“Todo lo que surge es
digno de perecer", decía JL. Mefistófeles en la obra clásica de
Goethe. "Todo lo que un día fue real
se torna irreal, pierde su necesidad, su razón de ser", escribía
Engels comentando a Hegel en su célebre obra ‘Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía
clásica alemana’. Y hoy, cerca del final del siglo XX y a partir de los cambios
económico-sociales que ha experimentado el sistema capitalista; del desarrollo
de nuevas formas filosóficas; de descubrimientos científico-técnicos; y del
derrumbe del llamado socialismo real, nos preguntamos: ¿y esto es verdad también
para el marxismo en general y su filosofía en particular?
Si queremos ser coherentes, debemos responder afirmativamente.
Toda concepción teórico-práctica, como es el caso del marxismo, deviene,
cambia, se transforma o pasa a formar parte de la historia. Pero cuando se
trata de explicar con toda objetividad dichos cambios, se requiere hacer varias
distinciones: en primer término, la distinción entre la vigencia de la propia teoría
(y dentro de ella, a su vez, entre el contenido científico, el ideológico y el filosófico)
y las condiciones de recepción que propician eclipses cortos o largos, vinculados
a los intereses dominantes en una sociedad dada. En otros términos, se requiere
distinguir entre las manipulaciones académicas y políticas que, con frecuencia,
son un efecto de las tendencias dominantes en una sociedad dada y la pregunta autentica
y radical sobre la validez o invalidez de un pensamiento. En efecto, hoy, a partir
de la crisis del llamado socialismo real, así como de una sobreacumulación de contradicciones
teóricas y prácticas en el seno de los movimientos socialistas, ha cobrado una
nueva fuerza la vieja ideología extensionista de la muerte del marxismo. Es por
ello que intentar hacer una evaluación objetiva del marxismo; examinar lo que está
vivo y lo que está muerto; caracterizar sus posibilidades presentes y futuras,
es para algunos una tarea ímproba y fuera de moda.
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