
¿Qué reclama aún la historia al proletariado ruso para
legitimar y hacer permanentes sus victorias? ¿Qué otra poda sangrienta, qué más
sacrificios pretende esta soberana absoluta del destino de los hombres?
Las dificultades y las objeciones que la revolución
proletaria debe superar se han revelado inmensamente superiores a las de
cualquier otra revolución del pasado. Estas tendían tan sólo a corregir las
formas de la propiedad privada y nacional de los medios de producción y de
cambio; afectaban a una parte limitada de los elementos humanos.
La revolución proletaria es la máxima revolución; porque quiere abolir la propiedad privada y nacional, y abolir las clases, afecta a todos los hombres y no sólo a una parte de ellos.
Obliga a todos los hombres a moverse, a intervenir en la lucha, a tomar partido explícitamente. Transforma fundamentalmente la sociedad; de organismo unicelular (de individuos-ciudadanos) la transforma en organismo pluricelular; pone como base de la sociedad núcleos ya orgánicos de la sociedad misma. Obliga a toda la sociedad a identificarse con el Estado; quiere que todos los hombres sean conocimiento espiritual e histórico. Por eso la revolución proletaria es social; por eso debe superar dificultades y objeciones inauditas; por eso la historia reclama para su buen logro podas monstruosas como las que el pueblo ruso se ve obligado a resistir.
La revolución proletaria es la máxima revolución; porque quiere abolir la propiedad privada y nacional, y abolir las clases, afecta a todos los hombres y no sólo a una parte de ellos.
Obliga a todos los hombres a moverse, a intervenir en la lucha, a tomar partido explícitamente. Transforma fundamentalmente la sociedad; de organismo unicelular (de individuos-ciudadanos) la transforma en organismo pluricelular; pone como base de la sociedad núcleos ya orgánicos de la sociedad misma. Obliga a toda la sociedad a identificarse con el Estado; quiere que todos los hombres sean conocimiento espiritual e histórico. Por eso la revolución proletaria es social; por eso debe superar dificultades y objeciones inauditas; por eso la historia reclama para su buen logro podas monstruosas como las que el pueblo ruso se ve obligado a resistir.
La revolución rusa ha triunfado hasta ahora de todas las
objeciones de la historia. Ha revelado al pueblo ruso una aristocracia de
estadistas como ninguna otra nación posee; se trata de un par de millares de
hombres que han dedicado toda su vida al estudio (experimental) de las ciencias
políticas y económicas, que durante decenas de años de exilio han analizado y
profundizado todos los problemas de la revolución, que en la lucha, en el duelo
sin par contra la potencia del zarismo, se han forjado un carácter de acero,
que, viviendo en contacto con todas las formas de la civilización capitalista
de Europa, Asia y América, sumergiéndose en las corrientes mundiales de los
cambios y de la historia, han adquirido una conciencia de responsabilidad
exacta y precisa, fría y cortante como las espadas de los conquistadores de
imperios.
Los comunistas rusos son un núcleo dirigente de primer
orden. Lenin se ha revelado, testimonian cuantos le han conocido, como el más
grande estadista de la Europa contemporánea; el hombre cuyo prestigio se impone
naturalmente, capaz de inflamar y disciplinar a los pueblos; el hombre que logra
dominar en su vasto cerebro todas la energías sociales del mundo que pueden ser
desencadenadas en beneficio de la revolución; el hombre que tiene en ascuas y
derrota a los más refinados y astutos estadistas de la rutina burguesa.
Pero una cosa es la doctrina comunista, el partido político
que la propugna, la clase obrera que la encarna conscientemente y otra el
inmenso pueblo ruso, destrozado, desorganizado, arrojado a un sombrío abismo de
miseria, de barbarie, de anarquía, de aniquilación en una prolongada y
desastrosa guerra. La grandeza política, la histórica obra maestra de los
bolcheviques consiste precisamente en haber puesto en pie al gigante caído, en
haber dado de nuevo (o por la primera vez) una forma concreta y dinámica a esta
desintegración, a este caos; en haber sabido fundir la doctrina comunista con
la conciencia colectiva del pueblo ruso, en haber construido los sólidos
cimientos sobre los que la sociedad comunista ha iniciado su proceso de
desarrollo histórico; en una palabra: en haber traducido históricamente en la
realidad experimental la fórmula marxista de la dictadura del proletariado. La
revolución es eso, y no un globo hinchado de retórica demagógica, cuando se
encarna en un tipo de Estado, cuando se transforma en un sistema organizado del
poder. No existe sociedad más que en un Estado, que es la fuente y el fin de
todo derecho y de todo deber, que es garantía de permanencia y éxito de toda
actividad social. La revolución es proletaria cuando de ella nace, en ella se
encarna un Estado típicamente proletario, custodio del derecho proletario, que
cumple sus funciones esenciales como emanación de la vida y del poder
proletario.
Los bolcheviques han dado forma estatal a las experiencias
históricas y sociales del proletariado ruso, que son las experiencias de la
clase obrera y campesina internacional; han sistematizado en un organismo
complejo y ágilmente articulado su vida íntima, su tradición y su más profunda
y apreciada historia espiritual y social. Han roto con el pasado, pero han continuado
el pasado; han despedazado una tradición, pero han desarrollado y enriquecido
una tradición; han roto con el pasado de la historia dominado por las clases
poseedoras, han continuado, desarrollado, enriquecido la tradición vital de la
clase proletaria, obrera y campesina. En eso han sido revolucionarios y por eso
han instaurado el nuevo orden y la nueva disciplina. La ruptura es irrevocable
porque afecta a lo esencial de la historia, sin más posibilidad de vuelta atrás
que el desplomamiento sobre la sociedad rusa de un inmenso desastre. Y era esta
iniciación de un formidable duelo con todas las necesidades de la historia,
desde las más elementales a las más complejas, lo que había que incorporar al
nuevo Estado proletario, dominar, frenar, en las funciones del nuevo Estado
proletario.
