- Esta publicación es un adelanto del libro ‘Clausewitz, el marxismo y la cuestión militar’
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Leon Trotsky ✆ Frida Kahlo |
Este año, en otro seminario nos hemos centrado en el estudio de la concepción de estrategia en el marxismo de León Trotsky, cuyo pensamiento abordó las principales cuestiones estratégicas de la revolución tanto en el terreno militar, como organizador de la insurrección de Petrogrado y fundador del Ejército Rojo, así como en el político, como dirigente de la III y la IV Internacionales.
Como parte de esta reflexión presentamos a continuación un contrapunto entre el pensamiento estratégico de León Trotsky y el de Antonio Gramsci. En un número anterior de Estrategia Internacional hemos publicado “Trotsky y Gramsci. Convergencias y divergencias” donde realizábamos una comparación de conjunto de los sistemas teóricos de ambos revolucionarios. En el presente artículo nos concentraremos en sus respectivos abordajes de las principales lecciones estratégicas de la lucha de clases en Europa durante el período que va desde la revolución alemana de 1923 y su derrota hasta el ascenso de Hitler una década después.
El mismo es un capítulo [1]
del libro Clausewitz, el marxismo y la cuestión militar de próxima publicación,
donde junto con el abordaje de la obra Carl Clausewitz y de algunos de sus
continuadores como Hans Delbrück, retomamos las principales polémicas y
elaboraciones sobre estrategia –política y militar– de Trotsky, como también de
Lenin, Marx, Engels, Mehring, Luxemburg, y Gramsci. Un pensamiento estratégico
forjado en los grandes acontecimientos de la lucha de clase, poco visitado en
las últimas décadas, por decir lo menos, y que hoy tiene un carácter indispensable
para pensar los problemas de la insurrección, la guerra civil, la política del
proletariado en los diferentes tipos de guerras interestatales, entre otras
grandes cuestiones vitales que hacen a cómo llevar adelante el programa
revolucionario y que consideramos, son la base para poder revitalizar el
marxismo revolucionario a la luz de los profundos cambios de las últimas
décadas.
Trotsky, Gramsci y la
estrategia para la revolución en “occidente”
Entre la intelectualidad de izquierda en general e inclusive
en la que reconoce importantes aportes de Trotsky a la teoría marxista, ha
devenido en lugar común una tesis que Michael Burawoy tiene el mérito de
sintetizar de la siguiente manera: “Los análisis de Trotsky naufragaron una y
otra vez contra el escollo del proletariado occidental. Iba a ser otro
marxista, Antonio Gramsci, el que hiciera una interpretación más amplia que
trataría de ajustar las cuentas con el fracaso de la revolución en Occidente” [2]
[3].
El revolucionario italiano desarrollará como uno de los ejes
de su reflexión la cuestión de las condiciones para la revolución en occidente,
contraponiendo la “guerra de posición” a la “guerra de maniobra” para explicar
el fracaso de la primera oleada revolucionaria del siglo XX en Europa y las
vías necesarias para enfrentar al fascismo.
Sus elaboraciones y las de Trotsky tendrán algunos puntos de
contacto, pero en el marco de múltiples divergencias que serán fundamentales.
Como intentaremos demostrar en estas páginas, será el fundador del Ejército
Rojo el que desarrollará una visión comprensiva de los problemas de estrategia
en “occidente”.
El punto de partida de esta comparación debe situarse
necesariamente en la revolución alemana de 1923. Un verdadero punto de
inflexión de la revolución en occidente que fue al mismo tiempo la primera gran
derrota de la Internacional Comunista (IC). Marcó también el comienzo de una
especie de “reflujo” de la reflexión estratégica en sus filas y el paulatino
abandono de las principales conclusiones de los cuatro primeros congresos.
El primer capítulo de esta revisión tuvo lugar en el V
Congreso de la IC y le correspondió a las tácticas de frente único y de
“gobierno obrero” [4].
Fue la contracara de negar la derrota en Alemania y eludir sus lecciones
estratégicas.
La devaluación por parte de Gramsci de estas polémicas y de
las lecciones de la revolución alemana de 1923 no ha sido problematizada por
ninguno de sus principales intérpretes. Sin embargo, son claves para poder
comprender los problemas fundamentales de la revolución en “occidente” en el
período de entreguerras. Este hueco en el pensamiento del revolucionario
italiano puede ser considerado como la fuente más importante de ambigüedades en
su reflexión estratégica, tanto en lo que hace a su concepción del frente
único, al concepto de “guerra de posición”, y a muchas de las formulaciones de
sus Cuadernos de la Cárcel.
En el caso de Trotsky, ninguna de las corrientes del
trotskismo surgidas luego de la ruptura de la IV Internacional en el ’53,
retomó en profundidad esta etapa para comprender su legado revolucionario. Más
bien, desde el oportunismo se pretendió tomar su defensa de la táctica de
“gobierno obrero” en 1923 para fundamentar la subordinación a direcciones
stalinistas o pequeñoburguesas, el apoyo y hasta el ingreso a gobiernos
burgueses. Mientras que desde el fatalismo sectario se interpretó la política
de Trotsky en aquellos años como un desliz oportunista. Muchos fueron los que
como Isaac Deutscher no le dieron mayor importancia a esta parte de su
biografía por considerar que Trotsky exageraba las posibilidades
revolucionarias en Alemania.
Sin embargo, su intervención política como parte del comité
ejecutivo de la III Internacional y sus conclusiones sobre Alemania del ’23
demostrarán la verdadera estatura de Trotsky como estratega –al nivel de su
intervención en Petrogrado seis años antes–, así como el desarrollo de su
concepción del frente único, y de la táctica de “gobierno obrero” partiendo de
establecer una relación compleja entre ataque y defensa retomando los mejores desarrollos
de Carl Clausewitz. De conjunto, será un punto central de su biografía política
y elaboración estratégica sin el cual es imposible comprender el significado de
su legado revolucionario.
I. El origen de las
divergencias en la III Internacional
Frente único y gobierno obrero en la Internacional Comunista
Los dos años que van de mayo de 1922 a 1924 serán los de
mayor actividad política internacional de Antonio Gramsci. Son años
fundamentales en la formación de su pensamiento político, primero por su
estancia en Rusia hasta diciembre del ’23 como parte del IV Congreso de la
Internacional Comunista (IC) y como delegado al comité ejecutivo de la IC por
el Partido Comunista Italiano (PCI), luego trasladado a Viena como funcionario
del ejecutivo hasta mayo del ‘24.
Durante aquel periodo la ubicación política del
revolucionario italiano da un viraje fundamental. El PCI y Gramsci mismo, bajo
la dirección de Amadeo Bordiga habían formado parte del ala izquierdista de la
Internacional que se había opuesto a la táctica de frente único obrero tal como
la había formulado el III Congreso de la IC.
Luego de su participación en el IV Congreso comenzó a
apropiarse de las tesis del frente único y de la táctica de gobierno obrero [5].
Junto con esto toma la decisión política de constituir una alternativa dentro
del PCI tanto a la dirección de Bordiga como al ala derecha de Tasca. De aquí
en más la táctica del frente único cobrará cada vez más peso en su reflexión
política hasta llegar en los Cuadernos de la Cárcel a identificarse con la
“guerra de posición”, única estrategia posible en “occidente”.
El IV Congreso de la IC de finales de 1922 del que participa
Gramsci tuvo como uno de sus principales temas junto con la cuestión de la
revolución en Oriente, el debate en torno a la consigna de “gobierno obrero”,
que implicaba llevar las discusiones sobre el frente único a un nuevo nivel de
desarrollo.
La “Resolución sobre la táctica de la Internacional
Comunista” aprobada en este congreso señalaba que: “El gobierno obrero
(eventualmente obrero campesino) deberá siempre ser empleado como una consigna
de propaganda general. Pero como consigna de política actual, el gobierno
obrero revista una gran importancia en los países donde la situación de la
sociedad burguesa es particularmente poco segura, donde la relación de fuerzas
entre los partidos obreros y la burguesía plantea la solución del problema del
gobierno obrero como una necesidad política candente.” Y agregaba: “la consigna
de ‘gobierno obrero’ es una consecuencia inevitable de toda táctica de frente
único” [6].
Hasta aquel entonces la táctica de “gobierno obrero” o
“gobierno obrero y campesino” se remitía a la experiencia del accionar del
Partido Bolchevique en Rusia que, mientras no había conquistado la mayoría en
los soviets, mantenía la exigencia a Mencheviques y Socialrevolucionarios (SR)
de que rompiesen con los capitalistas y las potencias imperialistas y tomasen
el poder. En tales condiciones los bolcheviques se comprometían a defender a
ese gobierno contra la burguesía y no enfrentarlo con medios insurreccionales,
pero renunciando a entrar o tomar responsabilidades políticas por el mismo.
Esta táctica había cumplido un papel fundamental para el avance de la
influencia de los bolcheviques y para preparar las condiciones de la
insurrección triunfante, así como también había contribuido a la ruptura del
partido campesino (SR), dando lugar, luego de la insurrección de Octubre, a la
conformación de un gobierno obrero y campesino de los bolcheviques junto con
los socialrevolucionarios de izquierda.
El IV Congreso de la IC, da un paso más allá. Bajo el mismo
objetivo de desarrollar la revolución, se plantea la posibilidad de que en
determinadas condiciones de disgregación del aparato estatal burgués, antes de
tomar el poder, los comunistas participen de gobiernos con partidos y
organizaciones obreras no comunistas para reforzar la preparación de las
condiciones para la insurrección y conquistar la mayoría de la clase obrera.
Al igual que el frente único, el “gobierno obrero” contenía
tanto elementos de maniobra, como tácticos y estratégicos [7].
El aspecto de maniobra consistía en la posibilidad de conformar gobiernos de
coalición donde participasen los revolucionarios junto con partidos y
organizaciones obreras no comunistas bajo las determinadas circunstancias de
disgregación del aparato estatal burgués y correlación de fuerzas que
mencionábamos antes, para “concentrar y desencadenar luchas revolucionarias” [8].
La resolución del IV Congreso era clara en distinguir este tipo de gobierno
obreros, de un gobierno obrero liberal o socialdemócrata, que “no son gobiernos
revolucionarios, sino gobiernos camuflados de coalición entre la burguesía y
los líderes obreros contrarrevolucionarios” [9]. De estos últimos, los comunistas no
participarían bajo ninguna consideración, al contrario, los debían
“desenmascarar sin piedad frente a las masas” [10].
La alianza circunstancial comprendida en la táctica de
“gobierno obrero” de la IC tenía objetivos tácticos precisos, que se expresaban
en la obtención de determinados puntos mínimos, que la “Resolución sobre la
táctica…” resumía de la siguiente manera: “El programa más elemental de un
gobierno obrero debe consistir en armar al proletariado, en desarmar las
organizaciones burguesas contrarrevolucionarias, en instaurar el control de la
producción, en hacer caer sobre los ricos el principal peso de los impuestos y
en destruir la resistencia de la burguesía contrarrevolucionaria” [11]. El objetivo estratégico, al igual que en el
frente único, era conquistar la mayoría de la clase obrera para la revolución
producto de la experiencia común o de su rechazo por parte de las direcciones
reformistas o centristas.
El IV Congreso de la IC incluso contemplaba la posibilidad
de participar de un “gobierno obrero” surgido de una combinación parlamentaria,
pero siempre partiendo del mismo objetivo estratégico, desarrollar el
movimiento revolucionario y la guerra civil contra la burguesía. “Un gobierno
de este tipo –señalaba la “Resolución…”– no es posible si no nace de la lucha
misma de las masas, si no se apoya sobre los órganos obreros aptos para el combate
[…] Un gobierno obrero que resultase de una combinación parlamentaria, puede
también brindar ocasión de reanimar el movimiento obrero revolucionario. Pero
de hecho […] debe llevar a la lucha más encarnizada y, eventualmente, a la
guerra civil contra la burguesía” [12].
Pocos meses después del IV Congreso, estalla una nueva
revolución en Alemania que en octubre de 1923 planteará la posibilidad concreta
de conformar “gobiernos obreros” en los Länder de Sajonia y Turingia. Será la
primera prueba y la implementación más audaz de la táctica de frente único que
haya realizado la Internacional Comunista.
La fórmula de
“gobierno obrero” y el valor relativo de las “fortalezas” en la ofensiva
En enero de 1923, el primer ministro francés Poincaré lanza
una invasión a la región del Ruhr, que era el centro alemán de producción de
carbón, hierro y acero, realizando “requisiciones” para cobrarse las
reparaciones de guerra. La consecuencia fue un creciente caos económico en
Alemania, paralización de la industria, explosión de la tasa de desempleo,
hiperinflación, etc., que encendió nuevamente la llama de la revolución
alemana. Se suceden oleadas de huelgas a partir de mayo, se desarrollan los
comités de fábricas (Betriebsräte) como organismos de autoorganización, también
las Centurias Proletarias (milicias obreras) que toman los mercados y tiendas
para conseguir alimentos, surgen comisiones de control de precios y de
distribución de alimentos, en especial en el Ruhr. En agosto tiene lugar una
huelga general con foco en Berlín que hace caer al gobierno del canciller
Wilhelm Cuno, cabeza de un gabinete de “técnicos” que respondía directamente a
la gran burguesía de la industria y las finanzas. Le sucede un gobierno de
coalición en torno a Gustav Stresemann en el que participan cuatro ministros
del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD).
En este marco se plantea la posibilidad de constituir
“gobiernos obreros” con el ala izquierda del SPD tanto en Sajonia y como en
Turingia. La discusión sobre esta posibilidad ya se había suscitado un año
antes, en el ’22. En aquel entonces Trotsky la había rechazado como perspectiva
inmediata pero dejándola planteada para cuando se profundice la situación de la
lucha de clases, lo que de hecho sucedió a partir de la crisis del Ruhr.
“Si ustedes –decía Trotsky–,
nuestros camaradas comunistas alemanes, piensan que es posible una revolución
en los próximos meses en Alemania, entonces les aconsejamos participar en Sajonia
en un gobierno de coalición y utilizar vuestros puestos ministeriales para
promover las tareas políticas y organizativas y transformar Sajonia en un
cierto sentido en un sembradora comunista de modo de tener un bastión
revolucionario en un período de preparación para el próximo estallido de la
revolución. Esto sólo sería posible si la presión de la revolución ya se hace
sentir, sólo si ya está al alcance de la mano. En ese caso, solo implicaría la
toma de una única posición en Alemania, a la que ustedes están destinados a
tomar de conjunto. Pero en este momento ustedes jugarán en Sajonia el rol de un
apéndice impontente porque el gobierno sajón mismo es impotente ante Berlín, y
Berlín es un gobierno burgués” [13].
Es decir, Trotsky entendía la participación en un gobierno
de coalición local con el SPD como la posibilidad de constituir un bastión
revolucionario, no en cualquier momento sino en el período de la preparación de
la insurrección. Este período, como vimos en capítulos anteriores, constituía
para Trotsky el primer momento de la guerra civil, es decir, de la ofensiva
estratégica del proletariado.
Una lógica similar encontramos en la valoración que hace
Clausewitz de las “fortalezas” en la ofensiva. El general prusiano concebía dos
únicos medios para la ofensiva en su época. Obviamente el primero era la fuerza
armada, sin embargo agregaba: “a esto debemos añadir, por supuesto, las
fortalezas, porque si éstas se hallan en la vecindad del teatro de guerra del
enemigo tendrán influencia apreciable sobre el ataque. Pero esta influencia
disminuye gradualmente a medida que progresa el ataque, y es evidente que en el
ataque nuestras propias fortalezas nunca pueden desempeñar una parte tan
importante como en la defensa, en la que a menudo se convierten en el factor
principal” [14].
Finalmente el 10 de octubre se integrarán al gobierno
presidido por Zeigner en Sajonia tres comunistas (Böttcher, Heckert, y
Brandler); y el 13 de octubre otros tres comunistas (Neubauer, Tenner, y Karl
Korsch) entran al gobierno de Turingia encabezado por Fröhlich.
Dos días después de la entrada de los comunistas al
gobierno, Zeigner hace conocer su intención de desarmar las formaciones
burguesas y fortalecer a las Centurias Proletarias. Ante lo cual se profundiza
la tensión con el ejército (Reichswehr) y el General Müller, comandante del III
distrito militar (Wehrkreis), responde de inmediato ordenando la disolución de
las Centurias y todo organismo similar, así como la entrega inmediata de las
armas. En los días siguientes se organiza el Congreso de las Centurias de
Sajonia, pero la clave de la dirección del KPD pasa por las negociaciones con
el SPD. Mientras tanto, el gobierno Zeigner no realiza ninguna medida concreta
para armar a las Centurias. El 19 de octubre el canciller Stressemann ordena
restablecer el orden en Sajonia y Turingia. El 21 se reúne la conferencia de
comités de fábrica en Chemnitz para discutir un plan pero ante la negativa de
los socialdemócratas la reunión fracasa y termina sin ningún llamado a la
acción. El KPD cede y decide abandonar definitivamente el plan de la
insurrección [15].
En la formulación de Trotsky, la entrada a los “gobiernos
obreros” estaba puesta en función de constituir “fortalezas” para utilizarlas
como medio para la ofensiva, es decir, para el fortalecimiento de los comités
de fábrica y las Centurias Proletarias con el objetivo de preparar la
insurrección a nivel nacional bajo las banderas de la defensa de los “gobierno
obreros” frente a la Reichwehr. Sin embargo, estas “fortalezas” terminaron
convirtiéndose en objetivos en sí mismas para la dirección del KPD que abandonó
el objetivo de la huelga general y la insurrección cuando la dirección del ala
izquierda de la socialdemocracia se opuso. Estas “fortalezas” no sirvieron como
medio para la ofensiva. En vez ser un trampolín que aumente la potencia del
ataque se transformaron en un peso muerto que terminó por detenerla.
