Como ha sido señalado de manera reiterada, carece de sentido
pretender encontrar en la obra de Marx una teoría general del partido de la
clase obrera. No obstante la frecuente aparición del vocablo partido en sus
escritos, “sería vano buscar en Marx una exposición sistemática y completa de
la teoría del partido proletario, de su naturaleza, de sus características“.[1] La
dificultad no consiste sólo en la ausencia de una elaboración sistemática de
esa teoría, sino en la ausencia también —en la obra de Marx— de ciertos
problemas (o preguntas) que el despliegue posterior del movimiento obrero y el
desarrollo de la lucha por el socialismo mostraron como problemas centrales. En
efecto, Marx se planteó de manera insuficiente la cuestión de si el propio
proceso de maduración del proletariado, generado por la lucha de clases, basta
para constituir el sujeto revolucionario o si, además, es preciso contar con la
intervención de un factor externo a. ese proceso:
un aspecto del partido revolucionario —y no un aspecto secundario— no fue verdaderamente aclarado por Marx. Admitido que, en la inmediatez de su condición, el proletario no puede alcanzar en modo alguno una visión de conjunto del sistema social, ni promover su derrumbe; admitido pues, que su acción como clase pueda desarrollarse sólo gracias a la superación de esa inmediatez, y por lo tanto a través de la mediación de una conciencia revolucionaria, ¿cuál es el proceso, el mecanismo, a través del cual puede producirse esa conciencia? ¿Puede la conciencia de clase, sobre la base de una necesidad intrínseca, madurar en el proletariado como un proceso espontáneo de elementos que ya están presentes en su objetividad social y que se vuelven cada vez más dominantes hasta prevalecer sobre los demás elementos originarios que condenaban a la clase a la subordinación y la disgregación? ¿O es que tal conciencia forzosamente representa una superación global de la inmediatez proletaria, y no puede madurar si no es a través de un salto dialéctico, de la acción de fuerzas externas y su entrelazamiento con la acción espontánea de la clase? Marx no enfrentó ese problema. Aunque su concepción general de la revolución proletaria postulaba indirectamente una cierta solución (la del “elemento externo” y no la de la espontaneidad) no cabe duda respecto de que no son pocas ni secundarias las afirmaciones suyas que podrían o pueden utilizarse para fundamentar una solución opuesta. No se trataba de un elemento de poca importancia, y no es casual que la polémica teórica relativa a la definición de una teoría del partido revolucionario se haya desarrollado sobre todo en torno de ello.[2]
un aspecto del partido revolucionario —y no un aspecto secundario— no fue verdaderamente aclarado por Marx. Admitido que, en la inmediatez de su condición, el proletario no puede alcanzar en modo alguno una visión de conjunto del sistema social, ni promover su derrumbe; admitido pues, que su acción como clase pueda desarrollarse sólo gracias a la superación de esa inmediatez, y por lo tanto a través de la mediación de una conciencia revolucionaria, ¿cuál es el proceso, el mecanismo, a través del cual puede producirse esa conciencia? ¿Puede la conciencia de clase, sobre la base de una necesidad intrínseca, madurar en el proletariado como un proceso espontáneo de elementos que ya están presentes en su objetividad social y que se vuelven cada vez más dominantes hasta prevalecer sobre los demás elementos originarios que condenaban a la clase a la subordinación y la disgregación? ¿O es que tal conciencia forzosamente representa una superación global de la inmediatez proletaria, y no puede madurar si no es a través de un salto dialéctico, de la acción de fuerzas externas y su entrelazamiento con la acción espontánea de la clase? Marx no enfrentó ese problema. Aunque su concepción general de la revolución proletaria postulaba indirectamente una cierta solución (la del “elemento externo” y no la de la espontaneidad) no cabe duda respecto de que no son pocas ni secundarias las afirmaciones suyas que podrían o pueden utilizarse para fundamentar una solución opuesta. No se trataba de un elemento de poca importancia, y no es casual que la polémica teórica relativa a la definición de una teoría del partido revolucionario se haya desarrollado sobre todo en torno de ello.[2]
Si este vacío teórico en la obra de Marx dio pie a un
prolongado debate sobre el problema de la relación clase-partido, el asunto se
vuelve más complejo cuando se advierte que no sólo está en juego el vínculo de
proletariado y partido sino también el que mantienen con la organización
política otras fuerzas sociales dominadas. En efecto, la imagen de la
revolución que Marx se forja deriva del esquema binario expuesto en el
Manifiesto y que de uno u otro modo guía toda su reflexión:
nuestra época, la época de la burguesía, se distingue por haber
simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose,
cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se
enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado.
