistema sin reglas de juego estables reproduciéndose positivamente en medio del caos: un milagro histórico aún mayor.
Queda planteada la posibilidad teórica de un capitalismo mundial sin centro imperialista, es decir sin un amo capaz de imponer reglas de juego al conjunto del sistema ante lo cual las mismas serían el resultado de una suerte de idílica armonía universal. De ese modo una formación social esencialmente autoritaria conseguiría funcionar de manera democrática en el plano internacional estableciendo reglas de juego mínimamente estables: un verdadero milagro histórico. La otra alternativa sería la del funcionamiento del sistema sin reglas de juego estables reproduciéndose positivamente en medio del caos: un milagro histórico aún mayor.
A este indicador decisivo es posible agregar otros como la
tendencia (desde los años 1970 hasta el presente) a la desaceleración del
crecimiento global, la hipertrofia (hegemónica) de las redes financieras cuya
expansión ha ingresado en el nivel de metástasis invadiendo-degradando a la
totalidad del sistema global, la evidencia de rendimientos productivos
decrecientes de la revolución tecnológica que sometida a la dinámica del
capitalismo parasitario se va convirtiendo en un factor de destrucción neta de
fuerzas productivas, el estancamiento o declinación en la extracción de
recursos naturales no renovables decisivos (por ejemplo el petróleo), la decadencia
del estado burgués, su transformación en los países centrales en un aparato
manipulado por bandas mafiosas, la desintegración social en el centro,
principalmente en los Estados Unidos.
La distintas “crisis” de las últimas cuatro décadas quedan
entonces inscriptas en un proceso de decadencia sistémica de larga duración. La
última crisis abierta en 2007-2008 inauguró una etapa donde la decadencia
experimenta un gigantesco salto cualitativo, la tendencia iniciada en los años
1970 a la reducción de la tasas de crecimiento económico global comienza a
tocar piso: el fatídico crecimiento cero al que ya ha llegado la Unión Europea,
Japón lo ha atravesado y ahora navega en la recesión y los Estados Unidos agota
sus últimas artimañas financieras, las reactivaciones son cada vez mas costosas
y menos eficaces.
Los países centrales ya se encuentran recorriendo una nueva
etapa donde la desocupación a gran escala, la concentración acelerada de
ingresos y el desmantelamiento de tejidos productivos pasan a ser aspectos “normales”
de su vida económica y donde las discursos acerca de una futura recomposición
han periodo toda credibilidad. Lo que parecía ser una bravuconada de
especialistas cuando el banco francés Natixis anunciaba en agosto de 2012 que “la
crisis en la zona euro puede durar hasta veinte años” aparece hoy como un
pronóstico relativamente realista (6). Lo que no parece realista es suponer que
la “zona euro” podría sobrevivir como espacio monetario común durante dos
décadas de contracción económica permanente, salvo que la referencia futurista
a la “zona euro” se limite al espacio geográfico.
Es necesario ir más allá de la economía integrándola a la
totalidad social lo que nos permite describir estrategias, interacciones
perversas entre estructuras militares, financieras, mediáticas, religiosas,
parlamentarias, etc. de las potencias centrales, es decir
mecanismos de reproducción del sistema cuyos manipuladores se sumergen en
el pantano de la desesperación, de la psicología del náufrago sin
esperanza. El capitalismo global bloqueado desde el punto de vista
económico elabora y pone en ejecución estrategias político-militares de rapiña
periférica destinadas a apropiarse y explotar intensamente hasta el agotamiento
al conjunto de recursos naturales del planeta y exprimir hasta su extinción los
mercados periféricos compensando así la reducción de los beneficios productivos
y de los mercados internos centrales. Apuntando contra la mayor parte del
territorio global y una población de varios miles de millones de personas que
lo habitan, dicha estrategia amenaza provocar el mayor desastre humano y
ambiental de la historia.
