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En cada momento histórico, la clase dominante, que posee el
poder económico a nivel estructural, asegura su primado a nivel
superestructural gracias a la difusión de sus ideas y sus principios, asentando
de este modo su hegemonía sobre el conjunto del bloque social. Gramsci desarrolla el
concepto de bloque histórico como el complejo social, determinado por una
situación histórica dada, constituido por la unidad orgánica entre la
estructura, que es la base real de la sociedad, la cual incluye las fuerzas de
producción y las relaciones sociales de producción, y la superestructura, es
decir, el dominio ideológico cultural, constituido por las instituciones,
sistemas de ideas, doctrinas y creencias de una sociedad. Ambos elementos se
hallan en una relación de reciprocidad e interdependencia.
El poder de las clases dominantes sobre todas las otras
clases, en el sistema capitalista, no está dado simplemente a través del
control de los aparatos represivos del Estado, sino que dicho poder está dado
fundamentalmente por la “hegemonía” cultural que las clases dominantes logran
ejercer sobre las clases sometidas, a través del control del sistema educativo,
de las instituciones religiosas y de los medios de comunicación. A través de
ellos, las clases dominantes “educan” a los dominados, difundiendo una visión
política, una cultura y un sistema de ideologías que impiden que los intereses
contrapuestos exploten, creando una falsa ilusión de consenso.
Según la teoría gramsciana, un grupo establece su hegemonía
(domina y dirige) en la sociedad no sólo con el ejercicio del poder económico y
estatal sino también a través del control intelectual y moral sobre las
instituciones educacionales, culturales, religiosas, comunicacionales y
administrativas de la sociedad civil. Tener poder político hace que un grupo
sea dominante, pero para ser dirigente es necesario también que posea el poder
cultural, es decir, el poder social e ideológico. Por esta razón, una
revolución no puede ser sólo la toma del aparato estatal y transformación de las
condiciones económicas, sino que también necesariamente debe producir cambios
culturales y morales.
Como ya lo señalábamos, la clase dominante ejerce el poder
no sólo a través de la coacción sino difundiendo, gracias a sus intelectuales,
su visión del mundo, su filosofía, su moral y sus costumbres entre los grupos
dominados que terminan, de manera conformista, aceptando el sentido común de
sus dominadores. Gramsci afirma que toda revolución tiene que estar
necesariamente acompañada por un movimiento cultural que implica la adquisición
de nuevas ideas y la crítica a las condiciones existentes. Si los grupos que
han sido históricamente dominados logran llegar al poder, es necesario que
construyan una cultura alternativa liberadora que les permita gobernar a través
del consenso legítimo, por lo tanto, toda revolución debe necesariamente ser un
hecho cultural.
La crisis de hegemonía se manifiesta cuando, aun
manteniendo el poder, la clase social políticamente dominante ya no logra ser
dirigente en cuanto no es capaz de resolver los problemas de toda la
colectividad y de imponer a toda la sociedad su propia concepción del mundo. En
esta situación de crisis, si una de las clases sociales subalternas logra
presentar soluciones concretas a los problemas dejados irresueltos y logra
posicionar su visión del mundo entre otros grupos sociales, se vuelve dirigente
impulsando la creación de un nuevo bloque histórico.
La hegemonía es, por lo tanto, el ejercicio del dominio
político junto a las funciones de dirección intelectual y moral. El problema,
según Gramsci, está en analizar cómo puede el proletariado o en general
una clase subalterna, volverse clase hegemónica. Las clases —subproletariado,
proletariado urbano, rural y también la pequeña burguesía cuando están en situación
subalterna viven una ilusión de unidad, en cuanto pueden estar realmente
unificadas sólo cuando logran dirigir el Estado, de otra forma su unión es
continuamente despedazada por los grupos dominantes, a través de las
instituciones educativas, religiosas y comunicacionales de la sociedad civil
que difunden la cosmovisión de estos grupos.