Sin embargo, la historia de las sociedades capitalistas
muestra que la tendencia a la simplificación de las relaciones de clase es
contrarrestada por tendencias más fuertes y que, por tanto, la lucha directa
clase contra clase se desenvuelve en un abigarrado marco social donde
intervienen numerosas otras fuerzas y contradicciones sociales. Ello pone sobre
el tapete un problema más diversificado que la relación simple partido-clase.
Ahora bien, ¿en qué consiste propiamente el problema de la
relación partido-clase o, como sería mejor decir, partido-fuerzas sociales
dominadas? Si uno se atiene a los términos del debate, todo parece indicar que
se trata de discernir si el partido es una formación externa a la clase y, por
tanto, obligado a resolver la tarea básica de su articulación con ésta y con el
conjunto de los dominados o, en su defecto, si es producto natural del proceso
de formación de la clase. El Manifiesto no parece dejar dudas de que
Marx se inclina por esta segunda versión:
las colisiones entre el obrero individual y el burgués individual
adquieren más y más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros
empiezan a formar coaliciones contra los burgueses y actúan en común para la
defensa de sus salarios. Llegan hasta formar asociaciones permanentes para
asegurarse los medios necesarios, en previsión de estos choques eventuales
[...] Esta unión es propiciada por el crecimiento de los medios de comunicación
creados por la gran industria y que ponen en contacto a los obreros de
diferentes localidades. Y basta este contacto para que las numerosas luchas
locales, que en todas partes revisten el mismo carácter, se centralicen en una
lucha nacional, en una lucha de clases. Mas toda lucha de clases es una lucha
política [...] Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en
partido político, vuelve sin cesar a ser socavada por la competencia entre los
propios obreros. Pero resurge, y siempre más fuerte, más firme, más potente.
Aunque se admita la tendencia a la centralización nacional
de las luchas sociales y, en consecuencia, a su transformación en lucha
política, no por ello puede aceptarse que la organización del proletariado como
clase equivale a su organización en partido político. Es claro que en este
texto Marx utiliza la expresión partido político con significado distinto al
que hoy posee.
No hay que perder de vista toda la ambigüedad que el
término “partido” tiene en esa época. Lo mismo designa una organización
estructurada de modo estricto [... ] que un conjunto poco conexo de elementos
con más o menos afinidades ideológico-políticas [... ] que la tendencia
representada por una publicación, que los seguidores de una personalidad, que
una clase o fracción de clase, tomada en su comportamiento frente a las otras,
etcétera. Marx y Engels hacen este uso ambiguo del término igual que los demás
escritores de su tiempo.[3]
Pero no se trata sólo de una ambigüedad en el uso del
vocablo, de una imprecisión resultante de la incorporación reciente del término
en el vocabulario político, sino de que el fenómeno mismo, la forma orgánica
designada hoy por el término partido, no hacía todavía su aparición en escena o
apenas adoptaba sus primeras manifestaciones.
La equivocidad del término partido en el discurso de Marx
debe tomarse en cuenta para no incurrir en lecturas anacrónicas, es decir, para
no atribuir al vocablo valor semántico diferente al que tiene en el uso que el
autor le asigna. Así, por ejemplo, cuando en el Manifiesto se lee
los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros
partidos obreros [...] los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos
proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los
proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el
proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que,
en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el
proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento
en su conjunto. Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto
de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa
adelante a los demás; teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la
ventaja de su clara visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados
generales del movimiento proletario. El objetivo inmediato de los comunistas es
el mismo que el de todos los demás partidos proletarios: constitución de los
proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del
poder político por el proletariado,
es claro que en estos pasajes la noción partido no refiere a
instituciones orgánicas como las que ahora conocemos, sino a meras corrientes
ideológico-políticas sin perfil preciso.
