
- “Marxismo y feminismo son una sola cosa: marxismo”. Heidi Hartmann & Amy Bridges
- “Una revolución no es digna de llamarse tal si con todo el poder y todos los medios de que dispone no es capaz de ayudar a la mujer -doble o triplemente esclavizada, como lo fue en el pasado- a salir a flote y avanzar por el camino del progreso social e individual”: León Trotsky
Desde lo que se ha dado en llamar “la segunda ola” del
feminismo, las controversias entre esta corriente y el marxismo estuvieron a la
orden del día. Creemos que no hubiera podido ser de otra manera: si el
feminismo de la primera ola tuvo como interlocutor privilegiado al movimiento
revolucionario de la burguesía -discutiendo sus parámetros de ciudadanía y
derechos del Hombre que
no incluían a las mujeres de la clase en ascenso -, el de los años 70 dialogó -y no siempre en buenos términos – con el marxismo, abordando cuestiones que van desde la relación entre opresión y explotación hasta la reproducción de los valores patriarcales al interior de las organizaciones de izquierda y el fracaso de los llamados “socialismos reales”.
no incluían a las mujeres de la clase en ascenso -, el de los años 70 dialogó -y no siempre en buenos términos – con el marxismo, abordando cuestiones que van desde la relación entre opresión y explotación hasta la reproducción de los valores patriarcales al interior de las organizaciones de izquierda y el fracaso de los llamados “socialismos reales”.
En este período se advierten los esfuerzos teóricos de parte
del feminismo de unificar clase y género en el intento de subsumir los análisis
sobre las mujeres a las categorías marxistas ortodoxas. “Algunas feministas
mantenían que el género era una forma de clase, mientras que otras afirmaban
que se podía hablar de las mujeres como clase en virtud de su posición dentro
de la red de relaciones de producción ‘afectivo-sexuales” (1) .
Este intento se basaba en que la mayoría de las teóricas
feministas radicales provenían de las filas de la izquierda (2) “y más
específicamente de la izquierda marxista. El feminismo radical se desarrolla
como un enfrentamiento con la izquierda ortodoxa. [...]. Así apuntan a una
serie de problemas en las concepciones marxistas sobre la opresión de la mujer,
sustituyéndolas por la tesis central de que la mujer constituye una clase
social. En respuesta a esta tesis se desarrolla el feminismo socialista que
intenta combinar el análisis marxista de clases con el análisis sobre la
opresión de la mujer. En sentido más general, lo que se ha dado en llamar la
relación entre la sociedad patriarcal y la sociedad de clases” (3).
Otras autoras señalan que fue el mismo “desencanto ante el
socialismo surgido de la revolución [lo que] ha dado un impulso a la aparición
de la teoría feminista” (4). Incluso, postulando que el análisis de Kate
Millet, en su reconocido libro Sexual Politics, fue lo que permitió al
feminismo radical llegar a la conclusión de que “era necesaria una revolución
para cambiar el sistema económico, pero no suficiente para liberar a la mujer” (5)
.
Si estas interlocuciones eran ineludibles es porque el
feminismo, como movimiento que aspira a la emancipación de las mujeres de toda
opresión, debe necesariamente dialogar con las corrientes teóricas y políticas
que expresan las tendencias revolucionarias de la época.
Y en este sentido, que el feminismo haya tenido que ubicar
al marxismo como un interlocutor necesario -aun en el enfrentamiento agudo de
posiciones divergentes -, es un reconocimiento implícito a que la clase obrera,
la lucha de clases y el socialismo son categorías que dan cuenta del modo de
producción en el que vivimos, basado en la explotación de millones de seres
humanos por parte de un puñado de capitalistas. Horizonte de la discusión y de
las controversias suscitadas entre feminismo y marxismo, mientras no
desaparezca la propiedad privada de los medios de producción.
Además, históricamente, feminismo y marxismo nacieron en el
modo de producción capitalista, aun cuando la opresión de las mujeres y de las
clases fueran anteriores a la explotación del trabajo asalariado. El desarrollo
del proletariado y la destrucción de la economía familiar precapitalista se
encuentran en el origen de ambas corrientes de pensamiento.
Por eso, quien aspire a acabar con la opresión, y no sólo a
lograr sesudas elaboraciones teóricas abstractas de dudosa capacidad
emancipatoria, debe dar cuenta de esto. Y así lo hicieron el feminismo radical,
el feminismo socialista, el feminismo materialista, el feminismo de la
igualdad, el de la diferencia e incluso el postfeminismo, en un diálogo
controversial pero también, en algunos aspectos, fructífero, durante los
últimos treinta años. ¿Cuáles son los nudos centrales de esa controversia?
Las feministas liberales prestaron poca atención sobre los
orígenes de la desigualdad sexual y más bien sostuvieron que la sociedad
“moderna” (es decir, capitalista), con sus avances tecnológicos, sus riquezas y
abundancia y con el desarrollo de la democracia como régimen político, es
condición de posibilidad para la lucha por la equidad de género, la que
alcanzará sus resultados progresiva y gradualmente (6).