Esta línea de conciliación llegó hasta el punto de llamar a
los trabajadores a abortar la insurrección en Hamburgo cuando llevaban un día
combatiendo con relativo éxito. Esta insurrección, según la mayoría de las
fuentes, se llevó a cabo porque la resolución de abortar los planes
insurreccionales por parte del KPD no había llegado a comunicarse a la
dirección local. Los acontecimientos se fueron desarrollando a partir del 21 de
octubre con la extensión de la huelga general para dar lugar el día 23 al
llamamiento a la insurrección. La inexistencia de tropas de la Reichwehr estacionadas
en Hamburgo, posibilitó éxitos importantes durante las primeras horas. A pesar
del casi nulo armamento con el que contaban las Centurias Proletarias, pudieron
tomar en la madrugada 17 de las 20 comisarías que se habían propuesto. Las
insuficiencias en la preparación política hicieron que las masas recién “se
encontraran” con la insurrección en curso el mismo día 23. Pronto los
insurrectos estarían a la defensiva.
Sin embargo, desde la primera hora de la mañana en los
barrios obreros se levantarán barricadas. En algunos barrios la insurrección
fue derrotada, en otros se desarrollaron luchas encarnizadas, en Schiffbeck los
insurrectos desarmaron a la policía y se quedaron con el control durante dos
días. En la noche del 23 al 24 de octubre Hugo Urbahns dio la contraorden de
abortar la insurrección en curso. A pesar de esto los enfrentamientos
continuaron en la ciudad durante varios días [16].
¿La insurrección de Hamburgo podía triunfar y conquistar un
bastión revolucionario para el resto de Alemania? Es imposible afirmarlo. Lo
que sí podemos decir es que Hamburgo estaba dispuesto a combatir y era un punto
de apoyo para un plan insurreccional nacional.
A pesar de que marcó profundamente el destino del movimiento
revolucionario internacional, la revolución alemana del ’23 es poco conocida en
general y mucho menos estudiada. Como tratamos de graficar en este brevísimo
resumen de algunos acontecimientos, el KPD no se orientó desde el punto de
vista de la estrategia y es allí donde hay que buscar las causas de la derrota.
Los objetivos tácticos del “gobierno obrero” señalados en
las resoluciones del IV Congreso de la IC estaban ligados al elemento
estratégico de contribuir efectivamente a la organización del triunfo de la
insurrección y el establecimiento de la dictadura del proletariado basada en
los comités de fábrica y las Centurias Proletarias.
Sin embargo, como señalara Trotsky, la “rutina de la
táctica” producto de la lucha cotidiana por conquistar a las masas había
cumplido un papel fundamental en la incapacidad de dirección del KPD de dar un
giro político a la altura de la situación objetiva que se había desarrollado.
La política del KPD se mantuvo en el marco de los mecanismos del estado burgués
–legalidad constitucional– y la confianza en la izquierda de la
socialdemocracia. Era la primera gran derrota cuya responsabilidad correspondía
a la Internacional Comunista por haber dejado pasar la situación
revolucionaria. Este sería el balance de Trotsky de la actuación de KPD en
octubre de 1923.
La sustitución de la ofensiva por el atrincheramiento en las “fortalezas”
En contraste con lo que acabamos de desarrollar, y por fuera
de cualquier análisis serio de la obra de Trotsky, Christine Buci-Glucksmann
afirma en su voluminosa obra Gramsci y el Estado que “reproducir, en las
condiciones de las sociedades capitalistas avanzadas, una estrategia de ataque
frontal, conduce no sólo al fracaso, sino que significa también estar
retrasado, caer en el economicismo. Y es el economicismo lo que marca, para
Gramsci, al ‘marxismo’ de Trotski, que no puede evitar los errores similares a
los del sindicalismo revolucionario, es decir, la subestimación de las
superestructuras políticas…” [17].
De esta forma, la autora se hace eco del “sentido común”
académico que basado en una interpretación de Gramsci sostiene que el problema
fundamental de la derrota de la revolución en “occidente” “en general” fue la
incapacidad de dominar determinadas posiciones o “trincheras” con las que
cuentan las sociedades occidentales producto de su mayor desarrollo. En la
misma línea de este “sentido común”, pero con argumentos políticos precisos,
hay una crítica a Trotsky que sostiene que sobrevaloró las posibilidades
revolucionarias en el ’23, que su planteo está teñido por la incapacidad de
valorar las ilusiones en la democracia burguesa de la clase obrera alemana. En
particular esto se expresaría en la omisión por parte de Trotsky del análisis
del gobierno de Stresemann y su capacidad para desviar el proceso
revolucionario gracias a la incorporación de los ministros socialdemócratas. La
conclusión es que, al contrario de lo que opinaba el fundador del Ejército
Rojo, no había condiciones para la insurrección.
En este sentido Mike Jones de Revolutionary History sostiene
que “Trotsky parece dar a entender que se podría emprender un derrocamiento sin
la participación activa o el apoyo de la mayoría de los trabajadores, o incluso
en contra de ellos. Después de todo, los números dentro y alrededor del SPD
superaban con creces los de todo el KPD, sin mencionar las influencias
cristianas o de otra índole. También ignora el hecho de que, aunque los
reformistas fueron perdiendo terreno frente al comunismo a mediados de 1923,
las cosas se invirtieron después de la llegada de Stresemann. Él ni siquiera
menciona el cambio de gobierno” [18].
Sin embargo, Trotsky sí analiza el gobierno de Stresemann al
calor mismo de los acontecimientos. El 19 de octubre de 1923 plantea la
cuestión de la siguiente manera: “La crisis actual en Alemania se ha
desarrollado a partir de la ocupación del Ruhr. Stresemann capituló ante los
imperialistas franceses. Pero el capital usurero francés no quería hablar con
los derrotados. El Estado burgués alemán está en agonía. Esencialmente, ya no
hay una Alemania unificada. Baviera, con su población de 9.000.000, está
dirigida por el fascismo moderado. Sajonia, con una población de 8.000.000,
tiene un gobierno de coalición de comunistas y socialdemócratas de izquierda.
Ninguno de estos Estados toma en cuenta al gobierno central de Berlín, en donde
Stresemann gobierna sin esperanzas. El Parlamento le ha cedido sus poderes,
impotente. Stresemann se sostiene porque ni el Partido Comunista ni los
fascistas han tomado el poder. Pero el ala izquierda del frente político en
Alemania sigue creciendo…” [19].
Como dice Trotsky, la propia evolución de la situación en
Sajonia y Turingia por izquierda donde un sector de la socialdemocracia forma
un gobierno común con los comunistas, y en Baviera por derecha con el dominio
de los fascistas, muestra un proceso de polarización que se continúa luego del
ascenso de Stresemann. De esta forma el gobierno y el régimen adquieren un
carácter de bonapartismo débil –“kerenskysta” en analogía con la Revolución
Rusa– jaqueados por la movilización de las masas, que habían protagonizado la
gran huelga general de agosto, y las fuerzas contrarrevolucionarias. Esto se
daba en el marco de la ocupación militar de una región del país, de un proceso
hiperinflacionario, de la división de las clases medias, del crecimiento del
KPD en los sindicatos, de los fenómenos de autoorganización expresados en el
desarrollo de los comités de fábricas, etc. Todo esto mostraba, para Trotsky,
la madurez de las condiciones para preparar la toma del poder. Otro importante
hecho a favor de esta caracterización de Trotsky fue el desarrollo posterior de
la insurrección de Hamburgo a pesar del aislamiento.
El propio Gramsci, aunque no lo desarrolla, hace un planteo
sobre las posiciones de Trotsky que va en el mismo sentido que la crítica de
Jones. “Si errores hubo –decía Gramsci en una carta a Togliatti y Terracini–,
los cometieron los alemanes. Los camaradas rusos, concretamente Radek y
Trotsky, cometieron el error de creer en las vaciedades de Brandler y los
demás, pero tampoco en este caso su posición era de derecha, sino más bien de
izquierda, hasta el punto de incurrir en la acusación de putchismo” [20].
Es evidente que el argumento exculpatorio de haber confiado
en información equivocada que plantea Gramsci no se sostiene para alguien que
como Trotsky, conocía al movimiento obrero alemán de primera mano, había
dirigido el Soviet de Petrogrado en 1905 y 1917, la insurrección en Octubre del
’17 y una guerra civil como la rusa al mando de un ejército de cinco millones
de personas. Incluso el propio Brandler, en un intercambio años después con
Isaac Deustcher [21],
cuenta cómo fue Trotsky el que tuvo que pasar toda una noche convenciéndolo a
él de la decisión de la dirección de la IC de ponerle fecha a la insurrección.
La cuestión no se refería a un problema de equívocos
respecto a los hechos, sino a cuáles eran las consecuencias que se desprendían
de ellos. Brandler, por ejemplo, consideraba que si era necesario comenzar
peleando desde una posición defensiva la lucha ya estaba condenada, no que
podía ser la preparación para el pasaje a la ofensiva. El dirigente del KPD establecía
a su vez una separación tajante entre las luchas obreras contra la carestía de
la vida y el impulso para la toma del poder, para él la relación entre ambas
parecía un secreto cerrado bajo siete llaves. Como resultado, Brandler acepta
formalmente orientar al partido hacia la insurrección pero sin convencimiento,
lo cual no puede ser más fatal para una dirección que está en vísperas de
proponerse el asalto al poder [22].
Como venimos señalando, la reflexión estratégica de Trotsky
iba por carriles opuestos. Basado en relacionar defensa y ataque, posición y
maniobra, impulso de las masas y preparación consciente, el fundador del
Ejército Rojo cruzaba lanzas contra todo fatalismo. Se niega a poner como
modelo las condiciones rusas de armamento y desarrollo de los soviets. Respecto
a estos últimos señala en “El calendario de la revolución” [23],
cómo las condiciones pueden estar maduras para la insurrección aun sin que los
organismos de autoorganización se encuentren suficientemente desarrollados,
ante lo cual plantea cómo los diferentes pasos de su organización deben
incluirse como parte del “calendario” pre-insurreccional. Lo mismo con el
armamento; debe ser parte de la preparación así como el primer objetivo de la
insurrección misma.
“La revolución –decía Trotsky– posee un inmenso poder de improvisación,
pero nunca improvisa nada bueno para los fatalistas, los haraganes y los
tontos. La victoria exige una orientación política correcta, organización y
voluntad de asestar el golpe decisivo” [24].
II. Divergencias
entre Trotsky y Gramsci
Frente único e insurrección
Las conclusiones sobre la derrota de Alemania serán un
verdadero punto de inflexión en la estrategia de la Internacional Comunista y
en la historia de la táctica de frente único en particular. Muerto Lenin meses
antes y comenzada la lucha del triunvirato de Stalin, Zinoviev y Kamenev contra
Trotsky, el V Congreso de la III Internacional, realizado en 1924, pasó por
alto las principales lecciones de la revolución alemana y en cambio emprendió
la revisión de las tesis del III y IV Congresos sobre las tácticas de frente
único y de “gobierno obrero”.
La defensa de la formulación original de la táctica del
frente único en el V Congreso correspondió en soledad a Trotsky. Como señalara
en referencia a Alemania:
“Zinoviev no veía la catástrofe, y no era el único. Con él, todo el V Congreso pasó al lado de la mayor derrota de la revolución mundial sin verla. […] En su resolución, el Congreso aprobó al CE por haber: ‘Condenado la actitud oportunista del CC alemán, y sobre todo la desviación de la táctica del frente único que se ha producido durante la experiencia gubernamental de Sajonia’”. Y agrega Trotsky en referencia a esta crítica: “Es casi como condenar a un asesino ‘sobre todo’ por no haberse quitado el sombrero al entrar en la casa de la víctima” [25].
El problema fundamental no era haber constituido el
“gobierno obrero” en Sajonia, que era una maniobra táctica, sino que éste no
fue puesto en función de la ofensiva; no se había preparado la insurrección y
se había dejado pasar la oportunidad de tomar el poder sin lucha. Es decir,
aunque hubiesen rechazado la conformación de gobiernos de coalición en Sajonia
y Turingia, los dirigentes del comunismo alemán, se hubiesen mantenido en los
marcos de la legalidad del régimen burgués, ya que no se decidieron a luchar
por la toma por el poder. A esto se refería Trotsky cuando decía que señalar
como el error principal la entrada al gobierno de coalición era como “condenar
a una asesino ‘sobre todo’ por no haberse quitado el sombrero”.
En el caso de Gramsci, no realiza elaboraciones sustanciales
respecto a estas polémicas del V Congreso. Más bien se apropiará de sus tesis
principales, las cuales revisarán la táctica de “frente único” retrotrayéndola
a los debates pasados sobre si debía ser “por arriba” o “por abajo” y
estableciendo esta última variante como norma. Los debates del Congreso también
retrocederán respecto a la fórmula de ‘gobierno obrero’ tal como había sido
formulada originalmente en la “Resolución sobre la táctica…”.
Tampoco Gramsci le dará mayor relevancia al balance sobre la
derrota en Alemania que había estado en el centro de estos debates. Meses antes
del Congreso, en la carta a Togliatti y Terracini que citamos anteriormente,
critica correctamente al grupo de Brandler por no proponerse desarrollar los
consejos de fábrica y el control obrero, y por encorsetar al partido en los
marcos de la legalidad burguesa. Sin embargo, no se pronuncia sobre la cuestión
que era central definirse según Trotsky: si había que pasar o no a la ofensiva.
Aunque más bien parece coincidir con la mayoría del Congreso en que las
condiciones no estaban maduras para proponerse preparar la toma del poder y,
como vimos, que las posiciones de Trotsky eran fruto de los malos informes de
Brandler que exageraban agudeza de la situación [26].
Para Trotsky el problema principal era que la dirección del
KPD se había demostrado incapaz de realizar el giro brusco del pasaje a la
ofensiva en el momento oportuno, que había sido incapaz de articular el pasaje de
la “guerra de posición” a la “guerra de maniobra” en términos de Gramsci.
Frente al ala derecha del KPD dirigida por Brandler, que en
aquel momento había contado con el beneplácito de Stalin llamando a refrenar
más que a alentar las tendencias insurreccionales en las masas, Trotsky
señalaba:
“Cuando la situación objetiva exigía un giro decisivo, el partido se limitó a esperar la revolución en lugar de organizarla. […] Durante 1923 las masas trabajadoras comprendieron, o sintieron, que se acercaba el momento del combate decisivo. Pero no vieron en el Partido Comunista la resolución y la confianza necesarias. Y cuando comenzaron los preparativos apresurados para la insurrección, perdió inmediatamente el equilibrio y, también, sus lazos con las masas. […] algunos de nuestros camaradas estimaron que ‘habíamos sobreestimado la situación; la revolución no está aún madura’. Pero en realidad, la revolución no fracasó porque en general ‘no estaba madura’, sino porque su eslabón decisivo –la dirección– se quebró en el momento decisivo” [27].
Luego Trotsky teoriza esta cuestión, también contra quienes
como Zinoviev en el V Congreso pretendían reducir todo el problema a la táctica
de “gobierno obrero” en sí: “En el fracaso alemán de 1923 hubo, evidentemente,
muchas particularidades nacionales, pero hubo también rasgos típicos que manifiestan
un peligro general. Se podría definir este peligro como la crisis de la
dirección revolucionaria en vísperas del tránsito a la insurrección. La base
del partido proletario, por su naturaleza misma, está menos inclinada a sufrir
la presión de la opinión pública burguesa, pero es sabido que ciertos elementos
de las capas superiores y medias sufrirán inevitablemente, en mayor o menor
medida, la influencia del terror material e intelectual ejercido por la
burguesía en el momento decisivo […] no existe contra él ninguna receta
saludable aplicable en todos los casos. Pero el primer paso en la lucha contra
un peligro es comprender su origen y su naturaleza” [28].
A su vez, va a señalar Trotsky cómo esta dinámica está asociada al desarrollo
de un grupo de derecha en cada partido comunista en los períodos “preoctubre”
que refleja tanto las dificultades del “salto” que implica la insurrección como
la presión sobre la dirección de la opinión pública burguesa [29].
La falta de una conclusión estratégica en este sentido y su
sustitución por la impugnación de la táctica del frente único en sí, será la
fuente de las aventuras posteriores al V Congreso [30].
La incapacidad de la dirección de la IC para valorar en su justa medida la
importancia de la derrota de Alemania y sus lecciones constituirá para Trotsky
el “error estratégico radical del V Congreso”.
Como veremos más adelante, al no darle el peso necesario a
Alemania en la reflexión estratégica, Gramsci establece una continuidad entre
la lucha del III y IV Congresos de la IC por el frente único luego de la
“Acción de Marzo” [31]
de 1921, y la batalla contra la línea del “tercer período” luego del VI
Congreso de la IC de 1928. Lo que se pierde en el medio, no es sólo una visión
realista de los planteos estratégicos de Trotsky sino que es nada más ni nada
menos, que la importante discusión en torno a la articulación entre “posición”
y “maniobra”, entre frente único e insurrección en “occidente”.
Para Trotsky, lo fundamental no era revisar la táctica de
frente único, ni para embarcarse en aventuras putchistas, ni para erigirla en
estrategia adaptándose a la izquierda de la socialdemocracia. La conclusión
fundamental del V Congreso debería haber considerado que “A ‘derecha’ e
‘izquierda’ hay grandes peligros que constituyen los límites de la política del
partido proletario en nuestra época. Seguimos esperando que en un futuro no
lejano, enriquecido por las luchas, las derrotas y la experiencia, el Partido
Comunista Alemán consiga gobernar su nave entre la Escila de “marzo” y la
Caribdis de “noviembre” para proporcionar al proletariado alemán lo que tan
arduamente se ha merecido: ¡la victoria!” [32].
