- Wagner y Marx comparten más de un punto en común: un rechazo de toda trascendencia que niegue el valor vital de la vida presente, la comprensión de la religión como mera construcción de los hombres y un rechazo a la sociedad capitalista, su cultura e instituciones
- Wagner: “El Estado moderno no era más que un modelador de la vida y la cultura que disponía de los ciudadanos como bienes utilizables. La economía unida a esas mismas estructuras construiría una vida para la producción y no para el amor"
Gonzalo Bustamante
Se cumplió el bicentenario de Richard Wagner. Como pocos, su
nombre despierta pasiones; inclusive en quienes no le han escuchado y menos
leído (no solamente escribió música también prosa de fuerte contenido
estético-político). Este mismo mes se han cumplido los 195 años de otro autor
que no deja indiferente a nadie: Karl Marx; quien igualmente concitará todo
tipo de adhesiones y rechazos hasta en los más ignorantes sobre su obra.
Wagner y Marx comparten más de un punto en común: un rechazo
de toda trascendencia que niegue el valor vital de la vida presente, la
comprensión de la religión como mera construcción de los hombres (estos serían
los padres de los dioses y no al revés) y un rechazo a la sociedad capitalista,
su cultura e instituciones. Tanto Wagner como Marx verán en el surgimiento de un nuevo
dios un riesgo para lo más sublime de la vida; ese dios sería el dinero y el
valor amenazado el amor.
Wagner reclamará que Mercurio, dios de mercaderes y
negociantes, lo era en la antigüedad de ladrones y estafadores ¿cómo es que en
el nuevo mundo que avanzaba en la ciencia y la tecnología Mercurio se erigía en
parámetro de todo?
Veía en su triunfo una nueva cultura de esclavos. En la
mitología romana se simbolizaba “el lucro” bajo las dei lucrii, deidades
menores al servicio del propio Mercurio y su finalidad protectora del comercio.
Wagner (influido por Feuerbach y anarquistas como Proudhon y
Bakunin) buscará la explicación en la relación entre capitalismo y burocracia
estatal. El Estado moderno para el autor de El Anillo no era más que un
modelador de la vida y la cultura (un Kulturstaat) que disponía de los
ciudadanos como bienes utilizables. La economía unida a esas mismas estructuras
construiría una vida para la producción y no para el amor. La
institucionalización de lo amoroso sería reflejo de la
burocratización-productiva general de la vida y de una nueva forma de
esclavización: estar al servicio de la producción.
Wagner, cual anticipador del neomarxismo de los 60 en
autores como Marcuse, verá en el amor de fuerte contenido erótico, inclusive en
el transgresor e incestuoso, una fuente de liberación de esas instituciones.
Por su parte, para Marx y el marxismo posterior, el amor también
poseerá un carácter subversivo que se reflejaría en su manifestación en
instancias de ruptura de la institucionalidad que lo norma; si era una “empresa
entre iguales en riqueza y clase social” el amor disruptivo, el amante de alta
posición social que se enamora de la sirvienta y vive un adulterio; es ese
quien realmente supera la determinación meramente económica de las relaciones
humanas. La crítica marxista contrapondrá el amor verdadero a la familia como
una estructura de “emprendimiento, trabajo y producción económica” que busca
generar espacios de ocio que permitan complementar la “laboriosidad familiar”
con el disfrute hedonista de placeres (esa que el hombre contemporáneo goza de
sus bienes y ocio en el shopping y resorts caribeños).
Wagner propiciará un ordenamiento social basado en la
creación artística. Ese modelo a su juicio habría sido el que explicaría la
grandeza de la Grecia clásica; no eran sus instituciones sino el sometimiento
de éstas a la tragedia y el arte las que daban cuenta de su creatividad.
Wagner, en su obra Ópera y Drama, teoriza desde el análisis
de Antígona sobre la necesidad de rebelarse contra la “civilización estatal” y
su homogenización de los individuos. La solución tenía que ser revolucionaria:
hasta que no cayese el Walhall y sus dioses la humanidad no sería capaz de
reencontrar su fuerza creativa.
En el anarquismo wagneriano es el amor y la sensualidad que
le acompaña el que debe reemplazar al dinero y la mercancía como eje de la vida
social. El mismo amor sin trabas es el que permitiría la construcción de una
propiedad ahora colectiva y no privada e individualista. Marx, por su parte,
sostendrá que solo en una sociedad de tipo socialista era posible dotar al
sentimiento humano de la capacidad de querer al otro únicamente por lo que es
como persona.
Wagner será utilizado por Hitler (la fascinación wagneriana
no era del nazismo sino de Hitler en particular; las operas italianas siguieron
siendo las predilectas de la jerarquía del régimen; al respecto es muy destacable
el estudio de J.Carr). Marx será el sustento ideológico de otras dictaduras.
En ambos casos, no fueron más que tenues sombras las
referencias a sus obras.
Wagner y Marx han sobrevivido. Uno a la banalización y su
transformación en una suerte de “objeto cultural aspiracional” de quienes
buscan aparentar profundidad y densidad cultural. Una suerte de Audi de “la
industria cultural”. El otro a la ignorancia revolucionaria que creyó
alimentarse de su pensamiento y que con suerte traspasó su lectura con un par
de páginas.
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La voz de Marx sigue siendo una de alerta sobre la
mercantilización de la vida y la inequidad. Wagner continua invocando el valor
de lo erótico y la estética en un mundo cada vez más vulgarmente homogéneo; y
nos sigue invitando a mirar nuestra creatividad preguntándonos por nuestros
Huidobro, Neruda, Mistral, Matta, Ruiz, Vinay, Arrau; ¿dónde están?