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Karl Marx ✆ Evan Walsh |
- «Mientras que Marx subrayaba la importancia de las condiciones objetivas de la revolución, Gramsci desarrolló, en un periodo posterior, aprovechando la experiencia de la Revolución Soviética, la teoría del consenso como teoría subjetiva de la revolución socialista.» / Adam Schaff
I. Inicios del
pensamiento emancipador
II. Valoración por
Marx y Engels del socialismo utópico
Marx y Engels, no obstante la crítica científica que
realizaron del socialismo utópico, siempre valoraron positivamente las
aportaciones geniales de tales socialistas utópicos a la doctrina de la
emancipación social, pero dejando también constancia de que el socialismo
utópico era incapaz de aglutinar una fuerza social revolucionaria o de
transformación social. Realmente, ni siquiera lo pretendían los socialistas
utópicos, ya que basándose en grandes ideas abstractas, expresadas siempre con
mayúsculas (Justicia, Libertad, Igualdad, Fraternidad, &c.) no se dirigían
a una clase social concreta sino al conjunto de la sociedad. Para los
elaboradores del socialismo utópico, el problema social no radicaba en una
contradicción o contraposición de intereses sociales, que por su antagonismo
revestía la forma de lucha de clases, sino que su origen se debía a la
ignorancia –tanto por parte de los explotadores como de los explotados–, de una
concepción justa de la sociedad. Según los socialistas utópicos del siglo XIX, para
disipar esa ignorancia bastaría con la realización del ideal colectivista, a
través de la implantación de un modelo de comuna, falansterio, comunidad
colectiva, &c.
III. La perspectiva
de Marx y Engels
La perspectiva de Marx y Engels fue diametralmente opuesta a
la de los socialistas utópicos. Compartiendo con los grandes socialistas
utópicos la indignación moral contra la explotación, la opresión y el dominio
de clase, no basaron su teoría emancipatoria en los grandes ideales éticos
expresados con letras mayúsculas, sino en el estudio científico de la sociedad
real a transformar. En una carta que Carlos Marx dirigió a su amigo Wedemeyer,
le explicó que él no había descubierto la existencia de las diferentes clases
sociales, ni elaborado la teoría que explicaba su lucha. Según Marx, su
aportación a la teoría social se centraba en la culminación de la lucha de
clases en la dictadura del proletariado o dominación económica, política y
social de la clase obrera sobre el conjunto de la sociedad.
Sobre la base del estudio de la realidad social a
transformar, Marx y Engels aportaron a la teoría del proceso emancipatorio del
proletariado los siguientes puntos nodales:
1. Una concepción del mundo racional: el materialismo filosófico no mecanicista
2. Un método de análisis de la realidad: la dialéctica materialista revolucionaria.
3. Una teoría del desarrollo social: la concepción materialista de la historia y la función de la lucha de clases como motor de la historia.
4. La especificidad de la función del proletariado en la lucha de clases. Su misión como clase universal.
5. El descubrimiento de las leyes que rigen el origen y desarrollo del Capitalismo, así como las leyes de la acumulación y concentración del capital.
6. La teoría de la plusvalía como fundamento del desenmascaramiento de la explotación capitalista.
7. El principio universal del internacionalismo proletario.8. La formulación de las premisas generales para lograr el tránsito del Capitalismo al Socialismo.
IV. Valoración de
Marx
La mayoría de los filósofos e historiadores contemporáneos,
coinciden en considerar que junto con Newton, Darwin, Einstein y Freud, Marx ha
contribuido decisivamente a configurar nuestra época. A partir de Marx ha
cambiado nuestra concepción de la filosofía, de la Historia, de la economía, la
sociología y la política e incluso, de la ética y de la estética. Los hombres
actuales casi no somos capaces de concebir que, prácticamente cuando hablamos o
pensamos, utilizamos conceptos y categorías marxistas. En esta situación están
también incluidos algunos empresarios capitalistas.
De hecho, el impacto de la obra de Marx sobre la sociedad ha
sido tan considerable como notoria su influencia sobre el destino de los
trabajadores y de los pueblos. En ese sentido, el haber dotado a la clase
obrera, y a los pueblos en general, de los instrumentos teóricos necesarios
para que éstos puedan abordar su proceso autoemancipatorio, ha constituido un
verdadero hito de la historia universal. Las grandes revoluciones sociales de
nuestra época se han desarrollado bajo la inspiración y la bandera del
marxismo: Revolución Soviética de Octubre, Revolución China, Revolución
Vietnamita, Revolución Cubana. También las luchas contra el colonialismo y por
la emancipación de los pueblos dependientes, han tenido una fuerte impregnación
de la teoría emancipatoria marxista.
Los trabajadores que siguen sometidos al régimen de
explotación capitalista también se han beneficiado del impacto del marxismo
sobre la sociedad. Aunque, por una ironía de la historia, las teorías
revolucionarias de Marx han tenido una mayor incidencia sobre los países
subdesarrollados, no por ello tal incidencia es despreciable en Occidente. Si
bien es cierto que la fuerte implantación de la clase dominante en los países
occidentales ha impedido profundos procesos revolucionarios de transformación
social en tales países, sin embargo el marxismo ha proporcionado a los
trabajadores occidentales conciencia de su fuerza social y orientación de como
aplicarla. Ello ha obligado a la clase dominante a hacer importantes
concesiones en la lucha de clases, que no cambia la esencia del sistema
capitalista, ya que subsiste la explotación de los trabajadores. El «Estado del
Bienestar» (Welfare State), que ha sido una de las consecuencias de tales
concesiones, no obstante sus limitaciones, que varían según los países, ha
supuesto una cierta mejoría del nivel de vida de los trabajadores. De ahí que
la actual ofensiva neoliberal contra tales conquistas sociales trata de
retrotraer a los trabajadores al estado de indefensión en el que se encontraban
a comienzos del siglo XIX.
V. Causas de la
permanente significación del marxismo
Según el gran historiador marxista británico Eric Hobsbawm,
las causas de la permanente significación del marxismo, son:
1. Su abierta crítica del sistema
capitalista. Si el Capitalismo hubiese resuelto los problemas de muestra época,
nadie se ocuparía ya de una teoría, como la marxista, cuya esencia sigue siendo
la critica del Capitalismo.
2. La transformación del mundo
que han emprendido personas inspiradas por Marx ha sido efectivamente colosal.
Un tercio del mundo ha sido, de una u otra forma, transformado, y este es un
elemento que hace mantener el interés por el marxismo. Por esa razón, el
marxismo continúa siendo una alternativa de forma de vida.
3. El marxismo es una forma de
pensar, la cual ha inspirado a diversas generaciones. Reviste una importancia
particular la concepción materialista de la historia.
VI. Crisis y vigencia
del marxismo
Los procesos de crisis del denominado modelo de socialismo
real que culminaron con la desintegración del Bloque de Estados socialistas de
Europa central y oriental, ha suscitado con fuerza la existencia de una crisis
global del marxismo que conduciría a su obsolescencia definitiva como teoría
del desarrollo social.
