
El pensamiento político occidental, sus teorías y formas
políticas están repletas de metáforas. Desde el Leviatán hobbesiano, pasando por todos los consejeros de los príncipes con
sus enseñas, emblemas y demás enseñanzas –Saavedra Fajardo, Baltasar
Gracián…-, lo cierto es que siempre ha existido la necesidad de explicar más
allá de las palabras, con imágenes y representaciones varias. También el
marxismo. Y de entre éstos, Gramsci -obligado por la censura fascista- se ha
destacado en el uso de metáforas.
Y he aquí que “gozando” del tiempo de reclusión en la
cárcel de Turi de Bari, entre 1927 y 1928, Gramsci leerá
a Maquiavelo y esta lectura le proporcionará la inspiración que
necesitaba para trabajar en la interpretación de la obra del padre de la
política moderna.
El repaso de las principales obras de Maquiavelo y la discusión de las interpretaciones históricas del mismo le darán, a continuación, una clave para aproximar historiografía y teoría política. La reinterpretación de la obra de Maquiavelo, en diálogo con Benedetto Croce y otros autores italianos, discutiendo con ellos lo que históricamente ha pasado por ser “maquiavelismo”, sugirió a Gramsci una hipótesis para la relectura de la obra de Marxy de lo que han sido los marxismos. De todo ello acabó brotando una metáfora consistente para la teoría política normativa, la del “príncipe moderno”.
El repaso de las principales obras de Maquiavelo y la discusión de las interpretaciones históricas del mismo le darán, a continuación, una clave para aproximar historiografía y teoría política. La reinterpretación de la obra de Maquiavelo, en diálogo con Benedetto Croce y otros autores italianos, discutiendo con ellos lo que históricamente ha pasado por ser “maquiavelismo”, sugirió a Gramsci una hipótesis para la relectura de la obra de Marxy de lo que han sido los marxismos. De todo ello acabó brotando una metáfora consistente para la teoría política normativa, la del “príncipe moderno”.
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Fascímil del primero de los 'Cuadernos de la Cárcel' de Antonio Gramsci |
Si atendemos a las indicaciones de Fernández Buey, “lo
esencial para estudiar la teoría política gramsciana está en los cuadernos 8
(donde inaugura un nuevo epígrafe con el título de “El príncipe moderno” y
declara la intención de incluir en él todas las notas y apuntes de ciencia
política), 13 (sobre la política de Maquiavelo); 14 (una parte del cual
contiene más notas sobre Maquiavelo), 15 (que incluye notas varias de historia
y teoría política dentro del rótulo “Pasado y presente”), y 18 (en el que
escribe o rescribe más notas sobre Maquiavelo)” [i].
Gramsci considera El Príncipe de Maquiavelo
(escrito en 1513, aunque publicado en 1532) como un libro vivo (no un tratado),
en el que ideología política y ciencia política se funden en la forma dramática
del “mito”. Esta consideración remite al mito en la acepción de Sorel [Q.8, 95;
Q.13, 1535]. Para Gramsci (como para Sorel) la posibilidad de transformar un
pensamiento sobre la política en acción política devenía en la capacidad de
constituir una ideología-mito,
“… una ideología política -escribe Gramsci- que no se presenta como fría utopía, ni como una argumentación doctrinaria, sino como la creación de una fantasía concreta que actúa sobre un pueblo disperso y pulverizado para suscitar y organizar su voluntad colectiva…” (p. 1556).
Gramsci señala que el príncipe a quien Maquiavelo le escribe
sus consejos es un príncipe inexistente, no se trata de una realidad histórica
sino una abstracción doctrinaria, “el símbolo del Jefe, del condottiero ideal” que quiere organizar
la voluntad colectiva de un pueblo disperso y pulverizado y conducirlo a la
fundación de un nuevo Estado. Ahora bien ¿cuál es el “príncipe” para quien escribe
Gramsci? El príncipe moderno para Gramsci no es otro que el partido político,
órgano nuclear de la política moderna
“…El Moderno Príncipe… no puede ser una persona real, un individuo
concreto, sólo puede ser una organización, un elemento de la sociedad en su
conjunto, donde ya se ha iniciado la concreción de una voluntad colectiva
reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Esta organización está dada
por el desarrollo histórico, y es el partido político, la primera célula donde
se resumen los gérmenes de voluntad colectiva que tienden a llegar a ser
universales y totales”.