La ambigüedad del vocablo partido en los textos de Marx no
proviene sólo, como se dice más arriba, de que era una novedad terminológica a
mediados del siglo pasado y de que el fenómeno mismo de organización política
en instituciones estructuradas apenas comenzaba a manifestarse, sino también de
la tentación observable en sus escritos a identificar agentes (fuerzas)
sociales y agentes (fuerzas) políticas. Por ello los términos clase y partido
son intercambiables en numerosos pasajes de su obra. Ello se advierte de modo
cabal en Las luchas de clases en Francia, donde Marx —con motivo de la
instauración de la república durante el gobierno provisional de febrero—
escribe que “el proletariado apareció inmediatamente en primer plano como
partido independiente“. La formulación no se refiere, como pudiera parecer, a
una organización política específica, sino al conjunto de formas orgánicas y
acciones a través de las cuales el proletariado interviene en ese momento
histórico.
De modo explícito o implícito esta noción de clase-partido o
partido-clase es una de las nociones operatorias fundamentales de Marx en sus
grandes análisis de la revolución de 1848, generalmente bajo las expresiones de
“partido del proletariado“, “partido de la burguesía“, “partido de la pequeña
burguesía“, etcétera. Expresiones que no significan para Marx, obvio es
decirlo, que a cada clase corresponda un solo partido (“partido” en el sentido
más corriente del término), sino que la clase, el conjunto de sus
organizaciones, partidos, individuos, actúa como “partido” frente a las otras
clases.[4]
Más tarde, sin embargo, tales expresiones (“partido de la
burguesía“, “partido del proletariado“, etcétera, empleadas por Marx en el sentido
señalado, fueron utilizadas en el marco de un esquema restrictivo de la
relación clase-partido. Así, por ejemplo, llegó a convertirse en tesis
incuestionable la afirmación de Stalin según la cual “allí donde
no existen varias clases [...] no puede haber varios partidos, dado que
[un] partido es parte de [una] clase“. Es preciso subrayar de manera enfática,
pues, que no hay motivo alguno en virtud del cual la clase deba actuar a través
de un solo partido político y la experiencia histórica muestra, por el
contrario, su tendencia a participar en varios partidos. Ahora bien, no basta
con reconocer que no hay correspondencia biunívoca entre clases y partidos.
Hace falta ir más allá y admitir que las clases son formaciones heterogéneas en
cuyo interior se dan marcadas diferencias políticas e ideológicas, desarrollo
desigual de la conciencia, que les impiden actuar de manera unitaria en un
canal partidario único. Más aún, clase y partido son conceptos que operan en
distintos niveles de abstracción y remiten a momentos diferentes de la realidad
social, por lo que resulta abusivo decir que las clases como tales forman
partidos y que éstos son expresión o instrumento de aquéllas.
Es cierto que tal conceptualización está muy difundida en la
literatura socialista y que Engels, por ejemplo, en la introducción
a Las luchas de clases en Francia define los partidos como “la
expresión política más o menos adecuada de [...] clases y fracciones de clase“.
Sin embargo, en una carta a Bebel el propio Engels hizo
notar que “la solidaridad del proletariado se lleva a la práctica en todas
partes en diversas agrupaciones partidarias que siguen cargando con mortales
enemistades mutuas” y, hacia el final de su vida, veía en el regionalismo
antiprusiano de las zonas alemanas católicas la base del entonces naciente
Partido del Centro que agrupaba a elementos de diversas clases. Marx, por su
cuenta, en El Dieciocho Brumario consideraba que factores ideológicos
eran la única causa por la que en 1848 la fracción republicana de la burguesía
se enfrentó al sector monárquico de esa clase. Así pues, los intereses de clase
tal como son vividos por los miembros de una clase social nunca son suficientes
para determinar de manera unívoca la adscripción a un partido dado. No sólo la
heterogeneidad originaria de las diversas fracciones y núcleos de una clase,
sino también las divergencias ideológicas, se combinan para conformar un cuadro
político que jamás corresponde puntualmente a las divisiones de clase. Los
agentes (fuerzas) que participan en las relaciones políticas no son la
traducción exacta de los agentes (fuerzas) que intervienen en las relaciones de
clase (producción).
