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Karl Marx ✆ Graziano Origa |

Traducción del
italiano por César Altamira
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In Italiano |
I. Comencé a
trabajar sobre los Grundrisse durante los años sesenta. Cuando comencé ya era
comunista desde hacía bastante tiempo, aunque no marxista. Yo había trabajado
mucho sobre Kant, Hegel, y el neokantismo, Max Weber, Lukacs y luego, por
último, a principios de los años sesenta, a los 30 años, empecé a leer El
Capital. Había pasado también a través de las interpretaciones de moda en ese
entonces, sobre el joven Marx: había leído y discutido a los Frankfurtianos (no
se pueden imaginar la intensidad de las emociones planteadas por el
"descubrimiento" en Francia, Italia y Alemania) en el clima de un
cierto existencialismo humanístico. Me llevé las mismas ambivalentes (si no
ambiguas) impresiones que había tenido estudiando el marxismo sartriano.
En consecuencia, no tuve dificultades para aprovechar sensatamente la "ruptura epistemologica" que había proclamado Althusser. Esta ruptura no representaba para mí un elemento ni pertinente ni decisivo desde el punto de vista filológico. Lo era más bien (como, por otro lado, quería Althusser) desde el punto de vista de una hermenéutica política y polémica "situada" (como, precisamente, apunto en Kampf-Platz) en el pensamiento revolucionario, en la época de los últimos intentos de éxito del hegelianismo dialéctico en Occidente, como en Oriente. El materialismo marxiano me parecía convertirse en ”entero” precisamente, pasando por esa ruptura – ruptura anti-humanista, en el sentido que las ilusiones del humanismo burgués habían sido para ese momento definitivamente extirpadas y, sobre todo, en el sentido que la dialéctica hegeliana era efectivamente dejada de lado. Para nosotros, educados en el hegelianismo y en las infinitas variaciones de la "conciencia desdichada", este paso era necesario: constituía una propedéutica para la militancia revolucionaria.
En consecuencia, no tuve dificultades para aprovechar sensatamente la "ruptura epistemologica" que había proclamado Althusser. Esta ruptura no representaba para mí un elemento ni pertinente ni decisivo desde el punto de vista filológico. Lo era más bien (como, por otro lado, quería Althusser) desde el punto de vista de una hermenéutica política y polémica "situada" (como, precisamente, apunto en Kampf-Platz) en el pensamiento revolucionario, en la época de los últimos intentos de éxito del hegelianismo dialéctico en Occidente, como en Oriente. El materialismo marxiano me parecía convertirse en ”entero” precisamente, pasando por esa ruptura – ruptura anti-humanista, en el sentido que las ilusiones del humanismo burgués habían sido para ese momento definitivamente extirpadas y, sobre todo, en el sentido que la dialéctica hegeliana era efectivamente dejada de lado. Para nosotros, educados en el hegelianismo y en las infinitas variaciones de la "conciencia desdichada", este paso era necesario: constituía una propedéutica para la militancia revolucionaria.
La lectura de El Capital me resultó sin embargo muy difícil.
Cierto que mi lectura de El Capital no fue la de un filólogo, de un académico,
ni siquiera la de un "marxista" diplomado. Fue, más bien, la de un
militante comunista que quería apropiarse de un método subversivo de
investigación y de un programa de acción. Marx y El Capital debían ser útiles
para hacer política entre los obreros, no sólo para comprender las
contradicciones y las crisis del capital, sino para transformarlas en ocasiones
de lucha en las fábricas y en la sociedad. Cuando, luego de El Capital, me puse
a leer los Grundrisse, reconocí de repente una nueva potencia, inesperada pero
deseada. Fue un proceso genealógico aquel al que fui introducido. Yo ya había
empezado a hacer "co-investigación" con los obreros para comprender
cuáles eran las condiciones en las cuales se desenvolvía la lucha de clases.