¿Qué le interesa a Gramsci de El Príncipe? Hay dos
aspectos que apasionan a Gramsci en su relación con Maquiavelo: “La formación de una voluntad colectiva
nacional popular, que de la que el `Moderno Príncipe’ es a la vez organizador y
expresión activa y actuante, y la reforma intelectual y moral”.
Esa idea de fundación de un nuevo Estado es la que Gramsci
recoge de las prescripciones de Maquiavelo. La explicación del fracaso en
la constitución del Estado nacional italiano por lo que califica como el
“carácter cosmopolita de los intelectuales” y por la función universal (y, por
tanto, no nacional) que el papado va a cumplir en ese proceso histórico. Así lo
señala en los Quaderni:
“… Las razones de los sucesivos fracasos de crear una voluntad
colectiva nacional-popular hay que buscarlas en la existencia de determinados
grupos sociales que se forman con la disolución de la burguesía comunal, en el
carácter particular de otros grupos que reflejan la función internacional de
Italia como sede de la Iglesia y depositaria del Sacro Imperio Romano. Esta
función y la posición consiguiente determinan una situación interna que puede
denominarse económica-corporativa, es decir, políticamente, la peor de las
formas de sociedad feudal, la forma menos progresiva y más estancada. Faltó
siempre y no podía constituirse una fuerza jacobina eficiente, precisamente la
fuerza que en otras naciones ha suscitado y organizado la voluntad colectiva nacional-popular
fundando los Estados modernos…” (p. 1559).[i]
En Maquiavelo, el “Príncipe” busca conducir al pueblo para
formar a un nuevo Estado, y en la época moderna está representado por el o los
partidos de la clase obrera, que en un proceso ideológico y político superan su
carácter de parte – como lo hace el mismo Maquiavelo – para fundirse con el
pueblo-nación y transformarse en voluntad colectiva y por lo tanto en
hegemonía. El “Príncipe Moderno” es un partido que busca crear un nuevo Estado,
y que en esta lucha crea los instrumentos culturales e ideológicos que permiten
difundir a la clase revolucionaria en tanto clase hegemónica con el
pueblo-nación.
Pero, en las condiciones modernas, ¿cuál debería ser el
carácter del príncipe? Responder a esa pregunta significa para Gramsci
rehabilitar para su presente las preocupaciones de Maquiavelo y adaptarlas a
otra realidad. El Príncipe moderno ya no puede ser una persona concreta sino un
elemento de una sociedad compleja en el cual comience a concretarse una
voluntad colectiva.
La función del partido político, del Príncipe moderno, será
entonces la de germen de una nueva voluntad colectiva nacional-popular, además
de organizador de una reforma intelectual y moral capaz de generar una nueva
concepción del mundo. En ese sentido, el antecedente de Maquiavelo es para
Gramsci decisivo: tanto El Príncipe como personaje, cuanto los
jacobinos de siglos después (su “encarnación categórica”) intentaron expresar
ambas dimensiones aunque fracasaron en su tiempo.
“… Es imposible -escribe- cualquier formación de voluntad colectiva nacional-popular si las grandes masas de campesinos cultivadores no irrumpen simultáneamente en la vida política. Esto es lo que intentaba lograr Maquiavelo a través de la reforma de la milicia; esto es lo que hicieron los jacobinos en la Revolución Francesa…” (p. 1559).
En la inspiración de Maquiavelo sobre Gramsci quedan dos
líneas significativas. Una, la que se refiere a la “doble perspectiva” en
la acción política “correspondiente
a la doble naturaleza del Centauro maquiavélico, de la bestia y del
hombre, de la fuerza y del consenso, de la autoridad y de la hegemonía, de
la violencia y de la civilización, del momento individual y del universal (de
la Iglesia y del Estado) de la agitación y de la propaganda, de la táctica
y de la estrategia…” (Gramsci, 1975: p. 1576). No es difícil advertir hasta
qué punto esta proposición es utilizada por Gramsci para fundar la
relación entre violencia y consenso que construye la hegemonía, una de las
claves de su discurso complejo sobre la política.