En realidad, el tema de la eventual crisis del marxismo no
es nuevo, ya que puede remontarse hasta los propios orígenes del marxismo como
teoría revolucionaria. Ello suscitó la afirmación irónica de Lenin, de que la
vitalidad y vigencia del marxismo encontraba su mejor confirmación en el hecho
de que sucesivas generaciones de profesores se habían dedicado a refutar el
marxismo, o a darlo por fracasado, muerto u obsoleto. Así se produjeron diversas
batallas ideológicas contra la denominada «hidra marxista». Esta lucha
ideológica no obtuvo nunca resultados definitivos. Este fenómeno ha quedado muy
bien caracterizado por el sociólogo Ramesh Mishra en su obra El Estado de
Bienestar en crisis. Pensamiento y cambio social, cuando dice:
«El marxismo quizás sea la aventura política e intelectual más
fascinante de muestro tiempo. Política revolucionaria, religión secular,
fantasía utópica, teoría social, análisis duro y teórico del capitalismo,
filosofía de la historia, socialismo científico, y muchas cosas más a la vez,
ha estado amenazando al capitalismo por más de un siglo. En más de una ocasión,
sus contrincantes burgueses han estado convencidos de que al fin descansaba en
el cementerio de la historia de las ideas. En todas las ocasiones, ha regresado
de la muerte para burlarse de la ciencia social «burguesa» y para cuestionar
sus vanas pretensiones. La buena suerte ha sonreído al marxismo, cuando la
buena fortuna del capitalismo palidecía. No es de extrañar, por lo tanto, que
en la década del 70, cuando la economía capitalista se enfrentaba a graves
problemas, la sombra del marxismo volvía a ocupar un puesto importante.»
En ese sentido, el fenómeno que se había denominando,
durante muchas décadas, la «crisis del marxismo» –también en algunos casos,
«crisis y obsolescencia del marxismo»– había constituido, fundamentalmente, una
batalla ideológica promovida por los enemigos del marxismo para neutralizar su
operatividad revolucionaria. De ahí su rechazo académico, durante más de un
siglo, y las numerosas obras publicadas con la finalidad de refutar al marxismo
o considerarlo obsoleto.
VII. La operatividad
del marxismo
A pesar de la presunta obsolescencia del marxismo, no
obstante, a todo lo largo de los siglos XIX y XX, el marxismo siguió
demostrando su operatividad tanto en el plano de la metodología de la
investigación científica como en el de la elaboración y aplicación del marxismo
al análisis de la situación de diversos países. Para confirmar esta opinión,
bastaría con citar el reconocimiento que muy diversos científicos –de distintos
campos de la investigación científica– han realizado de la ayuda que la
metodología marxista les proporcionó en sus tareas de investigación y en sus
trabajos científicos. A su vez, en el plano de la praxis política, el marxismo
demostró una fecundidad sin precedentes en la historia de las ideas y de las
teorías políticas. Los mayores movimientos de masas de nuestro tiempo, fueron
suscitados e impulsados por el marxismo. Bajo la inspiración del marxismo
surgieron, se desarrollaron y adquirieron operatividad suficiente para cambiar
la historia de diversos países.
Aunque no en las condiciones previstas inicialmente por Marx
y Engels, como consecuencia de la directa aplicación de las estrategias
marxistas, se realizaron revoluciones sociales como las que tuvieron lugar en
naciones como Rusia, China, Vietnam, &c. La estrategia revolucionaria de
Lenin, tan didácticamente expuesta en obras como ¿Qué hacer?, Dos tácticas de
la socialdemocracia en la revolución democrática y en Las tesis de Abril, no
constituía una desviación de los principios revolucionarios del marxismo, sino
de su aplicación creadora a unas condiciones políticas concretas. La tesis de
Lenin sobre la posibilidad de la ruptura del eslabón más débil de la cadena
imperialista –basada en la profundización que Lenin realizó de los análisis
marxistas del capitalismo monopolista– se confirmó plenamente con el desarrollo
de la Revolución Soviética de Octubre de 1917. Contrariamente al proceso de
«exportación de la Revolución» que se realizó en la década del 40, en los
países de Europa oriental y central ocupados por el Ejército soviético, al
liberarlos de los nazis, en los territorios dominados secularmente por el
Imperio Zarista tuvieron lugar auténticos procesos revolucionarios que no
contradecían las premisas objetivas y subjetivas que los clásicos del marxismo
habían considerados indispensables para su éxito inicial y consolidación
posterior. No obstante, tanto los clásicos del marxismo como el propio Lenin
habían considerado siempre que esa consolidación, y la ulterior construcción
del socialismo, sólo se podría realizar satisfactoriamente si el proceso tenía
carácter universal y se desarrollaban revoluciones socialistas en diversos
países europeos. Precisamente, fue el fracaso de tales procesos revolucionarios
–especialmente los de Alemania–, en gran parte consecuencia del respaldo de los
dirigentes socialdemócratas a sus respectivas burguesías, y la necesidad de
que, por eso, se tuviese que intentar la edificación del socialismo en un sólo
país aislado y atrasado, uno de los factores más relevantes que determinaron la
ulterior deformación del régimen soviético que hizo crisis en el proceso de la
«perestroika».
VIII. Las estrategias
revolucionarias
Las estrategias revolucionarias, aplicables a los países
occidentales del capitalismo avanzado, también se inspiran en el marxismo.
Tanto en las tesis originales de Marx y Engels, como en la
posterior concepción de Gramsci, expuesta en su trabajo Guerra de movimientos y
guerra de posiciones –utilizando una metáfora bélica, basada en los conceptos
de bloque histórico, hegemonía, &c.– las estrategias revolucionarias del
marxismo suscitan la posibilidad de que el marxismo, como método de análisis de
la realidad social a transformar, y como proyecto emancipador de clase, haya
quedado gravemente afectado por el fracaso, al menos temporal, de la
experiencia socialista que de 1917 a 1991 se realizó en la URSS. Tal tesis
podría encontrar un fundamento en quienes sostienen la tesis de que, sin las
consecuencias que se derivaron de la Revolución Soviética de 1917, concretadas
en la posterior creación de un sistema de Estados socialistas –cualquiera que
fuese el grado de su deformación burocrática– Marx no habría pasado de ser uno
de tantos reformadores sociales que se han dado a lo largo de la historia del
género humano. De ahí que no obstante haber sido la tesis de la crisis del
marxismo un tema recurrente –desde que Marx y Engels desarrollaron la tesis del
socialismo científico, o marxismo–, es también cierto que la crisis y
hundimiento posterior de los regímenes sociales que habían adoptado el modelo
del denominado socialismo real constituye un viraje histórico suficiente para
considerar la existencia real de una crisis global del marxismo.
IX. El marxismo y las
consecuencias históricas de la Revolución soviética
En la más de una década transcurrida desde la desintegración
de la URSS, y del sistema de Estados socialistas que en Europa central y
oriental se habían nucleado en torno a su hegemonía, se han publicado diversos
trabajos, del más diversificado significado político, tratando de explicar la
causa de tal proceso de crisis, y las consecuencias teóricas que de ellas
podrían derivarse, respecto a la vigencia del marxismo. En ese sentido ha sido
quizás el filósofo y sociólogo polaco Adam Schaff quien más ha profundizado en
el análisis de dicha temática.
