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Especial para Gramscimanía |

En la nueva gestión imperial la organización militar ya no
es un atributo exclusivo de cada estado. La delegación de atribuciones a
organismos supra-nacionales modifica una función tradicional del estado
moderno. Hasta ahora predomina un contexto intermedio de mayor mundialización y
estados más internacionalizados.
Los aparatos estatales perduran como dispositivos de las
clases dominantes. Pero la gestión económica colectiva y la protección
militarizada internacional exigen conformar organismos para-estatales más
flexibles y autónomos.
El modelo asociativo esclarece los vínculos entre las
burguesías y las burocracias imperiales y la visión estructural clarifica el
papel de los organismos internacionalizados. Ambos enfoques permiten superar
las limitaciones del enfoque instrumentalista y evita la exageración
transnacionalista.
La asociación mundial de capitales modifica el escenario de
clases dominantes estrictamente nacionales y competitivas. Pero no hay clases
trasnacionales despegadas de sus viejos estados. El análisis de estas
transformaciones requiere notar cómo la burguesía perpetúa linajes y absorbe
nuevos contingentes. Es importante contemplar todas las dimensiones de la
dominación clasista, considerando la subordinación económica, el sometimiento
político y el control ideológico.
El término imperialismo está muy asociado con disputas entre
potencias y la denominación imperio alude a intervenciones coordinadas de los
dominadores. Conviene clarificar el sentido asignado en cada caso al concepto.
El imperialismo contemporáneo difiere significativamente de
su antecedente clásico en el terreno bélico, económico y político. La ausencia
de guerras imperialistas, la creciente mundialización y la gestión geopolítica
conjunta transforman por completo las características de la dominación
capitalista global.
Nuestra caracterización resalta estos cambios, destacando la
singularidad y las contradicciones que presenta la opresión imperial en el
inicio del siglo XXI. Expusimos esta interpretación en debate con las teorías
que postulan la continuidad del esquema leninista y en polémica con las
visiones que consideran obsoleto cualquier análisis del imperialismo.
Las miradas ortodoxas y globalistas reflejan los errores de
ambos enfoques. No registran en el primer caso y exageran en el segundo, las
mutaciones cualitativas del período en curso. Estos desaciertos impiden
percibir las peculiaridades del imperialismo actual en tres campos de novedosa
reflexión teórica: el perfil de las clases dominantes, el funcionamiento del
estado y las características de la ideología.
Clases integradas
La asociación mundial de capitales ha modificado el
escenario de clases dominantes estrictamente nacionales y competitivas, que
predominaba en el imperialismo clásico. Las burguesías alemana, japonesa,
norteamericana o francesa utilizaban en el pasado todo su arsenal, para
disputar predominio en el campo de batalla. En la actualidad, grandes segmentos
de esos grupos desenvuelven negocios conjuntos y enfocan los cañones hacia
otros blancos.
Pero el grado de integración de estos sectores varía
significativamente en cada región e involucra fracciones y no totalidades de
esas clases. Es un proceso en curso, que se desarrolla en el seno de los viejos
estados nacionales, a través de tensiones entre segmentos con distinto nivel de
actividad globalizada.
La reconfiguración mundialista es muy significativa, pero
hasta ahora tiene un alcance limitado. Implica equilibrios entre clases
nacionales y grupos internacionalizadas y se encuentra muy lejos de la transnacionalización
completa. Las transformaciones en los sectores de las burocracias no adoptan la
misma tónica en el conjunto de los capitalistas. Esos cambios involucran a un
importante segmento de directivos y funcionarios, pero no al grueso de los propietarios
de las grandes firmas.
El escenario actual diverge, por lo tanto, del contexto
nacional-competitivo descripto por Lenin y no se identifica con el curso
asociativo avizorado por Kautsky. Hay mayor integración que la observada por el
líder bolchevique, pero no rige el marco cooperativo que imaginó el dirigente
socialdemócrata.
El perfil más cosmopolita que rodea a amplios sectores de la
burguesía coexiste con el militarismo y la inestabilidad del sistema. Hay mayor
asociación del capital internacional, pero ningún atisbo de la paz perpetua,
que concebía el teórico del ultra-imperialismo. Como la integración se consuma
a través de los viejos estados y no a través de un basamento multinacional, el capitalismo
continúa corroído por múltiples tensiones geopolíticas.
