- Artículo publicado el 11 de abril de 2010 en el diario ‘Página 12’, de Buenos Aires
- Mientras en Alemania se vela “el papado fallido de Benedicto XVI”, Bergoglio intenta lavar su imagen en espera de un eventual nuevo cónclave. Las partes más significativas de su libro y los documentos que contradicen esa versión angelical. El rechazo de Emilio Mignone a los pastores que entregaron a sus ovejas y la mutilación de documentos para ocultar el apoyo episcopal a la dictadura.
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Foto: Jorge Bergoglio, el papa Francisco I |
Horacio Verbitsky
Cuando la publicación más importante de Alemania, Der
Spiegel, se refiere al “papado fallido” de su compatriota Joseph Ratzinger (el
mismo término que la Inteligencia estadounidense aplica a los estados con vacío
de poder en los que justifica su intervención), el primado de la Argentina y
arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Bergoglio, emprende una operación de
lavado de imagen con la publicación de un libro autobiográfico.
El ostensible propósito de “El Jesuita”, como se titula, es defender su desempeño como provincial de la Compañía de Jesús entre 1973 y 1979, manchado por las denuncias de los sacerdotes Orlando Yorio y Francisco Jalics de que los entregó a los militares. Ambos estuvieron secuestrados cinco meses a partir de mayo de 1976. En cambio nunca reaparecieron las cuatro catequistas y dos de sus esposos secuestrados dentro del mismo operativo.
Entre ellos estaban Mónica Candelaria
Mignone, hija del fundador del CELS, Emilio Mignone, y María Marta Vázquez
Ocampo, de la presidente de Madres de Plaza de Mayo, Martha Ocampo de Vázquez.
Ratzinger tiene 83 años y según Der Spiegel demasiadas voces piden su renuncia.
El sacerdote Paolo Farinella escribió en la prestigiosa revista italiana de
filosofía MicroMega, cuyo director Paolo Flores D’Arcais ha participado en
debates públicos sobre filosofía con el papa, que Benedicto XVI debería pedir
perdón a los creyentes afectados por la estrictez del celibato, por las
condiciones en los seminarios y por los miles de casos de abusos de niños y
decirles: “Me retiraré a un monasterio y pasaré el resto de mis días haciendo
penitencia por mi fracaso como sacerdote y como papa”. Nadie se sorprendería si
después de beber una tisana nocturna fallara el corazón de un hombre
entristecido y angustiado por las injustas críticas que alcanzan su desempeño
como obispo de Baviera y no perdonan ni a su amado hermano Georg. La revista
alemana menciona el antecedente de Celestino V, un papa del siglo XIII que
renunció porque no se sintió capaz de cumplir con sus funciones. Por si algo de
eso ocurre, Bergoglio necesita una foja de servicios pulida. Ante una pregunta
acerca del papa ideal, el presidente de la Asociación Alemana de Juventudes
Católicas, Dirk Tänzler, dijo a Der Spiegel que preferiría que haya trabajado
en una parte pobre de Sudamérica o en otra región golpeada por la pobreza, ya
que tendría una visión distinta del mundo. La compasión por la pobreza,
compartida con la Sociedad Rural y la Asociación Empresaria AEA, es el nicho de
oportunidad elegido por el Episcopado bajo la conducción de Bergoglio.
El ostensible propósito de “El Jesuita”, como se titula, es defender su desempeño como provincial de la Compañía de Jesús entre 1973 y 1979, manchado por las denuncias de los sacerdotes Orlando Yorio y Francisco Jalics de que los entregó a los militares. Ambos estuvieron secuestrados cinco meses a partir de mayo de 1976. En cambio nunca reaparecieron las cuatro catequistas y dos de sus esposos secuestrados dentro del mismo operativo.
Es el cardenal quien vincula su descargo con la elección
papal. Su libro narra que cuando la vida de Juan Pablo II se apagaba y el
nombre de Bergoglio figuraba en los pronósticos de los periodistas
especializados “volvía a agitarse una denuncia periodística publicada unos
pocos años atrás en Buenos Aires” y que “en las vísperas del cónclave que debía
elegir al sucesor del papa polaco, una copia de un artículo con la acusación,
de una serie del mismo autor, fue enviada a las direcciones de correo
electrónico de los cardenales electores con el propósito de perjudicar las
chances que se le otorgaban al purpurado argentino”. Bergoglio dice en su libro
que nunca respondió la acusación “para no hacerle el juego a nadie, no porque
tuviese algo que ocultar”. No explica qué cambió ahora.