En una síntesis periodística de su posición, publicada con
el titulo de «La venganza póstuma de Marx», en el diario español El País,
Schaff sostenía que la causa fundamental del hundimiento del sistema de Estados
socialistas de los países de Europa central y oriental había sido que en su
implantación y desarrollo no se habían respetado las condiciones objetivas y
subjetivas que Marx había considerado indispensables para la edificación de la
sociedad socialista. De ahí el titulo de su artículo, ya que Marx, en cierto
modo, se había vengado póstumamente de esa falta de respeto. Tal metáfora
suponía sostener, de hecho, que el hundimiento del modelo de «socialismo real»,
lejos de refutar las tesis del marxismo, constituía la más plena verificación
en una práctica histórica determinada.
Debe precisarse que Adam Schaff, al analizar esa falta de
condiciones objetivas y subjetivas, no se refiere a la iniciación de la
Revolución Soviética de Octubre, donde sí considera que se daban tales
condiciones, sino al intento posterior de edificar el socialismo, donde tales
condiciones evidentemente faltaban.
Empero Adam Schaff no limitaba a Marx la necesaria
referencia teórica acerca de las condiciones necesarias para la eficiente
edificación de una sociedad socialista. Precisando el problema, a juicio de
Adam Schaff, la constitución del proletariado como una clase dominante
significa la fundación de un nuevo tipo de Estado basado en unos principios
político-jurídicos nuevos y específicos suyos, lo que no está en contradicción
con que este Estado nuevo pueda, si es necesario, utilizar la violencia para
aplastar la resistencia de las viejas clases dominantes. Precisamente en esto
era en lo que pensaba Engels cuando sostenía que la República Democrática es
una forma específica de dictadura del proletariado; en esto pensaba también
Gramsci, alguien de quien no se ha valorado suficientemente su calidad de
teórico marxista, cuando subrayaba la contraposición entre el concepto de
hegemonía político-moral del proletariado y el concepto de hegemonía
administrativa. Es decir, realizada a través de la pura violencia, no apoyada
en ningún consenso social.
X. Las dos hegemonías
Es obvio, sin más, que una «dictadura sin proletariado» así
concebida no excluye la posibilidad del pluralismo, tanto en el terreno
político (partidos), como en el ideológico, y esto es lo que tenía Engels
presente cuando sostenía que la República Democrática sería la forma especifica
de dictadura del proletariado en la etapa de transición del capitalismo al
socialismo. Por su parte, la dictadura de la burguesía, en el marco del Estado
burgués, no excluye, cuando adopta la forma de una República así, el pluralismo
político interclasista.
La fórmula de Lenin, según la cual la dictadura del
proletariado suponía un ejercicio del poder no limitado por ningún principio
jurídico, respondía a las condiciones de la sangrienta lucha contra la
contrarrevolución, que se dio en Rusia durante la guerra civil entre blancos y
rojos, y era la expresión del «terror rojo» surgido como respuesta al «terror
blanco». Es decir, era la expresión de una fórmula acuñada in extremis. Lenin
era, sobre todo, un teórico y un práctico de la revolución, y ésta no fue la
única vez que dio una configuración de definición general a una formulación muy
determinada, coherente con las necesidades inmediatas de la lucha y la
situación relacionada con ella. Para conseguir precisar debidamente si el
proceso de deformación sufrido por el desarrollo ulterior de la Revolución
Soviética suscitaba, o no, una crisis del marxismo, Adam Schaff intenta
resolver también algunas de las confusiones originadas por las distintas
interpretaciones que se han realizado del concepto de dictadura del
proletariado. Y así argumenta:
«Como ya señalábamos en las consideraciones anteriores, no puede haber
ninguna duda en lo relativo a que Marx y Engels defendían la necesidad de «una
dictadura del proletariado» como período de transición, y que Marx consideraba
esta tesis como su aportación fundamental y original a la teoría de la lucha de
clases; pero también está fuera de toda duda que Marx y Engels le daban al concepto
un carácter distinto al que posteriormente le dio Lenin, particularmente en
algunas formulaciones extraordinariamente exageradas del periodo de la guerra
civil, y, en particular, un contenido distinto al que adquirió el concepto de
dictadura del proletariado en el periodo en que Stalin dirigió el PCUS y el
Estado soviético. Por consiguiente, puesto que en ambos casos se entienden
contenidos distintos, bajo los mismos términos. Pensemos en la definición
engelsiana de la dictadura del proletariado como República Democrática, y en la
formula leninista como un poder no limitado por ningún principio jurídico;
pensemos también en la definición de Gramsci, y en su distinción entre la
dictadura del proletariado como coerción administrativa, y como hegemonía política
y moral. Existe el peligro de una equiparación, como fruto de un malentendido
semántico. Por eso parece oportuno y justificado abandonar una designación
actualmente equívoca y centrarse en la especificación de las nuevas
intenciones.»
XI. La Revolución
Soviética cumplió las condiciones exigidas por Marx
Estas precisiones de Adam Schaff acerca de la deformación
que sufrió el concepto de «dictadura del proletariado» –y sobre todo, su
práctica aplicación– no pretenden rechazar la Revolución Soviética, ya desde su
fase inicial. Se refieren a la etapa histórica que se inicia con la victoria de
Stalin contra Trotsky y la vieja guardia bolchevique y, sobre todo, al intento
de implantar el socialismo manu militari, a pesar de que entonces no se daban
las condiciones objetivas que el marxismo consideraba indispensables para
construir una sociedad socialista. Respecto a la Revolución Soviética de
Octubre de 1917, la posición de Adam Schaff es rotunda:
«La Revolución de Octubre fue una revolución socialista adecuada a las
condiciones y circunstancias sociopolíticas de la Rusia zarista de 1917. Y,
además, a una combinación muy particular de la misma, porque, como es sabido,
Lenin no excluyó otro modelo posible de revolución socialista rusa: el de una
evolución política hacia el socialismo sobre la base de un pluralismo político,
al menos entre la izquierda.»
Globalmente, Adam Schaff llega a la conclusión, a través del
análisis concreto de los procesos de deformación que el socialismo sufrió en
los países de Europa central y oriental, donde se impuso el modelo de
socialismo real, que la práctica histórica había confirmado la certera visión
de Gramsci sobre la imposibilidad de construir una sociedad socialista, sin
haber logrado, previa o simultáneamente, el consenso ampliamente mayoritario de
la población del país concernido. Consenso que sólo puede lograrse actuando en
el campo de la cultura, para conseguir implantar la hegemonía cultural y moral
del nuevo Bloque Histórico emergente. La aportación específica de Gramsci en el
campo de la previsión científica para la transformación social, la sitúa muy
bien Adam Schaff, al precisar:
«Mientras que Marx subrayaba la importancia de las condiciones
objetivas de la revolución, Gramsci desarrollo, en un periodo posterior,
aprovechando la experiencia de la Revolución Soviética, la teoría del consenso
como teoría subjetiva de la revolución socialista.»