La figura de la clase-partido aparece de manera persistente
en la obra de Marx. En su redacción del texto relativo a los estatutos
generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores adoptado en
el congreso de La Haya (1872) se dice que “el proletariado no puede obrar como
clase si no se constituye en partido político propio, distinto y opuesto a
todos los viejos partidos formados por las clases poseedoras“. Se trata de una
fórmula demasiado abreviada, y por ello confusa, pues las clases no se
constituyen por sí mismas en partidos políticos y ni siquiera forman como tales
los partidos. ¿En qué sentido puede, entonces, afirmarse el carácter de clase
de un partido? O bien se trata de un enunciado empírico descriptivo referente
al hecho de que una proporción mayoritaria de los militantes del partido
provienen de cierta clase social o, mejor aún, referente al hecho de que un
porcentaje considerable de los miembros de una clase se identifican con el
partido y reconocen en su programa un instrumento para la defensa de sus
intereses; o bien se trata de un enunciado teórico abstracto referente a que
los objetivos generales del partido coinciden con los intereses históricos que
la teoría le atribuye a la clase. Ambos planos de la cuestión no tienen por qué
coincidir, pues en cierto momento los integrantes de una clase pueden
reconocerse en un partido que, sin embargo no garantiza el cumplimiento de sus
intereses históricos y, viceversa, no identificarse con un partido que, sin
embargo, está comprometido con tales intereses.
Aunque en el esfuerzo por acercar la concepción del partido
de Marx y la que se desarrolla más tarde, sobre todo a partir de Lenin,
con frecuencia se pretende (como Magri en el pasaje arriba
transcrito) encontrar en el discurso de Marx la idea de exterioridad, lo cierto
es que para éste el partido no es algo externo a la clase sino la clase misma
organizada políticamente. En La miseria de la filosofía Marx
sintetiza de la siguiente manera el proceso de formación del partido de los
trabajadores:
las condiciones económicas transformaron primero a la masa de la
población del país en trabajadores. La dominación del capital ha creado a esta
masa una situación común, intereses comunes. Así pues, esta masa es ya una
clase con respecto al capital, pero aún no es una clase para sí. En la lucha
[...] esta masa se une, se constituye como clase para sí. Los intereses que defiende
se convierten en intereses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es una
lucha política.
El único apoyo empírico del que dispone Marx para sostener
esta síntesis en 1847 es el cartismo inglés, o sea, un movimiento más que un
partido en el sentido moderno del término.
En cualquier caso, la evolución posterior del cartismo no
convalida la tesis de que la clase misma se constituye en partido político.
La tesis de la exterioridad es elaborada posteriormente
aunque, por desgracia, junto a planteamientos que la debilitan. Así, por
ejemplo, Lenin en ¿Qué hacer? escribe:
La historia de todos los países atestigua que la clase obrera,
exclusivamente con sus propias fuerzas, sólo está en condiciones de elaborar
una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario
agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar del gobierno la
promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etcétera. En
cambio la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas
y económicas que han sido elaboradas por representantes instruidos de las
clases poseedoras, por los intelectuales. Por su posición social, también los
fundadores del socialismo científico contemporáneo, Marx y Engels, pertenecían
a la intelectualidad burguesa. Exactamente del mismo modo, la doctrina teórica
de la socialdemocracia ha surgido en Rusia independientemente en absoluto del
crecimiento espontáneo del movimiento obrero, ha surgido como resultado natural
e inevitable del desarrollo del pensamiento entre los intelectuales
revolucionarios socialistas.
No examinaremos aquí dos ideas insostenibles de Lenin:
la idea de que la clase obrera librada a su propia fuerza sólo está en
condiciones de elaborar conciencia sindicalista y la caracterización de Marx
como perteneciente a la intelectualidad burguesa.
No obstante la fragilidad de estos dos
planteamientos, Lenin tiene razón frente a Marx en subrayar que
doctrina socialista y partido son exteriores al desarrollo propio del movimiento
obrero. Sin duda, ni la teoría socialista ni los partidos comprometidos con el
programa socialista son pensables sin el movimiento obrero y, en algún sentido,
son proyecciones (teórica y política) de este movimiento, pero no son su
resultado natural. Por ello nunca está resuelta de antemano la fusión, para
utilizar la expresión clásica, de movimiento obrero y doctrinario a programa
socialista. La aparición tanto de la teoría socialista como de partidos ligados
a la lucha por el socialismo es producto histórico de la aparición de una nueva
clase social explotada cuyo crecimiento cuantitativo y cualitativo es obra de
la expansión del capitalismo. En tal virtud, son efecto teórico y político de
las significaciones ideológicas producidas por el surgimiento de un nuevo actor
social: el movimiento obrero. La noción de exterioridad no desconoce este
vínculo pero subraya que la presencia de nuevos actores políticos (partidos) no
es consecuencia inmediata y directa de la existencia de nuevos actores
sociales. Afirmar la exterioridad del partido respecto de la clase equivale, en
definitiva, a reconocer la no identidad de fuerzas sociales y fuerzas
políticas.
