
¿Por qué Gramsci hoy?
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Néstor Kohan |
El capital multinacional proyecta una nueva imagen del espacio y el tiempo cuya lógica cultural se estructura a partir de asimetrías, desproporciones y relaciones de poder y de fuerzas. Todo el poder ya no reside en el Estado (como alguna vez se creyó ingenuamente). En ese nuevo horizonte se construyen las subjetividades domesticadas del mercado.
La fuerza centrípeta del mercado mundial tiene como
contrapartida cultural, no "La democracia" ni "el respeto a las
diferencias", sino la imposición autoritaria de un modelo único de vida.
Bajo la retórica de "la libertad" sufrimos una dominación cultural
sin antecedentes en la historia. Ni el Imperio Romano pudo lograr algo similar.
Como ha señalado Fredric Jameson (1998), la resistencia a la
dominación cultural norteamericana "define las tareas fundamentales de
todos los trabajadores de la cultura para el próximo decenio y puede constituir
hoy, en el nuevo sistema-mundo del capitalismo tardío, un buen vector para la
reorganización de la noción del imperialismo cultural y hasta del imperialismo
en general [...] Hollywood no es simplemente el nombre de una empresa que
obtiene ganancias: es también el nombre de una revolución cultural fundamental
asociada al capitalismo de la tercera era".
En este nuevo contexto del capitalismo tardío la cultura se
ha convertido, entonces, en un espacio privilegiado del conflicto político, de
las contradicciones sociales, de la dominación, la resistencia y la lucha de
clases. El Estado comienza a descentrarse. Las nuevas formas de dominación ya
no están apoyadas únicamente en él. Junto al "Big brother" [gran
hermano] de la novela de George Orwell surgen "pequeños hermanos".
Las relaciones de poder y de fuerza todo lo atraviesan.
Es por eso que para poder comprender e intervenir con
eficacia en esta nueva modalidad que asume el conflicto contemporáneo de clases
ya no nos sirven las viejas herramientas melladas y desgastadas de la vulgata
economicista y determinista, otrora considerada "la piedra de toque"
de la ortodoxia marxista.
Esta es la principal razón por la cual emerge ante nosotros,
los disidentes del nuevo "orden" mundial capitalista, la figura de
Antonio Gramsci (1891-1937) y la necesidad de repensar su obra y su legado.
Una corta vida al
servicio de la revolución
"Yo no hablo nunca del aspecto negativo de mi vida, en primer lugar porque no quiero ser compadecido: era un combatiente que no ha tenido suerte en la lucha inmediata y los combatientes no pueden ni deben ser compadecidos cuando han luchado no por obligación sino porque lo han querido conscientemente". / Antonio Gramsci: Carta a la madre
¿Quién fue Gramsci? Antonio Gramsci fue un revolucionario,
aunque hoy muchos pretendan soslayarlo. De origen humilde -comenzó a trabajar a
los once años- nació en una de las zonas más atrasadas y marginales del sur de
Italia: Cagliari.
En 1905 Nino (su sobrenombre) comienza a leer el diario
socialista Avanti [Adelante] que su hermano Gennaro le envía desde Turín,
aunque su primera estación ideológica fue el regionalismo de Cerdeña. Más
tarde, en 1911, gana una beca de estudio y se traslada a Turín, el centro
moderno, urbano, cosmopolita e industrial del norte de Italia, sede de la FIAT.
Allí, militando ya en el Partido Socialista, supera su regionalismo y estrecha
filas junto a los trabajadores automotrices. Saludando la revolución
bolchevique publicará en la edición nacional de Avanti (24/XI/1917): "La
revolución contra El capital", un texto clave en su formación ideológica
juvenil. Poco tiempo después, junto a un círculo de intelectuales -Tasca,
Terracini y Togliatti- fundaría L'Ordine Nuovo [El orden nuevo], órgano teórico
de los consejos obreros. En esta publicación verían la luz sus principales
escritos juveniles consejistas. En el segundo congreso de la Internacional
Comunista celebrado el 30/VII/1920 Lenin planteará que: "debemos decir a los camaradas italianos que lo que corresponde a
la orientación de la Internacional Comunista es la orientación de los
militantes de L'Ordine Nuovo y no la de la actual mayoría de los dirigentes del
PS". Frente a este apoyo de Lenin, Gramsci escribirá en L'Ordine Nuovo
(21/VIII/1920): "nos causa un gran
placer saber que el juicio de los «cuatro alocados» de Turín ha sido aprobado
por la más alta autoridad del movimiento obrero internacional".
En septiembre de 1920 Gramsci participa en la ocupación de
las fábricas y allí subraya la necesidad de crear una defensa militar obrera ya
que, sostiene, "la ocupación pura y
simple de las fábricas no resuelve el problema del poder".