Se trataría de la liquidación de la periferia devorada en
unas pocas décadas, pero la historia del capitalismo desde sus orígenes es la
de la articulación imperialista entre centro y periferia, esta última como base
esencial en la reproducción ampliada de la civilización burguesa, su
destrucción integral equivaldría a la anulación de un pilar decisivo del
sistema. Más aún, si visualizamos al “centro” y a la “periferia” como formas
específicas de la totalidad mundial capitalista (no hay desarrollo en el centro
sin subdesarrollo en la periferia) la anulación del suburbio global, su
transformación en un caos no es el aplastamiento de una realidad externa sino
de un espacio inferior interno estrechamente interrelacionado con los niveles
superiores del sistema global a través de un conjunto de redes visibles e
invisibles, de infinitas interpenetraciones, la destrucción de la periferia es
autodestrucción del mundo burgués, de su historia, de subsistemas decisivos
para su reproducción.
La destrucción de Irak, Afganistan, Libia, Siria, México y
de las próximas víctimas puede llegar a ser pensada por los miembros más duros
de las élites imperiales como una autodestrucción parcial, sacrifico necesario
para la supervivencia del sistema, en ese caso nos encontramos ante un
pensamiento delirante, una profunda crisis de percepción de la realidad
escindida artificialmente entre dos planetas: el propio, humano, desarrollado,
y el otro, simiesco, inferior, subdesarrollado, condenado a perecer. Pero las
estrategias imperiales no se limitan a circular por el mundo imaginario,
golpean al mundo real y al hacerlo desestructuran al sistema en su totalidad:
la destrucción de la periferia se convierte en autodestrucción del capitalismo
como totalidad universal.
Los orígenes: del parasitismo al capitalismo industrial
Occidente inició su carrera imperial con una primera
arremetida que terminó en fracaso. Al despertar el segundo milenio se
produjeron paralelamente fenómenos cuya interacción creó las bases para una
gran transformación social. Las cruzadas fueron el primer intento serio, a gran
escala de ocupación y saqueo colonial de un espacio externo rico y su largo
desarrollo engendró cambios y ampliaciones significativas de las actividades
militares. Por otra parte redes de mercaderes y banqueros comenzaron a
desplegarse implantado embriones de capitalismo.
En la misma época impulsado por un sector “modernizador” de
la Iglesia, los monjes cisterciences, se desarrolló un conjunto de innovaciones
técnicas calificado por algunos historiadores como “primera revolución
industrial” causando transformaciones de la producción agrícola en espacios
limitados de Europa occidental (introducción del molino hidráulico, del arado
de metal, difusión de mejoras de semillas, etc.). También se dieron importantes
pasos estableciendo elementos embrionarios para futuros desarrollos de la
ciencia moderna uno de cuyos capítulos decisivos fue la desacralización de la
“naturaleza”, su percepción como realidad externa, hostil pero que podía ser
racionalizada, controlada, explotada, base de las grandes revoluciones
tecnológicas del capitalismo... y del desastre ambiental que ahora conocemos
(7).
Nos encontramos así ante el despliegue de una gran
transformación cultural apoyada en el militarismo colonial y en emergencias
comerciales y financieras, engendrando desarrollos técnico-productivos,
ideológicos, etc. El ascenso del parasitismo colonial, militar, comercial y
financiero comenzaba a producir modernidad burguesa.
Pero las cruzadas fueron derrotadas, la expansión colonial
hacia el rico Medio Oriente fue contrarrestada por la resistencia de las
víctimas frustrando el saqueo, por otra parte los esfuerzos y éxitos iniciales
de los saqueadores había desordenado a su retaguardia: la cristiandad
occidental (el espacio imperialista). La combinación de esos procesos generó en
Occidente un retroceso productivo general, luchas intestinas, el deterioro del
sistema alimentario y del estado de salud de la población. Todo eso culminó
hacia mediados del siglo XIV con la “peste negra”, epidemia que se expandió
fácilmente en una sociedad frágil atravesada por hambrunas y causó un
gigantesco derrumbe demográfico.