Es importante registrar el cambio en curso y sus
limitaciones. La asociación internacional de los capitalistas es un proceso
contradictorio y tendencial. Ha transformado significativamente la estructura
competitiva nacional del imperialismo clásico, pero no ha creado clases
dominantes trasnacionales despegadas de sus viejos estados. Hay un nuevo status
de clases integradas, que no se amalgaman por completo.
Este perfil es coherente con la naturaleza de la burguesía,
como sector competitivo gobernado por mecanismos colectivos. Los capitalistas
conforman una clase social, que ha incluido históricamente una amplia variedad
de continuidades y cambios, para adaptarse al curso de la acumulación.
A diferencia de la nobleza, la burguesía segrega y agrega.
Perpetúa linajes y absorbe nuevos contingentes. Recurre a la separación
competitiva y a la absorción inclusiva. Por un lado recrea privilegios estables
y limita la movilidad social a través de la herencia. Por otra parte coopta
nuevos grupos a la administración de los beneficios. (1)
Las clases capitalistas necesitan estabilidad para asegurar
su reproducción y evitan las transformaciones abruptas. Pero modifican
permanentemente su conformación interna para reproducir los negocios e
incorporan a su ámbito a todos los sectores que se amoldan a las exigencias de
rentabilidad.
Este equilibrio entre continuidades y renovaciones desemboca
en un sistema de dominación ampliada. La clase capitalista no se reduce a un
puñado inmutable de propietarios de los medios de producción. Se reconfigura
periódicamente, mediante la incorporación de nuevos segmentos.
Este proceso condujo por ejemplo en la posguerra a la
inclusión de las nuevas capas gerenciales, surgidas del propio proceso de
concentración y centralización del capital. Esta incorporación involucró a
todos los funcionarios que realizan tareas esenciales para la continuidad del
sistema (coerción, persuasión, control, vigilancia). Han quedado asimilados al
polo dominante y participan como poseedores o expropiadores de la confiscación
del trabajo ajeno.
Los capitalistas amplían su composición con este tipo de
absorciones de los sectores necesarios para valorizar el capital. Estos
segmentos cumplen funciones estratégicas en el control del proceso de trabajo y
aseguran la reproducción de la ganancia (altos directivos). Cumplen un rol muy
diferente a la actividad puramente técnica, desarrollada por otro tipo de
asalariados (profesionales). (2)
Definiciones
ampliadas
Tomar nota de estas modificaciones y utilizar un criterio
ampliado para caracterizar a las clases capitalistas es decisivo. Sólo esta
óptica permite notar dos importantes rasgos de la asociación internacional en
curso. La propiedad de los paquetes accionarios ha comenzado a mundializarse y
los directivos de grandes compañías adoptan ciertas modalidades cosmopolitas.
Estos cambios están acotados por su desenvolvimiento en el marco de estados
nacionales diferenciados, pero ilustran un viraje hacia la mayor integración
global.
Recurrir a un criterio ampliado de análisis de las clases
dominantes es vital para entender la actual situación intermedia de los
principales grupos capitalistas. Estos sectores ya no actúan como bloques
nacionales uniformes y tienden a la asociación internacional, pero sin alcanzar
un status transnacional.
Existe una amplia variedad de altas burocracias
mundializadas y un segmento más restringido de propietarios
internacionalizados. Esta combinación contrasta con el escenario
invariablemente nacional, que presentaba el imperialismo clásico. Para analizar
correctamente este cambio, resulta necesario reconocer que la pertenencia a la
clase capitalista se extiende a ambos sectores y está conformada por la suma de
propietarios y funcionarios del capital.
Las clases burguesas no se definen sólo por la propiedad de
los medios de producción y por el lugar que ocupan en la estructura productiva.
Ese sector social incluye toda una red de auxiliares que desarrollan las funciones
de coerción, persuasión y administración, requeridas para la reproducción del
sistema. (3)
Estos criterios son importantes para evitar dos
unilateralidades. Las miradas que ponen el acento en la gestación de una nueva
clase dominante transnacional tienden a resaltar sólo la globalización de las
funciones, omitiendo la persistencia de propietarios nacionales diferenciados.
Quienes por el contrario, desechan desde una óptica ortodoxa la existencia de
transformaciones relevantes, remarcan esta segunda continuidad desconociendo el
primer viraje. En ambos casos se ignora el curso intermedio que prevalece en el
escenario actual.