En enero de 1921, tras la finalización del período que se
extiende entre la insurrección de agosto de 1917 y la derrota de la huelga
general de abril de 1920, Amadeo Bordiga (que dirigía Il Soviet [El Soviet]),
Antonio Gramsci, Umberto Terracini, Palmiro Togliatti, R.Grieco y otros se
separan del PSI y fundan el Partido Comunista de Italia. Su primer gran
dirigente fue Amadeo Bordiga, no Gramsci, como habitualmente se sostiene (quien
sin embargo era miembro del comité central).
El balance de la derrota del bienio rojo divide las aguas.
La principal conclusión que extrae Gramsci fue que los obreros insurrectos del
norte no lograron construir la hegemonía sobre los campesinos del sur. Quedaron
aislados. La responsabilidad ideológica de ese fracaso Gramsci se lo atribuye
al economicismo -impregnado de positivismo- predominante en la tradición
socialista italiana que impidió ir más allá de los reclamos inmediatos del
mundo fabril. Un economicismo que más tarde Gramsci también cuestionaría en el
marxismo "ortodoxo" consolidado en la URSS tras la muerte de Lenin a
cuya crítica le dedicará gran parte de su reflexión madura.
A partir de la crítica de esta conjunción de economicismo político, determinismo económico y materialismo metafísico, se produce la ruptura Gramsci-Bordiga, atravesada por los debates internos de la Internacional Comunista. El determinismo económico conducía, según Gramsci, a la pasividad política y a perder la iniciativa en la lucha de clases.
Antonio Gramsci se convierte entonces en el máximo dirigente
del PCI. Pero la clase obrera ya había sido derrotada. Luego de avanzar sobre
Roma (28/X/1922) el fascismo se consolidaba en el poder. En esta coyuntura y en
consonancia con la perspectiva abierta por Lenin en la Internacional Comunista,
la estrategia que para Italia promoverá Gramsci será el frente único antifascista
y anticapitalista.
Como miembro del PCI en el comité ejecutivo de la Internacional
Comunista, Gramsci viajará en 1922 a Moscú, donde conocerá a Giulia Schucht,
madre de sus dos hijos Delio y Giuliano. En ese año, a invitación de León
Trotsky Gramsci redacta una nota sobre el futurismo italiano que el dirigente
bolchevique publica como apéndice a Literatura y revolución. Luego de una
estancia en Viena, regresa a Italia. Allí será elegido diputado en 1924. Para
esa época ya había participado en la redacción de varios periódicos e impulsado
la creación de otros: Avanti, La Città Futura [La ciudad futura], Il Grido del
popolo [El grito del pueblo], L'Ordine Nuovo, L 'Unitá [La unidad].
Poco antes de ser arrestado enviará en 1926 una carta al
comité central del Partido Comunista de la URSS alertando sobre las nefastas
consecuencias para la revolución mundial que tendría una lucha fratricida al
interior del partido ruso. La carta es retenida por Togliatti quien sólo se la
muestra a Bujárin pero no la entrega a los destinatarios. En ese año, 1926,
Gramsci caerá preso. Tenía 35 años. Por negarse a pedir la gracia de Mussolini,
permanecerá detenido hasta su muerte en 1937. En el proceso que lo condenó, el
fiscal Michele Isgro alertó: "Durante
veinte años debemos impedir funcionar a este cerebro".
A pesar de estas intenciones y en durísimas condiciones de
encierro (perderá casi todos los dientes y sufrirá de múltiples enfermedades),
en un contexto de aislamiento personal y también político, Gramsci escribirá en
la cárcel casi 3.000 páginas agrupadas en 29 cuadernos y traducirá otros cuatro,
sumando en total 33 cuadernos. Todos con una letra diminuta y prolija. Serán
los hoy célebres Cuadernos de la cárcel, una de las piezas fundamentales del
marxismo donde reflexiona sobre la complejidad de la revolución anticapitalista
en Occidente. Su importancia será tan imponente que György Lukács -el otro
gigante de esta tradición- declarará en su madurez que en los años '20 Gramsci,
Karl Korsch y él mismo habían intentado impulsar el renacimiento del marxismo
para concluir reconociendo que: "Gramsci era el mejor de nosotros".
La disputa por su
obra
Insistimos: aunque hoy se olvide, Gramsci fue un
revolucionario, no un profesor académico ni un burócrata acumulador de papers.
Toda su obra es netamente política. Por eso los avatares de su publicación nunca
fueron ni son independientes de los vaivenes políticos coyunturales.