Ese mega desastre significó la sepultura del feudalismo que
venía siendo desestabilizado por su expansión interna y externa. Ello
incluyó a su sistema militar, el año 1348 es el del inicio de la peste negra pero
en 1346 se produjo la batalla de Crecy donde la caballería francesa con
sus imponentes y pesadas armaduras, fuerza blindada aparentemente invencible,
fue derrotada por la infantería inglesa marcando el ocaso de la vieja
configuración social (8).
Pero la asegunda arremetida colonial fue exitosa, la
sucesión de olas de pillaje y control de la periferia iniciada en el siglo XV
culminó casi quinientos años después con la dominación total del planeta. Los
pilares sobre los que se instaló la modernidad fueron en primer lugar la
depredación periférica que potenció la expansión comercial y financiera y
apoyado por está última el desarrollo de las estructuras militares, su
renovación técnica, parte esencial del desarrollo de estados despóticos. Fue
ese complejo colonial, estatal, militar, comercial y financiero el padre de la
modernidad burguesa, acumulando riquezas, destruyendo estructuras sociales
internas y creando mercados prósperos, acaparando tierras, expulsando
campesinos hacia las ciudades, formando desde fines del siglo XVIII masas de
pobres urbanos mano de obra barata del capitalismo industrial. Históricamente
no fue el capitalismo productivo (y la cultura burguesa en general) la cuna del
estado moderno, del militarismo y de las finanzas sino exactamente al revés.
Con toda razón Robert Kurz se refería a “los orígenes
destructivos del capitalismo” colocando al desarrollo militar como disparador
de la modernidad (9). El “Arsenal de Venecia” fabrica militar de avanzada del
siglo XVI sin cuya existencia es imposible explicar el resultado de la batalla
de Lepanto, es decir la victoria estratégica de Occidente sobre el Imperio
Otomano, fue una de las escuelas más importantes de organización industrial,
sus innovaciones en materia de división y programación del trabajo sentaron las
bases de la producción capitalista.
Pero junto al señor de la guerra, a la monarquía despótica,
se encontraba al banquero a su vez ligado a negocios comerciales, por ejemplo
la Casa Fugger facilitando fondos al emperador Carlos I y su descendiente
Felipe II titulares de un extendido sistema colonial. La revolución industrial
llegará más de dos siglos después parada sobre un enorme surplús histórico (10)
que no solo fue acumulación de riquezas coloniales sino también
disciplinamiento social por parte del estado y su dispositivo militar.
Esta vez el parasitismo pudo parir capitalismo con tanto
éxito que consiguió ocultar la memoria de sus orígenes y de ese modo instalar
trampas ideológicas destinadas no solo a construir legitimidad productivista
sino también para confundir tanto a sus partidarios como a sus enemigos.
Uróboros
El mito de uróboros, de la serpiente que se devora a si
misma atraviesa varias civilizaciones desde la Grecia clásica hasta el Antiguo
Egipto llegando al Occidente medieval, se funda en la ilusión conservadora de
que la serpiente empieza devorando su cola y al hacerlo va regenerando su
propio cuerpo en un juego infinito donde el comienzo es a la vez fin y
viceversa consumándose el eterno retorno, la inmortalidad del mundo. El mito
parecería encontrar una referencia concreta en casos observables de ese animal
alimentándose y suicidándose al mismo tiempo, el espectáculo es
aterrador.
La confrontación entre el mito y su referencia real sugiere
la reflexión en torno de lo que podría ser calificado como “trampa de uróboros”:
la civilización burguesa al igual que otras civilizaciones anteriores en
decadencia considera que al devorar su parte más lejana, menos próxima a la
cabeza imperial recupera fuerzas y dinamiza su funcionamiento. No experimenta
ninguna sensación de horror, no se angustia sino todo lo contrario,
provisoriamente se siente mejor, mejora su autoestima fundada en el
aplastamiento y pillaje de los débiles. Para que se ponga en marcha y avance el
proceso de suicidio es necesario que el suicida realice una suerte de ruptura
psicológica con la parte de su cuerpo que está siendo sacrificada. La cola deja
de ser cola o tal vez pasa a ser la cola de otro animal, la periferia deja de
ser periferia del sistema y se convierte en otro universo, sus habitantes dejan
de ser seres humanos. La realidad se aparta de la cabeza, la crisis de
percepción se convierte de locura suicida.
