
Traducción del
italiano por Nemoriente
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Todos dicen que hemos entrado en una fase constituyente,
pero ¿constituyente de qué? La Boldrini y Grasso[2],
pero también muchos otros, repiten continuamente que la Constitución del 48 es
“la más grande constitución del mundo” –entonces, ¿sobre qué rama deberá
posarse el saber constituyente?
En realidad, seguimos utilizando palabras demasiado importantes para decir poco o nada. “Constituyente” es una de estas palabras. Para transformar el Senado en Cámara de las autonomías, no debería ser necesario recurrir al espíritu constituyente. Ni tampoco para hacer una nueva ley electoral, ni para abolir las provincias, y menos todavía para establecer los criterios del fiscal compact [3] (que, por otra parte, la Comisión europea ya ha establecido),
etc... No parece sino que el deseo constituyente y el ansia de corresponder a tiempos nuevos sean exaltados –se habla cada vez más de “constituyente” pero cada vez más se opera, en realidad, en el terreno administrativo. Se piensa de cuánto sucede a nivel europeo –“Europa no es un Estado”, ni siquiera es un ámbito constituyente, aunque cada uno de los miles de legisladores y los miles de actores de governance que actúan dentro del terreno comunitario se pretendiese constituyente. Iniciativa constituyente significa en cambio crear “acciones democráticas de base”, “producciones institucionales de democracia desde abajo” y no determinar simplemente actos administrativos en la cúspide de la política de partidos.
En realidad, seguimos utilizando palabras demasiado importantes para decir poco o nada. “Constituyente” es una de estas palabras. Para transformar el Senado en Cámara de las autonomías, no debería ser necesario recurrir al espíritu constituyente. Ni tampoco para hacer una nueva ley electoral, ni para abolir las provincias, y menos todavía para establecer los criterios del fiscal compact [3] (que, por otra parte, la Comisión europea ya ha establecido),
etc... No parece sino que el deseo constituyente y el ansia de corresponder a tiempos nuevos sean exaltados –se habla cada vez más de “constituyente” pero cada vez más se opera, en realidad, en el terreno administrativo. Se piensa de cuánto sucede a nivel europeo –“Europa no es un Estado”, ni siquiera es un ámbito constituyente, aunque cada uno de los miles de legisladores y los miles de actores de governance que actúan dentro del terreno comunitario se pretendiese constituyente. Iniciativa constituyente significa en cambio crear “acciones democráticas de base”, “producciones institucionales de democracia desde abajo” y no determinar simplemente actos administrativos en la cúspide de la política de partidos.
Las fuerzas políticas presentes en el parlamento no van más
allá de este alto espacio administrativo. Adoran la vieja Constitución –y este
sentimiento invade el ánimo también de aquellas fuerzas que se pretenden
nuevas, de los representantes del M5S, por ejemplo. Se podría –dicen– seguir
adelante sin gobierno, con una administración gobernada por el parlamento. ¿Les
basta la transparencia de la vida institucional, pulir la Constitución para
este fin; o más bien arreglarla? Pero esto significa tomar, intervenir,
trabajar la Constitución “material”, es decir los intereses productivos, los
intersticios políticos y sociales, los nuevos derechos, la cuestión del
“común”, la ecología histórica que está dentro de toda constitución y que se
mantienen viva y eficaz. Esta Constitución que tenemos, ya no es ni viva, ni
eficaz: todos lo saben pero nadie lo dice. Mientras tanto, para cambiar el
discurso, los nuevos “constitucionalistas” nos dicen que hay que pagar a los
parlamentarios como a un trabajador. También lo decía la Comuna de París, que
no obstante añadía (porque a aquellos diputados les interesaba la materialidad
de la constitución) que no sólo las pagas sino también las rentas de los
representantes debían ser iguales; en definitiva, que la justicia distributiva
debía implantarse sobre la conmutativa y que los ricos, si querían ser diputados
representantes, debían dejar su patrimonio al Erario público. Porque de lo
contrario sólo los ricos podrían hacer política (y es lo que la última
sentencia de la corte suprema americana ha establecido a la manera neoliberal,
que la representación dependa del dinero –que es exactamente lo contrario de lo
que querían los comuneros). ¿Se puede inferir de que se quiere ser libre (es
decir, capaces de representación fuera de conflictos de interés), que se debe
ser iguales? ¿Qué puede ser constituyente hoy si no instaura un nuevo
equilibrio entre libertad e igualdad, basado en las condiciones comunes de la
producción social?