Las feministas radicales, por el contrario, enfatizaron la
existencia de la dominación masculina (patriarcado) en todas las sociedades
existentes. Desde este punto de vista, aunque parecieran compartir con el
socialismo la premisa de que en el sistema capitalista es imposible plantearse
la liberación humana; lo cierto es que se muestran escépticas sobre la
capacidad del socialismo para crear una verdadera democracia basada en la
abolición de la esclavitud asalariada y sobre la cual pueda asentarse la
emancipación definitiva de las y los oprimidos.
Para el feminismo radical no habrá cambio social sin una
revolución cultural que lo preceda. Por ello, cada uno debe empezar por
cambiarse a sí mismo para cambiar la sociedad.
De allí el énfasis en constituir organizaciones no
jerarquizadas y espontáneas de mujeres, donde el objetivo central es la
“auto-concienciación” que develaría el significado político de los
sentimientos, las percepciones y las prácticas naturalizadas en la vida
cotidiana. Este ejercicio de auto-conciencia daría paso a la liberación sexual
y la creatividad que permitirían entonces transformar las relaciones opresivas.
Como señala Mac Kinnon: “… la concienciación es a la vez expresión de sentido
común y definición crítica de los conceptos. [...] A través de la
concienciación, las mujeres comprenden la realidad colectiva de su condición
desde dentro de la perspectiva de esa experiencia, no desde fuera”(7) .
Pero, tanto desde el punto de vista teórico como del político,
hay diferentes sectores dentro del feminismo radical. Desde quienes se ven como
parte y en alianza con otros sectores del movimiento socialista, hasta quienes
absolutizan la recuperación de una cultura femenina, con valores propios y, por
lo tanto, incluso llegan a plantearse políticas separatistas, intentando crear
comunidades en donde se recree otra cultura opuesta a la cultura dominante, a
la que consideran masculina (patriarcal). Hay quienes sostienen posiciones
teóricas acerca del ser mujer que rozan con el esencialismo biologicista, hasta
quienes adhieren a posiciones materialistas economicistas que recaen en nuevos
idealismos.
Con estas diversas corrientes feministas, que numerosas
autoras -y en este caso, haremos lo mismo – engloban bajo la denominación de
feminismo radical, es que intentaremos debatir, señalando algunos de esos ejes
controversiales que se mantuvieron en el diálogo con el marxismo durante los
últimos treinta años.
I. Capitalismo y
patriarcado, un matrimonio bien avenido (O el por qué de la necesidad de la
revolución socialista)
“Tanto las feministas
radicales como las feministas socialistas están de acuerdo en que el
patriarcado precede al capitalismo, mientras que los marxistas creen que el
patriarcado nació con el capitalismo” (8).
En sencillas palabras, Z. Eisenstein señala una de los malos
entendidos más reiterados en relación al marxismo, por parte de las feministas.
A pesar de que en este artículo, la feminista socialista norteamericana hace un
análisis pormenorizado de los textos de Marx y Engels, culmina con este grueso
error de apreciación.
Si la citamos no es por el valor que tenga en sí mismo este
pequeño párrafo, sino porque es uno de los sentidos comunes más divulgados: el
de que, para el marxismo, sólo existiría opresión patriarcal en el sistema
capitalista. Por el contrario, Marx y Engels -pero sobre todo este último –
insistieron en la existencia de la opresión de las mujeres en todas las
sociedades con Estado -y no sólo en el capitalismo-, vinculando el patriarcado
a la existencia de las clases sociales.
Más aún, Engels señala -en su conocida obra sobre el origen
de la familia y con un tono que podría considerarse más radical que el de las
feministas radicales, teniendo en cuenta el momento de su escritura- que “la
monogamia no aparece de ninguna manera en la historia como un acuerdo entre el
hombre y la mujer, y menos aún como la forma más elevada de matrimonio. Por el
contrario, entra en escena bajo la forma del esclavizamiento de un sexo por el
otro, como la proclamación de un conflicto entre los sexos, desconocido hasta
entonces en la prehistoria.
En un viejo manuscrito inédito, redactado en 1846 por Marx y
por mí, encuentro esta frase: ‘la primera división del trabajo es la que se
hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de hijos.’ Y hoy puedo
añadir: el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide
con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y
la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino. La
monogamia fue un gran progreso histórico (9), pero al mismo tiempo inaugura,
juntamente con la esclavitud y con las riquezas privadas, la época que dura
hasta nuestros días y en la cual cada progreso es al mismo tiempo un regreso relativo
y el bienestar y el desarrollo de unos se verifican a expensas del dolor y de
la represión de otros. La monogamia es la forma celular de la sociedad
civilizada, en la cual podemos estudiar ya la naturaleza de las contradicciones
y de los antagonismos que alcanzan su pleno desarrollo en esta sociedad”(10) .
Ahora bien, si el malentendido subsistió – y por largo
tiempo- hay que buscar la razón que lo sustenta. Lo que sí es cierto es que,
para el marxismo, patriarcado y capitalismo establecen una relación diferente y
superior a la establecida en los anteriores modos de producción. Como señala
Celia Amorós: “Lo que sí es muy cierto, restringiéndonos ahora al modo de
producción capitalista, es que, como ya señaló Rosa Luxemburgo, el capitalismo
es un sistema de discriminación en la explotación -al mismo tiempo que de
explotación sistemática de toda forma de discriminación, podríamos añadir”(11)
.
