
‘Habent sua fata
libelli’: los libros tienen su estrella. Cuando escribía mi Acumulación, me
asaltaba de cuando en cuando la idea de que acaso todos los partidarios, un poco
teóricamente versados de la teoría marxista, dirían que lo que yo me esforzaba por
exponer y demostrar tan conciezudamente en esta obra era una perogrullada; que,
en realidad, nadie se había imaginado que la cosa fuese de otro modo y que la solución
dada al problema era la única posible e imaginable. Pero no ha sido así.
Por la prensa socialdemócrata han desfilado toda una serie
de críticos proclamando que la concepción en que descansa mi libro es falsa de
medio a medio, que el problema planteado no existía ni tenía razón de ser, y
que la autora había sido lastimosamente víctima de un puro equívoco. Más aún:
la publicación de mi libro ha aparecido enlazada con episodios que hay que
calificar, por lo menos, de desusados.
La "crítica" de La acumulación
publicada en el Vorwärts del 16 de febrero de 1913 es, por su tono y su
contenido, algo verdaderamente extraño, aun para lectores poco versados en la
materia. Tanto más extraño cuanto que la obra criticada encierra un carácter
puramente teórico, no polemiza contra ninguno de los marxistas vivos y se
mantiene dentro de la más estricta objetividad. Pero por si esto no fuese
bastante, se inició una especie de acción judicial contra cuantos se atrevieron
a emitir una opinión favorable acerca del libro, acción en la que el citado órgano
central en la prensa -en la cual no habría, además, ni dos redactores que hubiesen
leído el libro- se distinguió por su fogoso celo. Y presenciábamos un acontecimiento
sin precedente y bastante cómico, además: la redacción en pleno de un periódico
político, se puso de pie para emitir un fallo colectivo acerca de una obra puramente
teórica y consagrada a un problema no poco complicado de ciencia abstracta,
negando toda competencia en materia de economía política a hombres como Franz
Mehring y Karl Kautsky, para considerar como "entendidos" solamente a
aquellos que echaban por tierra el libro.
Que yo recuerde, ninguna publicación de las del partido
había disfrutado jamás de este trato desde que el partido existe, y no son maravillas,
por cierto, todo lo que vienen publicando desde hace algunos años las
editoriales socialdemócratas. Lo insólito de todo esto revela bien a las claras
que mi obra ha tocado en lo vivo a ciertos sentimientos apasionados que no son
precisamente la "ciencia pura". Pero para poder juzgar el asunto con
conocimiento de causa, hay que conocer antes, por lo menos en sus líneas
generales, la materia de que se trata.
¿Sobre qué versa este libro tan violentamente combatido?
Para el público lector, la materia resulta un tanto árida por el aparato,
puramente externo y accidental, de las fórmulas matemáticas que en el libro se
emplean con cierta profusión. Estas fórmulas son el blanco principal en las
críticas de mi libro, y algunos de los señores críticos se han lanzado,
incluso, en su severidad, para darme una lección, a construir fórmulas
matemáticas nuevas todavía más complicadas, cuya sola vista infunde pavor al
ánimo del simple mortal. Como veremos más adelante, esta predilección de mis
"censores" por los esquemas no es un puro azar, sino que está
íntimamente ligada a su punto de vista en cuanto al fondo de la cuestión. Sin
embargo, el problema de la acumulación es, de suyo, un problema de carácter
puramente económico, social, no tiene nada que ver con las fórmulas matemáticas
y puede exponerse y comprenderse perfectamente sin necesidad de ellas. Cuando
Marx, en la sección de El capital en que estudia la reproducción del capital
global de la sociedad, emplea esquemas matemáticos, como cien años antes de él
lo hiciera Quesnay, el creador de la escuela fisiocrática y de la economía
política como ciencia exacta, lo hacía simplemente para facilitar y aclarar la
inteligencia de lo expuesto.
Con ello, tanto uno como otro trataban también de demostrar
que los hechos de la vida económica dentro de la sociedad burguesa se hallan
sujetos, a pesar de su superficie caótica y de hallarse regidos en apariencia
por el capricho individual, a leyes tan exactas y rigurosas como los hechos de
la naturaleza física. Ahora bien, como mis estudios sobre la acumulación
descansaban en las investigaciones de Marx, a la par que se debatían
críticamente con ellas, ya que Marx, por lo que se refiere especialmente al
problema de la acumulación, no pasa de establecer algunos esquemas y se detiene
en los umbrales de su análisis, era lógico que me detuviese a analizar los
esquemas marxistas. Por dos razones: porque no iba a eliminarlos caprichosamente
de la doctrina de Marx, y porque, además, me importaba precisamente poner de
manifiesto la insuficiencia, para mí, de esta argumentación.