Principalmente del (ex) PCI. Gramsci nunca escribió un libro completo. Todas
fueron notas provisorias. El primer programa de investigación lo formula en una
carta a Tania (su cuñada) el 19 de marzo de 1927. La redacción del primer
cuaderno la inicia en la cárcel de Turi el 8 de febrero de 1929, dos años y
tres meses después de su arresto. De allí en adelante completaría 29 cuadernos
de notas propias y cuatro de traducciones. Después de su muerte en 1937, todos
los cuadernos llegan a Moscú en julio de 1938. La primera edición de su
correspondencia vio la luz en Italia en 1947 y la publicación de los Cuadernos
de la cárcel en volúmenes -como si fueran libros homogéneos- comenzó a publicarse
en Italia en 1948, recién diez años después de que llegaran a Moscú.
La primera edición siguió la inspiración de Palmiro
Togliatti, jefe del comunismo italiano durante la guerra mundial y en la
posguerra. Retomando indicaciones del propio Gramsci, Togliatti armó y desarmó
los cuadernos de modo que quedaron seis libros unitarios: Notas sobre
Maquiavelo, sobre política y sobre el estado moderno, El materialismo histórico
y la filosofía de Benedetto Croce, Literatura y vida nacional, Los
intelectuales y la organización de la cultura, El Risorgimento y Pasado y
presente. La organización de los cuadernos de Togliatti, en la que no faltaron
censuras y cortes, siguió una articulación temática, no cronológica, de las
notas de lectura. Se mutilaba así la unidad del pensamiento gramsciano
dividiéndolo en "disciplinas" estancas. En un mismo libro se
agrupaban textos carcelarios de épocas muy diversas sin mención de las fechas
de redacción. Esa primera edición fue traducida a todo el mundo y es la más conocida,
aun cuando mantiene fuertes hipotecas interpretativas con la particular visión
de Togliatti (por esos años fervoroso adherente al stalinismo).
Más tarde Togliatti y el PCI toman distancia de Moscú. Surge
entonces la idea de publicar una edición crítica y cronológica (según el orden
real en que Gramsci elaboró sus notas). Recién ve la luz en 1975, cuando el PCI
había virado al eurocomunismo. Esa edición realizada por Valentino Gerratana en
cuatro tomos es la mejor que existe hasta el momento, no obstante las críticas
que recibió de Gianni Francioni en la década del '80. Recién ahora -año 2000-
acaba de ser traducida en su totalidad -seis tomos- al español, aunque se
conocían los primeros cuatro desde 1982. Con la crisis del ex PCI (actualmente
PDS en la socialdemocracia) entran en crisis las ediciones gramscianas ¡hasta
el punto que actualmente en la propia Italia los Cuadernos de la cárcel son muy
difíciles de conseguir! En cuanto a la bibliografía sobre Gramsci es
monumental. Una parte se puede encontrar en internet en el sitio de la
International Gramsci Society (IGS, hay filial argentina) [y también en Gramscimanía]. Igualmente extensa
es la lista de biografías. La primera de todas fue la de Lombardo-Radice y
Carbone: Vita di Antonio Gramsci (Roma, 1952). De las vertidas al español, la más
exhaustiva y rigurosa es sin duda la de Giuseppe Fiori: Vida de Antonio Gramsci
(Roma, 1966). En los últimos años, acompañando fiel y entusiastamente el
ingreso de su partido en la socialdemocracia, el director de la Fundación
Instituto Gramsci de Roma Giuseppe Vacca ha publicado Vida y pensamiento de
Gramsci (1995) donde intenta forzar su biografía para separar a Gramsci no sólo
de Lenin sino incluso de Marx. Aún más a la derecha, Aurelio Lepre (Il
prigioniero. Vita di Antonio Gramsci, 1998) sostiene que sus tesis ya no tienen
actualidad ni para Europa ni para América Latina. La batalla continúa.
El hilo rojo de los
Cuadernos de la Cárcel
El socialismo no es, precisamente, un problema de cuchillo y
tenedor, sino un movimiento de cultura, una grande y poderosa concepción del
mundo" Rosa Luxemburg: Carta a Franz Mehring La obra de Gramsci es muy
fragmentaria. A pesar de la edición de Togliatti, Nino nunca escribió un libro
completo. En su juventud elaboró una cantidad abrumadora de artículos. Sus Cuadernos
de la cárcel reúnen en miles de páginas notas dispersas. ¿Cuáles son los hilos
articuladores de su reflexión? Las respuestas que se han propuesto para
resolver este interrogante son múltiples. Cada una fue deudora de un
"uso" de Gramsci, moldeado desde una perspectiva política. Nuestra
aproximación, por ello mismo, es sólo provisoria y constituye apenas una
posible línea de lectura.
El principal objeto de reflexión que quitó el sueño a Gramsci, desde su juventud hasta su madurez, fue el problema del poder. Si Gramsci fue un revolucionario, si el marxismo constituye una teoría de la revolución y si el poder es el problema central de la revolución entonces, lógicamente, el poder se convirtió en el eje de sus meditaciones.