Junto con esto Trotsky sacaba entre las principales conclusiones la necesidad
de desarrollar un amplio estudio de la insurrección como arte, como combinación
entre conspiración y acción de masas, así lo expresaría en sus conferencias
ante la Sociedad de Ciencias Militares de Moscú de julio de 1924 [33].
Tal era la línea estratégica que orientó la posición de
Trotsky en estos años, y fue a su vez, la que se negó a adoptar la dirección de
la IC, la cual coherente con esto se encargaría de establecer los virajes más
insólitos en los años siguientes destruida primero por la Escila de “marzo”
durante el “tercer período” que abrió paso al asenso del fascismo, y luego por
la Caribdis de “noviembre” hasta llegar a las profundidades del “frente
popular” que ahogó la revolución española dejando el camino abierto hacia la
Segunda Guerra Mundial.
Posición y maniobra en Gramsci
Como señalaba Clausewitz,
“El primer acto del juicio, el más importante y decisivo que practica un estadista y general en jefe, es el conocer la guerra que emprende […] el que no la confunda o la quiera hacer algo que no sea posible por la naturaleza de las circunstancias. Este es el primero y más general de todos los problemas estratégicos” [34].
En este sentido, el balance de la derrota de la revolución
alemana no solo hacía a la posibilidad de sacar las lecciones estratégicas del
proceso sino al discernimiento de cuál era la situación internacional que se
abría. El V Congreso va a caracterizar la continuidad del proceso
revolucionario en Alemania luego de noviembre de 1923, estableciendo por lo
tanto que la toma del poder aún se encontraba en el horizonte inmediato.
Para Trotsky, al contrario, la derrota del proletariado
alemán abría un período de reflujo y estabilización relativa del capitalismo
donde era necesario volver a poner en primer plano la lucha de los Partidos
Comunistas por conquistar a las masas y preparar nuevamente las condiciones
para pelar por el poder. Trotsky pone el acento en el carácter relativo de la
estabilización dentro de una época imperialista caracterizada por las bruscas
oscilaciones de la situación. En este sentido sintetizará años después:
“Si no se comprende de una manera amplia, generalizada, dialéctica, que la actual es una época de cambios bruscos, no es posible educar verdaderamente a los jóvenes partidos, dirigir juiciosamente desde el punto de vista estratégico la lucha de clases, combinar legítimamente sus procedimientos tácticos ni, sobre todo, cambiar de armas brusca, resuelta, audazmente ante cada nueva situación” [35].
Gramsci a principios de 1924 parece ir en el mismo sentido
que Trotsky en cuanto al alejamiento de la posibilidad inmediata de revolución
y la necesidad de poner en primer plano la lucha por la influencia entre las
masas para preparar las condiciones de la toma del poder. Sin embargo, Gramsci
no extrae esta conclusión sobre la base de la derrota en la lucha de clases del
movimiento obrero alemán, sino directamente de las características más
generales que diferencian “oriente” de “occidente”:
“La determinación, que en Rusia era directa y lanzaba las masas a la calle, al asalto revolucionario, en Europa central y occidental se complica con todas estas superestructuras políticas creadas por el superior desarrollo del capitalismo, hace más lenta y más prudente la acción de las masas y exige, por tanto, al partido revolucionario toda una estrategia y una táctica mucho más complicadas y de más respiro que las que necesitaron los bolcheviques en el período comprendido entre marzo y noviembre de 1917” [36].
En este punto encontramos una de las diferencias
fundamentales entre ambos revolucionarios. Mientras que para Trotsky que había
extraído las principales lecciones de la revolución alemana del ’23, lo que
debían comprender los partidos de la III Internacional –incluidos los de
“occidente”– era que se trataba de “una época de cambios bruscos”; para
Gramsci, que no se había adentrado en aquel balance, la conclusión adquiría un
carácter más “general” donde la existencia de superestructuras más sólidas en
“occidente” hacía “más lenta y más prudente la acción de las masas”. Esta
conclusión será la base para sus desarrollos posteriores en los Cuadernos de la
Cárcel.
Es importante destacar que las divergencias entre Trotsky y Gramsci sobre la revolución en “occidente” no surgen de la constatación de la mayor complejidad de las superestructuras políticas “occidentales”, sino de las diferentes conclusiones estratégicas que ambos extraen de ello. El propio Gramsci destacará en sus Cuadernos la comparación realizada por Trotsky entre “oriente” y “occidente” en el IV Congreso de la IC:
Es importante destacar que las divergencias entre Trotsky y Gramsci sobre la revolución en “occidente” no surgen de la constatación de la mayor complejidad de las superestructuras políticas “occidentales”, sino de las diferentes conclusiones estratégicas que ambos extraen de ello. El propio Gramsci destacará en sus Cuadernos la comparación realizada por Trotsky entre “oriente” y “occidente” en el IV Congreso de la IC:
“Un intento –decía– de iniciar una revisión de los métodos tácticos habría debido ser el expuesto por L. Davidovich Bronstein [Trotsky] en la cuarta reunión cuando hizo una comparación entre el frente oriental y el occidental, aquél [frente oriental] cayó de inmediato pero fue seguido por luchas inauditas: en éste [frente occidental] las luchas ocurrieron ‘antes’. O sea que se trataría de si la sociedad civil resiste antes o después del asalto, dónde sucede esto, etcétera” [37].
Efectivamente, Trotsky había sostenido en el discurso al que
se refiere Gramsci que:
“La facilidad con la que habíamos conquistado el poder el 7 de noviembre de 1917, la tuvimos que pagar con los innumerables sacrificios de la guerra civil. En los países más antiguos en el sentido capitalista, y con una cultura superior, la situación será, sin dudas, profundamente diferente. […] Cuanto más difícil y agotadora sea la lucha por el poder del Estado, menos posible será desafiar el poder del proletariado después de la victoria” [38].
La base de este razonamiento era que –en términos de
Gramsci– la “sociedad civil” en “occidente” resiste más antes del asalto que
después, mientras que en “oriente” sucede lo contrario. Sin embargo, el
revolucionario italiano, luego de destacar aquel análisis de Trotsky agregaba a
renglón seguido: “La cuestión, sin embargo, fue expuesta sólo en forma
literaria brillante, pero sin indicaciones de carácter práctico” [39].
Esta afirmación no podría estar más lejos de la realidad,
como queda plasmado en las propias intervenciones de Trotsky durante el IV
Congreso de donde extrae su cita Gramsci, o en el informe sobre la táctica de
frente único en Francia para el comité ejecutivo de la IC de febrero-marzo de
1922, o posteriormente, como vimos, en los debates sobre la revolución alemana
de 1923, entre muchos otros que podía conocer Gramsci, y más allá de las
sistematizaciones que realizó posteriormente. La cuestión estriba en realidad,
en que aquello que el revolucionario italiano esperaba como “indicaciones
prácticas” difiere de las que Trotsky efectivamente sostuvo.
En el caso de Gramsci, las diferencias entre el desarrollo
de la revolución en Europa occidental y en Rusia, lo llevan a establecer una
oposición entre dos estrategias diferenciadas, la de “guerra de maniobra” para
“oriente” y la de “guerra de posición” para “occidente”. Con “guerra de
posición” el dirigente del PCI hace referencia a la forma de hacer la guerra
que tenía como característica distintiva el mantenimiento de los ejércitos
contendientes en líneas estáticas atrincheradas, la cual encontró su más amplio
desarrollo durante la primera guerra mundial. En este esquema la “maniobra” era
identificada generalmente con el asalto a posiciones enemigas [40].
Perry Anderson, en Las antinomias de Antonio Gramsci, señala
cómo este esquema teórico de “guerra de posición” y “guerra de maniobra”
reproduce en muchos aspectos, el que había elaborado Karl Kautsky retomado los
conceptos del historiador militar Hans Delbrück de “estrategia de desgaste” y
“estrategia de abatimiento” [41].
Sin embargo, Gramsci tenía antecedentes mucho más directos en los debates de la
Internacional Comunista. Nos referimos a la contraposición entre las diferentes
estrategias para “oriente” y “occidente” que habían desarrollado Pannekoek y
Gorter [42],
entre otros, y que era patrimonio común del ala izquierdista de la IC de la que
formaba parte la sección italiana bajo la dirección de Bordiga.
Como parte de su ruptura con Bordiga en 1924, Gramsci
invierte los términos del esquema de los izquierdistas [43].
Occidente pasa, de ser el lugar donde la clase obrera, en palabras de Gorter,
se impone “por la potencia de su número” [44],
a ser aquel donde se “hace más lenta y más prudente la acción de las masas”.
Este esquema heredado, de contraposición mecánica de estrategias para “oriente”
y “occidente” lejos de ser un punto de apoyo para Gramsci será una fuente de
eclecticismo político primero [45]
y de simplificaciones teóricas años después.
En los Cuadernos de la Cárcel, al momento de señalar las
particularidades de la revolución en “occidente” Gramsci sostenía que “La
estructura masiva de las democracias modernas [46],
tanto como organizaciones estatales o como complejo de asociaciones en la vida
civil, constituyen para el arte político lo que las ‘trincheras’ y las fortificaciones
permanentes del frente en la guerra de posiciones: hacen solamente ‘parcial’ el
elemento de movimiento que antes era ‘toda’ la guerra” [47].
Para Trotsky en este punto los problemas de la estrategia
recién podían comenzar, la cuestión central estaba en cómo utilizar esas
“fortificaciones”. También es necesario agregar, como señaló correctamente
Anderson criticando a Gramsci, que en las democracias imperialistas la
burguesía no solo cuenta con mayores mecanismos de “consenso” y de cooptación,
sino también, con una mayor eficacia en el terreno de la capacidad represiva [48].
Trotsky también desarrolló las diferencias entre el Estado
en “occidente” y en “oriente”, sin embargo, no daba a estas diferencias un
carácter absoluto. Ni la “estructura masiva” de las democracias modernas, ni la
mayor eficacia del aparato represivo podían verse como fenómenos inmutables.
Marcando las diferencias entre la revolución en Rusia y en los países
occidentales señalaba:
“Era nuestra ventaja mayor la de que preparábamos el derrocamiento de un régimen que aún no había tenido tiempo de formarse. La extrema inestabilidad y la falta de confianza en sí del aparato estatal de Febrero facilitaron de modo singular nuestro trabajo, manteniendo la firmeza de las masas revolucionarias y del partido mismo. […] La revolución proletaria en Occidente tendrá que habérselas con un Estado burgués enteramente formado.” Pero a renglón seguido agregaba: “No quiere ello decir, empero, que tenga que habérselas con un aparato estable, porque la misma posibilidad de la insurrección proletaria presupone una disgregación bastante avanzada del Estado capitalista" [49]
Por esto para Trotsky, la estabilización producto de la
derrota en el ’23 no podía ser más que relativa. Tenía sus fundamentos en la
lucha de clases y no en características generales de determinados países
imperialistas. De allí se desprendía como tema central la preparación de los
Partidos Comunistas y sus direcciones para afrontar cambios bruscos de la
situación que pondrían sobre la mesa la necesidad de rápidos pasajes de una
posición defensiva a una ofensiva y viceversa.
Dos concepciones del Frente Único
Respecto al pasaje de la guerra de movimiento a la guerra de
posición, señalaba Gramsci:
“Esta me parece la cuestión de teoría política más importante planteada por el período de la posguerra, y la más difícil de resolver acertadamente. Está vinculada a las cuestiones planteadas por Bronstein [Trotsky], que de uno u otro modo, puede considerarse el teórico político del ataque frontal en un período en el que éste es sólo causa de derrota” [50].
Trotsky no sólo estaba lejos de ser un “teórico del ataque
frontal”, sino que había discutido duramente contra quienes sostenían que la
forma ofensiva era la única que supuestamente podían adoptar en forma legítima
los revolucionarios. Trotsky había llevado adelante estas polémicas tanto en el
terreno militar durante la guerra civil rusa, como en el político en el III y
IV Congreso de la IC. Sin embargo, como muestra la cita anterior lo que no
quedaba claro es el lugar del ataque en el pensamiento de Gramsci si partimos
de excluirlo por todo un período “en el cual ese ataque sólo es causa de
derrota”.
Para Gramsci, a la “guerra de posición” que primaba en
“occidente” le correspondía la fórmula de frente único que había desarrollado
la III Internacional en su III y IV Congresos aunque transformada
progresivamente en estrategia. El revolucionario italiano planteaba:
“Me parece que Ilich [Lenin] comprendió que era necesario un cambio de la guerra de maniobras aplicada victoriosamente en oriente en el ‘17, a la guerra de posiciones, que era la única posible en occidente, donde, como observa Krasnov, en un breve espacio los ejércitos podían acumular inmensas cantidades de municiones, donde los cuadros sociales eran capaces todavía por sí solos de constituirse en trincheras bien aprovisionadas de municiones. Esto es lo que creo que significa la fórmula del ‘frente único’…” [51].
Trotsky no es un “teórico del ataque” en general, sin
embargo, al igual que Clausewitz, consideraba que la defensa –que implica
necesariamente “golpes habilidosos”– sólo puede servir para modificar la
relación de fuerzas a favor del defensor y abrir la posibilidad de pasar al
ataque. En términos de lucha de clases, podríamos decir que mientras para la
burguesía se trata de “conservar” –beati sunt possidentes [52] repetía Clausewtiz–, para el
proletariado necesariamente se trata de conquistar, en primer lugar un nuevo
Estado así como nuevas relaciones sociales.
Para Trotsky el frente único defensivo no era un fin en sí
mismo, sino la condición para poder pasar a la ofensiva por la toma del poder.
El frente único para la defensa en determinado momento de la relación de
fuerzas debía pasar a ser ofensivo, es decir, salirse de los límites del
régimen burgués y proponerse su destrucción. La forma organizativa de este
frente único ofensivo era para Trotsky justamente los Soviets, o las
organizaciones de tipo soviéticas que la clase obrera haya forjado en su lucha.
El pasaje a la ofensiva marcaba a su vez el comienzo de la guerra civil en
términos amplios a partir de la preparación de insurrección [53].
Este pasaje, como decíamos, es lo que queda ambiguo en las
consideraciones estratégicas de Gramsci. En las reflexiones plasmadas en sus Cuadernos
de la Cárcel, tanto la problemática de los Consejos –tan cara al Gramsci de L’Ordine
Nuovo– como la de la insurrección prácticamente desaparecen. Sin embargo, según
el informe de Athos Lisa sobre las posiciones políticas que sostenía Gramsci en
su encierro, éste planteaba claramente que “El partido tiene como objetivo la
conquista violenta del poder, la dictadura del proletariado…”“ [54].
La misma ambigüedad volverá a plasmarse en relación a las
consignas democráticas. Sobre el planteo de “asamblea constituyente” en
Gramsci, el informe de Lisa dice:
“En Italia las perspectivas revolucionarias deben fijarse una doble alternativa, es decir, la más probable y la menos probable. En este momento, para mí [para Gramsci], es más probable la del período de transición, por lo tanto, este objetivo debe ser el que guíe la táctica del partido, sin temor de parecer poco revolucionario. Debe hacer suya, antes que los demás partidos en lucha contra el fascismo, la consigna de la ‘constituyente’, no como fin en sí, sino como medio” [55].
Trotsky sostuvo también consignas democráticas como Asamblea
Constituyente, por ejemplo, en el caso de China. Incluso para Francia en 1934
planteó la consigna de “Asamblea única” a partir de la abolición del senado y
de la presidencia de la República. “Somos, pues, firmes partidarios –decía
Trotsky– del estado obrero-campesino, que arrancará el poder a los
explotadores. Nuestro primordial objetivo es el de ganar para este programa a
la mayoría de nuestros aliados de la clase obrera. Entre tanto, y mientras la
mayoría de la clase obrera siga apoyándose en las bases de la democracia
burguesa, estamos dispuestos a defender tal programa de los violentos ataques
de la burguesía bonapartista y fascista.” A lo cual agregaba: “Sin embargo,
pedimos a nuestros hermanos de clase que adhieren al socialismo ‘democrático’,
que sean fieles a sus ideas: que no se inspiren en las ideas y los métodos de
la Tercera República sino en los de la Convención de 1793” [56].
Tampoco reducía Trotsky las alternativas de la situación
italiana luego del triunfo del fascismo a la alternativa “fascismo o
socialismo”, ni excluía de antemano periodos de transición. Sólo que, como dice
en su carta a la Oposición de Izquierda italiana, de lo que se trataba era de
precisar el carácter de esa transición. Justamente, la suya es la teoría de la
transición a la revolución proletaria. La revolución permanente “¿...significa
que Italia no puede convertirse nuevamente, durante un tiempo, en un estado
parlamentario o en una ‘república democrática’? Considero –y creo que en esto
coincidimos plenamente– que esa eventualidad no está excluida. Pero no será el
fruto de una revolución burguesa sino el aborto de una revolución proletaria
insuficientemente madura y prematura. Si estalla una profunda crisis
revolucionaria y se dan batallas de masas en el curso de las cuales la
vanguardia proletaria no tome el poder, posiblemente la burguesía restaure su
dominio sobre bases ‘democráticas’” [57].
Es decir, para Trotsky de existir una etapa “democrática”
necesariamente surgiría de la derrota de la revolución proletaria. Esta
relación no termina de estar establecida en el pensamiento de Gramsci, así como
tampoco desde el punto de vista de la estrategia la relación entre frente único
defensivo y ofensiva insurreccional.