Con la inclusión de los Grundrisse, más que hacer «investigación obrera"
se trataba también de el método de Marx. Era redescubrir Marx, reinventarlo. Yo
siempre me he preguntado, como hizo Eric Hobsbawm, a partir de la constatación
de que medio siglo después de la muerte de Marx los Grundrisse aún eran
desconocidos. Y también me pregunto sobre tantos otros (más de los que lo eran)
que se convirtieron en marxistas, si lo hubieran hecho de manera distinta-
aquellos que lo habían hecho sin leer los Grundrisse-, si hubieran podido leer
los Grundrisse simultáneamente con El Capital. Para la manera en como nosotros conocemos
los libros mencionados, nos fue imposible separar los Grundrisse no sólo de El
Capital, sino del papel de operadores políticos que las lecturas de Marx debían
promover.
II. Hobsbawm ha
dicho de los Grundrisse –que se trata de una "especie de taquigrafía intelectual privada que resulta a veces
impenetrable". Creo que este juicio es totalmente inexacto: es cierto
que hay páginas incompletas, y que a veces hay simplemente esquemas, pero no es
correcto concluir que el texto (ni siquiera parcialmente) sea incomprensible.
Al contrario. Sin duda, es un texto difícil pero hay elementos centrales – nada
difíciles de entender– que regulan el hilo. Sobre ello volveremos más adelante.
Es cierto sin embargo, que, aunque puestos bajo una luz menos dramática, los Grundrisse
han representado un punto de inflexión notable en las continuas lecturas y
relecturas del pensamiento marxiano e impuesto una serie de nuevas divisiones
sobre su interpretación. Los hay quienes han considerado los Grundrisse como un
texto delirante, escrito sobre la base del choque fortísimo provocado por la
lectura de la primera crisis global del capitalismo, inspiración sin embargo
frustrada por un consecuente error político. Hay otros que han más bien
considerado los Grundrisse como una nueva fuente interpretativa para el
materialismo dialéctico, el más oficial y ortodoxo. Y luego están aquellos que
han considerado los Grundrisse como homologables del todo con El Capital. Yo
creo que, vistos en forma más realista y políticamente adecuada, los Grundrisse
deben ser leídos – en su ubicación histórica dentro de la evolución del
pensamiento marxiano –como una genealogía no tan (o no sólo) del capital sino,
sobre todo, como fuente de método y de invención de una política
revolucionaria. Si la cuestión es puesta en estos términos y, al mismo tiempo,
olvidamos las bellas fábulas hegelianas de la teleología dialéctica, Althusser
no debería escandalizarse si en este punto asumimos un "Marx entero".
En los Grundrisse se debe por tanto leer el curso de un proceso de constitución
de la lucha de clases: Hans Jürgen Krahl, en medio del 68 francfurtiano, lo
había comprendido perfectamente. En esta perspectiva los Grundrisse son el
proyecto de revolución que el "trabajo vivo" construye desde dentro
de la estructura de la producción capitalista.
Los Grundrisse son, de conjunto, una "práctica
teórica" que asume la rebelión del "trabajo vivo" en la crisis –
considerando esta crisis como una ocasión revolucionaria –y también, como bien
señala Enrique Dussel, un motor generador de las categorías de análisis del
desarrollo capitalista. En definitiva, en los Grundrisse (como lo vieron los
hombres del 68 de manera similar) se puede reconocer un centro dinámico del
pensamiento marxiano, tanto de su historia lógica, como del proyecto
revolucionario. Desde este punto de vista los Grundrisse han constituido un
apoyo absolutamente central para la crítica de toda delegación de conocimientos
y de tareas, considerados de vanguardia, a la teoría; para la crítica de
cualquier concepción de "revolución desde arriba", impuesta al
movimiento real; y más bien como una afirmación de "revolución desde
abajo", como potencial de fuerza autónoma constituyente del comunismo.
Sólo el proletariado puede construir programa.