Al analizar el problema del poder Gramsci realizó una de las
grandes innovaciones en la teoría y la filosofía política del siglo XX. Más de
cuatro décadas antes de que Michel Foucault formulara su conocida -y celebrada
académicamente- tesis según la cual el poder no reside en el aparato de Estado,
no es una cosa sino que son relaciones, Antonio Gramsci -con menor
reconocimiento académico- había llegado a una conclusión análoga.
El italiano, retomando las reflexiones de Lenin sobre las
condiciones de una "situación revolucionaria", redactó uno de los
pasajes fundamentales de los Cuadernos de la cárcel (Cuaderno N°13, 1932-1934):
"Análisis de situación y relaciones de fuerza".
Allí Gramsci separa amarras del marxismo catastrofista según el cual de la crisis económica del capitalismo surgiría como por arte de magia la revolución socialista. El capitalismo jamás se derrumba solo, piensa Gramsci. ¡Hay que derrocarlo! Para eso hace falta un sujeto que intervenga, que sea activo, que no espere pasivamente la crisis como quien espera que caiga una fruta madura de un árbol. ¿Cómo puede intervenir el sujeto? Políticamente. Pero la intervención política no se realiza "en el aire", sino a partir de determinadas relaciones de poder y de fuerzas porque el poder no es una cosa sino que son relaciones.
La modificación de las relaciones de fuerza debe partir de
una situación "económica objetiva" pero jamás de detiene allí. Si no
se logra pasar al plano político general donde se trasciende la inmediatez
económica corporativa -pasaje que Gramsci denomina "catarsis"- todo
intento revolucionario va al fracaso. Esa fue la principal enseñanza que
Gramsci extrajo de la derrota de los consejos obreros de Turín en 1920. Su
reflexión jamás fue metafísica ni académica. Nino reflexionaba desde la praxis
política.
Es entonces en esa especificidad política donde se plantea
el problema de lograr la hegemonía, otro de los hilos rojos de continuidad en
su obra. Al reflexionar sobre la hegemonía Gramsci advierte que la homogeneidad
de la conciencia propia y la disgregación del enemigo se realiza precisamente
en el terreno de la batalla cultural. ¡He allí su increíble actualidad para
operar en las condiciones abiertas por el capitalismo tardío!. Él no se adentra
en la reflexión sobre la cultura para intentar legitimar la gobernabilidad
consensuada del capitalismo sino para derrocarlo.
¿Qué es pues la hegemonía? No es un sistema formal cerrado,
absolutamente homogéneo y articulado (estos sistemas nunca se dan en la
realidad práctica, sólo en el papel, por eso son tan cómodos, fáciles,
abstractos y disecados, pero nunca explican qué sucede en una sociedad
particular determinada). La hegemonía, por el contrario, es un proceso que
expresa la conciencia y los valores organizados prácticamente por significados
específicos y dominantes en un proceso social vivido de manera contradictoria,
incompleta y hasta muchas veces difusa. En una palabra, la hegemonía de un
grupo social equivale a la cultura que ese grupo logró generalizar para otros
segmentos sociales. La hegemonía es idéntica a la cultura pero es algo más que
la cultura porque además incluye necesariamente una distribución específica de
poder, jerarquía y de influencia. Como dirección política y cultural sobre los
segmentos sociales "aliados" influidos por ella, la hegemonía también
presupone violencia y coerción sobre los enemigos. No sólo es consenso (como
habitualmente se piensa en una trivialización socialdemócrata del pensamiento
de Gramsci). Por último, la hegemonía nunca se acepta de forma pasiva, está
sujeta a la lucha, a la confrontación, a toda una serie de
"tironeos". Por eso quien la ejerce debe todo el tiempo renovarla,
recrearla, defenderla y modificarla, intentando neutralizar a su adversario
incorporando sus reclamos pero desgajados de toda su peligrosidad.
Si la hegemonía no es entonces un sistema formal cerrado sus
articulaciones internas son elásticas y dejan la posibilidad de operar sobre él
desde otro lado, desde la crítica al sistema, desde la contrahegemonía (a la
que permanentemente la hegemonía debe contrarrestar). Si en cambio fuera
absolutamente determinante -excluyendo toda contradicción y toda tensión- sería
impensable cualquier cambio en la sociedad.
Entonces, al reflexionar analíticamente sobre las relaciones
de poder y de fuerzas que caracterizan a una situación, Gramsci parte de una
relación "económica objetiva", para pasar luego a la dimensión
específicamente política y cultural donde se construye la hegemonía. ¡Pero no
se detiene tampoco allí! Por ello sostiene en un fragmento de sus escritos
sugerentemente "olvidado" que: "El tercer momento [de las
relaciones de fuerzas] es el de la relación de las fuerzas militares,
inmediatamente decisivo en cada ocasión". Pero, advierte Gramsci,
"también en éste se pueden distinguir dos grados: el militar en sentido
estricto o técnico-militar y el grado que se puede llamar
político-militar".