Se precisaba conquistar para el nuevo Estado a la mayoría
leal del pueblo ruso; mostrar al pueblo ruso que el nuevo Estado era su Estado,
su vida, su espíritu, su tradición, su más precioso patrimonio. El Estado de los
Soviets tenía un núcleo dirigente, el Partido comunista bolchevique; tenía el
apoyo de una minoría social, representante de la conciencia de clase, de los
intereses vitales y permanentes de toda la clase, los obreros de la industria.
Se ha transformado en el Estado de todo el pueblo ruso, merced a la tenaz
perseverancia del Partido comunista, a la fe y la entusiasta lealtad de los
obreros, a la asidua e incesante labor de propaganda, de esclarecimiento, de
educación de los hombres excepcionales del comunismo ruso, dirigidos por la
voluntad clara y rectilínea del maestro de todos, Lenin. El Soviet ha
demostrado ser inmortal como forma de sociedad organizada que responde
plásticamente a las multiformes necesidades (económicas y políticas),
permanentes y vitales, de la gran masa del pueblo ruso, que encarna y satisface
las aspiraciones y las esperanzas de todos los oprimidos del mundo.
La prolongada y desgraciada guerra había dejado una triste
herencia de miseria, de barbarie, de anarquía; la organización de los servicios
sociales estaba deshecha; la misma comunidad humana se había reducido a una
horda nómada, sin trabajo, sin voluntad, sin disciplina, materia opaca de una
inmensa descomposición. El nuevo Estado recogió de la matanza los trozos
torturados de la sociedad y los recompuso, los soldó; reconstruyó una fe, una
disciplina, un alma, una voluntad de trabajo y de progreso. Misión que puede
constituir la gloria de toda una generación.
No basta. La historia no se conforma con esta prueba.
Formidables enemigos se alzan implacables contra el nuevo Estado. Se pone en
circulación moneda falsa para corromper al campesino, se juega con su estómago
hambriento. Rusia se ve cortada de toda salida al mar, de todo intercambio
comercial, de cualquier solidaridad; se ve privada de Ucrania, de la cuenca del
Donetz, de Siberia, de todo mercado de materias primas y de víveres. En un
frente de diez mil kilómetros, bandas armadas amenazan con la invasión; se
pagan sublevaciones, traiciones, vandalismo, actos de terrorismo y de sabotaje.
Las victorias más clamorosas se convierten, mediante la traición, en súbitos
fiascos.
No importa. El poder de los Soviets resiste. Del caos que
sigue a la derrota, crea un poderoso ejército que se transforma en la espina
dorsal del Estadio proletario. Presionado por imponentes fuerzas antagónicas,
encuentra en sí el vigor intelectual y la plasticidad histórica para adaptarse
a las necesidades de la contingencia, sin desnaturalizarse, sin comprometer el
feliz proceso de desarrollo hacia el comunismo.
El Estado de los Soviets demuestra así ser un momento
inevitable e irrevocable del proceso ineluctable de la civilización humana; ser
el primer núcleo de una nueva sociedad.
Y puesto que los otros Estados no pueden convivir con la
Rusia proletaria y son impotentes para destruirla, puesto que los enormes
medios de que el capital dispone -el monopolio de la información, la
posibilidad de la calumnia, la corrupción, el bloqueo terrestre y marítimo, el
boicot, el sabotaje, la impúdica deslealtad (Prinkipo), la violación del
derecho de gentes (guerra sin declaración), la presión militar con medios
técnicos superiores- son impotentes contra la fe de un pueblo, es
históricamente necesario que los otros Estados desaparezcan a se transformen al
nivel de Rusia.
El cisma del género humano no puede prolongarse mucho
tiempo. La humanidad tiende a la unificación interior y exterior, tiende a
organizarse en un sistema de convivencia pacífica que permita la reconstrucción
del mundo. La forma de régimen debe ser capaz de satisfacer las necesidades de
la humanidad. Rusia, tras una guerra desastrosa, con el bloqueo, sin ayudas,
contando con sus únicas fuerzas, ha sobrevivido dos años; los Estados
capitalistas, con la ayuda de todo el mundo, exacerbando la expoliación colonial
para sostenerse, continúan decayendo, acumulando ruinas sobre ruinas,
destrucciones sobre destrucciones.
La historia es, pues, Rusia; la vida está, pues, en Rusia;
sólo en el régimen de los Consejos encuentran adecuada solución los problemas
de vida o de muerte que incumben al mundo. La Revolución rusa ha pagado su poda
a la historia, poda de muerte, de miseria, de hambre, de sacrificio, de
indomable voluntad. Hoy culmina el duelo: el pueblo ruso se ha puesto en pie,
terrible gigante en su ascética escualidez, dominando la voluntad de pigmeos
que le agreden furiosamente.
Todo ese pueblo se ha armado para su Valmy. No puede ser
vencido; ha pagado su poda. Debe ser defendido contra el orden de los ebrios
mercenarios, de los aventureros, de los bandidos que quieren morder su corazón
rojo y palpitante. Sus aliados naturales, sus camaradas de todo el mundo, deben
hacerle oír un grito guerrero de irresistible eco que le abra las vías para el
retorno a la vida del mundo.
![]() |
L’Ordine Nuovo, 7 de enero de 1919 |