Pastores y lobos
En realidad la primera versión del episodio no se debe a
ningún periodista sino a Emilio Mignone. En su libro Iglesia y dictadura,
editado en 1986, cuando Bergoglio no era conocido fuera del mundo eclesiástico,
Mignone ejemplificó con su caso “la siniestra complicidad” con los militares,
que “se encargaron de cumplir la tarea sucia de limpiar el patio interior de la
Iglesia, con la aquiescencia de los prelados”. Según el fundador del Centro de
Estudios Legales y Sociales, durante una reunión con la Junta Militar en 1976
el entonces presidente de la Conferencia Episcopal y vicario castrense, Adolfo
Servando Tortolo, acordó que antes de detener a un sacerdote las Fuerzas Armadas
avisarían al obispo respectivo. Agrega Mignone que “en algunas ocasiones la luz
verde fue dada por los mismos obispos. El 23 de mayo de 1976 la Infantería de
Marina detuvo en el barrio del Bajo Flores al presbítero Orlando Yorio y lo
mantuvo durante cinco meses en calidad de desaparecido. Una semana antes de la
detención, el arzobispo [Juan Carlos] Aramburu le había retirado las licencias
ministeriales, sin motivo ni explicación. Por distintas expresiones escuchadas
por Yorio en su cautividad, resulta claro que la Armada interpretó tal decisión
y, posiblemente, algunas manifestaciones críticas de su provincial jesuita,
Jorge Bergoglio, como una autorización para proceder contra él. Sin duda, los
militares habían advertido a ambos acerca de su supuesta peligrosidad”. Mignone
se pregunta “qué dirá la historia de estos pastores que entregaron sus ovejas
al enemigo sin defenderlas ni rescatarlas”.
La llaga abierta
Publiqué la historia en esta misma columna, el 25 de abril
de 1999. Además de la opinión de Mignone, la nota incluyó la de quien fue su
colaboradora en el CELS, la abogada Alicia Oliveira, quien dijo lo que ahora
repite en el libro: que su amigo Bergoglio, preocupado por la inminencia del
golpe, temía por la suerte de los sacerdotes del asentamiento y les pidió que
salieran de allí. Cuando los secuestraron, trató de localizarlos y procurar su
libertad, así como ayudó a otros perseguidos. A raíz de aquella nota, Orlando
Yorio se comunicó conmigo desde el Uruguay, donde vivía. Por teléfono y correo
electrónico refutó las afirmaciones de Bergoglio y Oliveira. “Bergoglio no nos
avisó del peligro en ciernes” y “tampoco tengo ningún motivo para pensar que
hizo algo por nuestra libertad, sino todo lo contrario”, dijo. Los dos
sacerdotes “fueron liberados por las gestiones de Emilio Mignone y la
intercesión del Vaticano y no por la actuación de Bergoglio, que fue quien los
entregó”, agregó Angélica Sosa de Mignone, Chela, la esposa durante medio siglo
del fundador del CELS. Sus testimonios se incluyeron en la nota “La llaga
abierta”, que se publicó el 9 de mayo de 1999. También se transmitieron allí
las posiciones de Bergoglio y del otro cura secuestrado aquel día, Francisco
Jalics.
Cuestión de Estilo
En su libro, Bergoglio dice ahora que Yorio y Jalics
“estaban pergeñando una congregación religiosa, y le entregaron el primer
borrador de las reglas a los monseñores Pironio, Zazpe y Serra. Conservo la
copia que me dieron”. Bergoglio también me entregó una copia a mí. Expresa el
tipo de dudas y conflictos que fueron comunes en un alto número de sacerdotes a
partir del Concilio Vaticano II, con “la crisis de las congregaciones
religiosas, los signos de los tiempos modernos, la coincidencia con el sentir
de la búsqueda de los jóvenes y la confirmación espiritual que sentimos en
nuestro actual modo de vivir”. El problema en este caso era cómo compatibilizar
“el estilo ignaciano de la vida religiosa” con “la vida moderna [que] pedía un
estilo nuevo”. La minuta agrega que las Congregaciones Apostólicas están
organizadas de modo que sus superiores “parecen preocuparse más por las obras
que por la atención espiritual de sus súbditos”. En cambio ellos idealizan el
modelo de las fundaciones monásticas y plantean que “la comunidad se una en
torno de una búsqueda espiritual y de un proyecto de vida y no en torno de
obras”. Esto plantea una “incompatibilidad personal” a los sacerdotes
subordinados a la disciplina de su congregación.
