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Renato Guttuso ✆ Los funerales de Togliatti |
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Antonio Labriola |
Se trata, por el contrario, de
referencias mucho más matizadas que tienen por base la previsibilidad de que en
los próximos años vamos a alcanzar en España niveles de desarrollo económico,
político y social muy similares a los logrados por el pueblo italiano. Con ello
será posible que los españoles podamos utilizar un fecundo acervo de
experiencias político-sociales y elaboraciones científicas del que la dictadura
franquista nos mantenía artificialmente alejados, a pesar de los fuertes lazos
históricos existentes entre ambos pueblos.
Precisamente, uno de los rasgos específicos que singularizan
a la cultura italiana contemporánea estriba en el fuerte influjo que sobre ella
ha ejercido el pensamiento marxista. Sin embargo, en este caso no se trata
–como ha sucedido en otros países– de un pensamiento trivializado por las
impregnaciones positivistas y sumido en la inercia propia de la divulgación
populista. Por el contrario, nos referimos a un pensamiento marxista muy
elaborado que ha logrado depurarse de la ganga positivista-mecanicista,
reforzando simultáneamente los intensos nexos orgánicos que le unen a la clase
obrera.
Con la perspectiva histórica que proporcionan los años
transcurridos, desde su inicial etapa heroica, estamos en mejores condiciones
de apreciar la trascendencia que para el movimiento obrero internacional ha
supuesto la aportación italiana. Aportación que conjunta en síntesis fecunda
movimientos de masas como los consejos de Turín, los «arditi del popolo» y la
resistencia antifascista, con las elaboraciones teóricas de tres pensadores
marxistas de la magnitud de Labriola, Gramsci y Togliatti. Salvadas las
naturales distancias históricas, el fenómeno recuerda la fecundidad del
Renacimiento italiano, que, en feliz síntesis expresiva de Engels, «... fue una
época que requería titanes y que engendró titanes por la fuerza del
pensamiento, por la pasión y el carácter, por la universalidad y la erudición».
En su génesis histórica constituía también tarea propia de
tales titanes insertar operativamente en el contexto cultural italiano una
fundamentación rigurosa del marxismo. Después del predominio de las corrientes
idealistas como Il Risorgimento, se había producido una fuerte reacción
positivista que anegaba todas las facetas de su cultura. No fue a ello inmune el
marxismo italiano y el fenómeno se acentuó gradualmente hasta caer en las
trivializaciones que personifican las concepciones de Achille Loria y Enrico
Ferri. De ahí la importancia del trabajo de Antonio Labriola, destinado a
elaborar una concepción de la filosofía de la praxis que proporcionase al
marxismo su necesaria autonomía filosófica. Así lo valora Togliatti en su
ensayo Gramsci y el leninismo al precisar que «... en Antonio Labriola se observa bien, se descubre, sin duda, la más
válida concepción que ha sido elaborada en nuestro país de la filosofía de la
praxis como una visión autónoma de la realidad y del mundo ...» [2].
En realidad, tanto las valiosas aportaciones de Labriola
como sus propias limitaciones, están ligadas al incipiente grado de desarrollo
que durante su actividad intelectual había alcanzado el proceso de
concienciación marxista del proletariado italiano. Como primer pensador
marxista de su país, Antonio Labriola se esforzó en las últimas décadas del
siglo XIX y hasta su fallecimiento en 1904 en combatir el economicismo
imperante en el movimiento obrero italiano. Previamente, durante su etapa
estudiantil en el Nápoles natal y más tarde como profesor de filosofía de la
historia en la Universidad de Roma, Labriola supera en un arduo esfuerzo su
idealismo hegeliano inicial y el democratismo burgués original para situarse
firmemente en una perspectiva marxista. Así, en 1895 Labriola subraya ya que,
con la aparición del materialismo histórico, el comunismo había dejado de ser
una «suposición problemática» para presentarse como culminación de la lucha de
clases. Para Labriola la publicación del Manifiesto comunista constituía una
revolución de las ciencias sociales que situaba en la debida perspectiva la
relación estructura-superestructura de la sociedad. Coherentemente, a la vez
que señalaba el carácter derivado de la superestructura, rechazaba el
determinismo económico al considerar que el elemento económico sólo en última
instancia determina la orientación del pensamiento.
Tratando de justificar la persistente utilidad de leer a
Labriola, Manuel Sacristán señala –después de criticar la garrulería académica
en la que se insertaba el filósofo italiano– que lo notable es que en la nueva
fase del marxismo, originada por la crisis de la II Internacional y la genial
aportación leninista, autores que junto con Lenin y Lukács han recibido
inspiración de Labriola (Gramsci) o han encontrado en sus escritos ya
formuladas orientaciones que ellos mismos iban consiguiendo laboriosamente
(Korsch) constituyen en ese sentido testimonios de gran autoridad. Esto le
sugiere a Sacristán la opinión de que en la obra y actuación de Labriola hay
algo suficientemente valioso para que su enunciado compense de mucha palabra
conceptualmente infantil y de la misma falta de realización del concepto.
En definitiva, para Sacristán,
«... la intención intelectual de Labriola era precisamente luchar contra esos vicios de época y ambiente, era una intención de criticismo, rigor y cautela intelectual. En su correspondencia con Sorel, Labriola expresa claramente su ambición de un pensamiento crítico, conscientemente experimental y cautamente antiverbalista. Además, sus campañas por una buena lectura de Marx y su conocimiento amplio y directo del maestro documentan la seriedad que Labriola puso en su esfuerzo. Las condiciones de su vida son probablemente la causa principal de que las intenciones intelectuales quedaran en sus escritos casi meramente enunciadas como tales intenciones sin llegar a realizarse suficientemente en la concreta resolución o elaboración de sus problemas» [3].
A partir de 1890 Labriola sostiene correspondencia con
Engels, y dos años más tarde es uno de los fundadores del Partido Socialista.
En 1895 publica su comentario al Manifiesto Comunista y Benedetto Croce, por
entonces aún ex-alumno entusiasta de Labriola, promueve activamente la edición
del texto. En él, además del ya señalado antieconomicismo, Labriola destaca la
tesis de la independencia filosófica del marxismo. Con ello se distingue de
otros pensadores marxistas de la época y es el componente de sus ideas que más
subrayan Gramsci y Korsch cuando hablan con elogio de su obra. Esta concepción
se enfrenta a las tendencias positivistas o formalistas que pretenden completar
el marxismo con los elementos que puedan faltarle desde el punto de vista
académico-escolástico de la división de la cultura. De ahí que Labriola
esclareciese con más precisión que cualquier otro autor marxista contemporáneo
la originalidad e independencia del marxismo como totalidad concreta, el hecho
de que, como pensamiento, no pertenece a ninguna «especialidad», a ningún
género preexistente.