El fenómeno tiene antecedentes en la historia del sistema,
en sus mecanismos de reproducción desde sus orígenes más lejanos atravesando
sus etapas más prósperas.
Dicho de otra manera debajo de las revoluciones culturales y
productivas de la modernidad, del progreso en su sentido más amplio podemos
encontrar pistas que nos conducen al actual proceso de autodestrucción
sistémica global. La disociación hombre-naturaleza fundamento de las
revoluciones técnicas de la modernidad convirtiéndose finalmente en degradación
ambiental planetaria, la explotación imperialista de la periferia, interacción
desarrollo-subdesarrollo como motor histórico de la expansión global de fuerzas
productivas tendiendo ahora al exterminio de sociedades y recursos naturales,
las finanzas impulsoras de mercados e inversiones industriales transformándose
en devoradora de tejidos productivos y capacidades de consumo, etc.
El mito de uróboros se expresó en la tradición
europea-nórdica como Jörmungander una gigantesca serpiente cuyo crecimiento, en
una de las versiones del tema, la lleva a rodear completamente al planeta hasta
llegar a su propia cola iniciándose la autofagia presentada como el
resultado inevitable del éxito del proceso expansivo que encuentra el límite
superior, el máximo nivel de expansión no como frontera externa al monstruo
sino como autobloqueo. La solución a la tragedia no pasa por persuadir a la
serpiente completamente decidida a seguir el rumbo elegido inscripto en su
dinámica de desarrollo sino en la metamorfosis, la transformación radical de la
bestia en un ser diferente. No hay otro capitalismo posible lo que abre la
perspectiva del postcapitalismo, instala dramáticamente su necesidad histórica.
Notas
(1), Robert Kaplan, “El retorno de la Antigüedad”, Ediciones
B, Barcelona, 2002.
(2), Juvenal, Satiras, Editorial Gredos, Madrid, 1991,
Satira VI.
(3), Angelo Tasca, “El nacimiento del fascismo”, pp.
152-153, Crítica, Barcelona, 2000.
(4), Max Horkheimer, “Éclipse de la Raison”, pp. 29-30,
Payot, París, 1974.
(5), Los datos estadísticos aquí señalados se apoyan en
cifras de los años 2011 y 2012.
(6),
Natixis, “The euro-zone crisis may last 20 years”, Flash Economics-Economic
Research, August 16th 2012 - No. 534
(7), Jean
Gimpel, “La révolution industrielle du Moyen Age”, Éditions du Seuil, Paris,
1975.
(8), La batalla de Crecy constituyó un acontecimiento
decisivo pero no había sido el primero de la serie, en 1302 las milicias
populares de Courtrai (Belgica) había derrotado a pié con picas y lanzas a la
caballería feudal del Conde de Artois. La Caballería feudal se fue desmoronando
gradualmente golpeada por una realidad social en transformación, hacia 1415 la
batalla de Agincourt donde nuevamente la caballería francesa es aniquilada por
la infantería inglesa cierra definitivamente el ciclo militar del feudalismo.
El proceso se desarrolló a lo largo del espacio europeo durante algo más de un
siglo, por ejemplo la infantería suiza derrotó a golpes de hacha (una alabarda
de más de dos metros de longitud) a la caballería austríaca en Morgarten
(1315), Laupen (1339), Sempach (1386).
(9), Robert Kurz, Los
orígenes destructivos del capitalismo, 1997,
(10),
Anouar Abdel Malek, “Political Islam”, Socialism in the World, Number 2,
Beograd 1978.
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