Como diría la feminista española, para las mujeres obreras,
la opresión introduce un incremento diferencial en su explotación. Pero, por el
contrario, hay opresiones que, no sólo no implican, sino que descartan la
combinación con la explotación e incluso, convierten a la mujer en integrante
de la clase explotadora (por ejemplo, en el caso de una mujer casada con un varón
burgués).
Como ya hemos señalado en otras oportunidades, el
capitalismo arrancó a la mujer del ámbito privado. Acabó con los designios
oscurantistas de la Iglesia que naturalizaban el rol de las mujeres como
garantes del “fuego” del hogar. Consiguió el desarrollo médico y científico que
permitió que, por primera vez, la separación entre la reproducción y el placer
pudiera ser efectiva. Permitió el más amplio conocimiento sobre el aparato
reproductor femenino. Con el desarrollo de la técnica y la maquinaria,
desmitificó el supuesto de tareas, trabajos y profesiones masculinos o
femeninos, basados en las diferencias anatómicas. Y también ha convertido en un
hecho al alcance de la mano la socialización de las tareas domésticas (12) .
Pero, como ha señalado Trotsky -en discusión sobre otros
términos -, “el capitalismo ha sido incapaz de desarrollar una sola de sus
tendencias hasta el fin”(13) . Eso significa que mientras empuja a las mujeres
al ámbito de la producción, lo hace con salarios menores a los de los varones
por la misma tarea, para de ese modo también presionar a la baja el salario del
conjunto de la clase. Significa que, mientras impulsa la feminización de la
fuerza de trabajo, lo hace sin quitarle a las mujeres la responsabilidad
histórica por el trabajo doméstico no remunerado, recargándolas con una doble
jornada laboral. Que mientras tira por la borda, con los hechos mismos del
desarrollo científico y técnico, los prejuicios más oscurantistas sostenidos
por el clero y los fundamentalismos religiosos, se apoya en la ideología
reaccionaria de la Iglesia para mantener el sometimiento y el dominio terrenal
en aras de una futura libertad infinita en el más allá. Que mientras desarrolla
los lavaderos automáticos, la industrialización de la elaboración de alimentos,
etc., mantiene la privatización de las tareas domésticas para que, de ese modo,
el capitalista se vea exento de pagar gran parte del esfuerzo con el cual se
garantiza la reproducción de la fuerza de trabajo.
Muchas veces se habla del progreso de las mujeres en las
últimas décadas. Inversamente, también en el capitalismo, bajo el cual se han
desarrollado las mayores riquezas sociales que ha dado la humanidad en toda su
historia, existen actualmente 1300 millones de pobres, de los cuales el 70% son
mujeres y niñas. Las mujeres son las que más sufren las consecuencias de los
planes de hambre que imponen los organismos multilaterales y el imperialismo a
través, incluso, de sus mejores especialistas en “género y desarrollo”.
El capitalismo encierra éstas y otras paradojas. Mientras
recrea permanentemente su propio sepulturero, también crea, para las mujeres,
las condiciones de posibilidad de una igualdad de género nunca antes alcanzada,
pero a la que luego no le permite acceder a millones de mujeres explotadas en
el planeta.
De aquí se concluye en otra de las controversias que han
recorrido este diálogo entre marxismo y feminismo desde los años 70: la
situación en la que vivimos bajo el capitalismo pareciera indicar que es
necesaria la revolución social para acabar con tanta injusticia, pero ¿la
revolución proletaria es suficiente para la emancipación de las mujeres?
El conocido diálogo entre Bárbara Ehrenreich y Susan
Brownmiller de 1976 se refería a este mismo dilema (14) . En el diálogo entre
las feministas norteamericanas, donde una festejaba la revolución celebrando
las diferencias existentes entre una sociedad en la que el sexismo se expresa
en forma de infanticidio femenino y una sociedad en la que el sexismo toma la
forma de una representación desigual en el Comité Central, agregando que esa
diferencia es una por la cual vale la pena morir; la otra respondía con que “un
país que ha hecho desaparecer la mosca tse-tsé puede introducir un número
paritario de mujeres en el Comité Central por decreto”(15) .
Consideramos que ninguna de las dos responde a la
complejidad del problema planteado. En primer lugar, porque si bien, en
apariencia, el infanticidio femenino resulta de una gravedad diferente a la
falta de representación femenina en un gobierno, la solución a uno de los
problemas no es razón suficiente para dejar de ver el segundo. Pero, suponer
que siglos de opresión que pesan sobre el género femenino podrían eliminarse
drástica y mágicamente con decretos revolucionarios es absurdo.
Las feministas que abogan por los cambios culturales en aras
de una nueva contracultura no patriarcal, desdeñan la necesidad de esos cambios
cuando adhieren sin cuestionamientos a los regímenes burocráticos que han
expropiado la revolución a las masas, o bien, son impacientes frente a la
experiencia del poder obrero que transforma radicalmente la estructura
económica y social y, por primera vez en la historia, permite a las masas
lanzarse audazmente a la creación de nuevos valores y una nueva cultura.