Posición y maniobra en Trotsky
Uno de los rasgos distintivos de Trotsky como estratega es
cómo, contra toda pasividad y fatalismo, busca sistemáticamente poner
tácticamente a la defensiva a las fuerzas revolucionarias, incluso durante la
preparación de la ofensiva estratégica, es decir, de la insurrección. En
octubre de 1917, bajo la cobertura de la dirección conciliadora de los soviets
y a través del Comité Militar Revolucionario, Trotsky va impulsar el armamento
del proletariado y la conquista política de los cuarteles. Bajo la bandera de
la defensa de Petrogrado desarrollará el plan insurreccional, llegando a hacer
coincidir la toma del poder con la sesión del Segundo Congreso de los Soviets
de toda Rusia donde los bolcheviques ya tenían mayoría. Sin embargo, él mismo
se niega a generalizar este ejemplo. Cuando aún dirigía el Ejército Rojo, ya
había planteado el carácter más posicional que necesariamente tendría la guerra
civil en “occidente”, en contraste con la primacía de la maniobra en Rusia
debido a su atraso y extensión territorial.
En el caso de las condiciones para la insurrección, también
considera poco probable repetir las que existían en Petrogrado en octubre del
‘17 –un régimen que no había llegado a formarse, el armamento generalizado de
las masas, a lo que se puede agregar el gran nivel de desarrollo previo de los
propios soviets.
Sobre esta base, es el mismo pensamiento estratégico el que
lleva a Trotsky a sostener la política de entrar a los gobiernos de Sajonia y
de Turingia en 1923. Para el fundador de la IV Internacional, en el marco de la
enorme catástrofe social que había provocado la crisis del Ruhr, las
condiciones estaban maduras por el nivel de descomposición del régimen y la
disposición que mostraban las masas a entrar en acción. Partiendo de aquí, no
acepta como objeción para comenzar la preparación ofensiva, ni la ausencia del
armamento necesario como argumentaba Brandler, ni el insuficiente desarrollo de
los organismos soviéticos. Estas son tareas con las que una dirección
revolucionaria que se precie de tal tiene que lidiar.
Contra toda espera pasiva de las condiciones análogas del
“modelo ruso”, levanta la táctica audaz de gobierno obrero como parte de una
política activa de preparación de la insurrección. Esta “trinchera” tiene que
servir para armar al proletariado, para desarrollar a partir de los comités de
fábrica y Centurias Proletarias, una red de organismos de autoorganización y
autodefensa, lleven el nombre que fuese. Ambas tareas debían ser desarrolladas
al calor de la preparación de la ofensiva y como parte de la misma.
A su vez, los obreros alemanes no podían trasladar
mecánicamente el modelo de la Revolución Rusa y esperar a conquistar el poder
en Berlín y que luego en el resto de los Länder se tomase el poder como un
dominó. Esta imagen, de por sí simplificadora de lo que fue la extensión de la
propia Revolución Rusa luego de Petrogrado, era poco probable en Alemania donde
cada Land tenía su propia historia de cientos de años previos a la unificación
tardía de 1871. Al contrario, se podían aprovechar los eslabones débiles de
Sajonia y Turingia, donde el ejército disponía de menores unidades en
comparación con Berlín y otros lugares, para transformarlos en “un bastión
revolucionario en un período de preparación para el próximo estallido de la
revolución”.
El plan, que no llegó a salir de los papeles, partía de que
ambos gobiernos obreros –cuyo acuerdo básico era el armamento del proletariado
y el desarme de los destacamentos contrarrevolucionarios– serían intolerables
para el gobierno central. Y de hecho lo fueron, desde el principio se ciñó
sobre ellos la amenaza de intervención militar. Se trataba de atraer al
ejército y las fuerzas de la reacción hacia Sajonia y Turingia con la
insurrección, y al mismo tiempo llamar a la huelga general y a la insurrección
en el resto de Alemania bajo la defensa de los “bastiones de la revolución”. Es
decir, desde una posición táctica defensiva, impulsar el desarrollo de una
ofensiva estratégica a nivel nacional. La insurrección de Hamburgo hubiese sido
parte de este plan general, pero aislada pudo ser aplastada.
Así como veíamos que Gramsci sistematiza su concepción de la
relación entre posición y maniobra en sus Cuadernos de la Cárcel, Trotsky hará
lo propio en el Programa de Transición. Respecto a la táctica de “gobierno
obrero”, la formulación práctica que realizara en el ’23 queda comprendida
dentro de una definición más general donde establece claramente la relación entre
esta táctica y la estrategia revolucionaria para cualquiera de sus variantes
concretas.
“La consigna de ‘gobierno obrero y campesino’ –señala
Trotsky– es empleada por nosotros, únicamente, en el sentido que tenía en 1917
en boca de los bolcheviques, es decir, como una consigna antiburguesa y
anticapitalista, pero en ningún caso en el sentido ‘democrático’ que
posteriormente le han dado los epígonos, haciendo de lo que era un puente a la
revolución socialista, el principal obstáculo en su camino” [58].
Es decir, el único objetivo estratégico que puede tener la fórmula de “gobierno
obrero” –igualmente la de “gobierno obrero y campesino”– es el de incrementar
las fuerzas revolucionarias para el pasaje a la ofensiva contra la burguesía y
el capitalismo. Se trata siempre de una consigna táctica sin valor
independiente de aquel objetivo estratégico, el cual –resalta Trotsky- puede
cumplirse de diversas formas, ya sea que surja o no un gobierno de este tipo.
Por un lado, por su valor educativo hacía las masas que no
ven aún la necesidad de la dictadura del proletariado pero que quieren que sus
direcciones tradicionales tomen el poder contra la burguesía, lo cual le
permite a los revolucionarios acelerar esta experiencia y subproducto de ello
incrementar su influencia en detrimento de los partidos conciliadores. Como
señala Trotsky
“la reivindicación de los bolcheviques dirigidas a los mencheviques y a los socialistas revolucionarios: ‘¡Rompan con la burguesía, tomen en sus manos el poder!’ tiene para las masas un enorme valor educativo. La negación obstinada de los mencheviques y de los SR a tomar el poder, que se hizo visible tan trágicamente en las Jornadas de Julio, los condenó definitivamente ante las masas y preparó la victoria de los bolcheviques” [59].
Por otro lado, “Si los mencheviques y SR –decía Trotsky–
hubiesen realmente roto con los cadetes liberales y con el imperialismo
extranjero, ‘el gobierno obrero y campesino’ creado por ellos, no hubiera hecho
más que acelerar y facilitar la instauración de la dictadura del proletariado”
[60].
Es decir, de concretarse el planteo táctico los bolcheviques hubieran estado en
mejores condiciones de pelear por el programa revolucionario en los soviets.
En ambos casos se trata de modificar la relación de fuerzas
a favor de los revolucionarios para preparar las condiciones del pasaje a la
ofensiva. Por eso los bolcheviques a partir de septiembre, cuando su influencia
crecía exponencialmente ya que las direcciones conciliadoras habían mostrado su
negativa a hacerse del poder, no se mantienen esperando que se concrete aquel
“gobierno obrero y campesino”, sino que avanzan como partido en los
preparativos para la insurrección. De no haber hecho este pasaje de la lucha
posicional a la maniobra, la táctica se hubiese transformado en su contrario,
pasando de “puente a la revolución socialista” a “principal obstáculo en su
camino”.
No obstante, luego de que triunfa la insurrección de Octubre
y se rompe el partido campesino, los bolcheviques vuelven a plantear la táctica
de “gobierno obrero y campesino” a los socialrevolucionarios de izquierda (SRI)
constituyendo un gobierno de coalición para consolidar el poder recién
conquistado. Pero tampoco aquí dejó de ser una táctica subordinada al avance
hacía la dictadura del proletariado, se intentó conservar la coalición –que
duró estrictamente hasta la renuncia de los ministros del SRI en marzo del ’18
pero se continuó en alguna medida hasta mediados de aquel año– pero sin por
ello detener las tareas del momento, como eran el pasaje a la defensiva en el
terreno militar firmando la paz con Alemania y la ofensiva hacia el interior
encarando las tareas de nacionalización de la producción.
Esta misma relación dinámica entre posición y maniobra, es
la que desarrolló Trotsky para Alemania en 1923 en condiciones diferentes.
Partiendo de constatar que en “occidente” la burguesía y su Estado despliegan
la mayor resistencia antes de la toma del poder, y que la influencia
conquistada en determinadas regiones por el KPD lo hacían un factor
indispensable para poder conformar un “gobierno obrero”, es que Trotsky plantea
una implementación audaz de esta táctica con el objetivo de conquistar
“bastiones revolucionarios” en la preparación de la ofensiva.
Pero, como tratamos de mostrar, su política en la revolución
alemana no es más que un gran ejemplo de aquello que lo define como estratega.
De conjunto la discusión sobre el papel de la táctica de “gobierno obrero” en
Trotsky muestra en toda su riqueza la relación entre defensa y ataque y la
combinación dinámica entre posición y maniobra, que caracterizan el conjunto,
de su pensamiento estratégico.
III. Puntos de
convergencia
La utilización de las “fortalezas” en la defensa
En el marco subjetivo del fracaso de la política del Comité
Anglo-ruso, del aplastamiento de la revolución china [61],
de la derrota de la Oposición Conjunta, y del desarrollo del enfrentamiento de
Stalin contra Bujarin [62],
la IC adoptará la política de “clase contra clase” a partir de 1928 [63]
y por todo el período siguiente hasta poco después del asenso de Hitler al
poder en Alemania. El marco objetivo, desde octubre de 1929, será el estallido
de la crisis mundial capitalista y sus consecuencias catastróficas para las
masas.
Partiendo de que Gramsci había congelado su reflexión
estratégica en las discusiones del ’21 y ’22 contra la ultraizquierda, y de que
la dirección de la IC retrocede al nivel de los izquierdistas de aquel entonces
[64],
se sentarán las bases para la confluencia entre Trotsky y el revolucionario
italiano en la oposición al “tercer período” stalinista.
Las derrotas de Gran Bretaña y China habían dejado al
proletariado revolucionario a la defensiva. Al momento del estallido de la
crisis del ’30 comenzaba a recuperarse, pero como mostraba Alemania, mientras
la influencia de los comunistas aumentaba aritméticamente la del fascismo lo
hacía en forma geométrica [65].
La adopción de la táctica de frente único obrero se
transformaba en una cuestión vital para la clase obrera alemana. A diferencia
de la revolución alemana del ’23, donde se trataba de la utilización del frente
único para preparar la ofensiva insurreccional, ahora el objetivo del frente
único era la defensa.
En este punto –valoración del frente único defensivo–
coincidían en muchos aspectos Trotsky y Gramsci. Para ambos, el mayor
desarrollo de “la sociedad civil” –dicho en términos gramscianos– en occidente,
presentaba toda una serie de “trincheras” que debía utilizar el proletariado en
su lucha, y especialmente frente al avance del fascismo. Al contrario, Stalin y
la dirección de la IC, basados en el elemento cierto de que más allá de sus
diversos regímenes políticos el estado burgués conserva siempre un mismo
contenido de clase, se negaban a reconocer cualquier diferencia entre la
democracia burguesa y el fascismo. No había ninguna “trinchera” que el proletariado
debiera defender, se trataba de la lucha frontal del KPD contra el fascismo.
Desde el SPD a los nazis (NSDAP) eran consideradas diferentes variantes del
fascismo, el término “social-fascismo” quedaba reservado para la
socialdemocracia. Al tiempo que esta identificación anulaba la posibilidad de
exigir un frente único al SPD, por otro lado disminuía la importancia de los
avances del NSDAP como peligro para la clase obrera en su conjunto.
La existencia o no de estas “trincheras” no era una cuestión
menor. En su obra De la Guerra había señalado Clausewitz que desde el punto de
vista de la defensa “el apoyo del teatro de operaciones por fortalezas y todo
lo que de ellas depende” era, nada más ni nada menos, que uno de los
“principios directores de la eficacia estratégica” que daba ventaja al defensor
sobre el atacante [66].
Sobre este punto señalaba que “Cuanto mayor sea la extensión del teatro de
operaciones que deba atravesar, más se debilitará el ejército atacante (por las
marchas y los alejamientos), el ejército que se defiende continúa conservando
sus enlaces, es decir, que cuenta con el apoyo de sus fortalezas, que no se
debilita en forma alguna y que está próximo a sus fuentes de abastecimiento” [67]. El reconocimiento de la importancia de estas fortalezas
era imprescindible para el combate.
En el mismo sentido Gramsci sostenía que mientras el
fascismo pretende avanzar sobre las trincheras de la sociedad civil como modo
de organización de un “Estado ampliado” [68], el
proletariado debe defenderlas. Paradójicamente, en el marco de sus condiciones
de aislamiento en las cárceles fascistas, Gramsci desarrollará este punto, nada
más ni nada menos que en polémica con Trotsky que en aquel entonces era el
mayor defensor de este punto de vista frente a la dirección de la IC. Dice
Gramsci, para marcar la diferencia con la Revolución Rusa: “Hay que ver si la
famosa teoría de Bronstein sobre la permanencia del movimiento no es el reflejo
político de la teoría de la guerra de maniobra (recordar la observación del
general de cosacos Krasnov), en último análisis, el reflejo de las condiciones
generales económico-cultural-sociales de un país donde los cuadros de la vida
nacional son embrionarios y desligados, y no pueden transformarse en ‘trinchera
o fortaleza’” [69].
Sin embargo, Trotsky será el que más claramente desarrollará
este punto simultáneamente a Gramsci. En su folleto ¿Y ahora? señalaba: “La
victoria del fascismo hace que el capital financiero cope en forma directa e
inmediata todos los órganos e instituciones de dominación, de dirección y de
educación: el aparato del Estado y el ejército, las municipalidades, las
escuelas, la prensa, los sindicatos, las cooperativas […] su objetivo principal
es destruir las organizaciones obreras…”. Y luego agregaba en polémica con el
stalinismo: “Durante muchas décadas, dentro de la democracia burguesa,
sirviéndose de ella y luchando contra ella –dice Trotsky–, los obreros
edificaron sus fortalezas, sus bases, sus reductos de democracia proletaria:
sindicatos, partidos, clubes culturales, organizaciones deportivas,
cooperativas, etc. El proletariado no puede llegar al poder en los marcos
formales de la democracia burguesa. Sólo es posible por la vía revolucionaria,
hecho demostrado al mismo tiempo por la teoría y por la experiencia. Pero, para
saltar a la etapa revolucionaria, el proletariado necesita apoyarse
imprescindiblemente en la democracia obrera dentro del Estado burgués” [70].
Los puntos de coincidencia entre Trotsky y Gramsci, se
expresaban también en que ambos tomaban como punto de partida para pensar el
avance del fascismo la experiencia italiana del asenso de Mussolini y la
discusión con la tendencia izquierdista de Bordiga. Si bien en los debates
internacionales había pasado mucha agua bajo el puente, hasta el V Congreso la
posición del dirigente del PCI Amadeo Bordiga será una constante en las
polémicas de la Internacional hasta que toda polémica dejó de ser permitida, lo
cual coincidió con el encarcelamiento de Bordiga por Mussolini. Mismo en el V Congreso,
donde Zinoviev cargó contra la táctica de frente único, Bordiga criticó su
discurso de apertura por lo que consideraba era una impugnación demasiado tibia
para una táctica en sí de derecha [71].
Y en esto consistió el debate más persistente de Gramsci en la dirección del
PCI. Para Gramsci, la táctica de “clase contra clase” era una especie de
reedición de las posiciones de Amadeo Bordiga pero a nivel internacional [72]
.
Para Trotsky también. “La dirección del Partido Comunista
alemán –decía en el 1932– repite hoy casi literalmente la posición inicial del
comunismo italiano: el fascismo no es más que una reacción capitalista; desde
el punto de vista proletario, la distinción entre diversas formas de reacción
capitalista carece de importancia”. Y luego agregaba: “La posición de Thaelmann
en 1932 reproduce la de Bordiga en 1922” [73].
Para Trotsky, al igual que para Gramsci, desde ya que “Entre
la democracia y el fascismo no hay ‘diferencias de clase […] Pero –agregaba
Trotsky– la clase dominante no vive en el vacío. Mantiene relaciones con las
otras clases […] Dando al régimen el nombre de burgués –lo que es
incuestionable– Hirsch y sus amos han olvidado un detalle: el lugar del
proletariado en el régimen” [74]. La lucha defensiva
consistía en el mantenimiento de las posiciones ventajosas en el teatro de
operaciones como forma de preparación para las batallas decisivas, donde
necesariamente el proletariado debería pasar al ataque. De la habilidad
estratégica para lograr este objetivo dependía la fortaleza táctica a la hora
de los grandes combates.
Pero en este pasaje a la ofensiva es donde, como hemos
señalado, se expresan las mayores ambigüedades de Gramsci y donde la reflexión
estratégica del revolucionario italiano y la de Trotsky se separan nuevamente.
Gramsci y Maquiavelo
Maquiavelo fue el principal autor clásico de la filosofía
política que influenció el pensamiento de Gramsci. Aunque no se puedan tener
pruebas concluyentes puede pensarse hipotéticamente que hasta la distinción
entre oriente y occidente fue sugerida por la lectura del florentino [75].
Pero además de un autor fundamental de la filosofía política, Maquiavelo fue el
pensador militar que sentó las bases sobre las cuales se erigiría toda la
reflexión estratégica posterior. El propio Clausewitz que tenía por
característica la crítica despectiva a otros autores militares, no sólo se
muestra muy cuidadoso con Maquiavelo sino que recibe con mucho entusiasmo los
escritos de éste traducidos por Fichte al alemán [76].