Rechazando todo escolasticismo, Labriola recupera plenamente
la concepción marxista de práctica que había sido diluida por el empirismo
estrecho de la socialdemocracia en su doble tendencia al positivismo y a la
especulación filosófica tradicional. Así, en su correspondencia con Sorel,
Labriola define con todo rigor la concepción marxista de praxis: «La
naturaleza, o sea, la evolución histórica del hombre se encuentra en el proceso
de la praxis; y al decir praxis, desde este punto de vista de la totalidad, se
pretende eliminar la oposición vulgar entre teoría y práctica; porque, dicho de
otro modo, la historia es la historia del trabajo, y así como, por una parte,
en el trabajo íntegramente entendido de ese modo va implícito el desarrollo
implícitamente proporcionado y proporcional de las actitudes mentales y de las
actividades operativas, así también, por otra, en el concepto de historia del
trabajo va implícita la forma siempre social del trabajo mismo y el variar de
esa forma; el hombre histórico es siempre el hombre social».
Según Sacristán, esta noción totalizadora de práctica
explica la manera de decir de Labriola que Gramsci recogerá literalmente. En
definitiva, para Labriola la filosofía de la praxis constituye la médula del
materialismo histórico. Y aunque Labriola no ha producido una obra de
realización de esa idea en la interpretación de la historia y de la vida
social, ni tampoco el intento de construir una política comunista, esas tareas
fueron posteriormente el contenido de la obra de Gramsci en la cárcel. Pero su
formulación, que queda como mero programa teórico, es sensible, aguda y lo
suficientemente exacta como para que Gramsci haya podido recogerla en su propio
trabajo. Eso pone a Labriola en los orígenes de una importante corriente del
marxismo.
Singularidad de la
aportación de Gramsci
La labor de autentificación del pensamiento marxista
emprendida por Labriola constituía una tarea global y, en consecuencia,
requería no sólo efectuar la conexión con las condiciones objetivas en que se
desarrollaba el movimiento obrero italiano, sino un replanteamiento del
conjunto de la cultura del país. En ese sentido la aportación filosófica de
Benedetto Croce resultó fundamental, ya que acentuó los rasgos específicos de
la cultura italiana. La crítica demoledora que Gramsci lleva a cabo en sus
Cuadernos de cárcel de las facetas más negativas de la filosofía idealista de
Croce no debe ocultarnos la contribución de éste a la formación del filósofo
marxista italiano. En realidad Gramsci siempre valoró la dedicación de Croce a
la lucha antipositivista y al intento de restablecimiento en su lugar idóneo de
la actividad filosófica. No menor resultó su apreciación de la aportación laica
y civilista del pensamiento de Croce.
Sin embargo, Gramsci observa también críticamente: «... para Croce, toda concepción del mundo,
toda filosofía, es una “religión”, en la medida en que llega a ser una norma de
vida, una moral». Y aunque posteriormente Gramsci criticó el haber hecho de
la «religión de la libertad» la religión de una minoría selecta, al no haber
llevado ese movimiento cultural hacia las masas, no por ello renuncia a su
retraducción. Esa retraducción se hacía precisamente tanto más necesaria para
lograr, a través de la obra de Croce y capitalizando su prestigio intelectual,
una vuelta a Hegel que depurase a la cultura y al marxismo italiano de sus
lastres positivistas. Operación, por otra parte, no desprovista de riesgos, ya
que en ella se basa la carga de voluntarismo subjetivista que Gramsci arrastró
en una amplia etapa de su formación marxista.
Sin que para ello supongan un obstáculo sus reminiscencias
idealistas de 1918 opone Gramsci la filosofía de la praxis a la ideología de
Croce. En su pensamiento confluyen ya entonces –en síntesis dialéctica– Croce y
Labriola. Se inicia así una etapa en la que, como en su día expresó Sacristán, «... toda la obra de Gramsci queda
estructurada por la finalidad de determinar un renacimiento adecuado del
marxismo y de elevar esta concepción filosófica, que por necesidades de la vida
práctica se había venido “vulgarizando”, a la altura que debe de alcanzar para
la solución de las tareas más complejas que impone el actual desarrollo
histórico, es decir, elevarlo a la creación de una cultura integral». Según
Sacristán, «Gramsci cumplirá esta tarea,
de acuerdo con la inspiración básica de Marx, no eliminado del marxismo el
concepto central de práctica, sino proporcionando la más profunda concepción de
ésta que se ha alcanzado en la literatura filosófica marxista. Por encima del
accidental origen de la expresión, Gramsci es realmente el filósofo de la
práctica» [4]. Lo que no significa en absoluto que Gramsci sea un
pragmatista. Por el contrario, y para evitar equívocos en este sentido,
Sacristán señala muy acertadamente que «...
además de tener siempre en cuenta la necesaria logicidad formal, su primer
problema –el de cohonestar ciencia y práctica– se resuelva precisamente
mediante una crítica del pragmatismo y del positivismo general».
De ese modo Gramsci profundiza su posición juvenil, que se
había caracterizado por una fuerte reacción antipositivista tanto en el plano
filosófico-científico como en el específicamente político. Su mordacidad frente
a las trivializaciones positivista de un Achille Loria se complemente muy
coherentemente con la crítica constante al empirismo estrecho de la II
Internacional. El precoz instinto político de Gramsci le hizo percibir, ya
desde sus primeros escritos, que el cientifismo tras el que se ocultaban las
posiciones oportunistas de los líderes socialdemócratas tenía no sólo raíces
sociales objetivas, sino también fundamentos gnoseológicos de claro origen
positivista. A la pretensión, que pronto se generalizaría en esos medios, de
que la Revolución de Octubre no era factible y estaba condenada al fracaso por
su carácter prematuro, Gramsci opone su trabajo «La revolución contra El
capital». Título paradójico, pero sumamente aleccionador. Gramsci reacciona –en
frase de Togliatti– «contra las
consecuencias negativas de una concepción pedante, mecanicista del marxismo y
del proceso mismo del movimiento obrero», muy arraigada en los mencheviques
rusos y que iba a encontrar en Kautsky su máxima expresión teórica. Frente al
objetivismo economicista con que Plejanov y
sus colegas socialdemócratas occidentales, basándose en una concepción
petrificada y dogmática del marxismo, trataban de utópica toda praxis
revolucionaria del proletariado, elabora Gramsci nuevas concepciones que, a
pesar de contener todavía una apreciable carga de voluntarismo, pronto
evidenciarían un gran realismo político. En este sentido la coincidencia entre
Lenin y Gramsci fue total, ya que, no obstante las diferencias en sus procesos
de formación, en ambos líderes marxistas de daba una profunda concepción
revolucionaria que les permitía captar lúcidamente las condiciones mínimas
necesarias para que el proletariado pudiese abordar seriamente la ineludible
tarea de la conquista del poder político.