Este proceso no se esclarecerse observando únicamente la
dimensión económica de la nueva configuración clasista. La dominación de los
poderosos se ejercita también en el terreno político y social y la propia
definición de esa sujeción incluye los tres campos. Es una subordinación
económica que los capitalistas imponen a los asalariados, es un sometimiento
político que la burguesía ejerce sobre los trabajadores y es una supremacía
ideológica que mantienen los dominadores sobre los dominados. (4)
Otro tipo de estados
A diferencia del imperialismo clásico, la organización
militar ya no es un atributo exclusivo de cada estado. Predomina una gestión
mundial coordinada y jerarquizada, que ha transferido parte de las decisiones
bélicas a un mando conjunto, liderado por Estados Unidos. Esta delegación
modifica una de las funciones tradicionales del estado moderno. Muchas
actividades de armamento y entrenamiento militar han quedado fuera de la órbita
exclusiva del estado-nación.
Esta transformación altera las reglas de la guerra en
función de la defensa nacional, que imperó durante la vigencia del sistema
westfaliano (1648-1943). Esos principios surgieron con el fin del feudalismo y
la sustitución del esquema de autoridades superpuestas (que regía a la nobleza)
por el modelo de centralización militar, que adoptaron las monarquías absolutas
y los regímenes republicanos. Al diluirse en las últimas décadas el horizonte
de las guerras inter-imperiales, se han disuelto los viejos cimientos estatales
de las conflagraciones entre potencias.
Esta transformación explica el nuevo perfil
internacionalizado del gendarme estadounidense. Al concentrar la mitad del
gasto bélico mundial para desenvolver operaciones a escala planetaria, el
estado norteamericano reemplazó la antigua estructura de la defensa nacional
por un nuevo sistema de custodia imperial.
Ese estado articula el funcionamiento interno y la
coordinación exterior, mediante dispositivos que no tuvieron las potencias
precedentes. Define guerras hegemónicas y agresiones globales, a través de una
red de organismos presidenciales, parlamentarios y académicos, que seleccionan
mediante disputas de poder las distintas opciones en juego. El aparato estatal
norteamericano sirve a los intereses de la burguesía estadounidense, pero
también sostiene el orden capitalista global.
Este rol es ejercido en un escenario de convivencia de los
viejos estados nacionales con distintas instituciones regionales y globales,
que asumen funciones para-estatales. Estos organismos eran inexistentes en la
era clásica, pero no tienen aún el perfil estable de instituciones
transnacionales sustitutas.
Las nuevas estructuras multinacionales son militares (OTAN),
diplomáticas (ONU), económicas (OMC), financieras (FMI) e informales (G 8, G
20) y están rodeadas de numerosos equivalentes regionales (Unión Europea,
MERCOSUR, NAFTA, etc). Ambos tipos de instituciones absorben actividades, que
en el pasado eran patrimonio exclusivo de los estados nacionales. La soberanía
absoluta sobre cierto territorio nacional se ha reducido significativamente con
esta internacionalización del poder de decisión. (5)
Este proceso de transferencia de facultades hacia los
organismos extra-nacionales, ya no genera la simple contraposición entre
ganadores imperiales y perdedores vasallos. Ahora rigen nuevas relaciones de
protección militar y asociación económica entre las clases dominantes.
Esta mutación redistribuye niveles de soberanía y rompe la
cohesión de estados construidos al cabo de prolongados procesos de formación
nacional. Este cimiento es quebrantado por la mundialización y ha sido
profundamente socavado por el neoliberalismo.
El cambio en curso se desenvuelve a través de una creciente
penetración internacional en los viejos aparatos estatales. Estas estructuras
amoldan la regulación local de la acumulación a los nuevos requisitos impuestos
por la reproducción global del capital. Se incrementan las garantías a la
inversión externa, se refuerzan los incentivos a la movilidad financiera y se
consolidan los reaseguros a la liberalización comercial. El mismo estado
nacional continúa aportando los cimientos jurídicos y materiales que exige el
capital, pero este sostén se implementa con mayor atadura a las prescripciones
externas.