Sin embargo, el pensamiento militar de Maquiavelo –precursor
en muchos sentidos– necesariamente tuvo que ser superado. El pensamiento posterior,
a partir de las guerras napoleónicas, no podía detenerse en la formulación de
las reglas de batalla sino que debía también avanzar hacia el examen de los
acontecimientos en el curso de la misma.
Como señala Félix Gilbet:
“A pesar de haberse iniciado Maquiavelo como crítico vehemente de las guerras del siglo XV, semejantes a juegos de ajedrez, los generales del siglo XVIII volvieron en cierto modo a las guerras de maniobra [se refiere a maniobra en contraposición a batalla, NdR], y esta evolución no es del todo contraria a las líneas de pensamiento, en ciencia militar, iniciadas por Maquiavelo. Cuando la guerra es vista como determinada por leyes racionales, no es sino lógico dejar que nada dependa de la suerte, y esperar que el adversario se entregue cuando haya sido llevado a una posición desde la cual el juego está razonablemente perdido” [77].
No es nuestra intención afirmar que Gramsci al apropiarse de
Maquiavelo se apropió también de los límites de su pensamiento, sino, más
modestamente, nos parece ilustrativo hacer una analogía para señalar una
crítica del mismo tenor que es posible hacer al pensamiento estratégico de
Antonio Gramsci.
Estableciendo una especie de paralelo con los límites del
pensamiento estratégico de Maquiavelo, podríamos decir que aunque Gramsci
dedica gran parte de su vida y de su obra a la lucha contra las tendencias
socialdemócratas, su énfasis en la importancia de la disposición de las fuerzas
previa a la batalla y el escaso análisis de su utilización en el combate,
permitió que corrientes reformistas posteriores hagan una interpretación en
clave socialdemócrata de su pensamiento –empezando por el mismo PCI de Palmiro
Togliatti– lo que estaba en abierta contradicción con su propia biografía
política como revolucionario de la III Internacional.
IV. Conclusiones
Trotsky, el más clausewitziano de los marxistas
A lo largo de estas páginas intentamos situar las
convergencias y divergencias entre el pensamiento estratégico de Gramsci y el
de Trotsky. Vimos cómo las diferencias no consisten en que el fundador del
Ejército Rojo fuese un “teórico de la ofensiva permanente”, sino en las
relaciones que establecen ambos revolucionarios entre ataque y defensa,
posición y maniobra.
Para Clausewitz, la defensa y el ataque son dos “formas en
que se desdobla la actividad guerrera”, dentro de ellas la superioridad de la
forma defensiva sobre la ofensiva está dada por el despliegue mayor de fuerzas
que esta última necesita. Esto implica que quién está en condiciones de
defenderse con éxito, no necesariamente tiene fuerzas suficientes para atacar.
En esta constatación básica del pensamiento clausewitziano podríamos ver
identificados tanto a Gramsci como a Trotsky. Es lo que vimos en las
convergencias entre ambos revolucionarios a la hora de enfrentar la orientación
de “clase contra clase” y valorar el frente único defensivo.
La superioridad de la defensa tiene otra consecuencia en el
andamiaje teórico de Clausewitz, y es que el ataque y la defensa no tienen en
sí mismos una relación polar [78].
El hecho de que por regla general sea más fácil la conservación que la
conquista hace que muchas veces ninguno de los oponentes tenga la fuerza
suficiente para atacar. Es lo que justifica, entre otras razones, “la
suspensión del acto guerrero”, lo que hace que el choque de fuerzas no sea
constante. Aquí podemos situar otro de los puntos de contacto entre Trotsky y
Gramsci. Vimos cómo ambos plantean ritmos más lentos para la situación europea
a partir del 1924. Sin embargo, aquí también comienzan las diferencias. Para
Trotsky se trataba de un equilibrio relativo que implicaba la posibilidad
cierta de “giros bruscos” en la situación, incluido el caso de “occidente”, y
no ritmos “más lentos” en general.
En Gramsci el pasaje a la ofensiva es uno de los puntos más
ambiguos en su pensamiento estratégico. Como decíamos en la comparación con
Maquiavelo, en esto se han basado todo tipo de corrientes reformistas para
adoptar el concepto de “guerra de posición” como fundamento de una estrategia
abocada a la búsqueda de espacios dentro del régimen burgués, llevando al
absurdo el concepto de “defensa”.
Como señalaba Clausewitz,
“la defensa en sentido general –por lo tanto, también la defensa estratégica– no constituye un estado absoluto de espera y detención del golpe; en consecuencia, no consiste en un estado completamente pasivo sino que es un estado relativo y, por consiguiente, contiene en mayor o menor grado elementos ofensivos” [79].
Trotsky en sus escritos sobre Alemania de finales de los
años ‘20 y principios de los ‘30 se propone constantemente ligar las batallas
defensivas al desarrollo de los medios ofensivos, poniendo las “fortalezas” al
servicio del avance de los organismos de frente único de masas –llámense
soviets, comités de fábrica, o como fuere– y de la autodefensa y el armamento
del proletariado.
Esta lógica, desde luego no se limitaba a Alemania. Lo vimos
en la comparación con Rusia. También podemos verla a lo largo de la revolución
española donde Trotsky sostenía:
“podemos y debemos defender a la democracia burguesa no con los métodos de ésta, sino con los de la lucha de clases, o sea, con métodos que preparan el derrocamiento de la democracia burguesa por medio de la dictadura del proletariado” [80].
Al igual que en Alemania del ’23 su pensamiento estratégico
más alto se volverá a expresar en otro de los momentos de “quiebre” del proceso
histórico, las Jornadas de Mayo de 1937 en Barcelona. Como en Alemania una
década y media antes, Trotsky tendrá que responder a los mismos argumentos que
en aquel entonces enarbolara Brandler sobre la insuficiencia del armamento.
Otro tanto sucederá con los organismos de frente único de masas, sólo que en
España no se tendrá que enfrentar ante los que exclaman la insuficiencia de su
desarrollo, sino ante quienes como Andreu Nin opinaban que su impulso era
innecesario. Luego de la derrota volverá a combatir contra los dirigentes que
quieren expurgar responsabilidades bajo el argumento de que las masas no habían
desplegado suficiente iniciativa.
Tan tarde como en mayo del ‘37, ante el levantamiento en
armas de los obreros catalanes para defender sus posiciones ante los ataques de
las Guardias de Asalto dirigidas por los stalinistas, Trotsky opinaba que aún
era posible evitar la derrota.
“Si el proletariado de Cataluña –señalaba– se hubiera apoderado del poder en mayo de 1937, hubiera encontrado el apoyo de toda España. La reacción burguesa estalinista no hubiera encontrado ni siquiera dos regimientos para aplastar a los obreros catalanes. En el territorio ocupado por Franco, no sólo los obreros, sino incluso, los campesinos, se hubieran colocado del lado de los obreros de la Cataluña proletaria, hubieran aislado al ejército fascista, introduciendo en é1 una irresistible disgregación. En tales condiciones, es dudoso que algún gobierno extranjero se hubiera arriesgado a lanzar sus regimientos sobre el ardiente suelo de España. La intervención hubiera sido materialmente imposible, o por lo menos peligrosa. Evidentemente en toda insurrección existe un elemento imprevisto y arriesgado, pero todo el curso ulterior de los acontecimientos ha demostrado que, incluso en caso de derrota, la situación del proletariado español hubiera sido incomparablemente más favorable que la actual, sin tener en cuenta que el partido revolucionario habría asegurado su porvenir para siempre” [81].
Son claros los puntos de contacto entre esta política y la
sostenida por Trotsky en 1923. Se trata otra vez de la constitución de un
“gobierno obrero” en una región, que Trotsky llama a impulsar al POUM [82]
junto con la izquierda de la CNT [83],
como “bastión revolucionario” para a partir de su defensa desarrollar la
revolución a escala nacional, para alzar desde allí el programa de
nacionalización de la tierra y su entrega a los campesinos en todo el
territorio español, de la liberación de Marruecos, cuya opresión permitía que
Franco lo utilizase como base operaciones, etc. En síntesis, levantar las
demandas que el programa del Frente Popular había negado explícitamente para
desatar las fuerzas revolucionarias que éste se proponía contener. Sin embargo,
el POUM reafirmó su política de “traición al proletariado en provecho de la
alianza con la burguesía”T [84]
que venía criticando Trotsky desde el año anterior [85].
En Sajonia, la izquierda de la socialdemocracia se negó a la
insurrección y a la huelga general, entonces el KPD llamó a la clase obrera a
abortar los planes y no romper los marcos de la legalidad burguesa. En el caso
de Barcelona, claro está que la dirección del POUM no llegó ni a esto, pero las
similitudes no dejan de estar a la vista. Los dirigentes anarquistas de la CNT
y de la FAI, siguiendo el programa del Frente Popular de mantener “en todo su
vigor el principio de autoridad” [86],
llamaron a los obreros a cesar los enfrentamientos, la dirección del POUM bajo
los mismos argumentos de Brandler participó activamente de la desmovilización.
Los dirigentes del POUM que ya habían sido expulsados en diciembre del 1936 del
gobierno de la Generalitat fueron un ejemplo de cómo ser defensor de la
legalidad burguesa también “desde afuera”.
Lo que muestran tanto el ejemplo de la revolución alemana de
1923 como el de la revolución española, así como los diferentes procesos que
fuimos analizando a lo largo de estas páginas, es que Trotsky desarrolló a un
nuevo nivel las relaciones entre defensa y ataque en la estrategia
revolucionaria siendo, en este sentido, el más clausewitziano de los marxistas
[87].
Aquello donde el pensamiento estratégico de Gramsci tuvo su punto más débil es
lo que distingue justamente a Trotsky entre los grandes estrategas del marxismo
revolucionario.
Sobre la combinación de “posición” y “maniobra”
Como vimos, Trotsky combatió resueltamente al igual que
Gramsci, la orientación ultraizquierdista que adoptó el stalinismo a partir del
’28, en el mismo sentido que antes había cruzado a los teóricos de la “ofensiva
revolucionaria” y al propio bordiguismo durante los primeros años de la III
Internacional. Sin embargo, el fundador del Ejército Rojo también enfrentó
resueltamente las interpretaciones oportunistas que pretendían asimilar las
formulaciones del IV Congreso de la IC a una política de conquista pacífica de
“posiciones” en los marcos del régimen burgués. Y en el mismo sentido, a
quienes bajo el argumento de las grandes “maniobras” utilizaban el ejemplo de
la Revolución Rusa para sumirse en la pasividad y el fatalismo esperando que
las condiciones de la insurrección de Octubre del ’17 se reproduzcan por la
fuerza misma de los acontecimientos. A pesar de esto, fue un lugar común de
muchas corrientes “centristas” dentro del trotskismo utilizar, el hecho de que
Trotsky hubiese sostenido la táctica de “gobierno obrero” en el ’23, como
supuesto fundamento para la capitulación a diferentes gobiernos burgueses. Una
de las más recientes justificaciones de este tipo ha sido desarrollada por
Daniel Bensaïd en “Sobre el retorno de la cuestión político-estratégica”, así
como por otros dirigentes de la ex-Liga Comunista Revolucionaria de Francia
luego del abandono de la “dictadura del proletariado” y previo a su disolución
en el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) [88].
Según Bensaïd “Los debates sobre el balance de la revolución
alemana y del gobierno de Sajonia-Turingia, luego del quinto congreso de
Internacional comunista, muestran la ambigüedad no resuelta de las fórmulas
nacidas de los primeros congresos de la I.C. y el abanico de las
interpretaciones prácticas a las cuales han dado lugar” [89].
Bajo este paraguas ensaya una interpretación propia sobre requisitos para
participar de un “gobierno obrero” donde la existencia de condiciones
subjetivas para comenzar la preparación de la insurrección se sustituye por un
“ascenso significativo de la movilización social”; donde “más modestamente que
el armamento exigido por Zinoviev [sic]” propone como exigencias mínimas una
serie de medidas de izquierda que debe adoptar el gobierno en cuestión; y por
último, que “los revolucionarios” tengan la fuerza suficiente “si no de garantizar
el cumplimiento de los compromisos, al menos de hacer pagar un fuerte precio
frente a posibles incumplimientos”. Toda una reflexión cuyo objetivo era
justificar por qué ante la entrada de un dirigente del Secretariado Unificado [90]
como ministro al gobierno de Lula “no hicimos una cuestión de principio,
prefiriendo acompañar la experiencia para extraer con los camaradas el balance,
más que de administrar lecciones ‘desde lejos’” [91].
Más recientemente, y con menores pretensiones de ensayar una
fundamentación en la “ambigüedad no resuelta” (Bensaïd dixit) de los debates de
la Internacional Comunista, el Partido Obrero de Argentina ha reivindicado el
voto por la coalición Syriza –una organización electoral sin ningún peso
estructural en sectores de la clase obrera o el pueblo pobre, combinación de un
candidato mediático y con desprendimientos del viejo PC griego– bajo el llamado
a constituir un “gobierno de toda la izquierda” al que estaría dado exigirle
que rompa con el imperialismo y la Unión Europea, que tome medidas
anticapitalistas e “impulse”, nada más ni nada menos, que la conformación de un
“gobierno de trabajadores” [92].
Un análisis mínimamente serio de las polémicas sobre
revolución alemana de 1923, demuestra que se pueden buscar fundamentos para el
apoyo o la participación en gobiernos de colaboración de clase en las tesis del
VII Congreso de la IC sobre el Frente Popular pero definitivamente no, por lo
menos, en la política sostenida por Trotsky. Como señalamos anteriormente,
frente al stalinismo y las tendencias frentepopulistas, Trotsky señalaba con
claridad en el Programa de Transición el sentido antiburgués y anticapitalista
y opuesto “al sentido puramente ‘democrático’ que posteriormente le han dado
los epígonos” a la fórmula de “gobierno obrero”.
Desde el extremo opuesto de quienes ven “gobiernos obreros”
en cualquier circunstancia, los espartaquistas de la Liga Comunista
Internacional (LCI-IC) retoman este planteo de Trotsky que citamos del Programa
de Transición para sostener que el fundador del Ejército Rojo renegaba
implícitamente de su política en Alemania de 1923. Sin embargo, para Trotsky,
tanto en 1923 como en 1938, siempre la consigna de gobierno obrero fue
concebida como “antiburguesa y anticapitalista” y opuesta al “sentido
‘democrático’” que le dieron posteriormente todo tipo de corrientes
frentepopulistas.
De hecho, Trotsky no tiene reparos en comparar la
constitución del “gobierno obrero” en Sajonia con la táctica de los
bolcheviques en Octubre de 1917. “Bajo ciertas condiciones –señalaba– la consigna
de un gobierno obrero puede hacerse realidad en Europa. Esto quiere decir que
puede llegar un punto en el que los comunistas junto con los elementos de
izquierda de la socialdemocracia establecerán un gobierno obrero de forma
similar a la nuestra en Rusia cuando creamos un gobierno obrero y campesino
junto con los socialrevolucionarios de izquierda. Una fase tal constituiría una
transición a la dictadura proletaria, total y completa” [93].
Frente a esta comparación de Trotsky en el trabajo de la
LCI-CI se alza la voz contra el anatema:
“Esta analogía no es apropiada en absoluto. ¡Los socialrevolucionarios de izquierda entraron al gobierno después de la toma del poder proletaria y sobre las bases del poder soviético, mientras que en Alemania la cuestión involucraba un parlamento burgués regional en un estado capitalista!” [94].
Sin embargo, Trotsky se oponía tajantemente a este tipo de
idealizaciones de la revolución de octubre cuyo objetivo es servir de base a la
pasividad sectaria y el fatalismo bajo el argumento de reivindicar un supuesto
“modelo ruso”. Según el fundador de la IV Internacional:
“No sólo hasta la paz de Brest-Litovsk sino hasta el otoño de 1918 el contenido social de la revolución se limitaba a un cambio agrario pequeñoburgués y al control obrero de la producción. Esto significa que en la práctica la revolución no había superado los límites de la sociedad burguesa. Durante esta primera etapa los soviets de soldados gobernaron hombro a hombro con los soviets obreros, y a menudo los hicieron a un lado. Tan solo en el otoño de 1918 la elemental marea de soldados y campesinos retrocedió un poco hacia sus límites naturales y los obreros tomaron la delantera con la nacionalización de los medios de producción. Tan solo se puede hablar de la instauración de una verdadera dictadura del proletariado a partir de ese momento. Pero incluso aquí hay que guardar muchas reservas. En estos años iniciales la dictadura estuvo limitada a los límites geográficos del viejo principado de Moscú y se vio obligada a librar una guerra de tres años en todo el radio que parte desde Moscú hacia la periferia. O sea que hasta 1921, precisamente hasta la NEP, lo que hubo fue una lucha por implantar la dictadura del proletariado a escala nacional” [95].
Bajo este panorama, que es el único que se corresponde con
el desarrollo histórico de la Revolución Rusa, es una caricatura pretender
limitar el problema de la resolución de la cuestión del poder en Rusia a la
toma del Palacio de Invierno y espantarse de la comparación con Alemania de
1923.
Parafraseando a Clausewitz, Trotsky consideraba que “la
guerra civil no es sino la continuación violenta de la lucha de clases por
otros medios”, cuando “la lucha de clases al romper los marcos de la legalidad,
llega a situarse en el plano de un enfrentamiento público y, en cierta medida
físico, de las fuerzas de la oposición” [96].
La misma comprendía al menos tres capítulos: la preparación de la insurrección,
la insurrección, y la consolidación de la victoria.