Este tema de las condiciones necesarias para la revolución
socialista –tanto de las objetivas como de las subjetivas– Adam Schaff lo
considera suficientemente relevante para dilucidar si el destino final de los
Estados socialistas, surgidos como consecuencia de los efectos inmediatos o
posteriores de la Revolución Soviética, confirman o ponen en cuestión la teoría
marxista. Como consecuencia de su preocupación por esta problemática, Adam
Schaff la plantea, tanto en forma general como en su especificidad concreta, en
el proceso histórico que el denomina el caso polaco. En el plano general,
precisa:
«La realización del socialismo, como forma de sociedad superior no es,
pues, cosa puramente dependiente de la voluntad. No puede reducirse simplemente
a los píos deseos de los hombres. La esencia de la cosa debe cifrarse en la
tesis marxista de que, para la victoria del socialismo, no sólo es de todo
punto necesario que los hombres que llevan a cabo la revolución socialista quieran
tal victoria, sino que puedan asimismo alcanzarla en las correspondientes
condiciones concretas. La conciencia de que el triunfo de la Revolución (en el
sentido más amplio de la realización de relaciones interpersonales
cualitativamente nuevas en la sociedad, no en el restringido del derrocamiento
de la burguesía) no depende exclusivamente de la voluntad de quienes luchan por
él, sino también de los elementos necesarios para la configuración de una nueva
sociedad, diferencia –entre otras cosas– la aproximación científica del
marxismo, a los problemas del socialismo, de las ensoñaciones de los
socialistas utópicos y de los anarquistas. La conclusión a deducir, de todo
ello, será sin duda, en cuanto altamente sobria y racional, una ducha fría para
la impetuosidad de determinados exaltados extremistas: el socialismo, en modo
alguno, puede –ni debe– ser realizado ad libitum, sino allí donde se dan las
condiciones necesarias. Allí, en fin, donde las condiciones económicas y
sociales están maduras para ello. Sobre estas circunstancias y condiciones Marx
se manifestó en muchas formas: en La ideología alemana, por ejemplo,
encontramos un paso, que por su pregnancia y laconismo, puede ser considerada
como una aportación clásica al tema. Marx escribía entonces así: "esta
alienación sólo puede ser superada, como es lógico, en base a dos supuestos
prácticos:
1. Que se convierta en un poder, contra el que hay que alzarse , tiene que hacer de la masa de la humanidad una masa absolutamente 'desposeída' y, al mismo tiempo, en contradicción con un mundo presente de riqueza y cultura, cosas ambas que presuponen un gran aumento de las fuerzas productivas; un alto grado evolutivo de las mismas.
2. Por otra parte, este desarrollo de las fuerzas productivas, es un presupuesto práctico de todo punto necesario, precisamente porque sin él sólo se realizaría la escasez, de modo pues, que con la necesidad tendría de nuevo que dar comienzo, de nuevo, la lucha por lo necesario y otra vez comenzaría la mierda anterior... El comunismo sólo es empíricamente posible 'de una vez', y simultáneamente con la obra de los pueblos dominantes".»
1. Que se convierta en un poder, contra el que hay que alzarse , tiene que hacer de la masa de la humanidad una masa absolutamente 'desposeída' y, al mismo tiempo, en contradicción con un mundo presente de riqueza y cultura, cosas ambas que presuponen un gran aumento de las fuerzas productivas; un alto grado evolutivo de las mismas.
2. Por otra parte, este desarrollo de las fuerzas productivas, es un presupuesto práctico de todo punto necesario, precisamente porque sin él sólo se realizaría la escasez, de modo pues, que con la necesidad tendría de nuevo que dar comienzo, de nuevo, la lucha por lo necesario y otra vez comenzaría la mierda anterior... El comunismo sólo es empíricamente posible 'de una vez', y simultáneamente con la obra de los pueblos dominantes".»
XII. Recapitulación
de Adam Schaff
Recapitulando sus tesis sobre las posiciones de Marx, acerca
de las condiciones necesarias para edificar una sociedad socialista, Schaff
sostiene:
«Marx respondió a esta cuestión en la forma más general en el año 1847,
cuando formuló en La ideología alemana: "Las condiciones para una
revolución socialista, condiciones que hoy se evocan de muy mala gana, y que
raramente se citan, fueron expresadas por Marx muy categóricamente:
1. Un nivel de desarrollo económico lo suficientemente elevado, como para poder acceder, en el plazo más breve, al bienestar general de la población.
2. Una clase obrera lo suficientemente desarrollada, como para ser soporte de la transformación social.
3. Una difusión internacional de la revolución socialista, que, para Marx, no podía ser, en modo alguno, más que 'en todo el mundo' (lo que entonces suponía el grupo de países altamente desarrollados), capaz de impedir que una ola nacionalistas anegase al socialismo.
Por consiguiente, Marx era muy restrictivo, al señalar que una revolución socialista no podía ser en modo alguno una función del voluntarismo revolucionario, y advertía, consecuentemente, que la ausencia de esas condiciones objetivas produciría el regreso de 'la vieja mierda' (die alte seisse). La ausencia de libertad del individuo, la limitación, cuando no la supresión, de sus derechos básicos, son todos éstos, sin duda, aspectos del retorno de aquel pasado maloliente.»
1. Un nivel de desarrollo económico lo suficientemente elevado, como para poder acceder, en el plazo más breve, al bienestar general de la población.
2. Una clase obrera lo suficientemente desarrollada, como para ser soporte de la transformación social.
3. Una difusión internacional de la revolución socialista, que, para Marx, no podía ser, en modo alguno, más que 'en todo el mundo' (lo que entonces suponía el grupo de países altamente desarrollados), capaz de impedir que una ola nacionalistas anegase al socialismo.
Por consiguiente, Marx era muy restrictivo, al señalar que una revolución socialista no podía ser en modo alguno una función del voluntarismo revolucionario, y advertía, consecuentemente, que la ausencia de esas condiciones objetivas produciría el regreso de 'la vieja mierda' (die alte seisse). La ausencia de libertad del individuo, la limitación, cuando no la supresión, de sus derechos básicos, son todos éstos, sin duda, aspectos del retorno de aquel pasado maloliente.»
XIII. El caso polaco
Pasando de los planteamientos generales, al ejemplo concreto
que suponía el denominado caso polaco –muy ilustrativo de los procesos
desarrollados en los Estados socialistas de Europa central y oriental– Adam
Schaff recuerda que en el intento de edificar al socialismo en Polonia, se
cometieron los siguientes errores, que Schaff califica de «pecados»:
«I. Pecado primero y original: el intento de implantar el socialismo en
un país que no poseía las condiciones objetivas y subjetivas.
II. Pecado segundo: fue el intento de edificar el socialismo sin atenerse a las condiciones de la psicología social.
III. Pecado tercero: fueron todas las acciones que llevaron a la alienación del Partido, fuerza dirigente indispensable en el sistema socialista.»