El capitalismo global continúa funcionando a través de
múltiples estados nacionales, sin conformar un sustituto mundial de esos
organismos. Pero la estructura interior de las viejas instituciones ha
cambiado. Ya no sostienen sólo los intereses de clases capitalistas rivales,
sino que apuntalan la asociación internacional del capital. El imperialismo
actual opera en un contexto intermedio de mayor mundialización y sostenida
perdurabilidad de estados más internacionalizados.
Complejidad y
autonomía
Los estados imperialistas del pasado y sus herederos
actuales difieren en muchos aspectos, pero mantienen una continuidad básica.
Son dispositivos al servicio de las clases dominantes, que operan como
estructuras coercitivas para perpetuar un orden social opresivo.
La policía, el ejército y las cárceles persisten como
mecanismos centrales del poder burgués para asegurar esa dominación. Es
importante recordar este principio básico, frente a numerosas mistificaciones,
que presentan al estado como un exponente del bien común y del interés general.
Esa vieja creencia ha sido reciclada por los neoliberales,
que diabolizan la acción del estado cuando observan obstrucciones al
funcionamiento del mercado. Esta actitud cambia abruptamente cuando resulta
necesario garantizar los negocios capitalistas. En esas circunstancias aplauden
las intervenciones jurídicas y coercitivas de ese organismo. En la estabilidad
promueven privatizaciones y recortes del gasto social y en la crisis elogian el
rescate de los bancos y los socorros de las empresas.
La omisión del fundamento clasista del estado es muy común
también entre los críticos del intervencionismo estatal, que reivindican las
cualidades de la sociedad civil, como ámbito de diálogo, tolerancia y
realización humana. En esos elogios suelen olvidar que en el universo
“societalista” impera la desigualdad generada por la explotación capitalista.
La órbita estatal convalida esa inequidad, mediante la acción de policías,
jueces y funcionarios que garantizan el orden vigente. La sociedad civil regula
la dominación económica y el estado organiza la dominación política.
Todas las concepciones que divorcian el análisis del estado
de sus raíces clasistas impiden comprender la dinámica actual de este organismo
a escala imperial. Esta institución presenta un funcionamiento más complejo y
autónomo que su precedente clásico, pero responde a los mismos intereses de
clases dominantes. El desconocimiento de ese fundamento torna misteriosa
cualquier indagación sobre el tema.
La gestión económica más colectiva del imperialismo
contemporáneo y la protección militar más internacionalizadas se implementan al
servicio de los poderosos. Pero requieren el concurso de instituciones
estatales, con mayor grado de flexibilidad e independencia que sus equivalentes
de principios del siglo XX
Estos rasgos son visibles por ejemplo en el gendarme
norteamericano (como custodio global del capital) y en la Unión Europea (como
entidad que adelantó la convergencia de estamentos burocráticos a la fusión de
las empresas de esa región). Los funcionarios de ambas instituciones mantienen
una relación de mayor asociación con los grandes grupos industriales y financieros.
Por un lado, el accionar militar norteamericano genera
frecuentes conflictos de intereses con las firmas estadounidenses. Por otra
parte, la unificación europea obliga a equilibrar intereses de compañías que no
han constituido un capital continental integrado. En ambos casos, los estados
ya internacionalizados deben armonizar intereses, que desbordan ampliamente el
radio nacional del imperialismo clásico.
La autonomía relativa del estado que impone esta
administración capitalista contemporánea introduce mayor distancia, pero no
divorcios de las clases dominantes. El manejo del estado continúa orientado a
proveer las condiciones que requiere el capital para reproducirse. Esa entidad
no se desliza hacia un auto-desarrollo desconectado del poder burgués. La alta
burocracia desenvuelve su propio sendero, pero mediante una relación
privilegiada con los dueños de las tierras, las empresas y los bancos.
Este tipo de conexiones entre los administradores directos
del estado y sus principales beneficiarios rige la dinámica del imperialismo
contemporáneo. Estos vínculos se verifican en los nuevos organismos
globalizados (FMI, OMC, ONU) y en los viejos estados más internacionalizados.
Las nuevas burocracias suelen anticipar las conductas que aún no maduró el
conjunto de la burguesía. Entre ambos grupos existe una complementariedad, que
le permite al aparato del estado desenvolverse con sus propias reglas, sin
afectar la marcha de los negocios.