Desde este punto de vista ¿en qué consiste precisamente la innovación del IV Congreso de la IC en relación a la táctica de los bolcheviques en Octubre del ’17? En que la aplicación de la táctica de “gobierno obrero” se extiende al primer capítulo de la guerra civil, como forma de constituir “bastiones revolucionarios” para impulsar la preparación de la toma del poder en determinado país.
La LCI-CI cita a la historiadora Evelyn Anderson que según
ellos “notó sagazmente [sic]” que “La posición comunista era manifiestamente
absurda. Las dos políticas de aceptar responsabilidad de gobierno, por una
parte, y prepararse para una revolución, por la otra, obviamente eran
mutuamente excluyentes. Sin embargo los comunistas siguieron las dos al mismo
tiempo, con el resultado inevitable del completo fracaso” [97].
Lo que se puede ver sin ser muy sagaz es que los
espartaquistas no entendieron a Trotsky. Escudado en un esquema simplista, el
sectarismo pasivo termina reproduciendo la misma operación que caracteriza a
las interpretaciones oportunistas como la que citábamos de Bensaïd. A saber: la
separación de la fórmula de “gobierno obrero” del conjunto de la estrategia. En
el pensamiento de Trotsky ambas son inseparables.
Victoria táctica y éxito estratégico
Como vimos, la consigna de “gobierno obrero” era concebida
por el IV Congreso de la IC como consecuencia del desarrollo de la táctica de
frente único. En el caso de Gramsci a su vez, la fórmula de frente único se
identificaba con la “guerra de posición” que desarrollará en sus Cuadernos de
la Cárcel. Sin embargo, será Trotsky en el Programa de Transición quién
sintetizará los rasgos esenciales de la fórmula de gobierno obrero como
consigna antiburguesa y anticapitalista contraria al “frente popular”, que
tiene un carácter episódico en la agitación dependiendo de la situación
concreta y cuyo objetivo fundamental es ampliar la influencia de los
revolucionarios. Esto último, ya sea por su valor educativo acelerando la
experiencia de las masas con sus direcciones tradicionales, o porque
efectivamente se concrete, en cuyo caso facilitaría el camino hacia la
dictadura del proletariado.
Es en este mismo marco que Trotsky plantea la implementación
de la táctica de “gobierno obrero” en Alemania en 1923 a pesar de que este caso
particular no es mencionado explícitamente en el Programa de Transición. A lo
largo de su vida fueron múltiples los valores prácticos que le dio Trotsky a la
fórmula de gobierno obrero, algunos de los cuales hemos mencionado en estas
páginas: en tanto consigna educativa para ampliar la influencia de los
revolucionarios, por ejemplo, entre abril y septiembre del ‘17 en Rusia; como
gobierno de coalición con los SR de izquierda después de Octubre para
consolidar el poder; en el caso de Alemania en 1923 como gobierno parlamentario
regional con los socialdemócratas de izquierda para preparar la insurrección y
constituir “bastiones revolucionarios” que oficien de trampolín hacia la toma
del poder; con el mismo objetivo como exigencia al POUM y los anarquistas de
que tomen el poder en Barcelona durante las jornadas de mayo del ’37.
Ahora bien, en el Programa de Transición, Trotsky también
señaló como hipótesis improbable la creación de gobiernos obreros y campesinos
por las organizaciones obreras tradicionales. Sobre este punto decía:
“La experiencia del pasado demuestra, como ya lo hemos dicho, que esto es por lo menos poco probable. No obstante no es posible negar categóricamente a priori la posibilidad teórica de que bajo la influencia de una combinación de circunstancias muy excepcionales (guerra, derrota, crack financiero, ofensiva revolucionaria de las masas, etc.) partidos pequeñoburgueses, incluyendo a los stalinistas, puedan llegar más lejos de lo que ellos mismos quisieran en la camino de una ruptura con la burguesía. En todo caso, algo es indudable: si esta variante, poco probable, llegara a realizarse en alguna parte y un ‘gobierno obrero y campesino’ –en el sentido indicado más arriba– llegara a constituirse, no representaría más que un corto episodio en el camino hacia la verdadera dictadura del proletariado” [98].
La importancia de esta formulación reside en que las
“condiciones excepcionales” de las que hablaba Trotsky se generalizaron a la
salida de la segunda posguerra, y esta hipótesis del Programa de Transición se
dio en China, Yugoslavia, Vietnam del Norte, y más allá de la inmediata
posguerra en Cuba [99].
Fueron direcciones de base campesina, que desarrollaron otras estrategias, y
avanzaron hacia procesos de expropiación de la burguesía en gran parte como
medidas de autodefensa, dando lugar a lo que la IV Internacional denominó
“Estados obreros deformados”.
En este escenario, el rasgo distintivo de la mayoría de las
organizaciones en las que se dividió la IV Internacional en la segunda
posguerra fue ver en estas revoluciones triunfantes, que daban lugar a estados
obreros deformados burocráticamente, la extensión imparable del socialismo a
nivel mundial.
Evaluando el desarrollo de aquella “hipótesis improbable”
del Programa de Transición por fuera de los desarrollos estratégicos del propio
Trotsky –de la relación entre maniobra y posición, defensa y ataque que fuimos
desarrollando–, la conclusión no podía ser otra que devaluar la importancia de
fuertes organizaciones revolucionarias enraizadas en la clase obrera para el
triunfo de la revolución socialista [100]. Bajo esta
óptica la propia táctica de “gobierno obrero y campesino” se transformó en una
vía muerta para la capitulación ante direcciones pequeño burguesas que
encabezarían revoluciones con posterioridad a la inmediata posguerra.
La revolución cubana fue una puesta a prueba de estas
concepciones. Por fuera de la estrategia, la fórmula de “gobierno obrero y
campesino” se transformó en una especie de etiqueta, otorgada o negada al
gobierno de Castro, que llevaba a diferentes callejones sin salida, ya sean oportunistas
o sectarios. Por un lado, Pierre Lambert en 1961 definió que en Cuba había un
“gobierno obrero y campesino” en el marco del sistema capitalista al que o bien
la burguesía lograría llevar de regreso a la “normalidad burguesa” o bien las
masas derrotarían avanzando hacía la revolución socialista [101].
Una vez atribuida esta “etiqueta”, insólitamente, ni Lambert ni su corriente
consideraron necesario volver sobre esta discusión hasta muchos años después.
Por otro lado, el SWP norteamericano pasó a posiciones abiertamente
pro-castristas señalando que se trataba de un “gobierno revolucionario de
obreros y campesinos” y que la ausencia de organismos de democracia proletaria
era una cuestión secundaria que se iría resolviendo con el tiempo [102]. Por su parte Palabra Obrera había pasado de
una posición sectaria que señalaba a la revolución cubana como una “revolución
libertadora” –en referencia al golpe del ’55 en Argentina–, a una posición
oportunista parecida a la del SWP. Desde ya, el Secretariado Internacional
había sido el pionero en sostener este tipo de orientación oportunista.
Como reconoce Ernesto González: “Las posiciones que entonces
mantenían el SWP y Palabra Obrera llevaban a no plantear la construcción de un
partido trotskysta en Cuba” [103], a lo cual agregaríamos que tampoco contribuían
a construir partidos revolucionarios en ninguna otra parte del mundo. En este
resultado confluían con el abstencionismo de Lambert. Sin embargo, la
“hipótesis improbable” que incluye Trotsky en el Programa de Transición no era
un salvoconducto para evitar la labor de la estrategia sino todo lo contrario,
se trataba de poner a la estrategia en guardia ante los diferentes tipos de
escenarios.
Este tipo de reflexión estratégica, el fundador del Ejército
Rojo, ya la había planteado en escenarios anteriores. A principios de los ‘30
sostendría respecto a Alemania:
“En una carta anterior decíamos que, dadas ciertas circunstancias históricas, el proletariado puede triunfar inclusive con una dirección centrista de izquierda. Se me informa que muchos camaradas interpretan esta posición de modo tal que minimizan el papel de la Oposición de Izquierda y restan importancia a los errores y pecados del centrismo burocrático. Ni qué decir tiene que difiero totalmente con semejante interpretación. La estrategia del partido es un elemento sumamente importante para la revolución proletaria. Pero de ninguna manera es el único factor. Con una relación de fuerzas excepcionalmente favorable, el proletariado puede llegar al poder inclusive bajo una dirección no marxista. Así ocurrió, por ejemplo, en la Comuna de París y, más recientemente, en Hungría. El grado de desintegración del bando enemigo, su desmoralización política, la ineptitud de sus dirigentes, pueden darle al proletariado durante un período una superioridad decisiva, aunque su dirección sea débil. Pero, en primer lugar, nada hay que pueda garantizar una coincidencia tan ‘afortunada’ de las circunstancias; es la excepción, no la regla. En segundo lugar, como lo demuestran los dos ejemplos citados anteriormente –París y Hungría–, la victoria obtenida en semejantes condiciones resulta sumamente inestable. Debilitar la lucha contra el stalinismo en base a que en ciertas condiciones hasta la dirección stalinista sería incapaz de impedir la victoria del proletariado […] sería poner cabeza abajo la política marxista” [104].
Esto es así porque para Trotsky, al igual que para
Clausewitz nada puede sustituir la labor de la estrategia. Como decía este
último:
“En la estrategia […] no hay victoria. Por una parte, el éxito estratégico es la preparación favorable para la victoria táctica; cuanto más grande sea ese éxito estratégico, menos dudosa será la victoria en el curso del empeñamiento de las fuerzas. Por otra parte, el éxito estratégico consiste en saber servirse de la victoria obtenida. Cuanto más pueda la estrategia, gracias a sus combinaciones, después de obtenida la victoria, incluir éxitos en sus efectos, tanto más se liberará de las ruinas tambaleantes, cuyos cimientos habrán sido sacudidos por la batalla; cuanto más arrastre en grandes masas, lo que debe ser penosamente ganado parte por parte en el curso mismo de la batalla más grande será su éxito” [105].
Trotsky define en este mismo sentido estratégico lo que
considera, nada más ni nada menos, que “el rol histórico de la Oposición de
Izquierda”, y bajo este título señala que “oscurecer las diferencias con el
centrismo a título de facilitar la ‘unidad’ sería no sólo suicidarnos
políticamente sino también encubrir, fortalecer y alimentar todos los rasgos
negativos del centrismo burocrático y, por ese solo hecho, ayudar a las
tendencias reaccionarias que alberga en su seno contra las tendencias
revolucionarias” [106].
Más aún consideraría esencial esta cuestión a partir de 1933 luego de que el
stalinismo permitiese el asenso de Hitler sin presentar batalla, y planteara la
necesidad de constituir un nuevo partido revolucionario mundial del
proletariado, la IV Internacional.
El abandono de la concepción estratégica de Trotsky, llevó a
los trotskistas en la posguerra a recorrer el derrotero sobre el cual el
fundador del Ejército Rojo ya había alertado. En el caso que citábamos de Cuba
en 1961, mientras que la inmensa mayoría de las corrientes del trotskismo
identificaban el triunfo de la revolución con el carácter revolucionario de su
dirección castrista y su capacidad para capitalizar estratégicamente la
victoria para el avance del socialismo, Fidel Castro avanzaba, por ejemplo, en
la intervención de los sindicatos.
Bajo el impulso de la revolución la clase obrera cubana
había recuperado sus organizaciones de manos de la burocracia de Eusebio Mujal,
sin embargo, Castro utiliza el argumento de los peligros que amenazaban a la
revolución para poner a la cabeza de la central obrera a los stalinistas
cubanos, que sin haber cumplido ningún rol en la revolución pasaban a ser
socios del régimen. Simultáneamente se procederá a la persecución e
ilegalización de la organización trotskista cubana. Una pequeña organización
–el Partido Obrero Revolucionario– pero con gran tradición en el movimiento
revolucionario cubano, que será catalogada de “agente encubierto del
imperialismo” [107].
Sin embargo, los hechos que reseñamos no fueron suficientes
para que las diferentes corrientes trotskistas existentes en aquel entonces
problematizaran su visión de la dirección castrista, sino que al contrario,
pronto abandonaron la defensa de los trotskistas del POR [108]
y progresivamente fueron profundizando su adaptación a la dirección de Castro,
llegando en el caso del SWP bajo la dirección de Barnes al abandono mismo del
trotskismo.
Esta fue la consecuencia necesaria de dejar de lado la labor
de la estrategia, de orientarse por fuera de una reflexión sobre la
capitalización estratégica de la victoria revolucionaria, del análisis de sus
diferentes momentos defensivos y ofensivos, del papel de las posiciones
conquistadas en cada uno de estos virajes, etc. Es decir, de ubicarse por fuera
de aquello que había dejado como legado el pensamiento vivo de Trotsky.
Lenin decía en sus Cuadernos Filosóficos que “Es
completamente imposible entender El Capital de Marx, y en especial su primer
capítulo, sin haber estudiado y entendido a fondo toda la Lógica de Hegel.
¡¡Por consiguiente, hace medio siglo ninguno de los marxistas entendió a Marx!!
[109].
En el mismo sentido podríamos decir que es imposible
entender la talla de Trotsky como revolucionario sin comprender cómo concibió
la posibilidad de “gobiernos obreros” o “gobiernos obreros y campesinos” como
resortes para impulsar la preparación o el desarrollo triunfante de la guerra
civil, la extensión de la toma del poder a escala nacional, y la conquista de
la dictadura del proletariado. Especialmente, sin entenderlo en los tres
momentos en su vida donde la revolución podía quebrar efectivamente el curso de
la historia. En Petrogrado en 1917 que marcó la conquista del primer Estado
obrero; en Sajonia en 1923 que abría la posibilidad de desencadenar la toma del
poder en una de las principales potencias imperialistas y cuya derrota fue
clave para el aislamiento y la burocratización de la URSS y de la IC; en
Barcelona en 1937 donde se planteaba la posibilidad de detener el curso de la
humanidad hacia la Segunda Guerra Mundial.
Esto nos autoriza a decir, parafraseando a Lenin, que
ninguno de los trotskistas de la posguerra a esta parte entendió a Trotsky,
porque sin comprender profundamente su estrategia en esos momentos de quiebre
histórico es imposible dimensionar en toda su amplitud el significado de su
legado como alternativa revolucionaria.
De aquí que el litigio sobre la táctica de “gobierno obrero”
por fuera de su estrategia sea, como diría Marx, un problema puramente
escolástico. Sin partir de su pensamiento vivo no puede comprenderse la
trascendencia de la concepción de Trotsky que vio que el “gobierno obrero” como
consigna antiburguesa y anticapitalista puede ser un camino regio a la
dictadura del proletariado, y no solamente su denominación popular.
En este sentido Trotsky ya había combatido contra el
stalinismo cuando resucitara la fórmula de “dictadura democrática de obreros y
campesinos” –consigna del “viejo bolchevismo” que había sido superada por el
propio Lenin en sus “Tesis de Abril”– para justificar la subordinación al
Kuomintang que llevó a la derrota a la revolución china de 1925-27. A partir de
1935 Trotsky se enfrentará a la orientación de “frentes populares” que el
stalinismo erigió en estrategia en el VII Congreso de la IC, que postulaba la
conformación de “gobiernos de frente único” de las organizaciones antifascistas
como fórmula para cubrir los acuerdos con sectores de la burguesía imperialista
convirtiendo a los partidos comunistas en meros instrumentos de la diplomacia
de la URSS; como se expresó claramente durante la revolución española y la
huelga general con ocupación de fábricas de Francia en el ’36. Como decía
Trotsky: “El ‘Frente Popular’ es una coalición del proletariado con la
burguesía imperialista, representada por el Partido Radical [110]
y de otras podredumbres de la misma especie y menor envergadura” [111].
Pero esta cuestión será el tema del próximo capítulo.
Notas
[1]
Nota para Estrategia Internacional: Tanto los debates previos en el seno la III
Internacional como la política del stalinismo a partir del ’35 de constitución
de “frentes populares” no son abordados en este capítulo sino en los que lo
anteceden y suceden respectivamente en el libro.
[2]
Burawoy, Michael, “Dos métodos en pos de la ciencia: Skocpol versus Trotsky”,
en Zona Abierta N° 80/81, Madrid, 1997.
[3]
En la introducción de la nueva edición de los textos del período de la cárcel
de Gramsci, Razmig Keucheyan de la revista Contretemps retoma aquel lugar
común: “el error de Rosa Luxemburg y de Trotski, dice, consiste en haberse
quedado con una concepción del mundo social, y por ende de la estrategia
revolucionaria, anteriores a los cambios estructurales descritos por Gramsci,
(…) [en particular la diferenciación] entre ‘el frente oriental’ y el ‘frente
occidental’, es decir entre sociedades orientales aun fluidas y sociedades
occidentales en las cuales la sociedad civil y el Estado se compenetran
sólidamente” (Keucheyan, Razmig, “Machiavel, la politique, le prince moderne et
les classes subalternes”, en Antonio Gramsci, Guerre de mouvement et guerre de
position, París, La fabrique, 2011, p.163).
[4]
A esta involución le seguirán sucesivos capítulos. En diciembre de 1925 con la
oficialización de la “teoría” del socialismo en un solo país que cortará lazos
con el internacionalismo que había caracterizado a la III Internacional desde
antes mismo de su fundación; con el llamado a constituir “partidos obreros y
campesinos” que en China implicará la subordinación al Kuomintang y la
catástrofe de la revolución en Oriente. Deriva que luego se profundizará en el
VI y VII Congresos.
