
Una valoración crítica de la globalización neoliberal podría
enriquecerse considerablemente empleando el aparato conceptual forjado por
Antonio Gramsci para explicar la modernización del capitalismo ocurrida en las
décadas de 1920 y 1930, designada con los nombres de americanismo y fordismo. Después
de apuntar los elementos centrales del planteamiento de Gramsci sobre el tema,
el presente trabajo propone recuperar la categoría gramsciana de revolución
pasiva, la cual permite colocar en el centro del análisis el tema de la
hegemonía y considerar diversas formas de Estado, como el keynesiano y el neoliberal,
en función de los intentos de las fracciones de clase dominantes para superar
crisis no sólo económicas sino de hegemonía. Mediante la crítica de algunos
principios básicos de la ideología neoliberal, el texto persigue aportar
elementos para una interpretación no economicista de la globalización
neoliberal.
Consideraciones
iniciales
Una vez más, los economistas nos encontramos frente a un
callejón sin salida. El paradigma que arrogantemente aspiró a echar por la
borda al keynesianismo es cuestionado por sus otrora defensores; aunque no
pocos todavía se obstinan en cerrar los ojos ante el horror económico parido
por el neoliberalismo. El viejo paradigma tampoco puede defenderse a ultranza y
muchos piensan que lo que aspiró a ser una teoría general era en esencia más
particular de lo que pretendía. En este tortuoso escenario seguimos dando
vueltas en círculo y volvemos a rumiar antiguas convicciones. Por ello quizá
sea sano abrir las ventanas y dejar entrar aires de otras disciplinas y
permitirnos impulsar por alientos de pensadores que no hemos tomado en cuenta,
para armarnos teóricamente y fortalecer nuestra capacidad analítica. Entre los
cerebros más lúcidos en la historia de la humanidad hay uno de quien todavía
tenemos mucho por aprender y cuyas reflexiones y categorías pueden servirnos,
con un poco de imaginación y espíritu abierto, de cimiento para nuevas construcciones,
de cuya eventual fortaleza o debilidad, desde luego, seremos los únicos responsables.
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En el momento histórico actual se hace más evidente que nunca antes la imposibilidad
de “pensar” la historia como simple “historia nacional”, pues la historia —como
estaba convencido Antonio Gramsci— es total y universal, en cuanto tendencia del
desarrollo social global que adquiere formas concretas nacionalmente. Volvamos la
mirada a Gramsci, no para pedirle que nos repita la historia de su época, sino para
plantearle las acuciantes preguntas que nos dicta la nuestra.
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