La idea de que un cambio profundo de los valores y de la
cultura son necesarios no es un invento de las feministas radicales de los 70.
Ya Lenin planteaba, en 1920, que “la igualdad ante la ley todavía no es
igualdad frente a la vida. Nosotros esperamos que la obrera conquiste, no sólo
la igualdad ante la ley, sino frente a la vida, frente al obrero. Para ello es
necesario que las obreras tomen una participación mayor en la gestión de las
empresas públicas y en la administración del Estado. [...] El proletariado no
podrá llegar a emanciparse completamente sin haber conquistado la libertad
completa para las mujeres”(16) . Y Trotsky escribía, en 1923, su célebre
Problemas de la vida cotidiana, donde incluso discute hasta el uso del lenguaje
procaz, el bajo nivel cultural de las masas en la Unión Soviética y su relación
con la situación de opresión de las mujeres. No son meros resabios de
“sensibilidad” individual lo que los ha llevado a pronunciarse sobre tales
cuestiones. La teoría de la revolución permanente, cuya autoría le pertenece a
León Trotsky, esboza entre otras cuestiones el carácter permanente de la
revolución socialista como tal; es decir, como un proceso de “duración
indefinida y de una lucha interna constante, [en el que] van transformándose
todas las relaciones sociales. [...] Las revoluciones de la economía, de la
técnica, de la ciencia, de la familia, de las costumbres, se desenvuelven en
una compleja acción recíproca que no permite a la sociedad alcanzar el
equilibrio”(17) .
No concluimos que la emancipación de las mujeres está
garantizada automáticamente con la revolución socialista o con algunas leyes y
decretos progresivos que pueda promulgar la clase obrera en el poder. Pero
afirmamos que lo contrario sí es cierto. Por eso, contraponer la necesidad de
un cambio cultural a la necesidad de trastocar el sistema capitalista desde su
raíz, sólo puede servir a los fines de desestimar la idea de la revolución
social. Es en los estrechos marcos del sistema capitalista donde la
emancipación de los oprimidos adquiere el carácter de una verdadera utopía.
Creemos que todos los derechos formales que las mujeres
hemos arrancado al capitalismo con nuestra lucha se convierten en papel mojado
si no se apunta a transformar el corazón de este sistema, basado en la más
abyecta de las jerarquías que es la de que un puñado de personas viva a
expensas de la explotación descarnada de millones de seres humanos. Pero a
pesar de esto, no consideramos que haya etapas “obligadas” en la lucha por
nuestra emancipación. Creemos que, mientras luchamos por un sistema donde no
existan la explotación ni la opresión, es nuestro deber irrenunciable impulsar
y ser parte de las luchas de las mujeres por las mejores condiciones de vida
posibles aun en este mismo sistema, por los derechos democráticos más elementales,
incluso en alianza con todos y todas las que luchen por esos derechos -aun
cuando no compartan la idea de que otro sistema de verdadera igualdad y
libertad es posible.
Pero hoy, cuando tantas mujeres se incorporan a los
parlamentos y los organismos multilaterales de “desarrollo”, mientras tantas
otras mueren por hambre, por abortos clandestinos y por bombas de uranio
empobrecido, la reflexión se hace urgente y más necesaria que nunca.
Porque no se trata de violencia simbólica e, incluso, porque
la revolución cultural que reclama la mayoría de las feministas no puede
limitarse a una simple conversión de las conciencias y de las voluntades, ya
que el fundamento de esa opresión no reside en las conciencias engañadas a las
que bastaría iluminar, sino en lo que Pierre Bourdieu llamaría “una inclinación
modelada por las estructuras de dominación que las producen”(18) . Algo que nos
obliga a poner en cuestión la necesidad de una transformación radical de las
condiciones sociales de producción de esas inclinaciones.
Por eso creemos que no plantearse la relación estrecha entre
capitalismo y patriarcado, a esta altura de la historia, además de miopía
teórica, es ceguera política.
II. Una discusión
sobre el sujeto de la emancipación (O el por qué de la necesidad de unir las
filas obreras en la lucha contra toda explotación y opresión)
Una de las controversias más importantes es la que refiere
al sujeto de la emancipación. ¿Son las mujeres mismas o es la clase obrera? En
esta dicotomía se sustentan largos debates. En ninguna de estas objeciones se
señala el hecho categórico de la tendencia a la feminización de la fuerza de
trabajo, que constituye a las mujeres en uno de los sectores más explotados de
la clase obrera, no sólo porque pesan sobre ellas los apremios de una doble
jornada laboral -remunerada en la fábrica y no remunerada en el trabajo
doméstico-, sino porque sus condiciones laborales son las de mayor
precarización y flexibilización.
Este hecho, sólo para demostrar que el antagonismo entre los
términos parte de una omisión: las mujeres constituyen un grupo interclasista y
la clase es una categoría que remite a un agrupamiento intergénerico; es decir,
no son términos que se contraponen porque no son categorías del mismo nivel
explicativo.