¿A qué estaba haciendo referencia Gramsci? A la guerra civil
como clímax del desarrollo histórico de las relaciones de poder y de fuerzas.
En este fragmento de los Cuadernos de la cárcel Gramsci estaba retomando
puntualmente las conclusiones de sus "Tesis de Lyon" (enero de 1926,
elaboradas para el III Congreso del PCI poco antes de caer preso) cuando
señalaba sobre la consigna de "gobierno obrero y campesino" que "para el partido su realización no
puede ser sino el preludio de una lucha revolucionaria directa, es decir, de la
guerra civil emprendida por el proletariado aliado a los campesinos, para la
toma del poder".
La conclusión a la que llega Gramsci en los Cuadernos de la
cárcel, visualizando las relaciones de fuerzas en su conjunto, es la siguiente:
"Se puede decir por lo tanto que todos estos elementos son la
manifestación concreta de las fluctuaciones de coyuntura del conjunto de las
relaciones sociales de fuerza, en cuyo terreno tiene lugar el paso de éstas a
relaciones política de fuerza para culminar en la relación militar
decisiva".
Por lo tanto en el pensamiento de Gramsci
"economía", "política-cultura" y "guerra" son
tres momentos internos de una misma totalidad social. No se pueden escindir.
Son grados y niveles diversos de una misma relación de poder que puede
resolverse tanto en un sentido reaccionario (manteniendo el actual tipo de
sociedad) o en un sentido progresivo, mediante una revolución.
Ni siquiera los especialistas "gramscianos", a pesar de ser grandes conocedores de la obra del italiano, advirtieron las consecuencias que se deducían de esta concepción del poder y la política. Al separar tajantemente entre la cristalización económica por un lado -llamándola "estructura"- y la institucionalización política por el otro -llamándola "superestructura"- no se dieron cuenta que al concebir al poder en términos relacionales se podían resolver gran parte de las aporías que había dejado sin respuesta el marxismo "ortodoxo". Fundamentalmente en lo que se refiere a la lectura de El Capital de Carlos Marx.
Mientras la "ortodoxia" marxista se empecinaba en
ver la obra fundamental de Marx como si fuera simplemente un tratado
"rojo" de economía, la innovación gramsciana permitía en cambio
pensar todas las categorías de El capital (mercancía, valor, dinero, capital,
etc.) como relaciones de poder y de fuerzas. Si cada una de estas categorías
son, según Marx, "relaciones de producción" y no cosas, eso no implica
que el poder no las atraviese íntimamente. Sólo una visión unilateral y
mezquinamente economicista del marxismo podía escindir "la economía"
del poder y la política. En realidad, desde el nuevo horizonte abierto por
Gramsci puede comprenderse cada categoría de El capital como una relación no
sólo de producción sino también de poder. Y no de "poder en general"
-como muchas veces sugirió Foucault- sino relaciones de poder y de fuerzas.
¿Qué es el "capital" como categoría teórica sino una relación de
fuerzas entre dos clases? ¿Es una relación puramente "económica"? Si
así lo fuera la lucha de clases marcharía por un lado y la economía por el
otro...
Fue precisamente la reflexión de Gramsci una de las
principales -no la única- que permitió resolver este enigma. Y no sólo eso.
También permitió salir del pantano al que condujeron a la teoría marxista
aquellos que -siguiendo (¿ingenuamente?) el liberalismo de Norberto Bobbio-
sostuvieron, por ejemplo, que Marx jamás elaboró una teoría de la política y el
poder. A partir de esta innovación de Gramsci puede replicarse a esa
impugnación sosteniendo que la teoría del poder y la política en Marx está
justamente en El Capital ya que sus categorías no son puramente
"económicas" sino también políticas. Tal es la riqueza de la perspectiva
abierta por Gramsci, todavía no explorada del todo, ni siquiera por los propios
"gramscianos".
Si la reflexión sobre el poder es -desde nuestro punto de
vista- el hilo rojo que recorre los escritos gramscianos, tanto en el período
consejista como en el período carcelario, ello no implica que no haya en su
escritura otras categorías fundamentales.
Por ejemplo el concepto de "sociedad civil", que ha padecido de una inflación retórica en la jerga política hasta un límite inimaginable. De origen iusnaturalista, el término "sociedad civil" ha transitado diversas estaciones: desde Hobbes hasta Habermas o los zapatistas, pasando por Rousseau, Hegel y Marx, entre muchos otros. He ahí el origen de su polisemia.
Quien lo propuso como nexo central del pensamiento de
Gramsci -con una intención claramente polémica hacia el marxismo- fue Norberto
Bobbio (1967).