III. En "Karl Marx's Grundrisse.
Foundations of the emergency of political economy, 150 years later"
(Routledge, Oxford y Nueva York, 2008), silogismo que Marcello Musto recogió
para celebrar, precisamente aquel aniversario, el enfoque está oportunamente
dividido en tres partes. En la primera se consideran las lecturas críticas de
los Grundrisse que han señalado sus líneas conceptuales más importantes (teoría
del valor y del plusvalor, alienación y emancipación, principios del
materialismo histórico, etc.); en la segunda parte se estudia la vida de Marx,
como periodista e intérprete de la primera crisis económica global en 1857-58;
en la tercera se describe y analiza la extraordinaria recepción –una
diseminación, precisamente – de los Grundrisse en el mundo. Este trabajo es
llevado a cabo con rigor y de manera completa. A mí me interesa destacar
algunos aspectos de la lectura que Musto (en buena compañía como dice Michale
R. Krätke) hace de la relación de Marx con la crisis– de la "maravillosa
crisis que habíamos previsto", dice Marx. Ya Sergio Bologna, en nuestra
juventud, nos había ofrecido una insuperable pintura de este período
("Moneda y crisis: Marx corresponsal del New York Daily Tribune", en
Bologna, Carpignano, Negri, crisi, organizzazione operaia, Feltrinelli, Milán,
1974). Los dos elementos a subrayar, en el renovado análisis de este libro, me
parece, son la insistencia en que el análisis marxiano no sigue simplemente el
acontecimiento crítico, sino que recupera los aspectos categoriales, el
dispositivo teórico inmanente. En este caso la normativa que erosiona el
vínculo moneda-crisis, medida-producción, producción-explotación. Ahora bien, y
este es el segundo elemento, precisamente porque esta inmanencia de la crisis
monetaria en aquella social (en la relación de clase) es tan profunda,
precisamente por esta razón, toda crisis será considerada de manera singular
(como pertinente a la particular determinación de la lucha de clase que la
sostiene) y cada continuidad crítica del capital será considerada según
criterios de discontinuidad. 1857-58, crisis de superproducción, cierto. Pero
cualquier otra crisis no es homologable a ésta y dependerá, más bien, de las
condiciones concretas de las relaciones de clase en que ésta se desenvuelve.
Medidas y límites, causalidad y casualidad no son normas abstractas, sino
dispositivos de la investigación (sobre las luchas, sobre las determinaciones
de la lucha de clases) una vez descubiertos. Diferencias, relaciones
desiguales, correspondencias no rígidas regulan, en este punto, el método. Hay
un anti determinismo muy fuerte en los Grundrisse, desde el comienzo al fin: en
la aproximación a la crisis, en la invención y en la primera experimentación
del método. Esta idea me parece un gran aporte expuesto en este texto.
Método de la discontinuidad, por lo tanto un universo plural
por descubrir. Es muy importante esta definición – ella nos permite reabrir la
investigación en la continuidad de la investigación misma, de conducirla en
términos de experimentación. Forschung, Darstellung –pero luego, nueva
Forschung y nueva Darstellung. Cuando se dice Forschung se dice profundizar en
la experiencia allí misma, desde adentro, siempre dispuestos a encontrar lo
nuevo. El método crítico (mejor dicho subversivo) construye un misil en varias
fases y cada fase nos lleva más lejos y pone en condiciones de construir
conceptos cada vez más intensos y ampliados. Así, al avanzar la investigación
dentro del desarrollo capitalista, la vida es cada vez más investida por el
proceso productivo y el método permite al investigador ampliar sus
descubrimientos, mucho más allá de las determinaciones genéticas de la propia
investigación –y llegar hoy a analizar tanto las consecuencias biopoliticas
como las ecológicas presentadas en la interesante contribución de J. B. Foster.
Precisamente por esto, la conceptualización se vuelve cada vez más rica, en
términos analíticos y también proyectuales, y el marxismo se presenta como una
obra abierta. Marcello Musto nos entrega un ejemplo, referido a la categoría de
“común” que, sin duda, resulta extremadamente eficaz. Dada la radical
diversidad entre el común como "dependencia” entre los individuos al
comienzo de la civilización (en tribus, familias, etc. ) y el común en el
capitalismo maduro, donde la independencia de la singularidad está integrada
por la dependencia social que se expresa en la división del trabajo… bien, sólo
si asumimos la crisis como motor de transformación ontológica, el método de
Marx, formado en la crisis, podrá ser apto para "sobrevolar" y por lo
tanto (como quería Deleuze) alcanza la abstracción determinada.