Dicho esto, entonces, la formulación más precisa debería
ser: ¿quién es el sujeto de la emancipación de las mujeres? ¿Las mujeres de las
distintas clases sociales asociadas en base a su interés de género? ¿O bien las
mujeres de la clase obrera, asociadas con los varones de su misma clase, y
conduciendo una alianza con las mujeres oprimidas de otras clases subalternas
que deseen acabar verdaderamente con esta situación de opresión?
Para las marxistas, si la emancipación de las mujeres no
puede realizarse sin la destrucción del sistema capitalista, por tanto, el
sujeto revolucionario será el proletariado (lo que incluye mujeres y varones).
Pero en esta lucha específica, las mujeres obreras encabezarán el combate por
su propia emancipación y por conseguir que los varones de su propia clase
incorporen la lucha contra la opresión en el programa revolucionario de las
filas proletarias, como uno de los aspectos integrados a la lucha de clases más
amplia. Todos los ejemplos históricos muestran la relación existente entre el
desarrollo de la conciencia emancipatoria y el logro de conquistas relativas en
los derechos de género, con situaciones más generales de la lucha de clases. Y
también, ejemplos contrarios: cómo las situaciones más reaccionarias, de
retroceso de la lucha de clases, anticiparon y fueron el marco de un retroceso
también agudo en los derechos conquistados por las mujeres.
Muchas veces las feministas han discutido que en la
izquierda prima la idea de que cualquier objeción sobre la opresión de las
mujeres, rompería la unidad necesaria de las filas obreras para enfrentar al
enemigo de clase.
Es cierto, lamentablemente se trata de un prejuicio
populista muy extendido entre las filas de la izquierda. Sin embargo,
parafraseando a Marx, sostenemos que no puede liberarse quien oprime a otros.
Porque no hay posibilidad de que la clase, que es en sí revolucionaria por el
lugar que ocupa en la producción, pueda erigirse en la dirección revolucionaria
del conjunto del pueblo oprimido, sin considerar también que existe la opresión
en sus filas; que millones de mujeres trabajadoras y del pueblo pobre sufren la
humillación, el sometimiento y el desprecio de la mano de los miembros
masculinos de su clase.
Porque los revolucionarios consideramos que cada vez que una
mujer es abusada, golpeada, humillada, considerada un objeto, discriminada,
sometida, la clase dominante se ha perpetuado un poco más en el poder. Y la
clase obrera, en cambio, se ha debilitado. Porque esa mujer perderá la
confianza en sí misma y por lo tanto en sus propias fuerzas. Atemorizada,
creerá que la realidad no puede cambiarse y que es mejor someterse a la
opresión que enfrentara y poner en riesgo su vida. Y la clase obrera se
debilita, también, porque ese hombre que golpeó a su compañera, que la humilló,
que la consideró su propiedad, está más lejos que antes de transformarse en un
obrero conciente de sus cadenas, está un poco más lejos de reconocer que, en la
lucha por romper sus cadenas, debe proponerse liberar a toda la humanidad de
las cadenas y contar a todos los oprimidos como sus aliados.
Por esa razón, el programa del trotskismo plantea lo opuesto
a lo que sostienen los populistas: si la unidad de las filas obreras es
necesaria, entonces es imperioso erradicar los prejuicios contra los inmigrantes,
las barreras que se alzan entre efectivos y contratados, combatir contra la
ideología que impone la represión del adulto sobre el joven y, en este mismo
sentido, luchar denodadamente contra la opresión de las mujeres. Ellas deberán
dejar de ser “las proletarias del proletario”(19) , las personas sumisas y
consideradas objetos de la propiedad del varón.
Por eso el programa del marxismo revolucionario señala: “Las
organizaciones oportunistas, por su naturaleza misma, centran principalmente su
atención en las capas superiores de la clase obrera, y por consiguiente,
ignoran tanto a la juventud como a la mujer trabajadora. Ahora bien, la
declinación del capitalismo asesta sus golpes más fuertes a la mujer, como
asalariada y como ama de casa”(20) . Y culmina con la consigna “¡Paso a la
mujer trabajadora!”.
Conclusiones / Revisionismo
antifemenino vs. Marxismo revolucionario y emancipatorio
Las controversias serían menos si, en todo caso, las
diversas corrientes del feminismo radical reconocieran que, bajo la denominación
de marxismo, no se halla una corriente homogénea y monolítica. Por empezar,
habría que diferenciar entre reformistas y revolucionarios; algo que no es de
menor importancia cuando tratamos la cuestión de la opresión de las mujeres.
Porque no creemos casual que, entre los movimientos de los trabajadores que han adoptado posiciones reformistas, los problemas específicos de la superexplotación de las mujeres hayan sido resueltos desde una tónica anti-femenina. Sin ir más lejos, es sabida la historia de la dirigencia tradeunionista británica, los proudhonianos de la Iº Internacional o el mismo Lassalle del Partido Obrero Alemán (pre-marxista) que cuestionaban la incorporación de las mujeres a la producción y, por lo tanto, se manifestaban contrarios a su organización como trabajadoras.