Gramsci advierte que debido a que el pueblo ha estado
sometido diariamente a la ideología de la oligarquía, es imposible pensar que
una nueva cultura, una nueva visión del mundo, surja de manera espontánea. Se
necesita un arduo trabajo de organización y esto sólo es posible a través de
una nueva relación entre intelectuales y pueblo. Al llegar al poder un nuevo
grupo político debe crear sus propios intelectuales orgánicos, para no sólo ser
dominante sino también dirigente, es decir hegemónico.
Gramsci analiza en profundidad la función organizacional y conectiva que
cumplen los intelectuales entre la base económica material y el sustrato
ideológico, que son los elementos fundamentales de un determinado bloque
histórico, en cuyo seno se desarrolla y establece la hegemonía del grupo
dominante. Para Gramsci “Los intelectuales son los ‘empleados’ del
grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la hegemonía
social y del gobierno político.”[1]
Cada grupo social tiene sus propios intelectuales
orgánicos que son los que le dan unidad y conciencia de su función en el
campo económico, social y político. En la batalla ideológica que los grupos
subalternos deben librar para la instalación de un nuevo sentido común, de unanueva
cultura nacional-popular, el papel principal es para aquellos cuadros
(intelectuales orgánicos) capaces de surgir de lo profundo del pueblo y
permanecer en contacto permanente con él.
Los intelectuales orgánicos tienen la tarea de homogeneizar
la concepción del mundo del grupo social al que están orgánicamente ligados, es
decir, lograr la correspondencia entre la función social objetiva de esa clase,
en una determinada situación histórica y su concepción del mundo, expurgando de
ella toda ideología que deforma su conciencia y que más bien corresponde a
otros grupos sociales. La función de los intelectuales orgánicos es
precisamente preservar, frente al ataque de ideas e intereses de la clase
dominante, la unidad ideológica del grupo social al cual están ligados.
La oligarquía capitalista ha venido afirmando su hegemonía,
es decir ha logrado la gobernabilidad por medio de sus intelectuales que han
organizado y difundido sus valores en la sociedad civil, logrando el consenso
aún de aquellos grupos cuyos intereses económicos, sociales y culturales no son
compatibles con los intereses de la oligarquía.
Los nuevos grupos sociales que tienen como meta la
construcción de una sociedad socialista deben desarrollar su propio grupo de
intelectuales orgánicos que permita la creación de un nuevo bloque
intelectual-moral que haga políticamente posible el progreso intelectual de las
bases y no sólo de pequeños grupos elitescos.
Según Gramsci, el nuevo intelectual revolucionario debe
emerger del pueblo y junto al pueblo elaborar la nueva concepción socialista
como parte de la lucha concreta por superar el sistema capitalista. Los
intelectuales orgánicos de la revolución deben sentir las pasiones y
necesidades del pueblo y compartir sus aspiraciones. La falta de esta conexión
“sentimental” entre intelectuales y pueblo llevaría al establecimiento de una
nueva “casta” de intelectuales que tendría sólo una relación formal y
burocrática con el pueblo.
La tarea del intelectual revolucionario es ayudar al pueblo
a liberarse de la cultura y de los valores impuestos por la oligarquía y tomar
conciencia de su función en la sociedad y de su potencial revolucionario, ya
que una "masa humana… no se
independiza en su sentido más amplio, sin organizarse; y no hay organización
sin intelectuales…" Precisamente por su función organizativa, los
intelectuales deben ser miembros activos del Partido Revolucionario, que es el
organismo que permite crear una nueva voluntad colectiva. El Partido es, según
la teoría política gramsciana, el lugar fundamental para la formación de los
intelectuales orgánicos revolucionarios y, por lo tanto, para la difusión de la
nueva hegemonía, es decir, de la nueva cultura, de los nuevos valores, de la
nueva ideología. El Partido es la institución fundamental que tienen los
revolucionarios para lograr el control hegemónico de la sociedad civil.
El establecimiento de esta "hegemonía civil" es esencial
para el éxito y la sobrevivencia de la clase revolucionaria como nueva clase
dirigente y, por tanto, la tarea del Partido es desarrollar y consolidar esta
hegemonía, para que los diferentes grupos de la sociedad acepten la visión
social, la política y los valores morales de la clase revolucionaria. En el
proceso de conquista de la hegemonía, que es un proceso largo y lento, el papel
de los intelectuales como miembros activos del Partido Revolucionario es
prioritario, ya que la conquista y mantenimiento de la hegemonía civil es
fundamentalmente un problema educacional. El éxito de este proceso educativo estará
definido por la formación de una nueva voluntad colectiva nacional.