Para demostrarlo recurrió a toda una serie de dicotomías
forzadas que opondrían en Gramsci la llamada "estructura" con la
"superestructura", la sociedad civil con el Estado, la hegemonía con
la fuerza, lo privado con lo público, etc., etc. Todavía hoy en día muchos
siguen aferrándose al texto de Bobbio para meter a Gramsci en el lecho de
Procusto del liberalismo político.
Al atribuir una connotación arbitraria y caprichosamente
moralista a las dicotomías (a) [fuerza/mala/-consenso/bueno/] y (b)
[Estado/malo/-sociedad civil/buena/], Bobbio termina diluyendo la especificidad
del pensamiento político de Gramsci dentro de una simple reproducción acrítica
del pensamiento de Benedetto Croce, uno de sus grandes oponentes.
Todo el esquema liberal adopta como paradigma sin discusión
una visión dicotómica -de vieja inspiración iusnaturalista- que opone la
economía a la política, la estructura a la superestructura. No puede escapar al
fetichismo de la economía ni de la política concebidos como esferas autónomas e
independientes entre sí.
Quien más se opuso a la interpretación de Bobbio fue Jacques
Texier intentando enfatizar el papel que el concepto de "bloque histórico"
-otra categoría central de los Cuadernos de la cárcel- juega en el pensamiento
de Gramsci y cómo éste permite una articulación entre la economía y la política
mayormente soslayada por Bobbio.
Esta es la mayor ventaja de Texier sobre el esquematismo de
Bobbio. No obstante, ambos siguen presos de la dicotomía. Ya se ponga el
énfasis en la superestructura (Bobbio), ya se priorice únicamente la estructura
(marxismo vulgar de factura soviética), ya se intente conjugar ambos planos
mediante el concepto de "bloque histórico" elaborado por Gramsci a
partir de sus reflexiones sobre la cuestión meridional italiana (Texier o
también Hugues Portelli); lo cierto es que todas estas posturas dejan intacta
la base madre del economicismo: la separación de la política y la economía, del
poder, por un lado, y de las relaciones sociales de producción, por el otro.
Superar esta dicotomía se torna hoy cardinal para comprender
el modo particular en que Gramsci realiza una lectura política del materialismo
histórico entendido en su doble faz: (a) como filosofía de la praxis (que
pretende integrar -y disolver- en una misma matriz historicista las
conclusiones de las viejas disciplinas tradicionales, segmentadas entre una
gnoseología, una ontología metafísica y una antropología) y al mismo tiempo (b)
como una teoría política de la hegemonía (que se propone integrar lo que la
tradición académica ha denominado "la sociología marxista", es decir,
el materialismo histórico, junto con la ciencia política de la revolución).
Si no damos de una buena vez cuenta de ese núcleo
problemático central desde el cual Gramsci nos propone aprehender lo social
como una totalidad histórica articulada a partir de relaciones de poder y de
fuerzas (y no como una sumatoria mecánica yuxtapuesta de "factores"
-el "económico", el "político" y el "ideológico"
o también el "estructural" y el "superestructural"-),
seguiremos presos de las dicotomías del pensamiento liberal.
Si su concepción relacional del poder y la política es
central en los Cuadernos de la cárcel no menos importante resulta su concepción
de la filosofía del marxismo. En este rubro Gramsci concibe a la filosofía no
como un materialismo metafísico y cosmológico (centrado en la explicación de la
naturaleza y sus leyes físicas o biológicas) sino como una filosofía de la
praxis.
Como aprendió de la derrota de los consejos obreros, lo
central para los revolucionarios es la actividad y la iniciativa. Quien pierde
la iniciativa pierde la pelea. Por eso la filosofía marxista rechaza la
pasividad que se deriva del materialismo objetivista (correlato del
economicismo que espera pasivamente que "llegue" la revolución
producto de una mera crisis económica).
Una organización revolucionaria de los trabajadores que no
logre hegemonizar a los intelectuales termina presa del economicismo (Gramsci
encontraba la legitimación filosófica de esta posición tanto en el materialismo
de Bordiga como en el de Nicolás Bujarin) del mismo modo que una
intelectualidad separada de los trabajadores termina cayendo siempre en el idealismo
y la reacción (el representante filosófico italiano de esta posición sería
Benedetto Croce).
En definitiva, la filosofía de la praxis no es más que el
correlato filosófico y epistemológico de la teoría política de la hegemonía. La
unidad entre filosofía y política se da en la historia. En el terreno de la
sociedad se expresa como la unidad de los intelectuales y de la clase obrera.
Toda filosofía al margen de la historia es pura metafísica por eso las
categorías políticas son traducibles a las posiciones filosóficas y viceversa.