Porque no creemos casual que, entre los movimientos de los trabajadores que han adoptado posiciones reformistas, los problemas específicos de la superexplotación de las mujeres hayan sido resueltos desde una tónica anti-femenina. Sin ir más lejos, es sabida la historia de la dirigencia tradeunionista británica, los proudhonianos de la Iº Internacional o el mismo Lassalle del Partido Obrero Alemán (pre-marxista) que cuestionaban la incorporación de las mujeres a la producción y, por lo tanto, se manifestaban contrarios a su organización como trabajadoras.
En la IIº Internacional, el mismo revisionista Bernstein (21)
del Partido Socialdemócrata Alemán, defendió la igualdad legal para la mujer,
pero se opuso con ataques satíricos a la organización militante de las mujeres
trabajadoras que encabezaba Clara Zetkin, la que sin embargo, en ocasión de
dividirse el partido por la traición de sus más altos dirigentes a los
principios de clase, se mantuvo en el ala revolucionaria (22) .
Por otra parte, nada menos que Augusto Bebel, autor de La
mujer y el socialismo, fue quien atacó con los más duros epítetos misóginos a
Rosa Luxemburgo, una de las más grandes dirigentes mujeres -si no la más
grande- del proletariado revolucionario que se negó, pícaramente, a dedicarse a
las tareas de organizar la sección femenina -donde el ala derecha quería
confinarla para que no interfiriera en el rumbo revisionista- y sin embargo,
participó en los Congresos Internacionales de Mujeres Socialistas intentando
convencer a las mujeres socialdemócratas de su punto de vista sobre la guerra
mundial y sus críticas al curso que tomaba la dirección del partido frente a
estos acontecimientos. Fueron sus batallas inclaudicables por los principios
revolucionarios las que le valieron que Bebel se refiriera a ella con estas
palabras: “Hay algo raro en las mujeres. Si sus parcialidades o pasiones o
vanidades entran en escena y no se les da consideración o, ya no digamos, son
desdeñadas, entonces hasta la más inteligente de ellas se sale del rebaño y se
vuelve hostil hasta el punto del absurdo. Amor y odio están uno al lado del
otro y no hay una razón reguladora” (23) .
Para el ala reformista que luego claudicó ante el
imperialismo en la Iº Guerra Mundial, Rosa Luxemburgo merecía ser tratada de
este modo: “La perra rabiosa aún causará mucho daño, tanto más teniendo en
cuenta que es lista como un mono” (24) . Por eso, no es extraño que Bebel
respondiera: “Con todos los chorros de veneno de esa condenada mujer, yo no
quisiera que no estuviese en el partido” (25) .
Como señala Thonnessen: “Hay una conexión íntima entre el
antifeminismo proletario y el revisionismo, así como la hay entre el movimiento
radical por la emancipación de la mujer y la teoría ortodoxa socialista. El
feminismo marxista ha llevado a cabo, característicamente, una lucha en contra
del reformismo y el obrerismo por una parte, y contra el carácter limitado y
elitista del feminismo burgués por otra parte” (26) .
Esa “conexión íntima” entre antifeminismo y revisionismo
volvemos a encontrarla en el período de la burocratización del Estado obrero
surgido de la revolución de 1917.
Bajo el régimen thermidoriano de la burocracia stalinista,
mientras se fusilaba en los juicios de Moscú a todos los bolcheviques de la
generación de Octubre y se perseguía a los opositores de izquierda acusándolos
de “trotskistas”, enviándolos a los campos de concentración o al exilio, se
volvió a prohibir el aborto en la Unión Soviética, se condenó la prostitución y
se criminalizó la homosexualidad. Todo esto, acompañado con la reproducción de
los estereotipos tradicionales de las mujeres como madres dedicadas al hogar y
el entronizamiento de la familia, a través de la propaganda del Estado.
Fue el trotskismo quien combatió la idea stalinista de que
con la conquista del poder, la sociedad socialista se consumaba en “sus nueve
décimas partes”, advirtiendo sobre decenas de problemas económicos, políticos,
sociales y culturales que no se podían resolver mecánicamente y que incluían,
entre otros, las relaciones entre varones y mujeres. Particularmente Trotsky
fue quien, mucho antes de que las feministas radicales de la segunda ola
concluyeran que “el socialismo real era antifeminista”, denunció la situación
de las mujeres en la Unión Soviética en su reconocido trabajo titulado La
Revolución Traicionada: “La condición de la madre de familia, comunista
respetada que tiene una sirvienta, un teléfono para hacer sus pedidos a los
almacenes, un auto para transportarse, etc., es poco similar a las de la obrera
que recorre las tiendas, hace las comidas, lleva a sus hijos al jardín de
infancia. Ninguna etiqueta socialista puede ocultar este contraste social, no
menos grande que el que distingue en todo país de Occidente a la dama burguesa
de la mujer proletaria” (27) .