En este momento en que los revolucionarios venezolanos
estamos construyendo un nuevo partido unitario, es sumamente importante
analizar la concepción gramsciana de partido como “Intelectual colectivo”, es
decir, como educador. Para construir la nueva sociedad socialista, que es el
establecimiento de la democracia efectiva basada en la justicia social, es
indispensable que el partido que coadyuve a esta construcción sea un partido profundamente
democrático.
Según Gramsci, en el Partido la democracia debe ser
concreta e incluyente, basada en un proceso de debates y discusiones que
asegure la elevación continua del nivel intelectual, moral y político de sus
miembros, sólo así la organización no se limitará a ser una estructura de
distribución de poder y adquirirá su verdadera función educacional y
emancipatoria. Esta idea está directamente ligada a la definición gramsciana de
disciplina como relación permanente entre gobernantes y gobernados para el
establecimiento de una voluntad colectiva. Según Gramsci, "Disciplina no puede ser aceptación pasiva y
servil de órdenes… ejecución mecánica de un comando… sino… comprensión
consciente y lúcida del fin a realizar" [2]
Dentro de la concepción gramsciana, la disciplina es un
elemento necesario del orden democrático que no va en contra de la personalidad
ni de la libertad individual, siempre y cuando el origen de esta disciplina sea
un liderazgo basado en el reconocimiento de la mayor habilidad, competencia y
conocimientos de las personas que ejercen la autoridad. De esta forma la
disciplina se transforma en disciplina consciente y responsable que es la única
que puede generar libertad universal, es decir, expresión individual de la
libertad colectiva. Al mismo tiempo, las personas que circunstancialmente
ejercen la autoridad no deben cristalizarse en el cargo sino cumplir una amplia
función educacional que permita preparar una constante generación de relevo.
Para prevenir la burocratización es necesario un proceso educativo constante
que promueva nuevos cuadros dirigentes. El Partido debe ser “parte” del pueblo
no un elemento externo y su tarea es elevar el nivel ideológico y político del
pueblo desde adentro.
En el Partido Revolucionario debe existir una participación
activa y directa de los miembros. Estos no deben obedecer mecánicamente órdenes
de una cúpula, sino intervenir activamente en discusiones y aplicar estrategias
y tácticas que comprenden perfectamente porque han participado en su
formulación. De esta forma todos los miembros del Partido son realmente
directivos y agentes y no ejecutores pasivos de órdenes.
La administración del Partido debe ser flexible, democrática
y desinteresada. Los diferentes niveles del Partido deben responder a razones
funcionales, a división de labores y no a estáticos privilegios. Según Gramsci,
la organización deber basarse en la aceptación de que “la relación entre
maestro y alumno es activa y recíproca, por lo tanto, todo maestro es siempre
un alumno y todo alumno un maestro” Como vemos, para Gramsci, la
función histórica del Partido Revolucionario es precisamente desarrollar la
nueva voluntad colectiva a través de una reforma intelectual y moral que
determine el establecimiento de la nueva hegemonía en la sociedad civil y
permita la creación de la nueva sociedad socialista.
Los elementos de la teoría política de Antonio Gramsci aquí
analizados nos parecen importantes para la consolidación de nuestro proceso
bolivariano. Esta tarea tiene como arma fundamental la cultura y como soldados
a los "ntelectuales orgánicos", es decir, aquellos cuadros que emergen del
corazón mismo del pueblo para rescatar, recrear y construir un proyecto
socialista nacional, basado en la visión independentista, liberadora y soberana
de nuestro pueblo.
Notas
[1] Gramsci, A., Los intelectuales y la organización de la
cultura, Juan Pablos Editor, México, 1975
[2] GRAMSCI, A., Passato e Presente, Editori Riuniti, Roma
1979, p. 82