Los cimientos
teóricos
La comprensión de las características del estado imperial
exige superar las visiones instrumentalistas de ese organismo, como una simple
herramienta de la burguesía. Estos enfoques predominaron en los análisis
marxistas del imperialismo clásico y tuvieron el mérito de esclarecer el interés
de clase subyacente en las confrontaciones inter-imperialistas, a principio del
siglo pasado.
Esos enfoques permitieron refutar las teorías
convencionales, que atribuían las conflagraciones al “ansia de poder”, al
“deseo de gloria” o a los “ideales patrióticos”. Esa desmistificación de la
competencia inter-imperial permitió desnudar las causas de las tomentosas
guerras, que ensangrentaban a los pueblos para enriquecer a los poderosos.
Pero estas caracterizaciones –que iluminaron la función del
estado en las situaciones extremas de conflagración inter-imperial- se tornaron
insuficientes al concluir la segunda guerra. No sirvieron para comprender el
papel de esa institución en los períodos de estabilidad. La presentación
instrumental tan sólo aporta un punto de partida para estudiar el problema.
Este señalamiento inicial debe complementarse, indagando las múltiples y
cambiantes funciones que cumple el estado, en cada etapa de la acumulación.
Superar la herencia instrumentalista es indispensable para
captar las características del estadio imperial contemporáneo. Esta institución
opera a través de procedimientos, mediaciones y mecanismos muy variados. Como
ha internacionalizado su radio de acción sin generar estructuras
transnacionales uniformes, se necesita indagar las modalidades de un sistema
múltiple de estados que se ha mundializado.
El modelo asociativo, que expusieron algunos pensadores
marxistas en los años 70 es muy útil para encarar este análisis, puesto que
permite esclarecer los vínculos actuales entre las burguesías y las burocracias
imperiales. Este esquema da cuenta de las relaciones de correspondencia y
conflicto que mantienen ambos sectores. Dos fuerzas separadas coexisten en
tensión, en la defensa de un mismo sistema.
Esta comunidad se refleja en los propios mecanismos de
selección del personal apto para dirigir el estado burgués. Los administradores
de ese organismo mantienen estrechas relaciones de parentesco y amistad con los
capitalistas, defienden los mismos valores y exhiben los mismos
comportamientos. Pero desarrollan una conciencia más acabada de los intereses
del sistema, reflejando la acentuada separación entre esferas políticas y
sustratos económicos del régimen vigente. La burguesía es una clase competitiva
que necesita delegar el gobierno sobre una capa especializada, que asegure el
equilibrio político y la seguridad jurídica requeridos por la acumulación. (6)
La tesis del marxismo estructuralista también aporta
elementos importantes para la comprensión del estado imperial. Esta visión
analizó de qué forma el estado asegura la reproducción objetiva del sistema.
Ilustró el rol esencial que cumple este organismo en debilitar la resistencia
de los dominados y facilitar la cohesión de los dominadores, para recrear las
condiciones económicas y los cimientos legales que necesita el capitalismo para
desenvolverse. (7)
Estos señalamientos contribuyen a explicar, en la
actualidad, el papel central que cumplen las instituciones más
internacionalizadas del estado norteamericano. La Reserva Federal se ha
tornado, por ejemplo, decisiva en la organización y continuidad de las finanzas
globalizadas.
Aunque los debates del pasado opusieron al enfoque
asociativo con la visión estructural, ambas miradas son compatibles y aportan
los fundamentos para comprender la complejidad del funcionamiento estatal
contemporáneo. Subrayan cuál es la relación social capitalista que subyace en
torno a este organismo y evitan especialmente la presentación de weberiana de
la burocracia, como un poder en sí mismo divorciado de las prioridades de la
burguesía.
Ideología global
La ideología tiene en la actualidad mayor gravitación en la
política imperial que en el pasado. El mantenimiento del orden global requiere
suscitar la adhesión de importantes sectores de la población. Este apoyo no se
consigue solamente con el temor o la resignación que generan las agresiones del
Pentágono.
La ideología imperial contemporánea recurre a ejercicios de
persuasión, para combinar la coerción con el consenso, en los términos
concebidos por Gramsci. El revolucionario italiano, retrató cómo la dominación
burguesa exige mixturar el uso de la fuerza con modalidades de consenso.
Destacó que la sujeción de los oprimidos requiere formas de consentimiento
hacia los poderosos, logradas por intermedio de la cultura y el liderazgo
moral.