Dado el hincapié de Marx en la acción propia de la clase, no
se plantea la cuestión de la exterioridad y en sus escritos, con frecuencia,
partido y clase son vocablos que refieren al mismo actor. No puede ignorarse,
sin embargo, la necesidad de establecer distinciones claras, pues se trata de
conceptos que remiten a dimensiones diferentes de la realidad cuya relación
debe fijarse de modo riguroso. La relación no es cabalmente aprehendida cuando
se la describe como si se tratara de la que guarda la parte con el todo. Es
insuficiente, por ello, la precisión que introduce Monty Johnstone:
cuando ellos [Marx y Engels] hablan descuidadamente del partido
proletario como si fuese idéntico a la clase en su conjunto, los contextos
muestran con claridad que se refieren en forma de sinécdoque a la clase cuando
en realidad se están refiriendo a su “sector políticamente activo”, al que la
clase apoyará cada vez más a medida que “madura para su autoemancipación” [...]
[5]
Matizar así la cuestión no permite resolver la dificultad
pues si el partido no es la clase en su conjunto, tampoco es su “sector
políticamente activo”. Hay sectores políticamente activos de una clase cuya
actividad no se realiza, sin embargo, a través de los partidos (o se realiza en
partidos antagónicos) y, por otra parte, los miembros de un partido determinado
tienen diverso origen de clase. La abigarrada composición social de un partido
es, sin duda, una variable ligada a su definición ideológico-política, por lo
que organizaciones comprometidas con la transformación socialista de la
sociedad, por ejemplo, tenderán a vincularse de manera primordial con núcleos
de la clase obrera y de las demás clases dominadas, pero ello no convierte al
partido en el “sector políticamente activo” de una clase. Es indispensable
advertir, pues, que las clases no actúan como tales en los partidos.
Si bien los objetivos programáticos de un partido deciden el
campo de posibilidades de su arraigo social y la mayor o menor presencia en su
interior de miembros de tales o cuales clases, ello no resuelve de antemano el
complejo asunto de la relación partido-clases y tampoco justifica la confusión
de planos. En un discurso a una delegación de sindicalistas alemanes en 1869,
Marx dijo que
en los sindicatos los obreros se educan y se hacen socialistas porque
la lucha contra el capital tiene lugar bajo sus propios ojos y todos los días.
Todos los partidos políticos, cualquiera que sea su naturaleza y sin excepción,
sólo pueden mantener el entusiasmo de las masas durante muy poco tiempo; los
sindicatos, sin embargo, están arraigados en las masas de una forma más
duradera; sólo ellos son capaces de representar un verdadero partido obrero y
de oponer un baluarte al poder del capital.
Con independencia de la validez que pueda tener la tesis
respecto a la consistencia del arraigo en las masas de los partidos, lo cierto
es que los sindicatos nunca representan “un verdadero partido obrero”, si por
partido se entiende un tipo peculiar de organización política capaz de plantearse
la cuestión del poder. No se trata, por supuesto, de negar que los sindicatos,
al igual que otros organismos sociales, cumplen tareas políticas y que su
actividad toda está cargada de significación política pero, desde luego, ello
no cancela las diferencias entre la forma orgánica sindicato y la forma
orgánica partido, las cuales se inscriben en ejes distintos de las relaciones
sociales.
No está en duda la centralidad de la clase obrera como base
social fundamental en la lucha por el socialismo.
No se trata, por tanto, en términos marxistas, de “elegir”
entre organización y espontaneidad, o entre partido y clase. En realidad, no
existe tal opción, y los marxistas han insistido con toda razón en que para
ellos ésa era una falsa dicotomía. A pesar de todo, las divergencias han sido
muy reales y se han centrado en torno a las diferentes opiniones sobre la
relación de la clase obrera con la organización y sobre el peso relativo que
había que atribuir a cada una de ellas [...] el propio Marx se sitúa en un
extremo del espectro, en la medida en que hace mucho hincapié en-la acción de
la clase.[6]
En buena parte ese hincapié tiene origen en el insostenible
esquema binario que prefiguraba la polarización de la sociedad en dos únicas
clases: burguesía y proletariado. La más compleja estructura de clases de las
sociedades capitalistas obliga a ver el partido no como la vanguardia o sector
políticamente activo de la clase, sino como el lugar de articulación de una
variada serie de movimientos y fuerzas sociales. El partido revolucionario es
de clase sólo en la medida en que se propone organizar la realización de la
tarea histórica que la doctrina socialista asigna al proletariado y, en
consecuencia, en la medida en que sus cuadros tienen en número importante ese
origen de clase, pero ello no autoriza a calificarlo como expresión política o
instrumento de la clase.