IV. Como decíamos
más arriba, encontramos (y está bien ilustrado en el texto a cargo de Musto)
las líneas principales que, nucleadas en los Grundrisse, resaltan el carácter
de obra política "comunista". El punto fundamental consiste en que el
dinero aquí está planteado como inmediatez del valor. Es así como Marx lo
recoge. Respecto de El Capital, aquí no se parte de la mercancía sino del
dinero; no se parte del valor uso por excelencia (que es el "trabajo
vivo") sino de su explotación capitalista; no se parte del dinero sólo
como medida de la explotación sino del dinero como regla sobredeterminada del
antagonismo producto de la explotación; no del dinero como forma exclusiva de
expresión de valor sino del proceso de socialización del capital como su
presupuesto. El antagonismo de clase está en la base de todo el proceso, y la
relación de explotación representa el contenido del equivalente monetario, como
el signo de su crisis. Es de hecho la crisis la que permite incorporar este
fundamento (que no es otro que la relación social del capital). Con esto, el
capital es, desde un principio desprovisto lanzado de su poder. "Es
absolutamente necesario que los elementos violentamente separados, que son
esencialmente homogéneos, mediante una violenta erupción, se muestren cómo
escisión de algo que es esencialmente homogéneo. La unidad se restablece
violentamente. Cuando la escisión extrema es puesta en erupción, los
economistas agregan la unidad esencial y abstracta de la alienación”
(Grundrisse, I, p. 68).
No se puede estar en desacuerdo con Terrell Carver cuando,
en su artículo "Marx's conception of alienation in the Grundrisse”,
establece de manera refinada, la conexión entre las diversas formas
lingüísticas que, alrededor del concepto fundamental de la "alienación”,
representan la "escisión" producida por la explotación, e indica la
estructura de la crítica de la economía política que dicha escisión rescata, es
decir, la máquina antagónica que organiza la célula elemental de esta relación.
(Y no se puede no estar de acuerdo incluso con la sustancial recomposición que
desarrolla sobre las distintas fórmulas utilizadas por Marx, a lo largo del
curso de toda su vida, para expresar, precisamente, la célula primaria). De la misma
forma que se debe valorar el diseño que recorre el capítulo de Joachim Bischoff
y Christoph Lieber, "The concept of value en modern Economy: on the
relationship between money and capital en Grundrisse".
Porque aquí, la máquina antagonista del plusvalor (PV) –es
decir, la ley del valor como ley de la explotación– acciona como estructura
plural y dinámica de recomposición productiva del proceso de acumulación
capitalista y del comando sobre los antagonismos que en él surgen. Estructura
dinámica, porque sólo en el capitalismo las relaciones de dominio consiguen
funcionar progresivamente mistificando la explotación en términos de producción
de riqueza. En cuanto al valor de cambio, éste no es simple signo de
circulación sino motor de la producción; y las formas burguesas de solución del
conflicto de clase representan un universo ontológicamente consistente. Todo
esto, contra cualquier concepción catastrofista, contra cualquier pretensión de
autodestrucción o, simplemente, contra la perspectiva de un decrecimiento
necesario del desarrollo capitalista. Pero, por otra parte, estructura plural:
la ley del valor funciona efectivamente también como instrumento fundamental
para regular la competencia (mercantil). Marx está bien alejado de toda ilusión
sobre el funcionamiento del mercado en términos ideales. No, el mercado es así
(y hoy, añado, el funcionamiento del capital financiero lo demuestra
abundantemente); siempre se encuentran esos monstruos reinventados y re
propuestos para generar impotencia en los trabajadores: un capitalismo
monopolista de Estado (que todo oprime y comanda) y ni siquiera un capital
social que siempre recompone y subsume de manera totalitaria todo proceso
singular de acumulación. El capital no es un Leviatán sino una "relación
social", subordinada a la lucha de clases. En la ley del valor se
articulan tanto intercambios y equivalencias, enfrentamientos y estructuras –de
manera cada vez más plural y antagónica. Es este antagonismo que define la ley
del valor, que lo muestra no como un modelo de medida temporal, sino como la
relación siempre inconclusa entre el poder de la acumulación del capital y la
potencia productiva del trabajo vivo.
V. El intento más
explícito de dar a los Grundrisse un carácter innovador que vuelva la enseñanza
marxiana adecuada al análisis del presente es, en el texto que analizamos, el
de Moishe Postone, "Rethinking capital en light of the Grundrisse".