La Constitución del 48 sin duda era una buena Constitución
–una constitución fordista sin más, que solicitaba del capitalista un poco de
lealtad al organizar la fábrica para producir sociedad; al Estado garantizar
que el sueldo del obrero que fabricaba el Fiat 500 le permitiese comprarlo (y
las carreteras para correr con la macchinetta); y al obrero contentarse
con esto. ¡Sabemos cómo acabó! Los obreros no pudieron más con aquella sociedad
y los patronos no pudieron más con aquellos obreros. Por otra parte, después
que las constituciones nacional-socialistas y las soviéticas “de todo el
pueblo” sucumbieron –típicas constituciones fordistas en materia de trabajo–,
¿cómo pretender que nuestra Constitución sobreviviese? ¿Queremos salir
del impasse? No lo parece –en toda Europa, a la implosión del modelo
constitucional-fordista, el establishment político responde
continuamente reajustando ese modelo hecho añicos. Entre nosotros, donde los
elementos caricaturescos son empujados al exceso en la vida institucional, los
menos conservadores, a lo Renzi[4],
piensan que se deba reciclar al personal político para restaurar la
Constitución; los conservadores a lo Grillo prometen, en la crisis, una
transparencia que permitiría devolver el prestigio a una máquina del pasado;
los embusteros a lo Berlusconi creen que es inútil cambiar la constitución
porque sus asuntos están mejor protegidos con la actual que con cualquier otra;
sin embargo estaría de acuerdo con los más estúpidos para exaltar “la prudencia
y la sabiduría del Jefe del Estado” y concederle mayores poderes. ¡Basta, ya
basta! Es el momento de inventar un nuevo esquema constitucional basado en la
participación de los ciudadanos en la gestión del común.
Hemos dicho: “descubrir” a los partidarios de Grillo, con
respecto a la ambigüedad de sus propuestas programáticas. Creo, sin embargo,
que es mejor decir que se declaren, ¡que digan lo que quieren! Pedirles abrir
un debate no sólo con las fuerzas políticas sino con todos los trabajadores. Lo
tienen sobre la representación política: bien, pero es necesario aclarar qué
pueda ser no representativo. Nosotros tenemos alguna idea sobre la democracia
directa y también sobre la participativa, tenemos además vínculos orgánicos con
los compañeros indignados españoles, con los Occupy y con muchos
grupos de militantes de la Primavera árabe. Podría ser útil tener en cuenta
cuán epidémicos son los valores de estas revueltas. Exigir la libertad quiere
decir también introducir y difundir la idea de una igual distribución de la
riqueza –como en Túnez y en Egipto; luchar contra la corrupción significa
organizar la participación directa y la transparencia como invención de nuevas
formas de participación política –como en España; protestar contra las
desigualdades creadas por el control financiero conduce también, como en New
York, a exigir una organización democrática del “común” y el libre acceso a
éste. Y más: sobre el tema de la renta y las migraciones y los movimientos de
la fuerza de trabajo, sobre la cuestión europea, sobre el común (y en
particular sobre la comunicación), sobre la magistratura buscando una independencia
efectiva, sobre los bancos y la “moneda del común” y sobre la prepotencia de
los “mercados”, etc... : sobre todas y cada una de estas cuestiones, la
discusión está abierta. Es necesario discutir y actuar, romper y reconstruir.
La ruptura está ahí cuando consideramos lo que sucede en la
cúspide de la política –¿quién no siente aversión contemplando a Berlusconi y
Bersani, Monti y Maroni, por no citar más, comportarse como lacayos? Hay que
echarlos, ha habido una ruptura ideal que debe devenir real. Las primarias del
PD, pero ya las campañas por “el agua bien común” de los años anteriores, las
elecciones de los nuevos alcaldes y después el propio Tsunami Tour de Grillo lo
han demostrado ampliamente. Pero ¿dónde está la reconstrucción?, ¿dónde está el
espíritu constituyente?, ¿consistirá en el rejuvecimiento y en el reciclaje?
Nadie cree ya que Blair haya reconstruido algo de lo que la Thatcher había
destruido. ¿Sería capaz Renzi, este Blair que llega veinte años después? Sólo
sería un engaño, una demora más que evitar. Por contra, se necesita fuerza para
transformar las cosas. Una fuerza, por ejemplo, que imponga una renta efectiva
de ciudadanía (no una caritativa ampliación de la ayuda al desempleo, una mayor
proyección de más pobreza y miseria): una fuerza que asuma Europa como el
terreno sobre el que afirmar el espíritu constituyente de todos aquellos que
trabajan, ayer, hoy y mañana siempre embedded en la pobreza.
Esto no significa que debamos poner el espíritu
constituyente a trabajar por la construcción de una Constitución para
Europa. La riqueza de los propósitos, de las ideas, de las esperanzas y de las
iniciativas constituyentes va sin duda más allá de cualquier pretensión
de unidad. Pero es hora de decir que una organización
constituyente es necesaria para reconstruir. Para romper y reconstruir.
Para romper. Los ardores juveniles que acompañan a las
grandes revoluciones están aplacados actualmente.
