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El joven Antonio Gramsci ✆ Gianluca Costantini |
Traducción del
italiano para Gramscimanía por Omar Montilla
Estaba cansado. Los transbordadores y los trenes no eran
como los de hoy y el viaje desde la isla de Cerdeña hasta Turín había resultado
más fatigoso de lo que se había previsto, inclusive para él que ya no era más
un niño. Más bien, ‘Nino’, como cariñosamente era llamado Gramsci en su
familia, se encontraba en plena juventud. Nacido en 1891, ya era un veinteañero
y apenas había completado el bachillerato. Pero era un joven débil y su
gracilidad física aminorada, a causa de una caída sufrida cuando era un niño,
la cual le traería problemas por toda la vida.
Desde su partida de Cerdeña se sentía en un estado de
‘sonambulismo’, fuera de su tierra natal y preocupado por sus condiciones
financieras: por ello había viajado en tercera clase, gastando 45 de las 100
liras que le había proporcionado la
familia para el viaje. Para la familia tal cantidad de dinero significaba un gran sacrificio, en vista de las difíciles condiciones económicas en que se encontraban. Por esta misma razón había decidido abandonar su Cerdeña natal.
familia para el viaje. Para la familia tal cantidad de dinero significaba un gran sacrificio, en vista de las difíciles condiciones económicas en que se encontraban. Por esta misma razón había decidido abandonar su Cerdeña natal.
Procurarse el dinero necesario para concluir sus estudios
secundarios ya había sido un problema: había logrado llevarlos a cabo en
Cagliari (la capital de Cerdeña), pero en condiciones casi desesperadas. Al
terminar su bachillerato, la cuestión se había tornado dramática, en vista de
los mayores costos que había que sufragar para frecuentar una Facultad
universitaria. Sin embargo se había enterado que el Real Colegio Carlos Alberto
de Turín, había ofrecido una beca de estudio a los mejores estudiantes pobres del
territorio que había ocupado el reino de Cerdeña. Después de superar un severo
y difícil examen que constaba de pruebas escritas y orales en todas las materias de los tres años del liceo, tendría la posibilidad de
inscribirse en la Universidad de Turín, gracias a una contribución de 70 liras
mensuales por 10 meses al año, con tal de frecuentar regularmente las clases, y
que se superasen los exámenes con una buena media y en los tiempos prescriptos.
A finales del mes de septiembre de 1911 se enteró de haber
sido uno de los dos admitidos provenientes de Cagliari y que los exámenes tendrían
lugar entre el 18 y el 28 de octubre. Por esta razón había emprendido el viaje
para ir “di là dalle grandi acque” y
llegar hasta Turín.
Su primer contacto con la ciudad había sido poco feliz. En
la estación ferroviaria había sido recibido por Francesco, un paisano que se había
obligado a abandonar Cerdeña para llegar a la ciudad industrial y trabajar en
la fábrica de neumáticos Pirelli. Juntos se dirigieron a la casa que Francesco
le había conseguido como primer alojamiento, pero la cifra indicada como canon
de arrendamiento era muy alto. Por otra parte, con ocasión de las celebraciones
para cincuentenario de la unidad italiana, se había inaugurado la Exposición
Universal en el parque del Valentino, y como consecuencia los precios se habían
disparado. Un auxilio inesperado le había llegado de parte del secretario del
Real Colegio Carlos Alberto, que había logrado procurarle una pequeña
habitación a mitad de precio, “… donde me
otorgaron un crédito; yo estaba tan deprimido que quería hacerme devolver a
Cerdeña por parte de la Questura […] Y pasé el invierno sin un abrigo, con un
vestido ligero, apto para Cagliari. Para marzo de 1912 me sentía tan mal que no
hablé más durante algunos meses: al hablar equivocaba las palabras”, recordaría
unos años más tarde en una de sus cartas.
A pesar de todo había logrado superar brillantemente la
severa selección del concurso: entre 71 candidatos admitidos, solo 27 habían
sido promovidos y Gramsci se había clasificado entre todos, en el noveno
puesto. Vivía sin embargo una suerte de aturdimiento físico y psicológico, algo
que resulta común a cualquier joven que haya sido catapultado en una gran
ciudad, a cada “triple o cuádruple
provinciano como era un cierto joven sardo” de principios del siglo XX, que
por primera vez enfrentaba la gran metrópolis industrial. Pero tenía temor de
caminar solo por las calles del centro: “Me
da escalofrío caminar, después de haber corrido el riesgo de caer bajo la
ruedas de no sé cuántos automóviles o tranvías” escribía a su padre. Sobre
todo, sufría por el hambre y por el frío: “Gravemente
enfermo por el frío y la desnutrición, fantaseaba con una gran araña que de
noche estuviera emboscada y descendiera para chuparme el cerebro mientras
dormía”. La casa donde vivía le parecía un “glaciar”, paseaba por la
habitación con el fin de calentarse los pies, o bien estaba tan “imbacuccato” [envuelto, cubierto,
vestido, tapado, NdelT.] que no podía lograr tener en su mano la pluma para
escribir y a estudiar para preparar los exámenes universitarios. No superarlos
significaba perder el subsidio o beca que se le había otorgado.
Con menos frecuencia se sentía en condiciones de enfrentar
los exámenes y gradualmente abandonó los estudios universitarios, mientras tomaba
mayor conciencia de la realidad social de una metrópolis industrial. Y también
con frecuencia, y a lo largo de las calles que del centro de la ciudad conducían
hacia el rio Po, había visto a los trabajadores manifestar contra las duras
condiciones de trabajo y había comenzado a apasionarse “por la lucha, por la clase obrera”.
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Antonio Gramsci en Turín, con los redactores de L'Ordine Nuovo |
Por esto recorría a lo largo y a lo ancho la ciudad y había
aprendido a conocerla y a amarla. En el curso de los difíciles años de la
Primera Guerra Mundial, de la ocupación de las fábricas y de la afirmación del
régimen fascista, se había convertido más a la vida política y cultural
turinesa. Junto a él estaba también Piero Gobetti, joven liberal que ‘Nino’,
socialista y después comunista, había escogido como amigo y colaborador. Turín
era siempre más “su” ciudad, la ciudad de “ambos”.
Para la historia, será siempre la “Turín de Gramsci y de
Gobetti”