La otra línea de Maquiavelo que vuelve en Gramsci es la que
tematiza sobre el “realismo excesivo” en política que conduce a
interesarse no por el deber ser sino por el ser, un error que
conduce a considerar a Guicciardini, un contemporáneo de Maquiavelo, como
el “político verdadero”. El dilema obliga a distinguir entre el
diplomático y el político. El primero se mueve en la “realidad
efectiva” porque su actividad no tiende a generar nuevos equilibrios sino
a conservarlos. El segundo, representado por Maquiavelo, quiere, por
definición, crear nuevas relaciones de fuerza y por tanto debe ocuparse
del “deber ser”. Pero en la visión gramsciana la cuestión no debería ser
planteada en esos términos antagónicos: de lo que se trata es de analizar
si el “deber ser” es un acto arbitrario o un acto necesario.
Lo nacional-popular
Es sabido que en la articulación del pensamiento gramsciano
la categoría de nacional-popular juega un papel central y que lo cumple hasta
tal medida, que ella podría ser considerada como un punto de cruce en el que
confluyen muchos de sus conceptos fundamentales, como el de hegemonía.
En los apuntes trazados en los Quaderni, la categoría
aparece directamente relacionada con su percepción acerca de la forma
desarticulada que asumiera el desarrollo histórico italiano, una de cuyas
manifestaciones seria la «función cosmopolita» cumplida por los
intelectuales a partir de la ausencia de un proceso colectivo de «reforma
intelectual y moral», capaz de superar el divorcio secular entre élites y
pueblo-nación.
¿Cómo aparece el término nacional-popular en Gramsci? Se lo
encuentra en sus apuntes desde la prisión, como parte de esa vasta reflexión
sobre Italia, que sólo puede desplegar parcialmente, con la que buscaba
explicarse el por que del fascismo como forma perversa de apropiación de «lo
nacional».
En tanto calificativo, la expresión alude en Gramsci a dos
dimensiones: a las tradiciones culturales (en especial la literatura) y a
aquello, no siempre precisamente definido, que en sus notas sobre Maquiavelo
llama la «voluntad colectiva» y que irrumpe en sus textos vinculada
críticamente a la definición soreliana del «mito».
Tanto las formas culturales cuanto la voluntad colectiva
nacional-popular (y ambas están estrechamente unidas) se deslindan de dos
extremos que Gramsci rechaza: el cosmopolitismo uno y el particularismo o
nacionalismo, otro. En el caso de la literatura, por ejemplo, lo
«nacional-popular» equivale y no es paradoja, a lo «universal»; cuando debe dar
ejemplos no piensa en las formas llamadas espontáneas de la cultura local, sino
en los trágicos griegos y en Shakespeare.
En verdad el núcleo del concepto gramsciano se ubica en el
interior de uno de los planos teóricamente más polémicos del socialismo: en el
de las relaciones entre intelectuales y pueblo. En un fragmento en el que
comenta el hecho de que, en algunas lenguas, «nacional» y «popular» aparecen
como sinónimos (notablemente en francés, en donde es imposible diferenciar
soberanía nacional de soberanía popular), agrega: «En Italia el término
nacional tiene un significado muy restringido ideológicamente y en ningún caso
coincide con popular, porque en este país los intelectuales están alejados del
pueblo, es decir de la nación, y en cambio se encuentran ligados a una
tradición de casta que no ha sido rota nunca por un fuerte movimiento político
nacional-popular desde abajo»
La traducción política de esa clave interpretativa para la
historia italiana remite a un problema metodológico y teórico más general: el
de las condiciones para un proceso de transformación social en situaciones de
capitalismo atrasado en las que las unificación nacional ha sido tardía e
incompleta y la constitución del estado liberal de derecho ha sido producto de
una revolución desde arriba, es decir, no de una voluntad revolucionaria o
reformista organizada desde abajo, sino de un proceso transformista.
Lo que Gramsci va a proponer como proceso de construcción de
una «voluntad colectiva nacional-popular», es la necesidad de ese nexo entre
una cultura moderna, laica y científica y los núcleos de «buen sentido» que se
alojan en la contradictoria cultura popular.