Esa unidad operante en el campo del materialismo histórico
la extendió al plano de la filosofía de la praxis planteando la unidad de la
cantidad y la calidad, de la necesidad y la libertad, del objeto y el sujeto,
del materialismo y el idealismo, del ser y el pensar, del hombre y la
naturaleza, de la actividad y la materia, del determinismo y la voluntad.
El marco generalizador que permitía en su conjunto articular ese inmenso concierto de "traducciones" particulares, sustentadas en la identidad de la filosofía y la política, se lo proporcionaba su caracterización de la filosofía de la praxis como un "inmanentismo absoluto", un "humanismo absoluto de la historia" y un "historicismo absoluto".
Gramsci entre
nosotros
Sin desconocer que representa uno de los vértices mayores
del marxismo occidental europeo, Nino también es patrimonio argentino. Como las
Madres de Plaza de Mayo, como el Che. Su presencia en nuestra cultura
constituye una tradición. Por ejemplo, ya en Los tiempos nuevos (1921),
mientras celebraba la revolución bolchevique, José Ingenieros hacía referencia
a L'Ordine Nuovo: "En Italia [los consejos] son objeto de apasionadas
discusiones entre el elemento obrero, suscitada la cuestión de Turín, donde se
publica un periódico fundado para su defensa".
Si bien hubo también ediciones previas de factura
anarquista, la iniciativa de edición de la obra de Gramsci fue tempranamente
motorizada en los '50 por Héctor Pablo Agosti. Un caso único en el mundo... a
excepción de Italia (anterior a Francia, Alemania o Inglaterra).
Primero aparecieron, en 1950, sus entrañables Cartas desde
la cárcel prologadas por Gregorio Bermann. Apenas un año después, en 1951,
Agosti (uno de los principales intelectuales, junto con Ernesto Giudici, del
comunismo argentino) publicó su ensayo Echeverría elaborado desde el arsenal
categorial gramsciano. A fines de esa década, siempre por impulso de Agosti, se
editaron los Cuadernos de la cárcel en su versión temática.
Mientras tanto y en forma paralela, Agosti publica en
1959-1960 El mito liberal y Nación y cultura, donde nuevamente reaparecería la
zaga del pensador italiano. La gran tragedia del impulso gramsciano de Agosti
fue quedarse a medio camino, obedeciendo la disciplina de acero que el stalinismo
de Victorio Codovilla y de Rodolfo Ghioldi imponían a la intelectualidad
comunista. Por esos años Pancho Aricó y Juan Carlos Portantiero se convierten
en los principales discípulos de Agosti, con quien rompen amarras poco tiempo
después.
Aricó comenzó a leer a Marx muy joven, en 1949, cuando
militaba en el comunismo cordobés. Más tarde, durante la conscripción, se
dedicó a leer y a traducir a Gramsci, sumergiéndose en la cultura italiana de
entonces. Apadrinado por Agosti, en 1962 tradujo y prologó el Maquiavelo de la
edición temática. Poco tiempo después fundaría en Córdoba la mítica revista
Pasado y Presente (cuyo nombre remite a uno de los cuadernos de Gramsci).
En el primer editorial el joven Aricó no dudaba en
identificar a su grupo de compañeros como parte de "una generación que no
reconoce maestros no por impulsos de simple negatividad, sino por el hecho real
de que en nuestro país las clases dominantes han perdido desde hace tiempo la
capacidad de atraer culturalmente a los jóvenes mientras el proletariado y su
conciencia organizada [léase el PC en el cual Aricó militaba] no logran aún
conquistar una hegemonía que se traduzca en una coherente dirección intelectual
y moral". Esa editorial le valdría la expulsión del PC.
El Gramsci de Pasado y Presente en los '60 (inmediatamente
después de la ruptura con Agosti y en pleno auge de la revolución cubana) fue
leído en clave guevarista y antistalinista. En su obra el joven Aricó y su
grupo encontraban el gozne teórico que les permitía cortar los nudos que
Agosti, maniatado, no se animó a desanudar frente al férreo stalinismo de
Codovilla.
Fascinado por la experiencia cubana Aricó se acerca al EGP de J.R.Masetti.
En La Habana conoce personalmente al Che Guevara de quien
publica en el N° 5-6 de Pasado y Presente (1964) su trabajo "La
planificación socialista, su significado". Tras la muerte del Che en
Bolivia Aricó compila sus Escritos económicos (1968) en el N°5 de sus Cuadernos
de Pasado y Presente de los que editó un centenar. Con ellos se formaron varias
generaciones de intelectuales latinoamericanos. En esa época La Rosa Blindada
(la otra gran revista y editorial de la nueva izquierda argentina) seleccionará
los escritos de Gramsci sobre el Vaticano.
Más tarde, en 1971, Aricó redactará para la colección
"Los Hombres de la Historia" del Centro Editor de América latina el
folleto "Mao Tse-Tung", un síntoma de sus inclinaciones de aquel
momento. En ese mismo año Portantiero publica -junto con Miguel Murmis-
Estudios sobre los orígenes del peronismo donde es central la noción de
"hegemonía".