[5]
El IV Congreso se había celebrado poco después de que las camisas negras
italianas llevaran a cabo su “marcha sobre Roma” con la cual Mussolini empieza
a hacerse con el poder. Las direcciones de las principales organizaciones
obreras se muestran impotentes. Se hace más evidente la necesidad de construir
un frente único defensivo, y que el PCI tenga una política activa en este
sentido respecto a las distintas alas de los socialistas italianos y las
organizaciones obreras para enfrentar al fascismo en el sentido de las tesis
sobre el frente único desarrolladas por la IC a las que se había opuesto la
mayoría de la delegación italiana.
[6]
“Resolución sobre la táctica de la Internacional Comunista”, en Los cuatro
primeros congresos de la Internacional Comunista, Tomo II, Bs. As., Pluma, p.
207.
[7]
Nota para Estrategia Internacional: En capítulo anterior planteamos sobre el
Frente Único: “En síntesis podemos decir que el frente único constituye una
táctica compleja que tiene un aspecto de maniobra, otro táctico, y otro
estratégico. Por un lado implica acuerdos –producto de determinada relación de
fuerzas entre las tendencias– con reformistas como aliados circunstanciales
(aspecto de maniobra) con el objetivo de la unidad de las filas proletarias
para luchas parciales en común (aspecto táctico). Y por otro lado, como
objetivo principal, la ampliación de la influencia de los partidos
revolucionarios producto de la experiencia en común (o su rechazo por parte de
las direcciones reformistas), en el sentido de reducir las ‘reservas
estratégicas’ para la toma del poder (aspecto estratégico).”
[8]
“Resolución sobre la táctica de la Internacional Comunista”, ob. cit., p. 208.
[9]
Ibídem, p. 209.
[10]
Ídem.
[11]
Ibídem, p. 208.
[13] Trotsky, León, “Report on the Fourth World
Congress (December 28, 1922)”, en http://www.marxists.org/archive/tro...
[14]
Clausewitz, Carl, De la Guerra, Bs. As., Solar, 1983, p. 490.
[15]
Cfr. Broué, Pierre, Révolution en Allemagne, en http://www.marxists.org/francais/br...
[16]
Cfr. Broué Pierre, ob. cit. También Kippenberger, Hans, “La insurrección de
Hamburgo” (informe al Ejecutivo sobre la insurrección de Hamburgo), en La
insurrección armada, Barcelona, Fontamara, 1978.
[17]
Buci-Glucksmann, Christine, Gramsci y el Estado: hacia una teoría materialista
de la filosofía, Madrid, Siglo XXI, p. 337.
[19]
Trotsky, León, “Informe al 3º Congreso Provincial de Moscú del Sindicato de
Metalúrgicos” (1924), en http://www.ceip.org.ar/160307/index...
[20]
Gramsci, Antonio, “Carta a Togliatti, Terracini y otros”, en Antología, Madrid,
Siglo XXI, p. 139.
[21] Deutscher, Isaac, “Record of a Discussion
with Heinrich Brandler”, en New Left Review I/105, September-October 1977,
Londres, pp. 47-55.
[22] Cfr. Brandler, Heinrich, y Deutscher, Isaac,
“Correspondence between Brandler and Deutscher 1952-9”, en New Left Review,
I/105, Londres, septiembre-octubre de 1977, pp. 56-81.
[23] Trotsky, León, “The Timetable for Revolution”
en http://www.marxists.org/archive/tro... time.htm.
[24]
Ídem.
[25]
Trotsky, León, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional
después de Lenin, Bs. As., Ediciones IPS, 2012, p. 149.
[26]
En esta misma carta realiza una importante reivindicación de Trotsky, incluso
de la teoría de la revolución permanente, sin embargo, se plegará luego del
Congreso a la campaña de bolchevización que tenía como objetivo la persecución
de Trotsky y de todo aquel simpatizara con él. Al respecto decía Trotsky: “En
estos tiempos se ha hablado y escrito con frecuencia respecto a la necesidad de
‘bolchevizar’ la Internacional Comunista. Se trata, en efecto, de una tarea
urgente, indispensable, cuya proclamada necesidad se hace sentir de modo más
imperioso aún después de las terribles lecciones que el año pasado nos dieran
en Bulgaria y en Alemania. El bolchevismo no es una doctrina, o no es sólo una
doctrina, sino un sistema de educación revolucionaria para llevar a cabo la
revolución proletaria.” (Lecciones de Octubre) Sin embargo, la “bolchevización”
consistió en todo lo contrario. Se avanzó en desorganizar a las direcciones de
los diferentes partidos comunistas exigiendo el alineamiento automático con las
posiciones de la ascendente burocracia del Partido Comunista ruso y el rechazo
al “trotskismo”. Cualquier conclusión estratégica había quedado vedada.
[27]
Trotsky, León, “Introducción a ‘5 años de la Internacional Comunista’”, en http://www.ceip.org.ar/160307/index....
[28]
Trotsky, León, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional
después de Lenin, ob. cit., p. 146.
[29]
Desde el punto de vista de las masas como analizamos en capítulos anteriores lo
que se expresa, según Trotsky, en estos momentos es una actitud más
circunspecta producto de la experiencia acumulada que les señala la
imposibilidad de tomar el poder sin una dirección decidida a su frente. Lo que
llamó “la calma antes de la tormenta”. El grupo de derecha que se desarrolla
contra la necesidad de preparar la insurrección se basa en interpretar este
elemento como “conservadurismo” de las masas, como reflujo, cuando en realidad
es expresión de algo muy diferente, de que han realizado una experiencia
práctica sobre los límites de la acción espontánea para lograr el triunfo.
[30]
Como el lanzamiento de la insurrección en Reval (Estonia) a finales de 1924 por
fuera de la situación de las masas y del estado de la correlación de fuerzas,
que naturalmente concluyó en fracaso. O el atentado en la catedral de Sofía
(Bulgaria) en abril de 1925.
[31]
Nota para Estrategia Internacional: Como señalamos en un capítulo anterior:
“Para 1921 el KPD había avanzado en su influencia. La izquierda del USPD que
constituía alrededor de dos tercios de la militancia activa, se fusionó con el
KPD para formar el Partido Comunista Unido (VKPD). En marzo de 1921 en las
minas de carbón de Mansfeld tuvieron lugar huelgas y ocupaciones de fábrica y
el gobernador socialdemócrata de Sajonia prusiana (Anhalt), Hörsing envió al
ejército y a la policía para suprimir el movimiento. La aplicación en los
hechos de la “teoría de la ofensiva” por parte del VKPD fue que en vez de
denunciar la represión y llamar a la solidaridad desde una posición defensiva,
lo cual seguramente hubiese sido una táctica poderosa, se llamó inmediatamente
a la huelga general en todo el país y a la lucha armada. Del 22 al 29 de marzo
se luchó heroicamente pero no hubo respuesta al llamado por fuera del VKPD y
los obreros de Alemania central, lo cual llevó a la derrota, con importantes
bajas y miles de encarcelados. La consecuencia posterior fue el alejamiento del
VKPD de una parte importante de su militancia”.
[32]
Trotsky, León, “Introducción a 5 años de la Internacional Comunista’”, ob. cit.
[33]
Cfr. Trotsky, León, “Los problemas de la guerra civil”, en http://www.ceip.org.ar/160307/index....
[34]
Clausewitz, Carl von, De la Guerra, Tomo I, Bs. As., Círculo Militar, 1968, p.
53.
[35]
Trotsky, León, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional
después de Lenin, ob cit., p. 138.
[36]
Gramsci, Antonio, “Carta a Togliatti, Terracini y otros”, en ob. cit., p. 146.
[37]
Gramsci, Antonio, Cuadernos de la Cárcel, Tomo 5, México, Era, 1999, p. 63.
[38] Trotsky, León, “The New Economic Policy of
Soviet Russia and the Perspectives of the World Revolution. Delivered at the
November 14, 1922 Session of the Fourth World Congress of the Comintern”, en http://www.marxists.org/archive/tro....
[39]
Gramsci, Antonio, Cuadernos de la Cárcel, Tomo 5, ob. cit., p. 6.
[40]
Es importante aclarar que el término “maniobra” en la literatura militar
también puede tener un sentido diferente, el cual hemos utilizado en varias
partes del libro, donde se contrapone a “combate”. Así, es característico de
Clausewitz distinguir la primacía de la maniobra en las guerras del siglo XVIII
para lograr pequeñas ventajas posicionales que permitan negociar algún tipo de
paz favorable sin combate, con las guerras napoleónicas donde se busca medir
fuerzas y priman las grandes batallas.
[41]
Kautsky, en respuesta a Rosa Luxemburgo, identifica la “estrategia de desgaste”
con la defensa de la “vieja táctica probada” del parlamentarismo en
contraposición a la acción directa y la huelga general. En capítulos anteriores
señalamos cómo esta polémica rezaba concretamente sobre cómo conquistar la
unidad de la clase obrera alemana detrás de la socialdemocracia, sobre cómo
dirigir a los sectores que ni estaban organizados en el SPD ni en los
sindicatos socialdemócratas, especialmente a los obreros católicos
referenciados en el Deutsche Zentrumspartei. Kautsky consideraba que la forma
de conducir a estos sectores era a través de la agitación electoral y los
representantes parlamentarios. Rosa Luxemburgo señalaba correctamente cómo la
“estrategia de desgaste” en Kautsky era Nichtsalsparlamentarismus
(nada-más-que-parlamentarismo). Es decir, cómo el teórico de la
socialdemocracia alemana negaba la perspectiva de la revolución para teorizar
una estrategia dedicada a ocupar espacios en los marcos del régimen burgués. En
el caso de Gramsci, la cuestión era diferente ya que la estrategia para una
“guerra de posición” correspondiente a “occidente” era asimilada –como
desarrollamos en estas páginas– a la fórmula de frente único que había
elaborado la III Internacional. Sin embargo, es llamativo que el revolucionario
italiano en sus Cuadernos de la Cárcel, al igual que en su momento Kautsky, toma
como referencia contrapuesta a Rosa Luxemburgo, pero en este caso para
enfrentar la “guerra de posición” a la teoría de la revolución permanente de
Trotsky. Como desarrollaremos, aunque el pensamiento estratégico de Gramsci no
puede ser asimilado al de Kautsky, sus ambigüedades dejaron la puerta abierta a
revisiones en el mismo sentido, que de Togliatti en adelante pretendieron
utilizarlo como fundamento de estrategias reformistas, en contradicción con la
trayectoria revolucionaria del propio Gramsci.
[42]
Ambos referentes del ala “izquierdista” de la III Internacional, a quienes
Lenin dedicó su folleto La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el
Comunismo.
[43]
Gramsci señala que Bordiga “piensa que la táctica de la internacional
manifiesta reflejos de la situación rusa […] para él esa táctica es sumamente
voluntarista y teatral, porque sólo con un extremo esfuerzo de la voluntad se
podía obtener de las masas rusas una actividad revolucionaria, que no estaba
determinada por la situación histórica. Piensa que para los países más
desarrollados de Europa central y occidental esa táctica es inadecuada o
incluso inútil” (Gramsci, Antonio, “Carta a Togliatti, Terracini y otros”, en
ob. cit., p. 145).
[44]
Gorter, Herman, “Carta abierta al camarada Lenin”, en La izquierda comunista
germano-holandesa contra Lenin, España, Ediciones Espartaco Internacional,
2004, p. 157.
[45]
Por un lado, en Italia -que quedará fuera de aquel esquema binario bajo la
caracterización de “capitalismo periférico”- sostendrá esencialmente una
política de frente único “por abajo” en los marcos de las tesis del V Congreso.
Por otro lado, para Gran Bretaña –incluida dentro de “occidente”– sostendrá una
posición oportunista de mantener a toda costa la subordinación del proletariado
británico a la burocracia del Trades Union Congress (TUC) señalando en agosto
de 1926 que “a pesar de la indecisión, la debilidad y si se quiere la traición de
la izquierda inglesa durante la huelga general, el Comité anglo-ruso deberá ser
mantenido” (Gramsci, Antonio, en http://www.gramsci.org.ar/3/28.htm).
Este eclecticismo estará a tono con la política de zigzagueante de la IC
dirigida por Zinoviev.
[46]
Tomamos la traducción al castellano de Valentino Gerratana. José Aricó traduce
“La estructura maciza de las democracias modernas”. El texto original en
italiano dice: “La struttura massiccia delle democrazie moderne, sia come
organizzazioni statali che come complesso di associazioni nella vita civile
costituiscono per l’arte politica come le ‘trincee’ e le fortificazioni permanenti
del fronte nella guerra di posizione: essi rendono solo ‘parziale’ l’elemento
del movimento che prima era ‘tutta’ la guerra ecc.” (Disponible en http://www.gramscisource.org).
[47]
Gramsci, Antonio, Cuadernos de la Cárcel, Tomo 5, ob. cit., p.22.
[48]
En este sentido, contra las interpretaciones “socialdemócratas” del
revolucionario italiano, planteaba que cualquiera de los principales Estados
imperialistas “era más fuerte que el estado zarista, porque descansaba no sólo
en el consenso de las masas, sino también en un aparato represivo superior”.
Anderson, Perry, Las antinomias de Antonio Gramsci, México, Fontamara, 1991, p.
89.
[49]
Trotsky, León, “Lecciones de Octubre”, en La teoría de la revolución permanente
(compilación), Bs. As., CEIP “León Trotsky”, 2000, p. 240.
[50]
Gramsci, Antonio, Cuadernos de la Cárcel, Tomo 3, ob. cit., p. 105.
[51]
Ibídem, p. 157.
[52]
Benditos los que poseen.
[53]
Cfr. Trotsky, León, “Los problemas de la guerra civil”, en ob. cit.
[54]
Informe enviado por Athos Lisa, al PCI: Discusión política con Gramsci, en la
cárcel.”, en http://www.gramsci.org.ar.
[55]
Ídem.
[56]
Trotsky, León, “Un programa de acción para Francia”, en http://www.ceip.org.ar/escritos/Lib....
[57]
Albamonte, Emilio, y Romano, Manolo, “Revolución permanente y guerra de
posiciones”, en Estrategia Internacional N° 19, Bs. As., 2003.
[58]
Trotsky, León, “Programa de Transición”, en El programa de Transición y la
fundación de la IV Internacional (compilación), Bs. As., CEIP “León Trotsky”,
2008, p. 92.
[59]
Trotsky, “Programa de Transición”, ob. cit., p. 91.
[60]
Ídem.
[61]
Luego del V Congreso y el fracaso de las aventuras putchistas en Estonia y
Bulgaria, la orientación zigzagueante de la IC volvió a concretar otro giro.
Para 1925 se había concretado el acuerdo con el Trade Union Congress (TUC)
inglés constituyéndose el Comité Anglo-ruso sobre la base de la solidaridad con
la URSS. Sin embargo, este acuerdo a nivel de sindicatos, lejos de servir como
maniobra para ampliar la fuerza propia de los comunistas en Gran Bretaña y
aflojar el aislamiento de la Unión Soviética, terminó constituyéndose en un
grillete estratégico para los comunistas británicos que terminaron siendo
cobertura por izquierda de la traición de la burocracia del TUC a la huelga
general de 1926. En el lapso que va desde la constitución del acuerdo a la
traición del ’26 la dirección de la IC no hizo más que exagerar el “giro a
izquierda” de la dirección del TUC, desarmando al proletariado británico que
durante estos años protagonizó el mayor movimiento de lucha desde el Cartismo.
Otro tanto sucedió en China, donde el CEIC llevó al PCCH a subordinarse
Kuomintang con las consecuencias catastróficas para la revolución china que
luego analizaremos. Sin embargo, ni la ruptura del Comité Anglo-ruso, ni la
ruptura con el Kuomintang se dieron a iniciativa de la dirección de la IC
cuando era evidente que esta política había llevado a la derrota. La dirección
del TUC rompió el Comité en 1927 cuando ya no le era funcional puesto que la IC
ya había cumplido sus servicios en el ’26 y el movimiento estaba derrotado.
Otro tanto sucedió con el Kuomintang, que luego de que la IC garantizase la
entrega de armas en Shangai en el ’27, consideró “superado” el acuerdo y
emprendió la represión sobre los comunistas; esto no fue sin embargo suficiente
para que la IC no volviese a entregar su confianza luego al “ala izquierda” del
Kuomintang para llevar a la derrota definitiva de la revolución.
[62]
Para 1926, al interior del Partido Comunista de la URSS se producen nuevos
desplazamientos, la dirección queda en manos de Stalin y Bujarin. Pero al mismo
tiempo se extendía el descontento entre los obreros en la Unión Soviética,
especialmente en las grandes capitales como Leningrado. Expresión de este
descontento es la ruptura de Zinoviev –quien había encabezado la campaña
antitrotskista en el V Congreso– y Kamenev con Stalin y su acercamiento a
Trotsky y la oposición de izquierda. Así es que en abril del ’26 se forma la
Oposición Conjunta que encarará una batalla que durará hasta la capitulación en
el ’27 de Zinoviev y Kamenev. Ambos, junto con Trotsky, habían sido expulsados
de la dirección en octubre y del partido después de las demostraciones y
enfrentamientos en el décimo aniversario de la revolución. Tras la derrota de
la Oposición Conjunta vuelve a comenzar la lucha entre las camarillas de Stalin
y Bujarin.
[63]
El IX pleno del CEIC en febrero de 1928, luego el VI Congreso de la IC en
julio, y un mes después el X pleno, de conjunto sentarán las bases de la
política de “clase contra clase”, también conocida como “el tercer período”.
[64]
A diferencia del izquierdismo de los primeros años de la IC, este retroceso
estratégico del stalinismo se hace en pos de una política funcional a los intereses
de la burocracia de Moscú, mientras que la política de los izquierdistas
alemanes, holandeses o italianos de los primeros años veinte era, al menos, una
expresión de la búsqueda infantil de un camino hacia la revolución.