Esta asociación entre una masa que, para organizarse y
distinguirse, necesita de la intermediación de los intelectuales, específica a
su concepto de hegemonía como un proceso de constitución de los sujetos
sociales. Las reflexiones sobre la hegemonía no hacen más que coronar su
discurso sobre lo nacional-popular como categoría fundante de la posibilidad de
cambio histórico.
En sus «Apuntes sobre la política de Maquiavelo» esta
relación es clara. En efecto, lo valioso de El Príncipe sería que en el, como
mito, como forma dramática se sintetiza el proceso de formación de una voluntad
colectiva, como «fantasía concreta que actúa sobre un pueblo disperso y
pulverizado». La capacidad constructiva de esa forma mito se halla en que es
capaz de expresar el elemento intelectual de modo que pueda confundirse con el
elemento pueblo. Es sabido que la transposición moderna del mito de El Príncipe
es, para Gramsci, la organización política socialista, único sujeto capaz de
crear o al menos de coordinar una voluntad colectiva como protagonista de un
efectivo drama histórico.
Esa voluntad colectiva expresa lo nacional-popular, el
proceso de constitución de las clases económicas en sujetos de acción
histórica. Para que éste ocurra deben aparecer algunas condiciones sociales y
culturales. No siempre las clases fundamentales logran la capacidad práctica e
ideal de trascender el horizonte de la actividad económico-corporativa; esto
es, de devenir grupos hegemónicos, de agrupar alrededor de si una voluntad
colectiva nacional-popular.
Gramsci utiliza como ejemplo el caso italiano. Allí no se ha
dado históricamente la creación de una voluntad colectiva nacional-popular y
ello debe ser atribuido a diversos factores: las características de la
disolución de la burguesía comunal, el carácter de los grupos que reflejan la
posición cosmopolita de Italia como sede de la catolicidad, etc. Ello
contribuyó a la inexistencia de una fuerza jacobina capaz de disgregar a los
elementos parasitarios que anidan en la aristocracia rural y de asociarse con
los sectores urbanos industriales y con la gran masa de campesinos. Sus
clásicos análisis sobre II Risorgimento ilustran sobre esta hipótesis acerca de
las causas del fracaso en la construcción de una voluntad nacional-popular en
Italia. Esta invocación al jacobinismo condensa la función movilizadora que
debe asumir el «moderno Príncipe» que, para cumplir con sus objetivos de organizador
principal de la hegemonía debe ser el abanderado de una «reforma intelectual y
moral» como terreno necesario para que se despliegue allí la voluntad colectiva
nacionalpopular. Ambas funciones –
reforma cultural y organización de lo nacional-popular califican el papel
eminente reservado al partido político en la perspectiva analítica de los
Quaderni.
Parece claro que – más allá de la utilización de un lenguaje
plantado en una tradición cultural diferente – estas hipótesis no se colocan en
un espacio teórico demasiado diferente al configurado por Lenin. El tema del
fracaso de lo nacional-popular en los procesos transformistas del desarrollo
burgués y la postulación de la capacidad potencial del socialismo para
recomponer esa unidad, ubica a Gramsci en la continuidad de la visión
leniniana, entendida ésta como una alternativa para plantear los nexos entre
democracia y socialismo a través de una definición del carácter popular de la
revolución del proletariado.
Especificando el problema un poco más, diría que en este
nudo de la recomposición de lo nacional y lo popular a través de la creación de
una voluntad colectiva capaz de expresar la dirección política del proletariado
sobre el resto de las clases subalternas, podría encontrarse la mejor
formulación teórica e histórica realizada en la época, de las propuestas
estratégicas formuladas, por influencia directa de Lenin, en el III y IV
congresos de la Internacional Comunista. Gramsci se mantendrá permanentemente fiel
a esas líneas y es evidente que su ocaso político a fines de la década del 20
así como el acento crítico que se trasluce en los Quaderni, tiene que ver con
el abandono por parte de la Komintern, en el V y VI congresos, de las
propuestas políticas trazadas en los últimos años de vida por Lenin y
explicitadas con claridad en El extremismo, enfermedad infantil del comunismo.