II. Pecado segundo: fue el intento de edificar el socialismo sin atenerse a las condiciones de la psicología social.
III. Pecado tercero: fueron todas las acciones que llevaron a la alienación del Partido, fuerza dirigente indispensable en el sistema socialista.»
Según Adam Schaff no se pueden comprender los
acontecimientos polacos –escribió ese texto en 1982– y el repentino
resquebrajamiento de todo el sistema, el estallido del odio, la desaparición
del escenario político de un partido de tres millones de miembros (Gierek, cuya
política contribuyó decisivamente a destruir al Partido y convertirlo en algo
similar al Bloque de Cooperación –organismo creado en 1928, bajo la dirección
de Pilsudski, que agrupaba a quienes estaban dispuestos a colaborar con el
régimen militar semifascista, era símbolo de la ausencia de ideales y de
colaboración servil– decía, con orgullo, «¡Tres millones de comunistas!»), la
aparición de un anticomunismo militante, la anarquía social, &c., no se
pueden comprender si no se comienza por el principio, el pecado original, que
fue el imponer por la fuerza (presencia del Ejército Rojo en las tierras
polacas liberadas de los nazis) a una sociedad, sin condiciones objetivas para
ello, y decididamente adversa a tal política. Se trataba de un país que poseía,
antes de la guerra, de un 75% de población rural, y cuya clase obrera sumaba el
12% de sus habitantes, un país pobre antes de la guerra y destruido casi
totalmente durante la misma, un país en el cual los nazis habían asesinado a 6
millones de los 38 millones de habitantes, aniquilando casi totalmente a la
clase trabajadora.
«Era un país que, por su composición social (predominio de campesinos,
su profundo catolicismo, su patriotismo dirigido históricamente contra Rusia,
como potencia opresora, y el anticomunismo de amplios grupos sociales) tenía
una actitud de repulsa respecto a los cambios socialistas, los cuales
innegablemente aparecían como un regalo ruso. El asunto estaba muy claro, el
referéndum de 1946, que debía de decidir sobre el régimen político del país,
dio una respuesta rotundamente negativa; por el país paso una ola de progroms.
No era una continuación del antisemitismo nazi sino una venganza contra los
judíos, a quienes se identificaba con el nuevo régimen; estalló una nueva
guerra civil, conocida en las obras de historia como lucha contra las bandas
reaccionarias, que duro hasta 1947, y estaba dirigida por el Gobierno polaco
exiliado en Londres. Había, pues, sobradas pruebas de que la población de
Polonia no daba su consentimiento (el consenso que exigía Gramsci como
condición para la revolución socialista) para cambiar el sistema y, aún más,
que era enemiga del cambio.»
Y Adam Schaff prosigue su análisis, del caso polaco, como
paradigma de una inadecuada aplicación del marxismo:
«Era una perogrullada afirmar que la realización de cambios
revolucionarios socialistas, cuando faltaban las condiciones objetivas y
subjetivas para ello, constituye una empresa decididamente antimarxista, aún
cuando la emprendan partidos comunistas que invocan el marxismo-leninismo. Para
comprenderlo, basta recordar que Marx era severamente restrictivo con respecto
a las condiciones objetivas necesarias para el éxito de la revolución
socialista, y lo expresó muy categóricamente: "Si no se tienen en cuenta
las condiciones objetivas, la vieja mierda (die alte scheisse) volverá en nueva
forma".
Esta idea la repitió en numerosas ocasiones, con particular claridad en La ideología alemana, de 1847, vale decir en una obra de su periodo maduro pero que no fue publicada hasta 1932, razón por la cual era desconocida de Lenin y de toda la pléyade de marxistas revolucionarios. En este, y en otros trabajos, Marx menciona las siguientes condiciones para la revolución socialista:
1. Un nivel de desarrollo económico que permita proceder de inmediato la distribución de la propiedad (la igualdad en la miseria no sería socialismo).
2. Un nivel de desarrollo cultural de la clase obrera que le permita dirigir una industria moderna.
3. La victoria simultánea del socialismo en los países más importantes.»
Esta idea la repitió en numerosas ocasiones, con particular claridad en La ideología alemana, de 1847, vale decir en una obra de su periodo maduro pero que no fue publicada hasta 1932, razón por la cual era desconocida de Lenin y de toda la pléyade de marxistas revolucionarios. En este, y en otros trabajos, Marx menciona las siguientes condiciones para la revolución socialista:
1. Un nivel de desarrollo económico que permita proceder de inmediato la distribución de la propiedad (la igualdad en la miseria no sería socialismo).
2. Un nivel de desarrollo cultural de la clase obrera que le permita dirigir una industria moderna.
3. La victoria simultánea del socialismo en los países más importantes.»
Para Adam Schaff, mientras Marx, subrayó las condiciones
objetivas de la revolución socialista, Gramsci desarrollo, en un periodo
posterior, aprovechando la experiencia de la Revolución Soviética, la teoría
del consenso, como teoría de las condiciones subjetivas de la revolución
socialista. Sin el acuerdo de la sociedad, no se puede realizar con éxito la
revolución, ni mucho menos verificar la dictadura del proletariado, como
hegemonía moral y política (y no como imposición violenta). Este consenso, debe
lograrse mediante un trabajo ideológico. De ahí el importantísimo papel que
atribuye Gramsci a la intelectualidad, en su teoría de la revolución
socialista.
XIII. La advertencia
de Alfred Lampe
Según Adam Schaff, esas condiciones tan adversas, para
intentar edificar el socialismo en Polonia, fueron advertidas, a su debido
tiempo, por un destacado dirigente y teórico del Partido Comunista Polaco. Se
trata de Alfred Lampe, que falleció en Moscú en 1943. Antes de su muerte tenía
preparadas las notas de un ensayo sobre el futuro de Polonia, luego conocido como
El testamento político de Lampe. El documento de Lampe comienza con una
evaluación pesimista de la situación económica y social de Polonia al final de
la guerra en el país, y llega a la conclusión de que «a Polonia no se le
planteaba una revolución socialista, sino un gobierno pluralista de unidad
nacional, que debería dirigir la reconstrucción democrática del país
destruido». En ese sentido, los puntos más significativos del documento de
Lampe son los apartados b y c de su punto 3:
«b) El camino de la revolución social no es el que se abre en Polonia.
Las enormes destrucciones causadas por los alemanes a la economía y a la
población, imponen no una guerra civil sino la mancomunidad de los esfuerzos...
para la reconstrucción del país. El camino de Rusia en 1917 no es el camino de
Polonia en 1943.»
«c) Polonia necesita un camino de desarrollo propio, sin copiar modelos
del este o del oeste. Hay que proteger a Polonia de los ataques de la
especulación, contra los intentos de imponerle desde fuera un régimen político
(fascismo) o económico (dominio del capital extranjero) o de desatar una guerra
civil por intereses ajenos. La primera condición del resurgimiento nacional, es
la libertad de establecer caminos de desarrollo propios.»