Con el fervor peronista de 1973 Aricó y su grupo relanzarán
Pasado y Presente otorgando su apoyo al FREJULI. En esos años, adhiriendo a la
izquierda peronista, la lectura del italiano que realizará Pasado y Presente
enfatizará la tonalidad "nacional-popular" con que Gramsci tradujo a
Lenin a Occidente. Se puede corroborar leyendo el más sugerente de los ensayos
de Portantiero: "Los usos de Gramsci" (1975), que le da título al
libro homónimo y donde también se reivindica a Mao Tse Tung y al castrismo.
Redactado en vísperas de 1976, este texto constituye uno de
los más importantes que se escribió en América latina sobre Gramsci. A
contramano de los especialistas europeos, Portantiero destaca que Gramsci no es
un teórico del Occidente "maduro". Tesis comúnmente sostenida para
contraponerlo a Lenin (que actuó en la "atrasada" Rusia). Por el
contrario, Gramsci sería un teórico del "capitalismo occidental
periférico". Lo que habitualmente se denomina "Occidente"
encerraría dos realidades diversas: el occidente maduro y el periférico (donde
se ubicarían tanto Italia como la Argentina). En esa hipótesis se fundaría la
actualidad de Gramsci para Argentina y América latina. ¿Qué distinguiría al
capitalismo "periférico" del "maduro"? La desigual relación
entre Estado y sociedad civil. En nuestros países el Estado, sostiene
Portantiero, tiene un papel mucho mayor en la vida social que el de los países
desarrollados. Esto resulta lo más original de lo que escribió Portantiero. Sin
esta hipótesis tampoco se entendería el argumento central de Marx y América
latina, el principal libro de Pancho Aricó.
En 1977 Aricó vuelve sobre sus amores juveniles y compila
nuevamente los escritos del Che Guevara confesando que "de una forma u
otra nos consideramos sus herederos". En el prólogo también señalaba:
"Cuando se quiere identificar al socialismo con la barbarie y se descree
de la capacidad de los hombres de liberarse de las lacras del capitalismo para
alcanzar una sociedad sin clases, igualitaria y libre, el «pensamiento» del Che
se revela como el antídoto de la decepción, como esa sabia conjunción de
pesimismo de la conciencia y de optimismo de la voluntad que reivindicaba
Gramsci como lema de todo revolucionario cabal".
Después de estas hermosas palabras que para nosotros siguen
teniendo vigencia, en los '80, Aricó y Portantiero giran -como el PCI- a la
socialdemocracia enrolándose en su regreso al país dentro del alfonsinismo de
manera activa. De algún modo reniegan de sí mismos y de la sugerente lectura de
Gramsci que ellos habían impulsado contra sus propios maestros.
De allí en adelante ya no producen ninguna obra de
envergadura ni de solidez análoga a la del período previo. Dejan una orfandad
teórica y un espacio vacío que sufrirá la generación posterior, crecida al
calor de la ilusoria y pomposamente denominada "transición a la
democracia" (curiosa "transición" en la cual el general Osiris
Villegas, teórico del Ejército argentino, definirá a los gramscianos como
"el enemigo subversivo"...).
Recuperar una
herencia, llenar un vacío
Conjurar ese vacío presupone hoy evitar ciertos riesgos.
Tanto el "guitarreo" (que emplea los términos "hegemonía" o
"sociedad civil" para referirse a cualquier cosa...) y la asepsia de
la filología académica pretenciosamente erudita (que elude asumir una posición
política) como la cooptación. Cooptación que pretende incorporar a Gramsci a un
marxismo almidonado y de guardapolvo blanco, de "buenos modales" y
pensamiento "correcto", siempre atento a la mirada vigilante de la
Academia.
Una tradición cultural, pensaba Gramsci, remite a "la
continuidad de los grupos intelectuales". Pues bien, la desaparición de
toda una generación de revolucionarios y el desplazamiento ideológico de buena
parte de los grupos intelectuales sobrevivientes se conjugan en nuestro país
para fracturarnos generacionalmente obturando la posibilidad de recrear la
continuidad de las tradiciones anticapitalistas. Por eso hay que remar contra
la corriente. Eso siempre tiene un costo. Hay que estar dispuesto a pagarlo. Retomar
en la actualidad la herencia perdida del joven Pancho Aricó y recuperar a
Gramsci para la lucha cultural anticapitalista en Argentina constituye un
desafío todavía pendiente para nuestra generación. Resolverlo será sin duda el
mejor homenaje que le podamos brindar a este combatiente prisionero quien aún
después de muerto logró vencer a sus tristes y mediocres carceleros fascistas.