La influencia de los discursos que Lenin pronuncia en el III y en el IV
congresos es transparente en las cartas de Gramsci a Togliatti, Terracini y
otros dirigentes en 1926 y habrá de encontrar una primera expresión ideológica
en ese auténtico prólogo a los Quaderni que son sus apuntes sobre Alcuni temi
della questione meridionale redactados en las vísperas de su encarcelamiento.
Quizás se encuentre en esa monografía, precisamente, el mejor acopio de
sugerencias concretas, aplicadas al análisis de una situación particular,
desarrollado por Gramsci en la perspectiva de la constitución de una nueva
voluntad colectiva nacional-popular.
Notas
[i]“De
la invención del príncipe moderno a la controversia sobre el príncipe
posmoderno”, Francisco Fernández Buey.
II
Una vez visto qué son los intelectuales, sus clases, el
papel que juegan en la sociedad hay que preguntarse ¿cuál organización de
intelectuales más orgánicamente ligada a una clase social?, ¿qué tipo
de organización de intelectuales es la más apta para dar a una clase social
conciencia de su lugar y función en la sociedad?. Para Gramsci el
partido es el organismo intelectual por excelencia, el que concreta más ampliamente
el sentido de la noción de intelectual: el partido es el intelectual
colectivo –en expresión de Togliatti-. Es la fuerza unificadora de la
clase, el ámbito de formación del núcleo dirigente de la misma, y de desarrollo
de espíritu innovador, de ataque práctico a la clase dirigente tradicional, a
través de la elaboración de una conciencia de cuestionamiento activo a su
dominación. El partido tiene la visión política general que no anida en
organizaciones de finalidad económico-corporativa, como los sindicatos.
Para Gramsci la pertenencia a un partido político
no está regulada por fenómenos de carácter pasional. Como bien indicaba Lukàcs en
su Historia y conciencia de clase, el lugar que ocupa una clase
social en el seno de una sociedad define una cierta función histórica de donde
se deriva la posibilidad de una determinada concepción del mundo. El papel del
partido es el de actualizar estas posibilidades, volver real lo que no existe
más que en potencia más o menos desarrollada en el seno de la clase social.
Una clase, por definición, no puede ocupar posiciones
diferentes en el seno de una estructura social. Su función histórica,
delimitada por ese lugar, no puede ser múltiple. Así un solo partido
exterioriza de manera completa esta función; la verdad teórica, diceGramsci, es
que cada clase se expresa por un solo partido. Siendo éste el principio
metodológico (cada partido es la expresión de una clase social), Gramsci procede
a continuación, a dar cuenta de la multiplicidad de combinaciones existentes
entre clases sociales y partidos:
“Puede observarse que en el mundo moderno, en muchos países, los
partidos políticos orgánicos y fundamentales, por necesidades de la lucha o por
otra causa, se han dividido en fracciones, cada una de las cuales toma el
nombre de “partido” e incluso de partido independiente”.[1]
La relación entre partido y grupo social es vista por Gramsci no
como una relación instrumental, de representación directa de intereses, sino
como una actividad de construcción hegemónica, que construye alianzas en base a
la búsqueda de “equilibrios” sociales:
“Cada partido es la expresión de un grupo social y nada más que de un
solo grupo social. Sin embargo, en determinadas condiciones sociales, algunos
partidos representan un solo grupo social en cuanto ejercen una función de
equilibrio y de arbitraje entre los intereses del propio grupo y el de los
demás grupos y procuran que el desarrollo del grupo representado se produzca
con el consentimiento y con la ayuda de los grupos aliados, y en algunos casos
con el de los grupos adversarios más hostiles.” [2]
En la línea permanente de Gramsci, de examinar el
vínculo base-superestructuras en toda su complejidad, la relación partido-clase
no es lineal, sino de doble vuelta. Si bien los partidos políticos no son sino
la nomenclatura de las clases sociales, también es cierto que no son solamente
una expresión mecánica y pasiva de las clases mismas, sino que reaccionan
enérgicamente sobre ellas para desarrollarlas, extenderlas, universalizarlas.