Más que expresión política de una clase, el partido es la
única forma orgánica susceptible de funcionar como lugar de síntesis de una
pluralidad de movimientos sociales. Su papel en la construcción de una nueva
hegemonía lo obliga, en todo caso, a ser expresión de diversas clases, o sea,
de las que forman el bloque social dominado. Junto a las dos clases
fundamentales de la sociedad capitalista existen varias otras clases y capas
sociales subalternas cuya adhesión al proyecto histórico de una u otra clase
fundamental determina su hegemonía respectiva. El partido tiene una función
insustituible en la construcción de esa nueva hegemonía, es decir, en la
articulación social alrededor del proyecto histórico del proletariado. Estará
en condiciones de cumplir esa función sólo en tanto su capacidad de
convocatoria desborde los marcos de la clase en cuanto tal y pueda aspirar a
elevar el proyecto de clase al nivel de un proyecto verdaderamente nacional.
Así pues, por una parte, carece de sustento empírico la idea de que el partido
constituye la representación orgánica de la clase, es decir, resulta simplista
afirmar que es instrumento político de ésta y que su tarea es expresarla
políticamente. Por otra parte, es restrictivo sostener —aunque el proletariado
opera, en efecto, como agente revolucionario fundamental—que el partido aparece
como vehículo para la organización de las iniciativas de una sola fuerza
social, por más que se trate de una clase fundamental.
En cualquier caso, la razón básica para rechazar la
concepción instrumentalista del partido radica en que la clase no es un sujeto
ya dado del cual emana la organización política, sino un agente cuya
constitución como fuerza revolucionaria supone la mediación del partido. La
centralidad de la clase obrera en la lucha por la transformación del orden
social no basta para justificar la tesis de que es el sujeto constituyente del
partido. Como ha sido señalado, el partido revolucionario
no es el instrumento de la acción de un sujeto histórico preexistente,
con características y fines precisos, sino la mediación a través de la cual ese
sujeto se constituye progresivamente, define un “telos” propio, un proyecto
histórico propio. Este proyecto tampoco puede concebirse en términos abstractos
y estáticos, como dado ab initio; por el contrario, en sí mismo es el producto
cada vez más maduro de la historia de la conciencia de clase, el fruto de la
praxis revolucionaria.[7]
El partido no es, pues, cristalización de una misión
histórica que el proletariado encarna y de la que es portador en virtud de
propiedades que le son inherentes desde siempre.
Ahora bien, si los intelectuales son el elemento externo
indispensable para la formación del partido cuya presencia es necesaria para la
fusión de movimiento obrero y teoría socialista, no por ello ha de concluirse
que el partido posee en sí mismo una verdad histórica que sólo resta llevar al
conjunto de la clase y de las fuerzas sociales dominadas. Una de las
peculiaridades del vanguardismo consiste, precisamente, en suponer que el
partido, dada la ventaja teórica que le confiere su dominio relativo del
pensamiento socialista, se convierte de manera automática en el dirigente del proceso.
La pretensión de que sólo el partido puede codificar el saber generado en la
lucha social conduce a visiones jacobinas que terminan contraponiendo a una
dirección supuestamente depositaria de la verdad teórica —permanente e
inimpugnable— y la masa dirigida. El jacobinismo convierte a las fuerzas
sociales en instrumento de la acción partidaria, en un procedimiento típico de
inversión, a pesar de que presenta al partido como instrumento o expresión de
la clase.