En su propio marco italiano, Gramsci percibe que en muchos
dirigentes del Partido Sociales «faltaba la concepción del desarrollo histórico
que no puede ser entendida solamente como evolución objetiva de las relaciones
económicas productivas –desarrollo de las luchas parciales económicas y
políticas de los trabajadores– y, finalmente, como coronación de esa evolución
y de ese desarrollo, una milagrosa catástrofe». Lo que faltaba era la noción
misma de las modificaciones y del vuelco de las relaciones de poder en la
sociedad, de la necesidad de la ruptura del bloque dominante y de la creación
revolucionaria del nuevo bloque. Es esta noción, en cambio, la que Gramsci puso
como base de todo su pensamiento y de toda su acción futura. Esta fue la
conquista más grande por él realizada, opina Togliatti en su ya citado artículo
acerca de «Gramsci y el leninismo».
Empero si la aportación gramsciana al caudal teórico del
movimiento obrero la limitásemos al enriquecimiento de sus componente
subjetivos, que logra mediante sus análisis superestructurales, no superaríamos
una línea de interpretación ya rutinaria en los estudios de su pensamiento. .
En consecuencia, consideramos muy fecundo el intento realizado por el profesor
Gustavo Bueno de aplicar a una faceta básica del pensamiento de Gramsci los
«ejes» del sistema hegeliano. La utilización de tales coordenadas permiten
comprender mejor la sustantividad propia que las concepciones gramscianas han
obtenido en el pensamiento marxista. Particularmente en cuanto al
desplazamiento, señalado por Gustavo Bueno y llevado a cabo por Gramsci, «del materialismo histórico a un lugar
ontológico que de algún modo es previo –no naturalmente en sentido cronológico–
a las oposiciones entre lo objetivo y lo subjetivo, entre la base y la
superestructura. Este lugar ontológico es, con palabras de Gramsci, la
historia» [5] .
Ahora bien, esta sustantividad de la aportación de Gramsci
al acervo común del pensamiento marxista no se limita al campo doctrinal. Todo
lo contrario. En Gramsci, no obstante sus preocupaciones teóricas y el elevado
nivel con que abordó las más complejas tareas intelectuales, la actividad del
militante revolucionario ocupa un primer plano. Militante muy activo del
Partido Socialista primero. Colaborador asiduo de la prensa obrera y fundador
más tarde del Partido Comunista italiano. Propagandista incansable, tanto en el
plano de la divulgación periodística como del más riguroso análisis ideológico.
Activo agitador en el seno de los Consejos Obreros de Turín y el mejor
generalizador teórico de las experiencias que se derivaban de su actuación.
Orador parlamentario que desafía a Mussolini en el Congreso en la fase de
euforia fascista que sigue a la conquista del poder. Víctima de una dura
represión que se ensaña con su débil organismo físico y preso político digno e
insobornable. Todas estas facetas de su muy diversificada personalidad tienden
a un mismo fin: se trata ante todo de acrecentar el poder de las masas mediante
el arma contundente que proporciona el más riguroso análisis científico de la
realidad a transformar.
Contrastando con Althusser, en Gramsci no se trata de realizar
bonitas disertaciones sobre la relación teórico-práctica o de concebir una
práctica-teórica como praxis básica del científico o del investigador social.
Lo que le preocupa es, por el contrario, el hallazgo de los nexos orgánicos
necesarios para que los intelectuales que se han unido al campo del
proletariado engranen operativamente con las acciones revolucionarias de las
masas. Es por ello Gramsci uno de los pensadores contemporáneos donde más
nítida y lúcidamente se realiza la concepción de Gustavo Bueno acerca de una
conciencia filosófica políticamente implantada.
Conviene, no obstante, efectuar la distinción de que el
énfasis gramsciano en una praxis revolucionaria real y la preocupación de
dotarla de los instrumentos conceptuales necesarios (bloque histórico,
hegemonía, intelectual orgánico, intelectual tradicional, crisis orgánica,
etc.) o de los instrumentos políticos precisos (consejos obreros, Príncipe
Moderno = partido político, intelectual colectivo, etc.) no ha de inducirnos a
considerar que en sus concepciones privilegia la faceta operativa. Siempre se
rebeló, por el contrario, frente «al
excesivo realismo político, que lleva a afirmar que el hombre de Estado debe
operar sólo en el marco de la realidad efectiva» y no debe interesarse por
el deber ser, sino sólo por el ser. Refuta enérgicamente el empirismo
estrecho o la miopía política, «que no permite ver más allá de la nariz».
Tampoco cabría incluir a Gramsci en el ámbito de ese
sociologismo banal que tanto ha contribuido a rebajar en algunas etapas de su
desarrollo determinados niveles del pensamiento marxista. Gramsci combatió con
especial energía las manifestaciones de reduccionismo sociologista. Para
nuestro propósito, esclarecedor de la perspectiva gramsciana, nada más adecuado
que reproducir un fragmento de su crítica a Bujarin en el que Gramsci logra una
síntesis muy precisa de su posición:
«La reducción de la filosofía de la praxis a una sociología ha
representado la cristalización de la tendencia vulgar, ya criticada por Engels,
y consistente en reducir la concepción del mundo a un formulario mecánico, que
da la impresión de meterse a toda la historia en el bolsillo. Ella ha sido el
mayor incentivo para las fáciles improvisaciones periodísticas de los
genialoides. La experiencia en que se basa la filosofía de la praxis no debe
ser esquematizada; es la historia misma en su infinita variedad y
multiplicidad, cuyo estudio puede dar lugar al nacimiento de la “filosofía”
como método de la erudición, en la versificación de los hechos particulares, y
al nacimiento de la filosofía entendida como metodología de la historia».
No es cuestión, sin embargo, únicamente de una metodología
general de la historia. La preocupación específica del «hic et nunc»
complementa el enfoque global. Gramsci se planteó ante todo la tarea de
contribuir a resolver el problema planteado por la necesidad de que el
proletariado italiano afrontase seriamente la conquista del poder. Y no sólo
del poder político, entendido como expresión directa de la sociedad política, sino
también de la captación del consenso popular preciso para hacerse con la
hegemonía de la sociedad civil. Así trataba Gramsci de evitar los graves
errores cometidos en Alemania, Hungría, etc., mediante la aplicación
mecánica de las experiencias de la Revolución de Octubre a países donde se
daban condiciones muy distintas a las que había caracterizado a los territorios
sometidos a la autocracia zarista. Empero el análisis realizado por Gramsci en
su extraordinariamente lúcido trabajo Guerra de movimiento y guerra de
posición, trascendía el marco concreto italiano para pasar a ser paradigmático
de las sociedades industrializadas. Para Gramsci y no se trata sólo de que en
octubre se hubiese producido –según la formulación de Lenin– la ruptura del
eslabón más débil de la cadena imperialista como consecuencia de las
contradicciones engendradas pro la guerra. Ese fue un factor coadyuvante, como
detonador, de un proceso explosivo propiciado porque en la vieja Rusia «el
Estado lo era todo y la sociedad civil resultaba primitiva y gelatinosa». Pero
en las condiciones de las sociedades industrializadas de Occidente la situación
es muy distinta. En ellas la burguesía realizó en su momento la revolución u
obtuvo, por uno u otro medio, el dominio del aparato estatal. Después –antes, o
simultáneamente, según los casos– tuvo lugar un amplio proceso de sedimentación
histórica en que ese dominio coercitivo se complementó con la dirección
intelectual y moral de las masas subordinadas. Es decir, con la imposición de
la hegemonía cultural que aseguró el consenso popular en un grado jamás
obtenido en anteriores etapas de la explotación del hombre por el hombre. Con
ello el elemento represivo, propio de la sociedad política, se mantiene
generalmente en estado potencial y sólo de forma excepcional en los momentos de
ruptura en que se producen las crisis orgánicas, requiere ser utilizado
por la clase hegemónica. De ahí la potencia de la inercia defensiva que
adquieren las instituciones de las superestructuras propias de este tipo de sociedades
hasta el punto de que son capaces de sortear crisis tan espectaculares como el
Mayo francés.