Pero, Gramsci insiste, cualesquiera que sean las
divergencias que oponen a los partidos que representan a las diferentes
fracciones de una misma clase, estos partidos «independientes» están unificados
por la defensa de los mismos intereses fundamentales y por la participación en
una misma visión del mundo. También se hallan unificados por lo que Gramsci
llama «el partido ideológico».
Así pues, Gramsci distingue entre el partido
político, en sentido estricto, y el partido ideológico formado por el conjunto
de las organizaciones intelectuales ligadas a algunas de las clases sociales
sin estar por esto bajo la directa dependencia de un partido político
particular:
Distinciones del concepto de partido: a) El partido como
organización práctica (o tendencia práctica), es decir, como instrumento para
la solución de un problema o de un grupo de problemas de la vida nacional o
internacional (…). b) ) El partido como ideología general, superior a las
diversas agrupaciones más inmediatas. [3]
Las grandes tareas del partido, las de alcance histórica son
las de “la formación de una voluntad colectiva nacional-popular de la
que el Moderno Príncipe es precisamente la expresión activa y operante y la
reforma intelectual y moral [4], mientras que en las actividades cotidianas, el partido
debe ser el representante y el guía de la clase obrera y, por mediación de
éstas en el conjunto de las masas populares. Debe ser el instigador de la
reforma moral e intelectual por la que las masas populares se aparten de la
influencia ideológica de las clases dominantes para acceder a la forma de
cultura superior. Debe ser el iniciador de la formación de una voluntad
colectiva. El partido ejerce una función hegemónica sobre las masas populares
en la medida que les dirige (formación de una voluntad colectiva), intelectual
y moralmente (reforma moral e intelectual).
Su función es política por excelencia, es la dirección
espiritual del Estado. En tanto intelectual orgánico, actúa como productor de
consenso y por ende, en el plano de las conciencias individuales, para
transformar su acción en el plano del colectivo, del grupo y de la clase
social. En esta fase, el partido fusiona la dirección de la reforma intelectual
y moral con las transformaciones económicas, con la eliminación de la plusvalía
y de la acumulación capitalista.
A la cabeza de este proceso de universalización de los
valores del proletariado como clase hegemónica se encuentra el “Moderno
Príncipe”, es decir, el partido revolucionario, que en esta nueva era
representa el papel del príncipe Maquiavelo en la lucha contra los intereses
corporativos de la burguesía comunal y por la formación del Estado burgués.
Este “Príncipe Moderno” es un partido que busca crear un nuevo Estado, y que en
esta lucha crea los instrumentos culturales e ideológicos que permiten
difundir a la clase revolucionaria en tanto clase hegemónica con el
pueblo-nación. El “Moderno Príncipe”, el partido, es el instrumento de crítica
consciente de la vieja sociedad, de su ideología y su moral, ligada a la negación
de las relaciones económicas de explotación, y constructor de la nueva
sociedad.
El problema consiste en conseguir un partido que integre a
la vez al partido ideológico y al partido como organización práctica (los
grandes intelectuales y los simples militantes), así como las diferentes
tendencias de los distintos sectores de la clase obrera que pudieran
cristalizar en fracciones. Para construir un partido de este tipo, hay que
basarse en un carácter “monolítico” y no sobre cuestiones secundarias; por consiguiente
debe observarse atentamente que exista homogeneidad entre dirigentes y
dirigidos, entre los jefes y la masa. [5].
Gramsci distingue tres condiciones que permiten un grado de
monolitismo:
Debe existir una homogeneidad ideológica que
unifique las tres capas del partido (los dirigentes, los cuadros medios y los
simples militantes).
El partido comunista es el partido de la clase obrera. Por
consiguiente es necesario, no solamente que exprese las aspiraciones de esta
clase, sino sobre todo que esté constituido por elementos del proletariado.
Es preciso, finalmente, que la estructura del partido una
dentro de un solo bloque las diferentes capas que lo constituyen
La estructura del
partido
Todo miembro del partido, inclusive el más oscuro militante,
ejerce una función educativa y de organización: todo miembro del partido
es un intelectual. Pero no todos los miembros de un partido trabajan al mismo
nivel de responsabilidades. Gramsci distingue tres grupos
fundamentales, en el seno del partido:
1. Los soldados son hombres comunes, medios, cuya participación está
posibilitada por la disciplina y la fidelidad, y no por un espíritu creador y
muy organizador[6]. Ellos son una fuerza en la medida en que hay alguien que
los centralice, organice y discipline, pero si falta esta otra fuerza de
cohesión, se dispersarán y se anularán en una pulverización impotente[7]. Sin ellos el partido no existiría[8].