Gramsci subrayó que el uso exclusivo de la violencia sólo
permite una supremacía coercitiva, que no asegura la reproducción de la
opresión clasista. Señaló que únicamente el predominio ideológico permite
consolidar formas de hegemonía más perdurables. Ese sostén se logra suscitando
entre los oprimidos, la aceptación de los valores postulados por los opresores.
Esa atadura se construye generalizando identificaciones imaginarias y reforzando
los mitos de pertenencia a una comunidad compartida, en un cuadro de mayor
incorporación política de sectores populares al sistema vigente. (8)
Mientras estas formas de hegemonía operaron tradicionalmente
en marcos exclusivamente nacionales, la dominación contemporánea exige impactos
de orden global. Funciona a través del americanismo como una ideología de todo
el imperialismo colectivo y no solo como transmisión de las creencias de cada
burguesía a su respectiva población. Es propagado por una potencia dominante
que ejerce la coacción y difunde los valores que sostienen al orden vigente.
Estados Unidos apuntala ambos pilares al manejar el mayor aparato bélico de la
historia, propagando principios capitalistas compartidos por todas las clases
dominantes.
En este plano se verifica una diferencia importante con los
liderazgos precedentes. La combinación de primacía militar e ideológica
norteamericana no es equivalente a las preeminencias anteriores de las ciudades
italianas, el reino de Holanda o el colonialismo británico. (9)
Aunque cada período histórico incluyó la supremacía
ideológica de alguna potencia, el americanismo tiene un alcance global que no
tuvieron sus antecesores. Genera imitaciones y complicidades que nunca logró el
precedente inglés. La ideología imperial de Estados Unidos contiene un
componente inédito. Es repetida en el exterior, como una biblia del capital y
es propagada en el interior, como un himno a la igualdad de oportunidades. En
el mundo, oculta su defensa de la explotación y en la metrópoli, mistifica una
tradición de ascenso social que se forjó con la esclavitud de los negros y el
genocidio de los indios.
Esta doble función explica la gravitación alcanzada por esa
ideología entre las clases dominantes. ¿Pero cuál es su grado de efectividad
actual entre los pueblos? La exaltación del beneficio y la competencia, que
tanto entusiasma a las elites capitalistas, no es espontáneamente compartida
por el grueso de la población. La credibilidad de estos principios está
directamente afectada por la violencia que rodea a la acción imperial.
El americanismo no se reduce a magnificar las virtudes de la
libre empresa. También propaga la utilización de las armas para garantizar esas
ventajas. Por esta razón, la extensión de su penetración entre las capas
populares depende de los éxitos o fracasos de una política que se impone
mediante chocantes brutalidades. Para contrarrestar la indignación que generan
los vandalismos imperiales hay que ocultar la información y se requiere
manipular la opinión pública. Pero la viabilidad de esas digitaciones varía en
cada circunstancia.
Ciertamente las mayorías populares están influidas por las
creencias dominantes, pero solo consienten esos mitos cuando parecen
compatibles con mejoras sociales y económicas. Para que esas ideas se extiendan
al conjunto de la población, el costo de las aventuras imperiales debe resultar
imperceptible (o tolerable) para esas mayorías.
El menor impacto que tienen hasta ahora entre la población
norteamericana las agresiones contra Irak o Afganistán (en comparación a
Vietnam), es un ejemplo de esta variedad de efectos. La ideología que justificó
ambas invasiones compartió las mismas incoherencias y se basó en los mismos
argumentos pueriles de inminente peligro para la supervivencia de los
estadounidenses. Pero las condiciones en que operaron esas creencias han sido
distintas.
En los años 70, la crisis del sistema político, la rebeldía
social, las demandas democráticas y el impacto de las luchas antiimperialistas
desnudaban con mayor facilidad las inconsistencias de la propaganda
imperialista. Además, el carácter profesionalizado del ejército permite en la
actualidad guerrear sin la conscripción obligatoria, que sublevaba a la
juventud.
La ideología solo condiciona, por lo tanto, en forma
genérica un conjunto de actitudes, que cambian en función de las circunstancias
políticas. En Estados Unidos estas condiciones influyen directamente sobre una
ciudadanía débil, que tiene escasa participación en la vida pública. Esa
población sólo sostiene las aventuras en el exterior que no afectan su nivel de
vida y sensación de seguridad.