Lampe se mostró también contrario a cualquier interferencia
en los asuntos internos polacos. Así en la página 3 de su documento, decía:
«Cualquier injerencia externa debe generar en Polonia fuertes
resistencias y luchas, lo cual conduciría a una injerencia permanente. Ante lo
exiguo del apoyo con que se puede contar, tal estado de cosas sería sumamente
indeseable, tanto para la URSS como para el desarrollo progresista normal de
Polonia.»
No habiendo tomado en consideración , las advertencias de
Lampe, según Adam Schaff, en parte por razones estratégicas, que impulsaban a
la URSS a asegurar, a través del corredor polaco, la comunicación con la zona
de Alemania que ocupaba el Ejército Soviético y, en parte, por la resistencia
de los comunistas polacos a no aprovechar la coyuntura favorable existente para
implantar el socialismo, se actuó de tal forma que se desató una guerra civil
en la que perecieron más de 10.000 comunistas y una cifra superior de las
denominadas «bandas anticomunistas». Los preliminares de esta dura
confrontación, se describen muy bien en la novela Cenizas y diamantes de Jerzy
Andrzejewski, magistralmente llevada al cine por Andrzej Wajda.
XIV. Dimitrov y las
democracias populares
Aunque el caso de Polonia reviste peculiaridades propias muy
acentuadas, en otros aspectos tiene también rasgos comunes con los demás países
del Este, a donde se exportó la revolución aprovechando la ocupación por parte
de los Ejércitos soviéticos que les habían liberado del dominio nazi. Tampoco
se puede aplicar adecuadamente el modelo de Democracia Popular que, según la
concepción de Dimitrov, debería haber constituido un régimen socialista basado
en el pluripartidismo. De hecho, por decisión de Stalin y su Politburó, tales
regímenes de Democracia Popular, fueron vaciados de su contenido diferencial
respecto al régimen soviético. En definitiva, en el caso de los regímenes
socialistas de los países de Europa central y oriental, dicho vaciamiento tuvo
por consecuencia que tales países se suprimiese todo rasgo diferencial, como
democracias populares, para constituir meros calcos del modelo soviético. Este
tema surgió –entre otras razones– debido a que no se realizó –debido a la
traición de la socialdemocracia alemana– el proceso revolucionario que hubiese
extendido los efectos de la Revolución Soviética a otros países europeos, y
ello, a la postre, resultó decisivo para el futuro del régimen soviético. Tal
tema de la dimensión internacional de las revoluciones socialistas, aunque se
aborda en el Manifiesto Comunista, se concreta todavía más en el trabajo Los
principios del comunismo, de Federico Engels. En algunas alusiones de este
trabajo –que antecedió al Manifiesto Comunista– originalmente se denominaba Catecismo
Comunista, por la forma de preguntas y respuestas que revestía. El trabajo de
Engels, Principios del Comunismo, era un proyecto previo de programa de las
Liga de los Comunistas. El II Congreso de la Liga, de 8 de diciembre de 1847,
encargó a Marx y Engels que redactasen su Programa, en forma de Manifiesto. Al
escribir el Manifiesto del Partido Comunista, Marx y Engels se valieron de
varias tesis enunciadas en Principios del comunismo. En el punto XIX de dicho
texto se plantea la pregunta: ¿es posible la revolución socialista en un sólo
país? La respuesta es:
«No. La gran industria, al crear el gran mercado mundial, ha unido ya
tan estrechamente todos los pueblos del globo terrestre, sobre todo a los
pueblos civilizados, que cada uno depende de lo que ocurra en la tierra del
otro. Además, ha nivelado en todos los países civilizados el desarrollo social,
a tal punto que, en todos estos países la burguesía y el proletariado se han
erigido en las dos clases decisivas de la sociedad, y la lucha entre ellas se
ha convertido en la lucha principal de nuestros días. En consecuencia, la
revolución comunista no será una revolución puramente nacional, sino que se
producirá simultáneamente en todos los países civilizados, es decir, al menos
en Inglaterra, en América, en Francia, en Alemania, la revolución se
desarrollará en cada uno de estos países más rápidamente o más lentamente,
dependiendo del grado en que esté, en cada uno de ellos, más desarrollada la
industria, en que se hayan acumulado más riquezas y se disponga de mayores
fuerzas productivas. Por eso, será más lenta y difícil en Alemania, y más
rápida y fácil en Inglaterra. Ejercerá también una influencia considerable en
los demás países del mundo, modificará de raíz y acelerará extraordinariamente
su anterior marcha del desarrollo. Es una revolución universal y tendrá, por
eso, un ámbito universal»
XV. Lenin y el
componente interno de las revoluciones
Lenin no desconocía la necesidad del carácter internacional
de los procesos de edificación del socialismo. Con la ruptura del eslabón más
débil de la cadena imperialista, en el Imperio Zarista, Lenin consideraba que
se abría un proceso revolucionario internacional que llevaría a la clase obrera
al poder en diversos países. De ahí la responsabilidad de los dirigentes
socialdemócratas que, violando las resoluciones del Congreso de Basilea (1912)
de la Internacional Socialista, se unieron a sus respectivas burguesías durante
la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y, en la crisis revolucionaria de la
posguerra, contribuyeron decisivamente al mantenimiento del sistema capitalista
en Alemania, Austria, Hungría, Polonia, Francia, Gran Bretaña, &c. Así
quedó aislado el régimen soviético, sobre todo el proceso de edificación del
socialismo en Rusia y demás naciones integradas coercitivamente en el Impero
Zarista. Así, en su Informe al IV Congreso de la Internacional Comunista, el 5
de diciembre de 1922, titulado Cinco años de la Revolución Rusa y perspectivas
de la Revolución Mundial, Lenin abordó con realismo algunos problemas derivados
del aislamiento y cerco internacional que intentaba asfixiar al poder soviético:
«Es indudable que hemos cometido muchas torpezas, y cometeremos todavía más,
¿por que cometemos torpezas?» se planteaba Lenin, y contestaba:
«La razón es sencilla:
1. Porque somos un país atrasado.
2. Porqué la instrucción en nuestro país es mínima.
3. Porque no recibimos ayuda de fuera. Ni uno sólo de los países civilizados nos ayuda. Por el contrarío, todos actúan en contra nuestra. Por culpa de nuestro aparato estatal. Hemos heredado el viejo aparato estatal del zarísmo y esta ha sido nuestra desgracia. Es muy frecuente que este aparato este contra nosotros. Ocurrió que en 1917, después de que tomamos el poder, los funcionarios del Estado comenzaron a sabotearnos. Entonces nos asustamos mucho y les regamos: "por favor, vuelvan a sus puestos." Todos volvieron a sus puestos y esa ha sido nuestra desgracia. Hoy poseemos una verdadera masa de funcionarios, pero no poseemos elementos con suficiente instrucción para poder dirigirlos de verdad.»