Mientras Stalin declara en 1936: “El aborto que destruye la
vida es inadmisible en nuestro país. La mujer soviética tiene los mismos
derechos que el hombre, pero eso no la exime del grande y noble deber que la
naturaleza le ha asignado: es madre, da la vida”, Trotsky responde: “el poder
revolucionario ha dado a la mujer el derecho al aborto, uno de sus derechos
cívicos, políticos y culturales esenciales mientras duren la miseria y la
opresión familiar, digan lo que digan los eunucos y las solteronas de uno y
otro sexo” 28 . Y criticando los argumentos reaccionarios que esgrime la
burocracia para reinstalar la prohibición del aborto agrega: “Filosofía de cura
que dispone, además, del puño del gendarme” (29) .
Ya en 1926, bajo el régimen de Stalin, se había vuelto a
instituir el matrimonio civil como única unión legal. Más tarde se suprimió la
sección femenina del Comité Central del PCUS y sus equivalentes en los diversos
niveles de la organización partidaria. Para 1934 no respetar a la familia se
convierte en una conducta “burguesa” o “izquierdista” a los ojos de la
burocracia. En 1944 se aumentan las asignaciones familiares, se crea la orden
de la “Gloria Maternal” para la mujer que tuviera entre siete y nueve hijos y
el título de “Madre Heroica” para la que tuviera más de diez. Los hijos ilegítimos
vuelven a esta condición, que había sido abolida en 1917, y el divorcio se
convierte en un trámite costoso y pleno de dificultades.
En 1953 nos encontramos con legislación sobre derechos de la
madre y el niño en la Unión Soviética que señala: “Huelga demostrar en detalle
que los intereses de la mujer como madre -bien sea con hijos o futura madre-
están tanto mejor asegurados cuanto más sólidas y constantes sean las
relaciones entre los esposos. Garantiza, ante todo, tal solidez en las
relaciones la existencia de la familia. Precisamente la familia asegura las
condiciones normales para el nacimiento y la educación de los hijos, crea las
premisas más favorables para que la mujer cumpla con su noble y alto deber
social de madre” (30) .
Nada más lejos del pensamiento de los revolucionarios que,
desde los tiempos de Marx y Engels, propagandizaron los verdaderos orígenes y
funciones de la familia, denunciando la opresión que se ejerce sobre las
mujeres.
Esa es la tradición en la que nos inscribimos. Pueden debatirse
cada uno de nuestros postulados, pero para hacerlo se debe partir del
reconocimiento de que no aceptamos ser arrojados junto al agua sucia del
stalinismo, la misma corriente que masacró, encarceló y persiguió a miles de
trotskistas, entre ellos a valerosas mujeres como Eugenia Bosch, Nadejda Joffe,
Tatiana Miagkova, etc.
Hoy, quien decida enfrentar este sistema de dominación debe,
necesariamente, plantearse la pregunta acerca de cuál es el sujeto capaz de
emprender tamaña empresa. Ese sujeto, que para los marxistas es el
proletariado, fue fragmentado y se encontró a la defensiva durante los últimos
treinta años en que este debate entre marxismo y feminismo ha tenido lugar.
Pero esas condiciones empiezan a cambiar relativamente.
Como decía Trotsky, la burguesía no ha hecho más que
transformar al mundo en una sucia prisión. Las luchas de las clases
subalternas, los pueblos y grupos oprimidos han arrancado conquistas, aún en
medio de un sistema putrefacto que hunde cada vez más a millones de personas en
la miseria. Pero la tendencia, en última instancia, de este sistema de
explotación, es a la degradación infinita de los oprimidos y explotados del
mundo, mientras un puñado de apenas unas pocas familias concentran en sus manos
las riquezas que producen los expoliados. Frente a ese cuadro terrible, que es
el fin último del capitalismo, “las reformas parciales y los remiendos para
nada servirán” (31) .
Entre quienes consideramos que estas aseveraciones encierran
algo de verdad y aspiramos a la emancipación de las mujeres y de la humanidad
toda, un renovado debate, eximido de malos entendidos pero abierto a honestas
controversias, está nuevamente a la orden del día.
En este debate, las marxistas revolucionarias pretendemos
exponer nuestras ideas no como si se tratara de un académico ejercicio
meramente retórico, sino con el objetivo de que las mismas entusiasmen a una
nueva generación de jóvenes con avidez por las ideas revolucionarias y que
penetren a la clase obrera: a esos millones de mujeres y varones que sufren las
cadenas de la explotación capitalista y las otras cadenas, las menos visibles,
de los prejuicios con los que la ideología dominante inficiona sus conciencias.
(1) S.Benhabib y
D.Cornell, “Más allá de la política de género”, en Teoría feminista y teoría
crítica (comp.), Barcelona, Alfons el Magnánim, 1990.
(2) “Si bien el feminismo radical tiene un origen de clase
media, no se le puede asimilar con el feminismo burgués del siglo XIX. En
realidad, hay muchas variantes del feminismo radical. Pero la mayoría de ellas
emerge de mujeres que han militado en los movimientos progresistas e
izquierdistas, encontrando en ellos una absoluta subordinación y una falta de
respuesta a sus reivindicaciones.” Judith Astelarra: ¿Libres e iguales?
Sociedad y política desde el feminismo, Santiago de Chile, CEM, 2003.
