- La estricta política de austeridad de la señora de Ulrich Merkel es una forma de protección a su industria y banca, y recuerda, quizá demasiado, la patriótica reacción ante la crisis de Weimar.
- "Marx es el máximo investigador de temas económicos y socialistas de nuestro tiempo. A lo largo de mi vida he entrado en contacto con numerosos estudiosos, pero no conozco a ninguno que sea tan erudito y profundo como él” / M. A. Bakunin, 23 de enero de 1872
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Esculturas de Marx en Triers (Treveris) ✆ Ottmaer Hoerl |
Marx no recuerda todo: tiene una confusa memoria del futuro.
Murió en 1883, un 14 de marzo. A su entierro, en el cementerio de Highgate,
asistió una docena, escasa, de personas. Alemania de Merkel: cuarto episodio de
la saga. Y escrito en romanos da, si cabe, más miedo: IV Reich, el del ajuste,
la explotación y el recorte. “Había algo más que yo echaba en falta en las
usuales valoraciones de Marx. Siempre se ponía mucho énfasis en el Marx
pensador, el teórico. Yo sabia que Marx fue un revolucionario
extraordinariamente activo, primero como periodista rebelde en Alemania,
después dentro de las asociaciones de trabajadores en París y en la Liga
comunista de Bruselas.”, escribe Howard Zinn en el prólogo de Marx en el
Soho (Hiru, 2002).
“Le encontramos
dormido suavemente en su sillón, pero para siempre”, dijo Engels en su
entierro. Tenía 64 años. Había nacido en Tréveris (5 de mayo de 1818) y
entendido, clarividencia científica, antes, incluso, de la “ruptura
epistemológica” de la que habló, Bachelard al fondo, el bueno de -anda en el
limbo- Louis Althusser, que la expansión de la burguesía -la casta neoliberal-
iba a ser necesariamente global.
En el Manifiesto del Partido Comunista (primera
edición, Londres, febrero de 1848), dos jóvenes, Engels anotó después que la
mayoría de las ideas eran de Marx, intuyeron la inevitable globalización: “la
necesidad de una venta cada vez más expandida de sus productos lanza a la
burguesía a través de todo el orbe. Ésta debe establecerse, instalarse y entablar
vinculaciones por doquier. En virtud de su explotación del mercado mundial, la
burguesía ha dado una conformación cosmopolita a la producción y al consumo.”
El polvo acumulado, a medida que pasan las hojas, se eleva formando una
cortina, una red, en el estadio actual de marasmo, de respuestas
imprescindibles.
Leer a Marx no es leer a Aristóteles. Marx es acción,
movimiento transformador, crítica del Estado y de sus aparatos de coerción, la
teoría del valor y la plusvalía; Marx formulará también -Lenin será más
concreto- el instante revolucionario, el tempo revolucionario,
partiendo de que el carácter de la sociedad está determinado por su modo de
producción. La socialdemocracia de tul e ilusión enterró a Marx: cátedras y
seminarios analizaron, hasta el morfema, sus peligrosos trabajos.
Marx, venerable patriarca, escribió -no sin ironía- Anselmo
Lorenzo. Canónico, fosilizado, su obra es una estampita multicolor en el
santuario de la Academia: un cadáver exquisito. Pero el Manifiesto salta
a los ojos, atraviesa corazón y cerebro, explica el mundo y concibe otro. A
Marx, agudo periodista, le hubiera gustado verlo circular, fotocopiado o en
soporte digital, por la emotiva pluralidad del 15M. He citado el MPC tomando
una reliquia bibliográfica. La incompleta OME, volumen 9, Crítica, 1978, edición
dirigida, también en el limbo, por Manuel Sacristán. Marx conoce el arranque
del imperialismo e intuye la mundialización del capital. De la crisis/estafa
financiera, y de la repartición desigual de sus costes, humillación al
esclavizado Sur incluida, ya se encarga Alemania y sus sometidos gobiernos
locales.
Es posible que Angela Dorothea Kasner, señora de Ulrich
Merkel, física por Leipzig (entonces RDA), Premio Carlomagno, estudiase
cuántica y partículas elementales viendo imágenes, retratos y bustos de Marx.
Barba blanca, bigote levemente oscuro: le llamaban El Moro. La dama del rigor,
igual que hizo la de hierro en GB, devuelve a Alemania al lugar que su Volksgeist cree
que debe estar. Su estricta política de austeridad, una forma de protección a
su industria y banca, recuerda, quizá demasiado, la patriótica reacción ante la
crisis de Weimar.
Marx lo explica mejor: “Hegel
dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia
universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar:
una vez como tragedia y la otra como farsa.” (El Dieciocho Brumario de Luis
Bonaparte, Editorial Progreso, Moscú, 1978). El IV Reich es la farsa neoliberal
de un modelo en descomposición. El encendido romanticismo alemán, frente a la
racional ilustración francesa, está presente en el destino y la identidad
nacional del (otro) pueblo elegido. Algo de esto describe, con acierto, Modernidad
y holocausto (1989; en español, Sequitur, 1997), el sociólogo Zymunt
Bauman, antes de convertirse en el analista fetiche de las clases medias: Señor
de lo Líquido.
“Acaso no haya otro
país, salvo Turquía, tan poco conocido y erróneamente juzgado por Europa como
España”, sintetizó en un artículo publicado en el New York Daily Tribune,
el 21 de agosto de 1854. Una vez más, sus expresiones parecen escritas ayer,
dirigidas contra el desprecio, racismo de clase, del Norte. Alejemos la idea
del pensador en la torre de marfil; evitemos el anquilosamiento místico del
clásico. Seamos irreverentes con Marx, atrevidos, y consideremos, igual que
hacían sus contemporáneos, amigos o enemigos, Conversaciones con Marx y
Engels de H.M. Enzensberger (Anagrama, 1974), los trabajos, panfletos y
cuerpo doctrinal como herramientas de generación de conciencia y agitación:
instrumentos.
Marx es un pensador de la acción, para la acción, un
aldabonazo en la estructura social y patrimonial de la segunda mitad del siglo
XIX. Su lectura, hoy, contra el furor de las formas extremas de monetarismo,
contra la idea de que no existe -fin de la Historia hegeliana- alternativa al
capitalismo, desvela (y ridiculiza) el mito del pensamiento dominante. Con una
leve adecuación terminológica al presente, el Moro resurge como el indignado
consciente, un militante de la transformación que, además de rodear el
Congreso, agitar las burocracias de los partidos de izquierda y apuntarse a
todas las plataformas posibles, asume la complejidad: nunca la derrota. Como
dice el personaje Marx en la obra citada de Zinn: “¿No os habéis preguntado
nunca por qué es necesario declararme muerto una y otra vez?”