Tensiones e
inoperancias
Las creencias imperiales dominantes transmitidas por los
medios de comunicación tienen un impacto enorme. Estos dispositivos de
propagación desbordan ampliamente la influencia que ejercía en el pasado el
ámbito escolar, religioso o familiar. Moldea hasta niveles impensables el
razonamiento de la población.
Pero esta penetración no es ilimitada. La cohesión que
aportan las ideologías a los grupos dominantes no se proyecta con la misma
intensidad a los sectores populares. El carácter contradictorio de estas
creencias dificulta, además, su interiorización, como un sentido común. Las
creencias que los dominadores imponen al conjunto de la sociedad coexisten con
otras culturas y están socavadas por sus propias incoherencias. Los mitos
imperialistas operan como cualquier otra modalidad del pensamiento dominante.
Influyen sobre toda la sociedad, pero tienen una penetración diferenciada entre
sus propulsores, aprobadores y simples receptores. (10)
En las últimas décadas el americanismo ha contado con las
mismas ventajas y los mismos contratiempos que rodean al neoliberalismo. Ambas
doctrinas han logrado un importante nivel de consentimiento en las coyunturas
de estabilidad y padecen fuertes dislocaciones en los momentos de crisis. Las
dos variantes afrontan el descreimiento cuando sus incongruencias emergen a la
superficie. Un sistema de competencia que socorre a los bancos pierde tanta
credibilidad como una intervención humanitaria que perpetra masacres. Las dos
modalidades del pensamiento dominante están corroídas por las inconsistencias
que impone el funcionamiento turbulento del capitalismo contemporáneo.
La ideología imperial transmite creencias indispensables
para la reproducción del régimen vigente. Es un error suponer que la
gravitación de esas ideas ha decrecido por el impacto de otros procesos
condicionantes de la vida social. La expansión de la técnica, el reinado de la
información, la declinación de las pasiones políticas o el aumento del
descreimiento cínico, no reducen el peso de la ideología. Sin las creencias
neoliberales, el capital no podría introducir privatizaciones y sin el
americanismo, el imperialismo no podría sostener sus agresiones militares.
Las ideologías cumplen un papel central. Operan como
creencias, cosmovisiones y prácticas colectivas, que las clases capitalistas
necesitan desenvolver para ejercer su dominación. Son pensamientos
representativos de los intereses dominantes, que se transmiten a través de
creencias ilusorias y falsas conciencias de la realidad. Legitiman poderes,
eternizan un propósito opresor y bloquean la aparición de alternativas.
Pero las ideologías están sujetas también a múltiples
contradicciones por la variedad de funciones que cumplen y por la multiplicidad
de planos en que deben actuar. Interpelan a sujetos que comparten variados
ámbitos de pertenencia (familia, sindicato, nación, religión), que están
regidos por creencias diferenciadas y se encuentran sometidos a los conflictos
entre las distintas subjetividades en juego. (11)
Estas tensiones corroen directamente la ideología imperial.
La protección de la familia choca con el alistamiento de los seres queridos,
los principios religiosos de convivencia confrontan con la adhesión a la
brutalidad de la guerra, la defensa de la patria contradice el apoyo a una
aventura en el exterior.
El americanismo está socavado por su propio
desenvolvimiento, pero la comprensión de estas contradicciones requiere
reconocer su gravitación. Esta singularidad sólo es perceptible si se notan sus
especificidades en comparación al imperialismo clásico y si se capta que
constituye una forma de pensamiento ligada al poder estadounidense. El registro
de ambos aspectos exige tomar distancia con la ortodoxia y el globalismo.
Conceptos y
terminologías
El imperialismo del siglo XXI se transforma al compás de las
mutaciones que se registran en las clases dominantes, los estados y las
ideologías contemporáneas. El sistema de dominación capitalista adopta a nivel
global nuevas formas, para renovar la explotación económica, la coerción
política y el sometimiento cultural de los oprimidos.
La asociación internacional de los poderosos apunta, en
primer lugar, a incrementar la extracción de plusvalía a los trabajadores. La
concertación geopolítica de la gestión imperial busca, en segundo término,
estabilizar esos privilegios. Finalmente, la dominación que imponen los
poderosos pretende naturalizar esas injusticias, como un dato inamovible de la
realidad.
