
Ha muerto un hombre de bien, un hombre del pueblo y para el
pueblo que luchó por dignificar y dar poder a los humildes de su querida
República Bolivariana de Venezuela. Fue un hombre de su tiempo y un adelantado
que alcanza la inmortalidad de los predestinados para dejar huella en la
historia del mundo de las resistencias y revoluciones. Soñó, como su mentor
Bolívar, con una América Latina unida y libre de la dominación imperialista.
Como su gran amigo y consejero Fidel, puso en marcha las fuerzas telúricas de
los explotados para dejar de serlo y avanzó a contracorriente de inercias,
telarañas seculares y conspiraciones.
Hugo Chávez deja un enorme vacío político –nacional e
internacional– por su estatura como dirigente de los de abajo, por su visión de
estadista al servicio de una revolución que contra viento y marea ha logrado
cambiar al país hasta sus cimientos; por su calidad humana que concitó el apoyo
ciudadano mayoritario en los innumerables procesos electorales en los que
participó y que lo llevaron a los varios mandatos de una presidencia golpeada
sistemáticamente por una derecha recalcitrante, violenta, racista, aliada del
imperio, siempre lista para el boicot empresarial, la subversión, el golpe de
Estado, y el magnicidio.
El odio implacable y patológico a Hugo Chávez por parte del
gobierno de Estados Unidos, de la oligarquía venezolana, de sus pares en los
circuitos de la contrarrevolución y el terrorismo de Estado, en la derecha
intelectual de los Varga Llosa, y en los medios de comunicación a su servicio,
como el duopolio televisivo en México, o El País, en España, ofrece la medida
de lo que el Comandante representa para su pueblo y los pueblos del mundo en
esta compleja lucha de clases que tiene lugar en el ámbito planetario, a pesar
de los esfuerzos de la dictadura mediática por negarla, ocultarla o trastocarla
en su favor.
El Comandante deja un vacío, pero también una legado de
incalculable valor: su confianza en el pueblo pobre y explotado para vencer las
adversidades y enfrentar la violencia del imperio y la oligarquía; su capacidad
para reaccionar avanzando a cada agresión de sus enemigos; su curiosidad
intelectual que lo llevó a un permanente desarrollo de sus alcances teóricos
sobre el entorno político e ideológico que le tocó vivir; su lealtad y
congruencia para estrechar las alianzas duraderas y confiables, como las
mantenidas con el pueblo y el gobierno cubanos.
También nos deja la lección de la viabilidad de la
integración latinoamericana como garantía de independencia y soberanía frente al
imperialismo, y en particular con la Alternativa Bolivariana para los Pueblos
de nuestra América (ALBA), el ejemplo concreto de que lejos de la dictadura del
capital, los pueblos pueden relacionarse bajo la premisa de la solidaridad y la
verdadera hermandad. Su legado político regional también incluye Telesur,
Petrosur, Petrocaribe, la naciente Celac, Banco del Sur, entre otras
iniciativas que, propias o conjuntas, no podrían pensarse hoy sin la
participación del Comandante presidente.
No tengo la menor duda de que el chavismo logrará salir
airoso de la prueba de una Venezuela sin Chávez, si permanece unido a ese
legado y si radicaliza aún más la revolución bolivariana en la dirección
inequívoca de profundizar la construcción del poder popular, de combatir la
corrupción y la doble moral entre sus filas, de ocupar todos los espacios de la
territorialidad y la política con hombres y mujeres reconocidos por su
fidelidad al pensamiento y la práctica del presidente Chávez.
Murió un libertario, un irreverente, un comandante del
pobrerío, pero queda la semilla de un futuro más promisorio para la Venezuela
bolivariana y para la América Latina entera, para otro mundo posible, que sin
la acción de hombres de la estatura del Comandante y de los pueblos como el que
lo ha acompañado desde hace más de 15 años, no podríamos alcanzar.
LA JORNADA