1. Porque somos un país atrasado.
2. Porqué la instrucción en nuestro país es mínima.
3. Porque no recibimos ayuda de fuera. Ni uno sólo de los países civilizados nos ayuda. Por el contrarío, todos actúan en contra nuestra. Por culpa de nuestro aparato estatal. Hemos heredado el viejo aparato estatal del zarísmo y esta ha sido nuestra desgracia. Es muy frecuente que este aparato este contra nosotros. Ocurrió que en 1917, después de que tomamos el poder, los funcionarios del Estado comenzaron a sabotearnos. Entonces nos asustamos mucho y les regamos: "por favor, vuelvan a sus puestos." Todos volvieron a sus puestos y esa ha sido nuestra desgracia. Hoy poseemos una verdadera masa de funcionarios, pero no poseemos elementos con suficiente instrucción para poder dirigirlos de verdad.»
Así finalicé mi exposición de la ponencia Vigencia o crisis
del Marxismo en los Encuentros filosóficos hispano-cubanos desarrollados en la
Universidad Central de Las Villas, de Santa Clara (Cuba) de 1996. En el
correspondiente debate de la misma, la opinión del profesor Gustavo Bueno fue
que el marxismo continuaba siendo operativo, como método de análisis de los
fenómenos sociales, y que la crisis se daba únicamente en el marco histórico en
que se había aplicado y desarrollado el marxismo.
XVI. Las tres fuentes
y las tres partes del marxismo
Con motivo del treinta aniversario del fallecimiento de
Carlos Marx, V. I. Lenin publicó en el número 3, de 1913, de la revista Prosvechenie
(La ilustración), el artículo «Las tres fuentes y las tres partes del
marxismo», que constituye la mejor síntesis del origen de las corrientes
teóricas que culminaron en el marxismo. Comenzaba así:
«La doctrina de Marx suscita en todo el mundo civilizado la mayor
hostilidad y el mayor odio de toda la ciencia burguesa (tanto oficial como
liberal) que ve en el marxismo algo así como una "secta nefasta". Y
no cabe esperar otra actitud, pues en una sociedad erigida sobre la lucha de
las clases no puede haber una ciencia social "imparcial". De un modo
o de otro, toda la ciencia social oficial y liberal defiende la esclavitud
asalariada, mientras que el marxismo ha declarado una guerra sin cuartel a esa
esclavitud Esperar una ciencia imparcial, en una sociedad de esclavitud
asalariada, sería la misma pueril ingenuidad que esperar de los fabricantes
imparcialidad en cuanto a la conveniencia de aumentar los salarios, los obreros
en detrimento de las ganancias del capital.
Pero hay más. La historia de la filosofía y la historia de
la ciencia social muestran con diáfana claridad que en el marxismo nada hay que
se parezca al "sectarismo", en el sentido de que sea una doctrina
fanática, petrificada, surgida al margen de la vía principal que ha seguido el
desarrollo de la civilización mundial. Por el contrario, lo genial en Marx es,
precisamente, que dio respuesta a los problemas que el pensamiento de avanzada
de la humanidad había planteado ya. Su doctrina surgió como la continuación
directa e inmediata de las doctrinas de los más grandes representantes de la
filosofía, la economía política y el socialismo.
La doctrina de Marx es todopoderosa porque es exacta. Es completa y ordenada, y proporciona a la gente una concepción integral del mundo, intransigente con toda superstición, con toda reacción y con toda defensa de la opresión burguesa. El marxismo es el heredero legítimo de lo mejor que la humanidad creó en el siglo XIX: la filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés.
La doctrina de Marx es todopoderosa porque es exacta. Es completa y ordenada, y proporciona a la gente una concepción integral del mundo, intransigente con toda superstición, con toda reacción y con toda defensa de la opresión burguesa. El marxismo es el heredero legítimo de lo mejor que la humanidad creó en el siglo XIX: la filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés.
Nos detendremos brevemente en estas tres fuentes del
marxismo, que constituyen, a la vez, sus partes integrantes.
I
La filosofía del marxismo es el materialismo. A lo largo de
toda la historia moderna de Europa, y en especial en Francia a fines del siglo
XVIII, donde se desarrolló la batalla decisiva contra toda la escoria medieval,
contra el feudalismo en las instituciones y en las ideas, el materialismo se
mostró como la única filosofía consecuente, fiel a todo lo que enseñan las
ciencias naturales, hostil a la superstición, a la mojigata hipocresía, &c.
Por eso, los enemigos de la democracia empeñaron todos sus esfuerzos para
tratar de "refutar", minar, difamar el materialismo y salieron en
defensa de las diversas formas del idealismo filosófico, que se reduce siempre,
de una u otra forma, a la defensa o al apoyo de la religión.
Marx y Engels defendieron del modo más enérgico el
materialismo filosófico y explicaron reiteradas veces el profundo error que
significaba toda desviación de esa base. En las obras de Engels Ludwig
Feuerbach y Anti-Dühring, que –al igual que el Manifiesto Comunista– son los
libros de cabecera de todo obrero con conciencia de clase, es donde aparecen
expuestas con mayor claridad y detalle sus opiniones.
Pero Marx no se detuvo en el materialismo del siglo XVIII,
sino que desarrolló la filosofía llevándola a un nivel superior. La enriqueció
con los logros de la filosofía clásica alemana, en especial con el sistema de
Hegel, el que, a su vez, había conducido al materialismo de Feuerbach. El
principal de estos logros es la dialéctica, es decir, la doctrina del
desarrollo en su forma más completa, profunda y libre de unilateralidad, la
doctrina acerca de lo relativo del conocimiento humano, que nos da un reflejo
de la materia en perpetuo desarrollo. Los novísimos descubrimientos de las
ciencias naturales –el radio, los electrones, la transformación de los
elementos– son una admirable confirmación del materialismo dialéctico de Marx,
quiéranlo o no las doctrinas de los filósofos burgueses, y sus
"nuevos" retornos al viejo y decadente idealismo.
Marx profundizó y desarrolló totalmente el materialismo
filosófico, e hizo extensivo el conocimiento de la naturaleza al conocimiento
de la sociedad humana. El materialismo histórico de Marx es una enorme
conquista del pensamiento científico. Al caos y la arbitrariedad que imperan
hasta entonces en los puntos de vista sobre historia y política, sucedió una
teoría científica asombrosamente completa y armónica, que muestra cómo, en
virtud del desarrollo de las fuerzas productivas, de un sistema de vida social
surge otro más elevado; cómo del feudalismo, por ejemplo, nace el capitalismo.
Así como el conocimiento del hombre refleja la naturaleza
(es decir, la materia en desarrollo), que existe independientemente de él, así
el conocimiento social del hombre (es decir, las diversas concepciones y
doctrinas filosóficas, religiosas, políticas, &c.), refleja el régimen
económico de la sociedad. Las instituciones políticas son la superestructura
que se alza sobre la base económica. Así vemos, por ejemplo, que las diversas
formas políticas de los Estados europeos modernos sirven para reforzar la
dominación de la burguesía sobre el proletariado.
La filosofía de Marx es un materialismo filosófico acabado,
que ha proporcionado a la humanidad, y sobre todo a la clase obrera, la
poderosa arma del saber.
II
Después de haber comprendido que el régimen económico es la
base sobre la cual se erige la superestructura política, Marx se entregó sobre
todo al estudio atento de ese sistema económico. La obra principal de Marx, El
Capital, está con sagrada al estudio del régimen económico de la sociedad
moderna, es decir, la capitalista.