2. Los capitanes constituyen el elemento principal de
cohesión, que centraliza en el ámbito nacional, que da eficacia y potencia a un
conjunto de fuerzas que, abandonadas a sí mismas, contarían cero o poco más;
este elemento está dotado de una fuerza intensamente cohesiva, centralizadora y
disciplinadora, y también, o incluso tal vez por eso, inventiva (si se entiende
“inventiva” en cierta orientación, según ciertas líneas de fuerza, ciertas
perspectivas, y también ciertas premisas)[9].
A estos capitanes Gramsci les denomina en otros
lugares el estado mayor del partido. Elaboran la línea política del partido,
apoyándose en la clase obrera, constituyen el centro dirigente del partido. El
Comité central es el único centro dirigente del partido. Los derechos de la
minoría son reconocidos en tanto que normalmente forman parte del Comité
Central sin embargo, el “reconocimiento” de la minoría no puede inspirar
medidas que llegasen a alcanzar la cohesión del partido o que limitasen el
proceso de formación “orgánica” –y no “parlamentaria”- de su centro dirigente[10]
3. Los mandos intermedios forman un elemento medio que
articule el primero con el segundo, los ponga en contacto no solamente
“físico”, sino también moral e intelectual[11]. Tienen como misión equilibrar estos dos elementos
poniéndolos en relación; deben transmitir a la cima las preocupaciones de la
base y educar a ésta, a fin de que participe activamente en la orientación del
partido.
En la concepción gramsciana, en el partido revolucionario
hay tres momentos que lo definen como tal: la unidad ideológica en torno a la
filosofía de la práctica; la composición interna pero dominantemente proletaria
en todos los niveles de organización, y la formación de un bloque que reúna los
tres estratos en permanente movimiento y relación que él distingue en el
partido, a saber bases, cuadros y dirigentes (o lo que es lo mismo,soldados,
capitanes y mandos intermedios).
Gramsci, como decíamos al inicio, se vincula a la idea de Marx de
que una clase social no puede lograr la conciencia de clase sino a través de su
organización. Al respecto, Lenin señala: “ninguna clase en la historia ha
conquistado el poder sin crear sus propios dirigentes políticos, sus propios
representantes de vanguardia, capaces de organizar y dirigir el movimiento”.
Para Gramsci, los dirigentes políticos, los
representantes de vanguardia de los que hablaLenin, son los intelectuales, pero
no cualquier tipo de intelectual sino un intelectual orgánico de la clase
obrera, que provisto de una cultura científica realiza una revolución teórico
cultural, da conciencia de clase política al proletariado y le da a conocer su
misión histórica, definiendo y realizando un bloque de alianzas políticas y
sociales cuyo objetivo sea la conquista del Estado.
Así, Gramsci termina con una concepción
restringida de los intelectuales, presente y difundida en Europa Occidental en
los primeros diseños del siglo XX, otorgando al partido como tal y en
particular al partido comunista el papel de intelectual orgánico, que debe
conquistar el prestigio y la supremacía en el conjunto de la sociedad.
Notas
[1]Mach., pp. 20-21
[2] Notas sobre Maquiavelo, p. 44
[3] M. S., p. 172
[4] Cuadernos III, p. 228
[5] Mach., p. 28; O.C. p. 218 (La política…p. 94)
[6] Mach., p. 23; O.C. p. 211-212 (Antología, p.347)
[7] Mach., p. 24; O.C. p.212 (Id., pp. 347-348)
[8] Mach., p. 23-24; O.C. p. 212 (Id. id.)
[9] Mach., p. 24; O.C. p. 212 (Id., p.347)
[10] Per una lettera del compagno Ferragini, L’Unità, 1
ottobre 1925
[11] Mach, p. 24; O.C., p. 212
(Id., id.)
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