Los sansculottes armados de Saint Just o la armada a caballo de
Budionny[5] eran muchachos. Hoy hay cada vez
menos jóvenes, pero también los mayores deberíamos ser capaces de ver que en la
Constitución del 48, así como en todas las constituciones democráticas
vigentes, junto al derecho privado y al público, no hay un espacio para el
común –puesto que el individualismo propietario tiene pocos o ningún límite ni
dudas inscritas en esa Carta, mientras la soberanía de lo público (o la
atribución al Estado de aquello que es común) está siempre abierta a la propiedad
privada; que la expropiación o la apropiación social de bienes privados,
incluso una alta tributación (la de las “grandes fortunas” es casi
constitucionalmente imposible: lo está experimentando el gobierno
socialdemocrático de Hollande) y cualquier política fiscal tendente a la
igualdad de las rentas, son evitadas; y que la opción liberal del mercado es
del todo hegemónica y ha cancelado gradualmente, mejor dicho, destruido los
fundamentos, toda legitimación de los intereses de los trabajadores. Y así
podríamos continuar. Pero sobre todo es necesario hacer comprender a nuestros
compañeros, la irreparable, la irreversible derrota de las interpretaciones más
o menos “progresistas” (palabra impronunciable) de las constituciones fordistas
–interpretaciones que rechazaban la primacía del Estado-aparato, que de nuevo
afirmaban la validez del acto de derecho y se negaban a la producción
supranacional de las normativas (frecuentemente ya negociadas o
descentralizadas). O, en fin, aquellas interpretaciones que –reconociendo que
la doctrina de la soberanía (con la obsesión de la unidad y la concentración de
poderes) estaba colapsando– todavía mantenían la ilusión de que la separación
de poderes persistiese, incluso que fuera esencial para el mantenimiento de la democracia.
¿Ilusiones? Ciertamente: ¿en qué consiste esta división de poderes cuando el
legislativo (representativo) está corrompido hasta la nausea, cuando el
ejecutivo funciona solo por decreto (y el Estado-aparato no sólo lo permite
sino que se nutre de él como un vampiro) y el judicial (desde los años setenta
en adelante) ha funcionado como “suplencia del poder”? Y todavía, esto no es lo
más importante en la crisis del derecho constitucional y del funcionamiento de
su máquina institucional. Lo peor consiste en que sesenta y cinco años de
constitución democrática en Italia y algunos cientos de constitución
liberal-democrática en el mundo no han puesto freno, ni por un momento, al
aumento de las rentas de las élites –italianas y mundiales. En la
crisis estos procesos no sólo no se han detenido sino que se han profundizado.
Ninguna constitución liberal-democrática ha conseguido limitar la concentración
de la riqueza y repartir los beneficios económicos del desarrollo (cuando los
hay) asegurando un fuerte crecimiento de la renta real de los pobres. El
desarrollo de los mercados financieros ha mantenido abismales las tendencias a
la división entre clases. Y no se ve –entre los demócratas, sean progresistas o
reformistas, ni ahora incluso entre los revolucionarios informáticos del
M5S– ninguna alternativa a nivel del desastre que estamos viviendo. Nos dicen
que la Constitución del 48 es la mejor, pero si hoy vivieran Terracini,
Dossetti, Calamandrei[6], ¿pensáis de
verdad que no la considerarían más bien un inconveniente, un archivo tipo
Statuto Albertino[7]?
Reconstruir. Sólo será capaz de ello una fuerza que asuma la
tarea de abrir mil vías para afirmar la libertad de expresión y movimiento
políticos e igualdad y solidaridad sociales y económicas. Iniciativa
constituyente significa crear “acciones democráticas de base”, “producciones
institucionales de democracia desde abajo” y no determinar simplemente actos
administrativos en la cúspide de la política de partidos. El saber
constituyente debe organizarse como fuerza que produzca este camino.
[1] Dado
que Minerva era la diosa romana de la Sabiduría, la Estrategia, la Guerra,
entre otras tantas cuestiones, damos aquí a civetta, 'el mochuelo de
Minerva', el significado de sabiduría
[2] Laura Boldrini,
del partido Izquierda, Ecología y Libertad (SEL), presidente de la Cámara de
los diputados italiana y Piero Grasso, del Partido Demócrata (PD), presidente
del Senado italiano.
[3] Tratado sobre
Estabilidad, Coordinación y Gobierno de la UE
[4] Matteo Renzi,
alcalde de Florencia, perteneciente al Partido Demócrata (PD)
[5] Semión
Mijáilovich Budionni, comandante militar soviético, organizó una fuerza de
caballería en apoyo del bando bolchevique, que sería posteriormente su
célebre Caballería Roja, convertida posteriormente en el 1er Ejército de
Caballería del Ejército Rojo.
[6] Políticos
firmantes de la Constitución del 48
[7] El Estatuto
fundamental de la Monarquía de Saboya 4 de marzo 1848 (Statuto Albertino) fue
firmado el 4 de marzo de 1848 por Carlos Alberto Saboya y se autodefine como la
«Ley fundamental, perpetua e irrevocable de la Monarquía» Saboyana, siendo
reemplazada en 1948 por la Constitución de la República Italiana.