En tales condiciones no cabe plantearse únicamente, como en
el Octubre soviético, el ataque frontal a la trinchera estatal. Gramsci
considera que en Occidente esa trinchera está conectada a una serie de fortines
y bunkers escalonados a diversa profundidad que constituyen los puntos
neurálgicos de una sociedad civil sumamente desarrollada. Manteniendo la
expresiva metáfora bélica gramsciana, cabe considerar a los intelectuales
orgánicos como los ingenieros que han construido esas líneas complementarias de
defensa y asimismo como los oficiales que las mantienen. Pero no se trata de
francotiradores aislados, como sería propio del concepto tradicional de intelectual,
sino de cuadros militares organizados como fuerza coherente. Y cada clase
social hegemónica, o que aspira a serlo, debe brearse sus propios cuadros
intelectuales. Tales cuadros se vinculan orgánicamente a su clase de origen, o
de adopción, y la homogenizan ideológicamente.
El proletariado de cada país, si aspira seriamente a asumir
la función ideológica que le corresponde en el desarrollo social, debe afrontar
con decisión la creación de sus propios intelectuales orgánicos y la captación
de los tradicionales que han quedado desvinculados de su clase originaria. Esto
«funcionarios de la superestructura», como les calificaba Gramsci, asumen la
función de promotores del ejercicio de la hegemonía. Si se trata de los
intelectuales orgánicos de la nueva clase ascendente, abordan la elaboración de
su ideología, le proporcionan conciencia de su papel y acaban transformándola
en concepción del mundo que se irá difundiendo por todo el cuerpo social. Para
la mayor eficacia de su labor deben asumir con rigor la función de críticos de
la cultura. Esta ofrece grandes posibilidades en cuanto a proporcionar la
contribución precisa para producir el debilitamiento del consenso anterior y
simultánea concienciación de la clase emergente. Con el desempeño de estas
funciones los intelectuales asumen la tarea de establecer los necesarios nexos
orgánicos entre la estructura y la superestructura que dan lugar al fenómeno
del bloque histórico concebido no mecánicamente, sólo como alianza de clases,
sino también como unidad orgánica entre esa estructura y superestructura. Se
constituyen así los diversos bloques históricos que han jalonado el desarrollo
de la dominación de clases. Pero no nos encontramos ahora en una etapa
cualquiera de tan prolongado proceso, sino en su culminación. El nuevo bloque
histórico en gestación acabará imponiendo su hegemonía y posibilitando así la
llegada de una etapa del desarrollo humano en que esa hegemonía no sea ya
necesaria. Se pasará así, según predijo Engels, de la prehistoria a la
historia. Es decir, a una fase en la que pro primera ve la humanidad creará
conscientemente su propia historia.
De la síntesis, forzosamente esquemática, que hemos
realizado de las aportaciones conceptuales gramscianas a un análisis
sistemático de las tareas con que se enfrentan los trabajadores occidentales se
deduce claramente la gran fuerza y claridad de su pensamiento. Por ello no debe
sorprendernos que actualmente, además de considerarle el más importante teórico
marxista europeo después de Lenin en un trabajo publicado en La quínzaine
littéraire parisiense se señale que «...
H. Portelli coincide con J. Texier y J. M. Potte en considerar que el análisis
de Gramsci representa la única verdadera tentativa marxista de explicar las
modalidades del paso al socialismo en las condiciones del capitalismo avanzado».
De ahí la vigencia del pensamiento de Gramsci. O, más precisamente, su
creciente actualidad a medida que la problemática contemporánea se centra cada
vez más en el tema que constituyó su contribución fundamental.
Se produce asimismo una valoración de otros análisis
gramscianos, que también desempeñan un papel dentro su muy diversificada
temática. Así, por ejemplo, su juicio, plenamente justificado por el desarrollo
histórico posterior del fascismo, de la grave amenaza que éste suponía para los
intereses de los trabajadores. Muy en contraste, por cierto, con las
ingenuidades y la superficialidad con que otros dirigentes marxistas abordaron
el tema de esa nueva forma de expresión terrorista del domino de la burguesía.
La publicación de Fascismo y dictadura, de Nicos Poulantzas, como estudio
de la actitud de la III Internacional frente al fascismo confirma que fue
Gramsci el dirigente internacionalista que con más claridad percibió el peligro
fascista y se esforzó por contrarrestarlo.
No fue menos lúcida su formulación de la política de
alianzas de clases en la que hallaron expresión operativa, en los planos
estratégicos y tácticos, algunas de las nuevas categorías que Gramsci aportó a
la ciencia política: «bloque histórico», «dirigente-dominante», etc. O, dicho
de otro modo, la creación de los instrumentos conceptuales mediante los que
aborda finalmente la problemática de la ruptura del bloque dominante y de la
creación revolucionaria de un nuevo bloque.
No obstante los años transcurridos desde su formulación,
continúan vigentes los principios básicos de esta proyección estratégica
gramsciana. En Italia constituye el fundamento teórico de la línea del Partido
Comunista y de otras organizaciones marxistas. Diversos trabajos teóricos de
Napolitano, Berlinguer y otros líderes marxistas italianos se remiten a ese
fundamento como la base científica ineludible que, incorporando las
modificaciones surgidas del desarrollo experimentado por el país, permite
trazar las perspectivas para los avances ulteriores del movimiento de
emancipación de los trabajadores. Este rico acervo teórico gramsciano,
debidamente actualizado, es precisamente el que ha permitido al movimiento
obrero italiano liberarse, antes y con mayor amplitud, de los corsés dogmáticos
que durante mucho tiempo han dominado a sus compañeros de Europa Occidental.