El imperialismo contemporáneo incluye estos tres
dispositivos para perpetuar la dominación. Es un concepto insustituible para
explicar cómo esa opresión se ejercita en el plano mundial por medio de la
violencia. Pero las modificaciones consumadas en las últimas décadas son tan
significativas, que existen dudas sobre la exactitud del viejo término de
imperialismo, para dar cuenta de la nueva realidad.
Como esa noción se encuentra muy asociada con disputas entre
potencias por el reparto del mundo se ha tornado corriente el uso de la
denominación imperio, para aludir a la intervención coordinada de las potencias
en el sostenimiento del status quo.
Las referencias al imperialismo suelen indicar defensas de
un interés específico del capital estadounidense, japonés o francés. En cambio,
los señalamientos sobre el imperio aluden, al sostenimiento del interés
colectivo de los capitalistas. Lo importante es clarificar el sentido que se
asigna en cada caso a esta combinación de acciones asociadas y rivales.
El concepto de imperio del capital ofrece la mejor
definición, puesto que realza el carácter capitalista pleno que alcanzó la
dominación mundial jerarquizada del sistema vigente. Este término mejora la
denominación clásica de imperialismo (que puede sugerir continuidad de las
confrontaciones inter-imperiales) y evitar la simple alusión al imperio (en la
interpretación descentrada y desterritorializada de esa noción). Pero estos
ajustes del lenguaje son secundarios. En realidad es válido el uso de
cualquiera de los términos corrientes, especialmente en la denuncia de la
opresión imperial y en la batalla práctica contra las agresiones y despojos que
perpetran las grandes potencias.
Pero la comprensión de estas resistencias exige ingresar en
otro plano de la teoría. Hay que avanzar más allá de la problemática del
imperialismo como articulación global del capital. Se requiere estudiar el
fenómeno, en función de la desigualdad que generan las conexiones entre el
centro y la periferia. Para encarar esta reflexión las viejas categorías son
insuficientes. Hay que estudiar las semiperfierias, indagar la emergencia de
las nuevas potencias y comprender el rol de los BRICS. Estos temas incitan a
desenvolver la segunda parte de nuestra investigación.
Notas
1) Este doble carácter de la burguesía en: Pincon Michel,
Pincon-Charlot Monique, Sociologie de la bourgeoisie, La Decouverte, Paris, 2000.(cap
1,2,3)
2) La clase dominante registra procesos constantes de
mutación. Un retrato de estos cambios en la crema del sistema es presentado
anualmente por la revista Forbes, en su ranking de multimillonarios (ahora
billonarios). En las últimas dos décadas este cuadro registró la irrupción de
los nuevos popes de la informática en el top de los adinerados y también la
diversificación del origen nacional de todo el club. Ver: planetanegocios.com 6, mayo 2011.
3) Este
enfoque plantea: Carchedi Guglielmo. “Two models of class analysis”. Capital
and Class n 29, 1986. Carchedi, Guglielmo. Frontiers of political
economy, Verso 1991.(cap 2)
4) Ver: Garo Isabelle. “La bourgeoisie de Marx: les héros du
marché”. Bourgeoisie: état d´une classe dominante”, Syllepse, Paris 2001
5) Una descripción de esta transformación presenta: Held
David. La democracia y el orden global, Paidos, Barcelona, 1995, (cap 1, 2, 3,
4).
6) Este enfoque fue desarrollado por: Miliband Ralph.
Debates sobre el estado capitalista (cap 1, 3, 4 y 7), Imago Mundi, Buenos
Aires 1991. Miliband Ralph. El estado en la sociedad capitalista. Siglo XXI,
México, 1980.
7) Esta visión fue expuesta por Poulantzas Nicos. “Las
transformaciones actuales del estado”, en La crisis del estado, Confrontación,
Barcelona, 1977. Poulantzas Nicos. “Introducción al estudio de la hegemonía en
el estado”. Las clases sociales en el capitalismo actual, Siglo XXI, México,
1976.
8) Gramsci Antonio, Notas sobre Maquiavelo, el estado y la
política moderna, Nueva Visión, Buenos Aires, 1972.
9) La analogía es planteada por: Arrighi Giovanni. El largo
siglo XX. Akal, 1999 (cap 1 y 3)
10) Esta tesis desarrolla Callinicos Alex, Making history,
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