La economía política clásica anterior a Marx surgió en
Inglaterra, el país capitalista más desarrollado. Adam Smith y David Ricardo,
en sus investigaciones del régimen económico, sentaron las bases de la teoría
del valor por el trabajo Marx prosiguió su obra; demostró estrictamente esa
teoría y la desarrolló consecuentemente; mostró que el valor de toda mercancía
está determinado por la cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario
invertido en su producción.
Allí donde los economistas burgueses veían relaciones entre
objetos (cambio de una mercancía por otra), Marx descubrió relaciones entre
personas. El cambio de mercancías expresa el vínculo establecido a través del
mercado entre los productores aislados. El dinero, al unir indisolublemente en
un todo único la vida económica íntegra de los productores aislados, significa
que este vínculo se hace cada vez más estrecho. El capital significa un
desarrollo ulterior de este vínculo: la fuerza de trabajo del hombre se
trasforma en mercancía. El obrero asalariado vende su fuerza de trabajo al
propietario de la tierra, de las fábricas, de los instrumentos de trabajo. El
obrero emplea una parte de la jornada de trabajo en cubrir el costo de su
sustento y el de su familia (salario); durante la otra parte de la jornada
trabaja gratis, creando para el capitalista la plusvalía, fuente de las
ganancias, fuente de la riqueza de la clase capitalista.
La teoría de la plusvalía es la piedra angular de la teoría
económica de Marx. El capital, creado por el trabajo del obrero, oprime al
obrero, arruina a los pequeños propietarios y crea un ejército de desocupados.
En la industria, el triunfo de la gran producción se advierte en seguida, pero
también en la agricultura se observa ese mismo fenómeno, donde la superioridad
de la gran agricultura capitalista es acrecentada, aumenta el empleo de
maquinaria, y la economía campesina, atrapada por el capital monetario,
languidece y se arruina bajo el peso de su técnica atrasada. En la agricultura
la decadencia de la pequeña producción asume otras formas, pero es un hecho
indiscutible.
Al azotar la pequeña producción, el capital lleva al aumento
de la productividad del trabajo y a la creación de una situación de monopolio
para los consorcios de los grandes capitalistas. La misma producción va
adquiriendo cada vez más un carácter social –cientos de miles y millones de
obreros ligados entre sí en un organismo económico sistemático–, mientras que
un puñado de capitalistas se apropia del producto de este trabajo colectivo. Se
intensifican la anarquía de la producción, las crisis, la carrera desesperada
en busca de mercados, y se vuelve más insegura la vida de las masas de la
población.
Al aumentar la dependencia de los obreros hacia el capital,
el sistema capitalista crea la gran fuerza del trabajo conjunto.
Marx sigue el desarrollo del capitalismo desde los primeros gérmenes de la economía mercantil, desde el simple trueque, hasta sus formas más elevadas, hasta la gran producción.
Marx sigue el desarrollo del capitalismo desde los primeros gérmenes de la economía mercantil, desde el simple trueque, hasta sus formas más elevadas, hasta la gran producción.
Y la experiencia de todos los países capitalistas, viejos y
nuevos, demuestra claramente, año tras año, a un número cada vez mayor de
obreros, la veracidad de esta doctrina de Marx.
El capitalismo ha triunfado en el mundo entero, pero este
triunfo no es más que el preludio del triunfo del trabajo sobre el capital.
III
Cuando fue derrocado el feudalismo y surgió en el mundo la
"libre" sociedad capitalista, en seguida se puso de manifiesto que
esa libertad representaba un nuevo sistema de opresión y explotación del pueblo
trabajador. Como reflejo de esa opresión y como protesta contra ella,
aparecieron inmediatamente diversas doctrinas socialistas. Sin embargo, el
socialismo primitivo era un socialismo utópico. Criticaba la sociedad
capitalista, la condenaba, la maldecía, soñaba con su destrucción, imaginaba un
régimen superior, y se esforzaba por hacer que los ricos se convencieran de la
inmoralidad de la explotación.
Pero el socialismo utópico no podía indicar una solución
real. No podía explicar la verdadera naturaleza de la esclavitud asalariada
bajo el capitalismo, no podía descubrir las leyes del desarrollo capitalista,
ni señalar qué fuerza social está en condiciones de convertirse en creadora de
una nueva sociedad.
Entretanto, las tormentosas revoluciones que en toda Europa,
y especialmente en Francia, acompañaron la caída del feudalismo, de la
servidumbre, revelaban en forma cada vez más palpable que la base de todo
desarrollo y su fuerza motriz era la lucha de clases.
Ni una sola victoria de la libertad política sobre la clase feudal se logró sin una desesperada resistencia. Ni un solo país capitalista se formó sobre una base más o menos libre o democrática, sin una lucha a muerte entre las diversas clases de la sociedad capitalista.
El genio de Marx consiste en haber sido el primero en deducir de ello la conclusión que enseña la historia del mundo y en aplicar consecuentemente esas lecciones. La conclusión a que llegó es la doctrina de la lucha de clases.
Ni una sola victoria de la libertad política sobre la clase feudal se logró sin una desesperada resistencia. Ni un solo país capitalista se formó sobre una base más o menos libre o democrática, sin una lucha a muerte entre las diversas clases de la sociedad capitalista.
El genio de Marx consiste en haber sido el primero en deducir de ello la conclusión que enseña la historia del mundo y en aplicar consecuentemente esas lecciones. La conclusión a que llegó es la doctrina de la lucha de clases.
Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias
del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a
descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales,
religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase. Los que
abogan por reformas y mejoras se verán siempre burlados por los defensores de
lo viejo mientras no comprendan que toda institución vieja, por bárbara y
podrida que parezca, se sostiene por la fuerza de determinadas clases
dominantes. Y para vencer la resistencia de esas clases, sólo hay un medio:
encontrar en la misma sociedad que nos rodea, las fuerzas que pueden –y, por su
situación social, deben– constituir la fuerza capaz de barrer lo viejo y crear
lo nuevo, y educar y organizar a esas fuerzas para la lucha.
Sólo el materialismo filosófico de Marx señaló al
proletariado la salida de la esclavitud espiritual en que se han consumido
hasta hoy todas las clases oprimidas. Sólo la teoría económica de Marx explicó
la situación real del proletariado en el régimen general del capitalismo.
En el mundo entero, desde Norteamérica hasta el Japón y
desde Suecia hasta el Africa del Sur, se multiplican organizaciones
independientes del proletariado. Este se instruye y educa al librar su lucha de
clase, se despoja de los prejuicios de la sociedad burguesa, está adquiriendo
una cohesión cada vez mayor y aprendiendo a medir el alcance de sus éxitos,
templa sus fuerzas y crece inconteniblemente.»
Conferencia desarrollada en el
curso ‘Marxismo: pasado y presente’, organizado por el área de formación de la
organización local de Oviedo del Partido Comunista de Asturias, el 25 de
noviembre de 2003