(3) Judith Astelarra, “El feminismo como perspectiva teórica
y como práctica política”, en Teoría Feminista (selección de textos), Santo
Domingo, CIPAF, 1984.
(4) Batya Weinbaum, El curioso noviazgo entre feminismo y
socialismo, Madrid, Siglo XXI, 1984. Se refiere al desencanto producido por la
burocratización de los Estados obreros, bajo el régimen stalinista.
puede dar lugar a una contrarrevolución feminista.
Conclusión superficial que parte de premisas erróneas, pero no difícil de
entender teniendo en cuenta que bajo el régimen de Stalin se prohibió el
derecho al aborto, se persiguió a los homosexuales y se erigió a la familia en
célula básica del Estado, otorgando premios y medallas a las mujeres que
tuvieran gran cantidad de hijos.
(6) Paradójicamente, los llamados postmarxistas se inclinan
a pensar más en estos términos.
(7) Catharine MacKinnon, Hacia una teoría feminista del
Estado, Madrid, Cátedra, 1989.
(8) Zillah Eisenstein, “Hacia el desarrollo de una teoría
del patriarcado capitalista y el feminismo socialista”, en Teoría Feminista
(selección de textos), Santo Domingo, CIPAF, 1984.
(9) Como progreso se refiere a que esta forma de relación
entre los sexos para la reproducción estuvo asociada al desarrollo de las
fuerzas productivas y nuevas relaciones sociales de producción en la historia
de la humanidad. No hay aquí una valoración “ideológica” de la monogamia, como
puede advertirse por los párrafos que suceden y por los numerosos textos en que
tanto Marx como Engels criticaron el matrimonio y la familia, como instituciones
burguesas (ver Manifiesto Comunista, etc.).
(10) Federico Engels, El origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado, México, Premiá Ed., 1989.
(11) Celia Amorós, Hacia una crítica de la razón patriarcal,
Barcelona, Anthropos, 1991.
(12) Presentación del libro de Andrea D´Atri, Pan y Rosas.
Pertenencia de género y antagonismo de clases en el capitalismo, Santiago de
Chile, Universidad ARCIS, octubre 2004.
(13) León Trotsky, “El marxismo y nuestra época”, en
Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición, Bs. As.,
CEIP, 1999.
(14) Remite a un diálogo en particular pero que es muy
representativo de las discusiones entre feministas y marxistas y aun entre las
mismas feministas en relación a la revolución socialista y la emancipación de
las mujeres. El eje central de este debate consiste en pensar si es necesario
pronunciarse y defender la revolución socialista incondicionalmente, inclusive
cuando no dé muestras de solucionar íntegramente la cuestión de la opresión de
género, o bien, si es menester desestimarla íntegramente por demostrar que no
cumple con este requisito
(15) Susan Brownmiller, Notes of an exChina fan, en Village
Voice, 1976.
(16) V. Lenin, A las obreras, discurso de 1920.
(17) León Trotsky, “La revolución permanente” en La teoría
de la revolución permanente (comp.), Bs. As., CEIP, 2000.
(18) Pierre Bourdieu, La dominación masculina, Barcelona,
Anagrama, 2000.
(19) Es una expresión de Flora Tristán, escritora y ardiente
defensora de los derechos de la mujer y de la clase obrera. Vivió en Francia a
principios del siglo XIX.
(20) Documento La agonía del capitalismo y las tareas de la
Cuarta Internacional, más conocido como Programa de Transición. Fue escrito
definitivamente en 1938, dos años antes del asesinato de León Trotsky en manos
de un agente stalinista
(21) Bernstein, actualmente reivindicado por Laclau y otros
intelectuales que se autodenominan postmarxistas, fue el primero en
propagandizar la idea de que era posible llegar al socialismo por la vía de
introducir reformas en el capitalismo.
(22) Nos referimos a la votación de los créditos de guerra
en el Parlamento, lo que aceleró la crisis al interior del Partido
Socialdemócrata Alemán que se dividió entre un ala derechista revisionista y un
ala izquierda que mantuvo los principios del internacionalismo proletario y más
tarde formó parte del reagrupamiento internacional que dio origen a la IIIº
Internacional encabezada por Lenin.
(23) Carta de Bebel a Kautsky, 1910.
(24) Carta de Adler a Bebel, 1910.
(25) Carta de Bebel a Adler, 1910.
(26) Werner Thonnessen, The Emancipation of Women: the Rise
and Decline of the Women’s Movement in German Social Democracy 1863-1933,
Londres, Pluto Press, 1969.
( 27) León Trotsky, La Revolución Traicionada, Bs. As.,
Claridad, 1938.
(28) Ídem
(29) Íbídem.
(30) Citado en Andrea D’Atri, Pan y Rosas. Pertenencia de
género y antagonismo de clase en el capitalismo, Bs. As., Armas de la Crítica,
2004.
(31) León Trotsky, “El marxismo y nuestra época” en
Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición, Bs. As.,
CEIP, 1999.
Andrea D’Atri es dirigente del
Partido de los Trabajadores Socialistas (Buenos Aires, Argentina) e integra el
consejo asesor del Instituto del Pensamiento Socialista “Karl Marx”, www.ips.org.ar.