Togliatti: pensador y
hombre de acción
En el plano humano el contacto entre Gramsci y Togliatti
tiene lugar muy precozmente. Ambos coinciden en los exámenes de ingreso a la
Universidad de Turín, El biógrafo de Gramsci describe así la conjunción de las
dos figuras estelares del marxismo italiano:
«El 27 de octubre de 1911 pasó los exámenes orales. Más tarde dirá: “no
sé cómo pasé los exámenes, porque me desvanecí dos o tres veces”. (Consecuencia
de una grave desnutrición provocada por la exigüidad de la beca que
disfrutaba). Al publicarse la clasificación final vio que su nombre figuraba en
el noveno puesto. En el segundo estaba el de otro estudiante pobre venido de un
Instituto de Cerdeña: Palmiro Togliatti. Les aproximaba el hecho de proceder
ambos de Cerdeña: aunque nacido en Génova, Togliatti, hijo de un administrador
del Colegio Nacional de Pensionistas, había cursado sus estudios en el
Instituto de Sassari. También le movía a la confianza la común y evidente
condición de gran privación y el mismo modo en que iban vestidos» [6]. Aunque
inicialmente se conocieron en le Collegio de las Provincias –participando en
una discusión en torno a la Ley de las XII Tablas en el Seminario de Derecho
Romano–, fue en la Universidad donde se estrecharon sus relaciones.
Precisamente la Universidad, que constituía entonces el centro fundamental de
interés para ambos jóvenes, contribuyó notablemente a forjar su carácter. «Recuerdo
un aula en la planta baja –escribe Togliatti– a la izquierda del patio,
entrando, donde siempre nos encontrábamos todos, jóvenes de Facultades
distintas y de ánimos distintos unidos por la común inquietud y la búsqueda de
nuestro camino... Un gran espíritu, Alberto Farinelli, leía y comentaba allí
los clásicos del romanticismo alemán... La moral que se nos inculcaba allí era
una moral nueva cuya ley suprema era la sinceridad total con nosotros mismos,
el rechazo de las concepciones, la abnegación por la causa a la que se consagra
la propia existencia».
Esa cusa surge pronto, derivada del contexto en que se
hallaba situada la Universidad. Ya por entonces era Turín la ciudad más
industrial y obrera de Italia. En centro del automóvil cuya producción suscitaba
una tecnología de vanguardia y el proletariado más consciente del país. En esas
condiciones se produjo con rapidez la fusión de la conciencia socialista y del
movimiento obrero espontáneo, dando lugar a las organizaciones del Partido
Socialista. Estimulados por los frecuentes contactos que se producían entre
trabajadores y universitarios, Gramsci y Togliatti se inscriben casi
simultáneamente en las Juventudes Socialistas y pasan a colaborar en diferentes
secciones de Il grido del Popolo y Avanti. En una atmósfera muy combativa, en
la que el rigor formativo se une al entusiasmo revolucionario, se suceden
rápidamente los acontecimientos: la guerra imperialista, traición del
socialista Mussolini y creación del movimiento fascista, Revolución socialista
de Octubre en Rusia, insurrecciones obreras en Turín y creación del os Consejos
de fábrica... Un proceso tan rico de acción y experiencias crea la necesidad de
un órgano periodístico que aglutine a los jóvenes periodistas más lúcidos y les
permita contribuir con un riguroso análisis teórico a disipar el confusionismo
y la ramplonería que por entonces reinaba en el Partido Socialista Italiano.
Así, respondiendo a una creciente necesidad de clarificación
antipositivista y antioportunista, el 1 de mayo de 1919 aparece L´Ordine Nuovo.
Su equipo de redacción inicial está integrado por Gramsci, Togliatti,
Terracini, Tasca y Pia Carena. La finalidad que se persigue queda claramente
establecida en el triple lema que encabeza la publicación:
Instruyámonos, porque tendremos necesidad de toda nuestra inteligencia.
Actuemos, porque tendremos necesidad de todo nuestro entusiasmo.
Organicémonos, porque tendremos necesidad de toda nuestra fuerza.
Actuemos, porque tendremos necesidad de todo nuestro entusiasmo.
Organicémonos, porque tendremos necesidad de toda nuestra fuerza.
Todo ello en plena coherencia con la concepción que el
equipo de L´Ordine Nuovo tenía de la interdependencia dialéctica entre
lucha política, lucha ideológica y lucha económica. Gradualmente, por impulso
directo de Gramsci y Togliatti, el semanario pasa de una fase de revista
cultural socialista a la de foro e instrumento de investigación de los Consejos
de fábrica. A la praxis político-social, corresponde una elaboración teórica
centrada en subrayar la perspectiva leninista.
L’Ordine Nuevo actúa también impulsando nuevas creaciones
revolucionarias que hunda sus raíces en el proceso de la producción. Se trata
de crear, de forma innovadora, instituciones proletarias que, partiendo del
lugar de trabajo, constituyan los pilares de una nueva máquina estatal: la del
Estado obrero. En la concepción ordinovista se considera más la faceta de productor,
del trabajador, que la de asalariado. Togliatti se esfuerza en propugnar
particularmente el carácter revolucionario del movimiento, escribiendo contra
las tendencias corporativistas y maximalistas difundidas en el partido y en los
sindicatos: «La asamblea de la sección metalúrgica turinesa», «El reverso de la
medalla», «La constitución del Soviet en Italia» y «Táctica nueva» son los
artículos más importantes que Togliatti publica en la revista ordinovista.
La lucha de fracción comunista del Partido Socialista, de la
cual los ordinovistas constituyen la parte decisiva –por capacidad organizativa
y peso intelectual–, desemboca en 1921 en la fundación del Partido Comunista de
Italia. Simultáneamente L’Ordine Nuevo se convierte en diario y sustituye a L’Avanti.
Como director figura Gramsci, y Togliatti desempeña las funciones de redactor
en jefe. Ambos figuran también –Togliatti desde 1923– como miembros del Comité
Central del P.C.I.
Es de destacar que Togliatti asume las funciones de
dirección política sólo cuando ha completado definitivamente su formación
académica. Según Paolo Spriano: «Menos empeñado que otros compañeros en la
militancia política fines de 1919, a pesar de haberse inscrito en el Partido
Socialista desde 1914, Togliatti fue en el círculo marxista de Turín quien con
más rigor y sistematicidad realizó sus estudios universitarios (se licenció
primero en Derecho y después den Filosofía y letras) y el que mejor conectó su
orientación ideológica con la preparación científica, filológica y metodológica
recibida en las aulas del Ateneo. Así, puede afirmarse que L’Ordine Nuevo
nación en la Universidad de Turín y que a través de su núcleo académico se
enriquece con la aportación de figuras universitarias del relieve de Arturo
Graf, Piero Sraffa, Matteo Bertoli, Luigi Einaudi, Francesco Ruffini, Gisele
Solari, Humberto Cosmo, etc.» [7] .
A partir de 1924 se produce la ruptura entre Gramsci y el
líder de la fracción izquierdista del P.C.I., Bordiga. Con el apoyo de
Togliatti y Terracini, Gramsci derrota las posiciones sectarias y crea una
plataforma bolchevique par el desarrollo de un partido de masas. En julio de
1925 se inicia la faceta internacional de la actividad política de Togliatti:
durante el desarrollo en Moscú del V Congreso de la Internacional Comunista
Palmiro Togliatti es elegido miembro de su ejecutivo bajo el pseudónimo de
«Ercoli». Entre tanto en Italia, y bajo las leyes de excepción fascistas, caen
algunos de los más destacados dirigentes del Partido: Gramsci, Terracini,
Scocimarro, etc., que en 1928 son condenados a más de veinte años de prisión.