Resulta conocido como Postone la emprende contra el "marxismo
tradicional”. Considera que el marxismo tradicional considera al trabajo como
punto de partida de la crítica del capital; propone, en su reemplazo,
considerar el recorrido crítico marxiano de la relación contradictoria que se
establece entre las formas de la vida social y las formas de la riqueza: van de
la mano y se modifican conjuntamente. Las páginas del “Fragmento sobre las
máquinas" de los Grundrisse se incorporan como clave de la demostración:
la ley de la medida del valor-tiempo resulta de hecho disminuida con la
transformación tecnológica que sigue al modo de producción de la "gran
industria" (el último por él conocido). La jerarquía que se establecía
entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, y la calidad productiva y
valorizante de esta figura de la fuerza de trabajo se desborda con la
revolución tecnológica y la ley del valor termina por ser utilizada como arma
ideológica en la gestión política del capital por parte de la burguesía. Etc. ,
etc. . En resumen, en la polémica contra el marxismo tradicional, parece
escuchar algún recitado de la Biblia del post-obrerismo, su analítica. Lo mismo
ocurrirá cuando Postone analice las categorías marxianas utilizadas en los
Grundrisse al insistir en considerar su carácter, específicamente histórico y
tendencial.
Más duda me sobrevienen en el discurso de Postone cuando,
acentuando la "duplicidad" de las categorías marxianas (la de fuerza
de trabajo como capital variable o como clase es ejemplificativa) – pretende
que no haya solución estructural (revolucionaria?) tras la determinación
histórica de la "subsunción real" de la sociedad en el capital. Ya
Panzieri y Tronti (a finales de los años cincuenta) destacaban esta situación,
denunciando en ella la "magia del método" (dual, dialéctico negativo)
y un consiguiente “bloqueo de la investigación". Si todo ha sido absorbido
por el capital, ¿como se define la determinación revolucionaria?, ¿cómo surge
la “diferencia esencial" de la clase? Postone responde que la única
conclusión frente a este desarrollo lógico consiste en la catástrofe (aunque
también, paradójicamente, en la realización) final del desarrollo capitalista:
le seguirá la extinción del proletariado. Es necesario, lamentablemente,
observar que con esto se extingue también todo aporte de Postone en la
detección de las novedades introducidas por los Grundrisse. El encuentro con
las tesis del obrerismo se desvanece tras la renovación del horizonte, a veces
pesimista, a veces utópico, de la escuela de Francfort. ¿En qué consiste ese
punto de vista? En la convicción, repetida hasta la saciedad, que las contradicciones
estructurales del capital no podrán ser reducidas a los conflictos de clase.
Aquí no tenemos ya que leer el "marxismo tradicional" sino, pura y
simplemente, enfrentarnos con la filosofía socialdemócrata. Aquí se pierde el
elemento más específico del marxismo de los Grundrisse, su determinación
ontológica, expresada siempre en nuevas formas de subjetividad de clase. Fuera
de cualquier determinismo tecnológico, precisamente en nombre de las formas de
vida que el análisis de vez en cuando asume en la investigación, surge, en
efecto, la potencia transformadora de la lucha de clases. En la subsunción real
de la sociedad en el capital – enseña el futurismo marxiano de los Grundrisse –
se revela la nueva calidad de la subjetividad revolucionaria: General Intellect
como parte del capital, por un lado; y por la otra, multitud (es decir conjunto
cooperativo de singularidades sociales productivas) como clase, que rompe el
"bloqueo" de la actividad revolucionaria; que se encuentra
transformada como dualidad ontológica de la fuerza de trabajo.
No es posible –estabilizada la condición analítica fijada
por los Grundrisse, en el presente de subsunción real de la sociedad –pensar en
un despliegue de análisis, en un salto hacia adelante, que no esté vinculado a
una fuerza, a un sujeto que opera este salto. Así termina realmente aquella
dialéctica que, como Althusser lo había visto muy bien, castraba el proyecto
revolucionario. Sólo la subjetividad política de clase, no como elemento
externo al desarrollo del capitalismo, sino como fuerza que se mueve
"dentro y contra" el capital – enseñan los Grundrisse – permite, en
efecto, leer en el presente la lucha de clases contra el dinero-capital-crisis.