[65]
En las elecciones de septiembre de 1930, el Partido Comunista había pasado de
los 3.300.000 votos de dos años antes a 4.600.000, el NSDAP había saltado de
800.000 votos a 6.400.000.
[66]
Clausewitz, Carl von, De la Guerra, Tomo III, Bs. As., Círculo Militar, 1969,
p. 24.
[69]
Gramsci, Antonio, Cuadernos de la Cárcel, Tomo III, ob. cit., p. 156.
[70]
Trotsky, León, “¿Y ahora?”, en Revolución y fascismo en Alemania, Bs. As., Antídoto,
2005, p. 93.
[71]
Esta posición estaba agravada por la misma génesis del PCI en el Congreso de
Livorno donde los revolucionarios fueron incapaces de quedarse con la mayoría
del antiguo Partido Socialista. Es decir, minoritarios desde el principio, la
táctica de Frente Único se les imponía como necesidad desde el comienzo mismo
de su actividad como partido independiente.
[72]
Bordiga será de entre los dirigentes de la IC, uno de los que se pronunciará
por la democracia partidaria y contra la campaña antitrotskista.
[73]
Trotsky, León, “¿Y ahora?”, en ob.cit., pp. 130 y 131.
[74]
Trotsky, León, “¿Y ahora?”, Ídem., p. 93.
[75]
Maquiavelo para responderse por qué Alejandro Magno luego de desplazar a Darío
III Codomano había logrado estabilizar su poder en pocos años recurría
justamente a comparar la dificultad para la toma del poder en Francia
(Occidente) y Turquía (Oriente) según el rey gobernase directamente con
súbditos o con la ayuda de nobles, estos últimos oficiando como especies de
“trincheras” que podían ser utilizadas por quien quería tomar el poder así como
contra éste para que no se pueda estabilizar en él.
[76]
Cfr. Paret, Peter, Clausewitz y el Estado, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales,
1979.
[77]
Gilbert, Félix, “Maquiavelo: El renacimiento del arte de la guerra”, en
Creadores de la estrategia moderna, Bs. As., Circulo Militar, 1968, pp. 67-68.
[78]
Es decir, no necesariamente aquel que tiene interés en que lo ataquen porque
puede librar una lucha defensiva exitosa, tiene interés –en las mismas circunstancias–
en librar una lucha ofensiva en caso de no ser atacado.
[79]
Clausewitz, Carl, De la Guerra, Bs. As., Solar, 1983, p. 488.
[80]
Trotsky, León, “¿Es posible la victoria?”, en http://www.ceip.org.ar/160307/index....
[81]
Trotsky, León, “La verificación de las ideas y de los individuos a través de la
experiencia de la Revolución española”, en http://www.ceip.org.ar/160307/index....
[82]
Partido Obrero de Unificación Marxista. Surgido de la fusión del grupo de
Andreu Nin, con el Bloque Obrero y Campesino dirigido por Joaquim Maurín.
[83]
Confederación Nacional del Trabajo, dirigida por los anarquistas de la Federación
Anarquista Ibérica (FAI) desde principios de la década del ’30.
[84]
rotsky, León, “La traición del ‘Partido Obrero de Unificación Marxista’
español”, en http://revolucionespanola.elmilitan....
[85]
Nota para Estrategia Internacional: Como desarrollamos en el próximo capítulo,
para justificar su entrada al Consell de la Generalitat, el POUM se encarga de
embellecer a la Esquerra Republicana destacando su “carácter profundamente
popular” y el carácter más de izquierda de su programa republicano. A pesar de
que el nuevo gobierno estaría encabezado por Esquerra Republicana, el POUM
consideraba que “En cuanto a la hegemonía proletaria, la mayoría absoluta de
representantes obreros la aseguraría plenamente”; vale aclarar que se referían
a stalinistas, socialdemócratas, y anarquistas (Cfr. Pierre Broue, La
Revolución Española. 1931-1939, Barcelona, Ediciones Península, 1977, p. 202).
Sin embargo, como diría Trotsky: “Políticamente, lo más sorprendente es que el
Frente Popular español no tenía paralelogramo de fuerzas: el lugar de la
burguesía estaba ocupado por su sombra. Por mediación de los estalinistas,
socialistas y anarquistas, la burguesía española ha subordinado al proletariado
sin ni siquiera molestarse en participar en el Frente Popular.” (León Trotsky,
“Lecciones de España: última advertencia”, en http://www.ceip.org.ar/160307/index...
)
[86]
“Programa electoral del Frente Popular”, en Broué, Pierre, La Revolución
Española. 1931-1939, Barcelona, Península, 1977, p. 186.
[87]
Nota para Estrategia Internacional: Como desarrollamos en capítulos anteriores,
Clausewitz sostenía que “La destrucción de las fuerzas enemigas aparece siempre
como el medio más elevado y más eficaz al que todos los demás deben ceder”.
Basados en una interpretación unilateral de esta afirmación florecieron quienes
lo catalogaron como el teórico de la ofensiva permanente. Desde el Conde
Schlieffen –autor del plan aplicado en la Primera Guerra Mundial por Alemania–
quién lo usó para fundamentar sus posiciones, hasta el teórico militar
anti-clausewitziano Liddell Hart que utilizó este mote para desacreditarlo. Sin
embargo, con aquella definición Clausewitz no pretendía decir que en toda
guerra ni en todo momento estaba planteado como objetivo inmediato la
destrucción del ejército enemigo, sino que intentaba dar cuenta del cambio de
época que había significado la Revolución Francesa, y cómo ésta había
conllevado a cambios profundos tanto en la táctica como en la estrategia que
marcaban el contraste con las guerras “de gabinete” del siglo XVIII.
Algo parecido sucedió en el marxismo revolucionario en la época imperialista. Dentro de la III Internacional hubo sectores que interpretaron la “actualidad” de la revolución proletaria en la nueva época como sinónimo de “inminencia”. Thalheimer, Fröhlich, Lukács, agrupados en la revista Kommunismus fueron los Schlieffen de Lenin. Interpretaron la perspectiva revolucionaria de la época como fundamento para la teoría de la “ofensiva revolucionaria” permanente. Lenin y Trotsky los enfrentaron en los debates de la IC.
Lo cierto es que ni para Clausewitz ni para Lenin y Trotsky, “la destrucción de las fuerzas del enemigo” constituía el único propósito en toda guerra, sino que el mismo estaba determinado por la efectiva existencia o no de las condiciones para ser alcanzado. Hans Delbrück, en base a una interpretación de las notas del propio Clausewitz señaló cómo esto determinaba dos polos del arte de la guerra: el de la “estrategia de abatimiento” (Niederwerfungsstrategie) cuando se lucha “por la decisión”, y el de la “estrategia de desgaste” (Ermattungsstrategie) cuando están planteados “objetivos limitados”. Entre ambos polos se funda cada estrategia en determinadas circunstancias concretas dando lugar a una variada multiplicidad de guerras que van desde la cuasi observación armada hasta la “guerra absoluta”.
Desde el punto de vista de la revolución proletaria, Trotsky desarrollará esta diferencia tomando el contraste entre: por un lado, la etapa de crecimiento capitalista de las décadas anteriores a la Primera Guerra Mundial, en las cuales estaban planteados “objetivos limitados”, “frente a un capitalismo en crecimiento –decía Trotsky-, la mejor dirección del partido no podía hacer otra cosa que precipitar la formación del partido obrero”; y por otro lado, la etapa abierta luego de la guerra, donde la clave de la dirección era estar preparada para giros bruscos de la situación tanto a izquierda (con la posibilidad de revolución y toma del poder) como a derecha (con la necesidad de pasar a la defensiva) que planteasen enfrentamientos decisivos. A su vez, por ejemplo en la década del ’20, Trotsky muestra una combinación de ambos. Al mismo tiempo que sostenía que la clave de las direcciones de la IC era estar preparadas para estos cambios bruscos de situación –y así lo discutió tanto en Alemania como en China posteriormente–; en el caso de la URSS el fundador del Ejército Rojo planteaba la necesidad de una política económica activa del Estado obrero para desarrollar las fuerzas productivas como base para sostener la alianza con el campesinado. Para Trotsky ambas orientaciones eran parte de una estrategia de conjunto para el desarrollo de la revolución internacional.
La ausencia de este tipo de reflexión estratégica, se expresó por la negativa en las discusiones dentro de las corrientes trotskistas luego de la segunda guerra mundial y el surgimiento del orden de Yalta, cuando se hizo necesario restablecer un nuevo marco estratégico y readecuaciones programáticas. Como señaláramos en el artículo “Trotsky y Gramsci. Convergencias y divergencias” (Estrategia Internacional N° 19), el trotskismo se dividió en este punto en dos grandes tendencias, ambas equivocadas. Las que sostenían la tesis “estancacionista” –“las fuerzas productivas de la humanidad se han estancado” repetían según la letra del Programa de Transición– sin ver que la enorme destrucción de fuerzas productivas provocada por la guerra y la reconstrucción capitalista posterior de Europa permitieron, durante el período ’48-’68, un desarrollo parcial de las fuerzas productivas dentro de los marcos de la continuación de la época imperialista como fase de declinación del capitalismo. En el extremo opuesto, se ubicaron quienes veían en el “boom” de posguerra las características un neocapitalismo o “capitalismo tardío” adoptando una versión corregida de la teoría burguesa de las crisis capitalistas, de ‘ondas’ o ciclos automáticos de crecimiento donde el factor de la lucha de clases quedaba totalmente subordinado”.
En ambos casos las consecuencias fueron: por un lado no avanzar en la construcción de fuertes partidos revolucionarios en las situaciones donde solo daba para perseguir “objetivos limitados”, y por otro, cuando se planteaba la toma del poder, identificar el surgimiento de nuevos estados obreros burocratizados con el avance imparable del socialismo perdiendo de vista la estrategia de conjunto señalada por Trotsky que mostraba la imposibilidad de avanzar de esta forma en el desarrollo internacionalista de la revolución.
Algo parecido sucedió en el marxismo revolucionario en la época imperialista. Dentro de la III Internacional hubo sectores que interpretaron la “actualidad” de la revolución proletaria en la nueva época como sinónimo de “inminencia”. Thalheimer, Fröhlich, Lukács, agrupados en la revista Kommunismus fueron los Schlieffen de Lenin. Interpretaron la perspectiva revolucionaria de la época como fundamento para la teoría de la “ofensiva revolucionaria” permanente. Lenin y Trotsky los enfrentaron en los debates de la IC.
Lo cierto es que ni para Clausewitz ni para Lenin y Trotsky, “la destrucción de las fuerzas del enemigo” constituía el único propósito en toda guerra, sino que el mismo estaba determinado por la efectiva existencia o no de las condiciones para ser alcanzado. Hans Delbrück, en base a una interpretación de las notas del propio Clausewitz señaló cómo esto determinaba dos polos del arte de la guerra: el de la “estrategia de abatimiento” (Niederwerfungsstrategie) cuando se lucha “por la decisión”, y el de la “estrategia de desgaste” (Ermattungsstrategie) cuando están planteados “objetivos limitados”. Entre ambos polos se funda cada estrategia en determinadas circunstancias concretas dando lugar a una variada multiplicidad de guerras que van desde la cuasi observación armada hasta la “guerra absoluta”.
Desde el punto de vista de la revolución proletaria, Trotsky desarrollará esta diferencia tomando el contraste entre: por un lado, la etapa de crecimiento capitalista de las décadas anteriores a la Primera Guerra Mundial, en las cuales estaban planteados “objetivos limitados”, “frente a un capitalismo en crecimiento –decía Trotsky-, la mejor dirección del partido no podía hacer otra cosa que precipitar la formación del partido obrero”; y por otro lado, la etapa abierta luego de la guerra, donde la clave de la dirección era estar preparada para giros bruscos de la situación tanto a izquierda (con la posibilidad de revolución y toma del poder) como a derecha (con la necesidad de pasar a la defensiva) que planteasen enfrentamientos decisivos. A su vez, por ejemplo en la década del ’20, Trotsky muestra una combinación de ambos. Al mismo tiempo que sostenía que la clave de las direcciones de la IC era estar preparadas para estos cambios bruscos de situación –y así lo discutió tanto en Alemania como en China posteriormente–; en el caso de la URSS el fundador del Ejército Rojo planteaba la necesidad de una política económica activa del Estado obrero para desarrollar las fuerzas productivas como base para sostener la alianza con el campesinado. Para Trotsky ambas orientaciones eran parte de una estrategia de conjunto para el desarrollo de la revolución internacional.
La ausencia de este tipo de reflexión estratégica, se expresó por la negativa en las discusiones dentro de las corrientes trotskistas luego de la segunda guerra mundial y el surgimiento del orden de Yalta, cuando se hizo necesario restablecer un nuevo marco estratégico y readecuaciones programáticas. Como señaláramos en el artículo “Trotsky y Gramsci. Convergencias y divergencias” (Estrategia Internacional N° 19), el trotskismo se dividió en este punto en dos grandes tendencias, ambas equivocadas. Las que sostenían la tesis “estancacionista” –“las fuerzas productivas de la humanidad se han estancado” repetían según la letra del Programa de Transición– sin ver que la enorme destrucción de fuerzas productivas provocada por la guerra y la reconstrucción capitalista posterior de Europa permitieron, durante el período ’48-’68, un desarrollo parcial de las fuerzas productivas dentro de los marcos de la continuación de la época imperialista como fase de declinación del capitalismo. En el extremo opuesto, se ubicaron quienes veían en el “boom” de posguerra las características un neocapitalismo o “capitalismo tardío” adoptando una versión corregida de la teoría burguesa de las crisis capitalistas, de ‘ondas’ o ciclos automáticos de crecimiento donde el factor de la lucha de clases quedaba totalmente subordinado”.
En ambos casos las consecuencias fueron: por un lado no avanzar en la construcción de fuertes partidos revolucionarios en las situaciones donde solo daba para perseguir “objetivos limitados”, y por otro, cuando se planteaba la toma del poder, identificar el surgimiento de nuevos estados obreros burocratizados con el avance imparable del socialismo perdiendo de vista la estrategia de conjunto señalada por Trotsky que mostraba la imposibilidad de avanzar de esta forma en el desarrollo internacionalista de la revolución.
[88]
Para una polémica con Bensaïd sobre este punto ver: Cinatti, Claudia, “¿Qué
partido para qué estrategia?”, en Estrategia Internacional Nº 24, Bs. As.,
2007-2008.
[89]
Bensaïd, Daniel, “Sobre el retorno de la cuestión político-estratégica”, en http://www.vientosur.info/articulos...
[90]
Nos referimos a Miguel Rossetto quien fuese ministro de desarrollo agrario del
gobierno del PT en Brasil.
[91]
Bensaïd, Daniel, ob. cit.
[92]
Ver en este número de Estrategia Internacional: Cinatti, Claudia, “Lucha de
clases y nuevos fenómenos políticos en el quinto año de la crisis capitalista”.
[94]
“Una crítica trotskista de Alemania 1923 y la Comintern”, en http://www.icl-fi.org/espanol/spe/3...
1923.html.
[95]
Trotsky, León, “La naturaleza de clase del estado soviético”, en http://www.ceip.org.ar/escritos/Lib....
[96]
Trotsky, León, “Los problemas de la insurrección y de la guerra civil”, ob.
cit.
[97]
“Una crítica trotskista de Alemania 1923 y la Comintern”, ob. cit.
[98]
Trotsky, León, “Programa de Transición”, ob. cit., p. 92.
[99]
Cfr. Maiello, Matías, y Albamonte, Emilio, “En los límites de la ‘restauración
burguesa’”, en Estrategia Internacional Nº 27, Bs. As., 2011.
[100]
Cfr. Maiello, Matías, y Albamonte, Emilio, ob. cit.
[101]
Citado en González, Ernesto, El trotskismo obrero e internacionalista en la
Argentina, Tomo 3, Bs. As., Antídoto, 1999, p. 54.
[102]
Ibídem, p. 53.
[103]
Ibídem, p. 58.
[104]
Trotsky, León, “La situación de la Oposición de Izquierda”, en http://www.ceip.org.ar/escritos/Lib...
T04V104.htm#_ftn20.
[105]
Clausewitz, Carl von, De la Guerra, Tomo III, ob. cit., p. 23.
[106]
Trotsky, León, “La situación de la Oposición de Izquierda”, ob. cit.
[107]
El propio Trotsky había analizado como hipótesis de este tipo de relación entre
un ejército de base campesino que conduzca una revolución triunfante y la
vanguardia obrera de las ciudades en sus intercambios con los oposicionistas
chinos. Cfr. Trotsky, León, “La guerra campesina en China y el proletariado”,
en http://www.ceip.org.ar/escritos/Lib....
[108]
Sobre estas bases endebles fue que se reunificaron las tendencias trotskistas
en 1963. La consecuencia esperable fue un nuevo suceso de este tipo años
después, cuando en Nicaragua la adaptación de la mayoría del Secretariado
Unificado a la dirección del FSLN los llevó a apoyar la expulsión de la
“Brigada Simón Bolívar” organizada por el morenismo.
[109]
Lenin, V. I., “Cuadernos Filosóficos”, en Obras Completas, Tomo 38, Bs. As.,
Cartago, 1960, p. 174.
[110]
Se refiere al Partido Radical francés, un partido históricamente ligado a la
opresión colonial francesa que tenía su base tradicional entre la pequeña
burguesía de las ciudades y campo.
[111]
Trotsky, León, ¿A dónde va Francia?, Bs. As. Pluma, 1974, p. 114.