Se impone, en consecuencia, el traslado de Togliatti a París para asumir la
dirección del Partido que ha sido declarado ilegal en Italia. En marzo de 1927
se reúne en Basilea (Suiza) el Comité Central del P.C.I. y sobre la base de un
informe de Togliatti se trazan las directivas necesarias para las nuevas
condiciones de lucha en la clandestinidad.
Iniciada la guerra civil española, Togliatti expresa –desde
las columnas del Stato Operario que dirige– su solidaridad con los republicanos
españoles. Un año más tarde se pone a la disposición de sus camaradas de España
y permanece en el territorio peninsular hasta la consumación de la derrota
republicana. Desencadenada la Segunda Guerra Mundial, Togliatti se instala en
Moscú y reanuda su labor en el Secretariado de la Internacional Comunista. Tras
la caída del fascismo, a la que ha contribuido eficazmente con todo el conjunto
de su actividad política, se produce el regreso al país del secretario general
del P.C.I. A partir de 1945, y con su característico, Togliatti se esfuerza por
lograr un amplio frente unitario que refuerce la capacidad de la resistencia.
Se crean así también las condiciones para la formación del primer Gobierno
antifascista unitario y en el cual participa junto con Badoglio, Croce y
Sforza. Ese mismo año funda la revista Rinascitá y en sus columnas
expone su concepto de Partido Nuevo. Concibe a éste como un partido popular y
de masas, democrático, nacional e internacionalista que nace bajo el impulso de
la lucha contra el fascismo. El 25 de abril de 1945 un partido así configurado
participa en las manifestaciones populares que celebran la definitiva liberación
del fascismo. En ese ambiente de exaltación democrática se pudo preparar en
pocos meses el terreno para la lucha popular unitaria que culminó el 2 de junio
de 1946 con la caída de la monarquía.
Proclamada la República, Togliatti propugna la alianza entre
los partidos de masas –para facilitar la reconstrucción del país– basada en la
política de amistad hacia los católicos y en la unidad sindical. Poco después
pronuncia su célebre «Discurso a la constituyente» en el que fundamenta en la
conquista de la república las premisas para crear un Estado democrático y una
sociedad avanzada. Sin embargo, las perspectivas democráticas suscitadas por la
liberación y posibilitadas por la nueva Constitución se frustraron en gran
parte por la eclosión de la guerra fría. Empero, bajo la lúcida dirección de
Togliatti, la coherencia ideológica del P.C.I., su flexibilidad organizativa y
la habilidad que caracteriza a su táctica y estrategia permiten una perfecta
sincronización con los intereses de las masas. Crece así gradual e
incesantemente la influencia política del P.C.I. Con ello se produce un cambio
paulatino en la correlación de fuerzas que en 1956 es constatado en el VII
Congreso del Partido. En él destaca una importante contribución de Togliatti a
la elaboración de una estrategia de unidad y de lucha de los trabajadores que
abra la perspectiva de la ruta al socialismo. Se trata de la denominada «Vía
italiana al socialismo», cuyas tesis y documentos constituyen todavía
componentes esenciales de la línea política del P.C.I.
Con esa misma perspectiva se celebra en diciembre de 1962 el
X Congreso del Partido Comunista de Italia. En él Togliatti lleva a cabo un
exhaustivo análisis de la nueva situación política y se pronuncia en contra
tanto de la resignación reformista como de los maximalismos utópicos. Con esa
finalidad profundiza en el estudio de la lucha tendente a la constitución,
sobre nuevas bases, de la unidad de las clases trabajadoras y en el análisis de
las nuevas formas de combate necesarias para el logro de un giro a la
izquierda. Frente a los intentos de dividir a la clase obrera y al pueblo
italiano, las elecciones de 1963 conforman rotundamente la eficacia de esta
línea política. Crece así en un millón de votos la fuerza electoral del P.C.I.
El 13 de agosto de 1964, mientras presidía un Festival de la
Juventud Soviética en el campo de pioneros de Artek (Crimea), Togliatti sufre
una hemorragia cerebral y fallece en pocos días. El óbito se produce
precisamente cuando Togliatti se hallaba en el cenit de sus facultades
políticas. De ahí que el viaje a la U.R.S.S. del secretario general del P.C.I.
tuviese también por finalidad una serie de conferencias con los dirigentes
soviéticos. Con tal propósito, Togliatti había redactado un prememorial sobre
algunos problemas básicos del movimiento comunista que se ha consagrado como su
testamento político. En él se profundiza en las secuelas subsistentes de las
deformaciones suscitadas por el denominado «culto a la personalidad» y se
propugna el policentrismo del movimiento comunista internacional. Con el título
de «Memorial de Yalta» fue publicado posteriormente y –según un comentarista
político italiano– «se ha incorporado al movimiento obrero internacional a
título ejemplificador de cómo el rigor intelectual del político y la firmaza
del revolucionario se fusionan en una vida que se ha hecho histórica: la vida
de Palmiro Togliatti».
A lo largo de su amplia y activa vida política Togliatti
ofreció abundantes pruebas de su gran capacidad teórica utilizando muy diversos
medios de expresión: artículos periodísticos, informes y análisis para
organismos nacionales e internacionales, discursos parlamentarios,
intervenciones radiofónicas, instrucciones y orientaciones organizativas,
arengas electorales, entrevistas, conferencias, ruedas de prensa, prólogos,
monografías de temática variadísima que pronto aparecerán –bajo forma de obras
escogidas– en nuestro país publicadas por la editorial Ayuso. En sus trabajos
aborda Togliatti los problemas fundamentales suscitados por el desarrollo del
marxismo en Italia. A tal fin enlaza con el pensamiento de sus predecesores
–Labriola y Gramsci– situándolo en su contexto social y en el ámbito
nacional-popular. Para Togliatti, sólo colocándose en esa perspectiva se pueden
evaluar justamente no sólo las grandes experiencias de movimiento de los
Consejos de fábrica y de las sucesivas iniciativas políticas ordinovistas,
sino, sobre todo, la fundación y estructuración del Partido Comunista como
intelectual colectivo de la clase obrera.
En su preocupación por hacer de ese partido un gran partido
internacional, inserto en la tradición socialista del país, Togliatti expuso
reiteradamente su concepción de Partido Nuevo. Con tal propósito razonaba la
necesidad de abrir nuevas vías al movimiento obrero que liberase a su partido
de vanguardia tanto de la impotencia reformista como del nihilismo político que
caracteriza al maximalismo y el verbalismo pseudorevolucionario. Para lograrlo
se precisa una línea política que se identifique en todo momento con los más amplios
intereses de las masas populares desechando, por consiguiente, la típica
tentación al elitismo sectario. En el plano orgánico supone también la
superación de eventuales procesos de deformación burocrática. Precisamente
Togliatti comparte con Gramsci su apreciación de que «... la burocracia es la fuerza consuetudinaria y conservadora más
peligrosa; si llega a constituir un cuerpo solidario, autosuficiente, si se
siente independiente de la masa, el partido terminará por ser anacrónico y en
los momentos de crisis aguda es vaciado de su contenido y queda como suspendido
en el aire». De ahí la necesidad de distinguir, en la teoría y en la
práctica, el centralismo democrático del centralismo burocrático.