Si no se opera con una noción de clase-partido como la que
Marx sostuvo con mayor o menor fuerza a lo largo de toda su obra, según la cual
el partido es la clase misma organizada políticamente; si tampoco se admite la
tesis de que el partido es de suyo la vanguardia que ilumina a las masas con la
verdad que ya posee, entonces se suscita sin remedio la discusión en torno al
papel dirigente del partido, es decir, del núcleo intelectual que propone a las
fuerzas sociales un proyecto político con sus correspondientes orientaciones
tácticas y estratégicas. La labor de dirección supone, por un lado, generalizar
y sistematizar las experiencias aisladas y discontinuas del movimiento social,
articular sus acciones dispersas y fragmentarias, encauzar la energía de los
agentes sociales hacia propósitos comunes, inscribir sus luchas cotidianas por
objetivos inmediatos en un esfuerzo sostenido de alcance histórico, en fin,
organizar las iniciativas e impulsos que de manera espontánea se presentan
desordenados y sin perspectiva de largo plazo. La actividad de una fuerza no se
agota, sin embargo, en esas tareas de articulación y organización. Supone
también la elaboración de un proyecto alternativo de sociedad, lo que exige
conocimiento profundo de los mecanismos y formas de funcionamiento del orden
establecido, construcción de elementos para el debate ideológico, así como el
señalamiento de objetivos e inclusive emprender acciones que posibiliten la
consecución de tales objetivos. Justo porque el partido se mueve en la
dimensión política, externa a la inmediatez de las fuerzas sociales, nada
garantiza la eficacia de su labor dirigente. Puede ocurrir que emprenda
acciones que resultan ajenas para el movimiento social, o que proponga
objetivos que a éste le son indiferentes. Puede ocurrir, además, que el trabajo
político del partido no esté en capacidad de articular y organizar el
movimiento social y que éste transcurra por vías distintas a aquellas en las
que el partido se desenvuelve.
En cualquier caso, la fuerza política que un partido puede
concentrar es función de la que el movimiento social puede generar. En este
sentido debe entenderse el famoso principio sobre el que Marx y Engels
insistieron de modo reiterado: “la emancipación de la clase obrera debe ser
obra de los obreros mismos“. Si bien es cierto que un partido no puede inventar
una fuerza política allí donde las tensiones y contradicciones no han creado
condiciones de posibilidad para la formación del sujeto revolucionario; si bien
este sujeto no se constituye más que a partir del movimiento social, ello no
niega que la fuerza de los dominados sólo es fuerza política en virtud de su
articulación y organización mediante el trabajo partidario. La emancipación es,
de principio a fin, un acto político imposible sin mediaciones orgánicas. La
relevancia del partido, por ello, va siendo mayor en la concepción de Marx con
el paso del tiempo y el desarrollo de las luchas sociales en el siglo XIX,
aunque nunca llegó a romper con su concepción originaria de la clase-partido,
lo que hizo más enconados los debates posteriores sobre la relación de una y
otro. La necesidad de esa mediación, sin embargo, da pie al surgimiento del
voluntarismo que prescinde de la objetividad social y convierte, como denunció
Marx, “la sola voluntad en la fuerza impulsora de la revolución”.
El papel dirigente del partido no puede implicar
exclusividad en la tarea de codificar el saber generado en la lucha social. Son
numerosos los organismos a través de los cuales se realiza esa labor de
codificación. De lo que se trata, precisamente, es de ampliar el número de
quienes participan en la elaboración política y en la toma de decisiones. La
función dirigente estriba en articular, no en suprimir o absorber la pluralidad
social capaz de tener significación política. La renuencia jacobina a tal ampliación
y el desconocimiento de la pluralidad social conducen a la burocratización de
la dirección. Si la función dirigente del partido conlleva la negación de la
autonomía de los movimientos sociales, éstos acabarán no aceptando tal
dirección, riesgo del cual no escapa un partido en el poder o fuera del mismo.
La cuestión tiene dos aspectos: por un lado, supone admitir la diversidad de
organismos que en la sociedad producen política; por otro lado, implica admitir
la democracia interna como rasgo ineliminable del partido. En carta escrita
a Sorge (1890), Engels indicaba que
la absoluta libertad interna de debate resulta una necesidad [...] [el
partido] no puede existir sin que todos los matices de la opinión que lo
integran se hagan sentir plenamente.
Analizar las dificultades que históricamente se han
presentado al respecto es asunto de otro examen.
Notas
[1] L.
Magri, “Problemas de la teoría marxista del partido político”, Teoría marxista
del partido político, Cuadernos de Pasado y Presente, Córdoba, 1969, p.
61.
[2] Ibid.,
pp. 68-69.
[3] F.
Caudín, Marx Engels y la revolución de 1848, ed. Siglo XXI de España, Madrid,
1975, p. 71.
[4] Ibid.,
p. 322.
[5] M.
Johnstone, “Marx y Engels y el concepto de partido”, Teoría marxista del
partido político, cit., p. 134.
[6] R.
Miliband, Marxismo y política, ed. Siglo XXI de España, Madrid, 1978, p. 152.
[7] L.
Magri, op. cit., p. 68.