En su carta al padre Moura, Yorio menciona esa minuta como
respuesta a la presión de Bergoglio para que disolvieran la comunidad en el
Bajo Flores. Agrega que a Pironio, Zazpe y Serra les dejaron “un esbozo de
estructuración de vida religiosa en caso de que no pudiéramos seguir en la
Compañía y fuese posible realizarla fuera”, lo cual no implica que quisieran
salir de ella. En un viaje posterior a la Argentina, Pironio le dijo que no
había consultado el tema en Roma porque Bergoglio “lo había ido a ver para
decirle que el padre general era contrario a nosotros”. Zazpe respondió que “el
provincial andaba diciendo que nos echaba de la Compañía” y Serra le comunicó
que le retiraban las licencias en la Arquidiócesis, porque Bergoglio había
comunicado “que yo salía de la Compañía”.
Según Bergoglio, el superior jesuita Pedro Arrupe dijo que
debían elegir entre la comunidad en que vivían y la Compañía de Jesús. “Como
ellos persistieron en su proyecto y se disolvió el grupo, pidieron la salida de
la Compañía”. Agrega Bergoglio que la dimisión de Yorio fue aceptada el 19 de
marzo de 1976. “Ante los rumores de inminencia del golpe les dije que tuvieran
mucho cuidado. Recuerdo que les ofrecí, por si llegaba a ser conveniente para
su seguridad, que vinieran a vivir a la casa provincial de la Compañía”, dice
Bergoglio. Agrega que nunca creyó que estuvieran involucrados en actividades
subversivas. “Pero por su relación con algunos curas de las villas de
emergencia, quedaban demasiado expuestos a la paranoia de la caza de brujas.
Como permanecieron en el barrio, Yorio y Jalics fueron secuestrados durante un
rastrillaje.”
Papelitos
Bergoglio también niega haber aconsejado a los funcionarios
de Culto de la Cancillería que rechazaran la solicitud de renovación de
pasaporte de Jalics, que él mismo presentó. Según Bergoglio el funcionario que
recibió el trámite le preguntó por “las circunstancias que precipitaron la
salida de Jalics”. Dice que le respondió: “A él y a su compañero los acusaron
de guerrilleros y no tenían nada que ver”. El cardenal agrega que “el autor de
la denuncia en mi contra revisó el archivo de la Secretaría de Culto y lo único
que mencionó fue que encontró un papelito de aquel funcionario en el que había
escrito que yo le dije que fueron acusados de guerrilleros. Había consignado
esa parte de la conversación pero no la otra en la que yo le señalaba que los
sacerdotes no tenían nada que ver. Además el autor de la denuncia soslaya mi
carta, donde yo ponía la cara por Jalics y hacía la petición”.
Nada fue así. En notas publicadas aquí y en mis libros El
Silencio y Doble juego, narré la historia completa y publiqué todos los
documentos, comenzando por la carta por cuya omisión Bergoglio reclama. Luego
sigue la recomendación del funcionario de Culto que lo recibió, Anselmo
Orcoyen: “En atención a los antecedentes del peticionante, esta Dirección
Nacional es de opinión que no debe accederse”. El tercer documento es el
definitorio. Ese papelito, firmado por Orcoyen, dice que Jalics tenía actividad
disolvente en comunidades religiosas femeninas y conflictos de obediencia, que
estuvo con Yorio en la ESMA (detenido, dice, en vez de secuestrado) “sospechoso
contacto guerrilleros”. El punto más interesante es el siguiente, porque remite
a intimidades de la Compañía de Jesús, vistas desde la óptica de Bergoglio, que
no había ninguna necesidad de confiar al funcionario de la dictadura: “Vivían
en pequeña comunidad que el Superior Jesuita disolvió en febrero de 1976 y se
negaron a obedecer solicitando la salida de la Compañía el 19/3”. Agrega que
Yorio fue expulsado de la Compañía y que “ningún obispo del Gran Buenos Aires
lo quiso recibir”. La Nota Bene final es ilevantable: dice Orcoyen que estos
datos le fueron suministrados “por el padre Jorge Mario Bergoglio, firmante de
la nota con especial recomendación de que no se hiciera lugar a lo que
solicita”.