Togliatti aborda igualmente en sus trabajos con amplitud el
problema de la democracia. Y en todas sus facetas: como reconquista de las
libertades abolidas por el fascismo inicialmente y también en el plano de la
necesidad de profundizar en el contenido de las libertades para alcanzar la
democracia política y económica. Surge así la concepción de una democracia
avanzada –o democracia antimonopolista– que en la culminación de su desarrollo
permitiría abordar seguidamente la transición al socialismo. Así, en trabajos
como «A propósito de socialismo y democracia» y «Acerca de socialismo y
democracia», Togliatti establece sólidamente una estrecha ligazón entre el
contenido de estos conceptos. Más específicamente, considera que la existencia
y el progreso de la democracia se hallan desde hace más de un siglo –y más especialmente
hoy– ligadas a la presencia y desarrollo de los impulsos populares y de un
movimiento obrero organizado, fuerte, consciente de sus objetivos políticos y
capaz de realizarlos a través de la lucha unitaria.
Para Togliatti,
«El advenimiento de la clase obrera sobre la escena de los conflictos
económicos y sociales, con sus reivindicaciones inmediatas y sus aspiraciones a
un nuevo orden económico, ha constituido el motor del progreso democrático en
el mundo entero contemporáneo. Del peso específico que la clase obrera tiene en
la vida nacional, del grado de su conciencia política y de clase, de su unidad
y de la eficacia de su lucha depende la suerte de la democracia. El impulso
democrático no ha venido, y no viene, en la actual situación italiana de las
clases dirigentes. Ha venido, y viene, de las masas populares y de los partidos
que mejor representan y que han luchado y luchan porque los principios
constitucionales progresivos sean respetados, aplicados, desarrollados. Viene
de la clase obrera, de nosotros comunistas, de los compañeros socialistas y de
aquellos demócratas que no se han plegado al poder de la clase dirigente
burguesa y de los partidos que la representan».
Frente a la ya tópica objeción que impugna la credibilidad
del democratismo de los comunistas, pretextando las deformaciones burocráticas
experimentadas por los sistemas estatales de los países socialistas, Togliatti
razona convincentemente:
«En cuanto a los comunistas, Lenin había dicho y repetido que las vías
de acceso al poder y las formas de organización de dicho poder por la clase
obrera serían diversas unas de otras. Mas si estas enseñanzas de Lenin han sido
en parte olvidadas, no puede echarse demasiado la culpa a los comunistas que se
hallaron situados a partir de 1945 entre el entonces atrayente ejemplo de la
construcción socialista soviética por un lado y la brutal presión reaccionaria
procedente del Occidente capitalista del otro. Por eso es tanto mayor el mérito
de la investigación y de la nueva acción a la que nosotros, los comunistas,
hemos dado principio desarrollando las enseñanzas del camarada Antonio Gramsci» [8] .
Efectivamente, en las enseñanzas de Gramsci se encuentra el
fundamento de la íntima conexión entre democracia y socialismo que caracteriza
lo que Togliatti denominó Vía italiana al socialismo y que
actualmente ha alcanzado un nuevo nivel cualitativo en la concepción
del compromiso histórico elaborada por Berlinguer.
Empero si bien Gramsci utilizaba inicialmente un criterio
metodológico para fundamentar las condiciones necesarias a la hegemonía de una
clase social, Togliatti supo asimismo transferirlo a la problemática de la
transición al socialismo sobre una base pluripartidista. En las condiciones de
la correlación mundial de fuerzas propia del último tercio del siglo XX, las
sociedades industriales desarrolladas pueden –y deben, en función de las
enseñanzas derivadas de las anteriores revoluciones socialistas– afrontar la vía
al socialismo en una amplia alianza pluripartidista de todas las organizaciones
que se propongan seriamente conseguir tal objetivo. Se trata de una opción
consciente que supone para los partidos comunistas el abandono de toda
pretensión monopolística de su función dirigente. De hecho tal función
dirigente –impuesta en las excepcionales condiciones históricas en que se
desarrolló la Revolución de Octubre y el ulterior intento de edificación del
socialismo en un solo país– equivalía en la concepción gramsciana a la de
dominante. Por el contrario, actualmente los partidos comunistas a los que se
engloba bajo el poco riguroso término de «eurocomunistas» -el Partido Comunista
del Japón es típico de esa posición y rompe claramente con tal ámbito
geográfico– sostienen firmemente que su eventual papel dirigente sólo se
alcanzará situándose en la perspectiva gramsciana de la dirección intelectual y
moral. Es decir, si son capaces de obtener competitivamente esa función no
mediante medidas administrativas, sino a través de una argumentación y acción
política cualitativamente superior.
En definitiva, en esa perspectiva se han elaborado
ulteriormente los programas políticos de los partidos comunistas de los países
industrializados. Prescindiendo de los rasgos específicos nacionales que les
caracterizan singularmente –producto de su independencia estratégica y del
marco histórico-cultural en que se han desarrollado, todos ellos tienen en
común la aspiración a asumir las denominadas libertades formales, de origen
burgués, como conquistas propias e irrenunciables de la clase obrera y el
compromiso de profundizar en la democracia para lograr el socialismo.
Socialismo que, superando los condicionamientos negativos de su etapa
prehistórica, supondrá su más perfecta simbiosis con las tradiciones
democráticas que las masas han hecho suyas.
Togliatti dedicó también una gran atención a los problemas
específicos del movimiento comunista internacional. El contenido de sus
trabajos sobre el tema, muy complejo y diversificado, se condensa en la lúcida
y apretada síntesis que constituye su «Memorial de Yalta». Este famoso
documento ha constituido el fundamento teórico del policentrismo que
caracteriza al movimiento comunista internacional. No obstante la década
transcurrida desde su redacción, el texto de Togliatti conserva toda su
vigencia y, en no menor grado, su fuerza argumental:
«Mi opinión es que en la línea del presente desarrollo histórico y de sus líneas generales de perspectiva (avance y victoria del socialismo en todo el mundo) las formas y condiciones concretas de avance y victoria del socialismo serán hoy en el porvenir próximo muy distintas de lo que fueron en el pasado. Al mismo tiempo son bastante grandes las diversidades de un país a otro. Por eso cada partido debe saber moverse de modo autónomo. La autonomía de los partidos, de la cual somos nosotros partidarios decididos, no es sólo una necesidad interna de nuestro movimiento, sino una condición esencial de nuestro desarrollo en las condiciones presentes. Nosotros seremos contrarios, por consiguiente, a toda propuesta de crear una organización internacional centralizada. Somos tenaces partidarios de la unidad de nuestro movimiento y del movimiento obrero internacional, pero esa unidad debe realizarse en la diversidad de posiciones políticas concretas, correspondientes a la situación y al grado de desarrollo de cada país...» [9] .
Sin mengua de una perspectiva internacionalista global lo
nacional pasa así a un primer plano y la dimensión internacional constituye la
resultante de la confluencia de luchas nacionales llevadas a cabo en función de
las características de las fuerzas en presencia. Pero, precisamente por esto,
el modelo de avance tiene que referirse a las condiciones históricamente
alcanzadas por las luchas de clases en cada país y a las instituciones
políticas resultantes de ese conflicto histórico. Por ello –señala muy
acertadamente Togliatti– «las instituciones del Estado liberal democrático no
se concebían ya como un estadio a utilizar para ser superado después en función
del modelo soviético, sino como el modelo dentro del cual tendría que
desarrollarse la lucha por la transformación social del país» [10] .
En la concepción actual del internacionalismo esa resultante
tiene también sus puntos nodales. Estos se determinan ante todo por la
conjunción de las zonas que mayor resistencia ofrecen a la presión
imperialista. En consecuencia, el internacionalismo no pasa por la intervención
en Checoslovaquia de las fuerzas armadas del Pacto de Varsovia. Por el
contrario, se da plenamente frente a la invasión de Bahía Cochinos o el bloqueo
de Cuba, el genocidio de Vietnam, la ayuda a la defensa de los regímenes
populares de Angola y Mozambique o el apoyo a la República Popular de Corea
cuando ha sido amenazada.
Posteriormente la conferencia de Berlín ha consagrado
formalmente la independencia absoluta de cada partido comunista para elaborar
su propia línea política en función de las condiciones específicas de los
diversos países. Este principio es ya irreversible en el movimiento comunista
internacional y en definitiva así lo confirman las matizaciones que se ha visto
obligada a introducir la revista soviética Tiempos Nuevos en la
dureza inicial de su crítica a la obra Eurocomunismo y Estado de
Santiago Carrillo. Se consolida de tal modo un principio al que Togliatti
dedicó una gran atención en el documento que se considera su testamento
político y de cuya conexión con la ampliación de la democracia también era
consciente. Así lo corrobora al afirmar:
«En conjunto, nosotros partimos en la elaboración de nuestra política
de las posiciones del XX Congreso (del P.C.U.S., en el que se discutió el
informe de Jruschov sobre Stalin). Pero también esas posiciones tienen
necesidad hoy de ser ahondadas y desarrolladas. Por ejemplo, una reflexión más
profunda sobre la posibilidad de una vía pacífica de acceso al socialismo nos
lleva a precisar qué es lo que nosotros entendemos por democracia en un Estado
burgués, cómo se pueden ensanchar los límites de la libertad y de las
instituciones democráticas y cuáles son las formas más eficaces de
participación de las masas obreras en la vida económica y política. Surge así
la posibilidad de conquistar posiciones de poder por parte de la clase
trabajadora en el ámbito de un Estado que no ha cambiado su naturaleza de
Estado burgués y, por tanto, la de su es posible la lucha por una progresiva
transformación desde el interior de esa naturaleza. En países donde el
movimiento comunista se haya hecho fuerte como el nuestro (o en Francia) esta
es la cuestión de fondo que surge de la lucha política. Ella lleva consigo
naturalmente una radicalización de esa lucha, y de ella dependen las ulteriores
perspectivas».
La década transcurrida desde la redacción del «Memorial de
Yalta» ha confirmado plenamente las previsiones de Togliatti. En nuestra
perspectiva nacional se ha producido también una cierta clarificación.
Cualesquiera que sean las vicisitudes que todavía deberemos afrontar, somos
conscientes de las oportunidades, y de los riesgos, que se ofrecen al
movimiento obrero y demás fuerzas sociales que tratan de abolir definitivamente
la explotación del hombre por el hombre. Constituimos también un factor
importante en la posibilidad de lograr una vía específica al socialismo propia
de la Europa Meridional. Socialismo que, sin dogmatismos preconcebidos y sobre
la base del pluralismo filosófico y el pluripartidismo, puede superar
positivamente la escisión que en la década del 20 sufrió el movimiento obrero.
Para lograrlo será igualmente necesario que, inspirándose en la perspectiva de
la unión de la izquierda francesa-una vez que ésta supere su crisis actual–,
los partido socialistas de Europa Meridional abandones las tentaciones
«socialdemócratas» de servir de buenos gerentes al capitalismo para plantearse
seriamente la vía al socialismo. Al parecer, ese es definitiva el objetivo
tanto del P.S.O.E. como del Partido Socialista Francés, y por ello, desde una
perspectiva global de izquierda, debemos acoger con satisfacción sus éxitos.
Algunos comentaristas políticos opinan que, en la medida que los partidos
comunistas van asumiendo plenamente el democratismo político, los partidos
socialistas –por reacción natural– se plantean con mayor consecuencia la
obtención del socialismo. Ello proporciona una base objetiva para un proceso
unitario a medio plazo una vez que se supere la actual competitividad por un espacio
político muy semejante. Aunque esta tesis requeriría algunas matizaciones,
asumimos, sin embargo, plenamente su aspiración de que, en un proceso
previsible en sus líneas generales, pueda lograrse la unidad de la izquierda
española y ulteriormente el objetivo común de todos los que aspiramos a una
sociedad socialista totalmente desarrollada.
Notas
[1] José
María Laso Prieto, «Hacia
un nuevo uso alternativo del Derecho», Argumentos, número 3, julio-agosto
1977, págs. 48 y sigs.
[2] Palmiro
Togliatti, «Gramsci y el leninismo», del volumen Gramsci y el marxismo,
Editorial Proteo, Buenos Aires, 1965, pág. 15
[3] «Por
qué leer a Labriola», prólogo de Manuel Sacristán a Socialismo y filosofía, de
Antonio Labriola. Alianza Editorial, Madrid, 1969, pág. 10.
[4] De
un trabajo de M. Sacristán acerca del pensamiento filosófico de Gramsci,
publicado en separata de un suplemento de la Enciclopedia Espasa a comienzos de
la década del sesenta.
[5] Del
prólogo de Gustavo Bueno a nuestro trabajo Introducción al pensamiento de
Gramsci, Editorial Ayuso, Madrid, 1973, pág. 9.
[6] Giuseppe
Fiori, Vida de Antonio Gramsci, E. Península, Barcelona, 1969, pág. 83.
[7] Paolo
Spriano, Gramsci e L´Ordine Nuovo, Editori Reuniti, Roma, 1965, pág. 35.
[8] Palmiro
Togliatti, La vía italiana al socialismo, Ediciones Roca, Méjico, 1972, pág.
96.
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[9] «Memoria
de Palmiro Togliatti sobre las cuestiones del movimiento obrero internacional y
de su unidad», Realidad, núm. 4, Roma, noviembre 1964, pág. 62.