
La cuestión de las nacionalidades —la opresión de las naciones
y las minorías nacionales— es una de las características del imperialismo desde
su nacimiento hasta la actualidad y siempre ha ocupado un lugar central en la teoría
marxista. En particular, los escritos de Lenin se ocupan con gran detalle de
este problema tan importante, y todavía nos siguen proporcionando una base
sólida para abordar este tema tan explosivo y complicado. Si los Bolcheviques
no hubieran tratado el tema correctamente nunca habrían conseguido tomar el
poder en 1917. Sólo situándose a la cabeza de las capas oprimidas de la
sociedad consiguieron unir al proletariado bajo la bandera del socialismo y
reunir las fuerzas necesarias para derrocar el dominio de los opresores. De no
haber apreciado correctamente los problemas y aspiraciones de las
nacionalidades
oprimidas del imperio zarista, la lucha revolucionaria del proletariado no habría triunfado.
oprimidas del imperio zarista, la lucha revolucionaria del proletariado no habría triunfado.
Las dos barreras para el progreso humano son por un lado la
propiedad privada de los medios de producción y por el otro el estado nacional.
Pero mientras que la primera parte de esta ecuación está suficientemente clara,
a la segunda no se le ha prestado la debida atención. Hoy en la época de
decadencia imperialista, cuando las contradicciones latentes de un sistema
socioeconómico moribundo han alcanzado unos límites insoportables, la cuestión
nacional surge una vez más en todas partes, con consecuencias aún más trágicas
y sangrientas. Lejos de solucionarse, ha regresado a sus orígenes, a una fase
antigua del desarrollo humano y ha adquirido una forma particularmente
virulenta y venenosa que amenaza con arrastrar a todas las naciones al
barbarismo. Resolver este problema es una condición previa y necesaria para el
triunfo del socialismo a escala mundial.
Ningún país —ni los estados más grandes y poderosos— pueden
resistir el aplastante dominio del mercado mundial. El fenómeno que la
burguesía describe como globalización, previsto por Marx y Engels hace 150
años, ahora se revela casi en condiciones de laboratorio. Desde la Segunda
Guerra Mundial, en particular durante los últimos veinte años, se ha
intensificado de manera colosal la división internacional del trabajo y se ha
producido un enorme desarrollo del comercio mundial, alcanzando un grado que ni
Marx ni Engels pudieron imaginar. La interpenetración de la economía mundial ha
alcanzado un nivel nunca visto antes en la historia humana. En sí mismo éste es
un acontecimiento progresista que refleja la existencia ya de las condiciones
materiales para el socialismo mundial.
El control de la economía mundial está en manos de las
doscientas empresas internacionales más grandes. La concentración de capital ha
alcanzado proporciones asombrosas. Cada día las transacciones internacionales
mueven en el mundo 1,3 billones de dólares, el setenta por ciento de éstas se
realizan entre las multinacionales. Se gastan vastas sumas dinero para
concentrar un poder inimaginable en cada vez menos empresas. Se comportan como
caníbales feroces e insaciables, devorándose unos a otros a la caza de un
beneficio cada vez mayor. En esta orgía canibalística la clase obrera siempre
pierde. Nada más producirse una fusión, la dirección anuncia nuevos despidos y
cierres, una presión implacable sobre los trabajadores para incrementar los
márgenes de beneficio, los dividendos y los salarios de los ejecutivos.
En este contexto el libro de Lenin, El fase superior del
capitalismo, tiene cada vez más vigencia y actualidad. Lenin explicaba que el
imperialismo es el capitalismo de la época de los grandes monopolios y los
trusts. Pero el grado de monopolización de los días de Lenin parece un juego de
niños comparado con la situación actual. En 1999 el número de absorciones
internacionales fue de 5.100. El valor de las transacciones alcanzó el record
de 798.000 millones de dólares. Con estas asombrosas sumas se podrían resolver
los problemas más acuciantes del planeta, la pobreza, el analfabetismo y la
enfermedad. Pero eso presupone la existencia de un sistema racional de
producción en el que las necesidades de la mayoría tengan preferencia sobre los
beneficios de una minoría. El poder colosal de las gigantescas multinacionales,
cada vez más fusionadas con el estado capitalista, crean un fenómeno que el
sociólogo americano Wright-Mills califica de "complejo industrial -
militar", y que ejerce un dominio sobre el mundo jamás visto en la
historia. Aquí vemos una gran contradicción. Los apologistas burgueses del
capitalismo y los de la pequeña burguesía en particular, afirman que la
globalización ha conseguido que el estado nacional carezca ya de importancia.
Esto no es nuevo. Es el mismo argumento de Kautsky durante la Primera Guerra
Mundial (la llamada teoría del "ultra imperialismo"), y defendía que
el desarrollo del capitalismo monopolista y del imperialismo poco a poco
eliminaría las contradicciones del capitalismo. Ya no habría mas guerras porque
el propio desarrollo del capitalismo convertirían al estado nacional en algo
superfluo. La misma teoría que hoy defienden teóricos revisionistas como Eric
Hobsbawn en Gran Bretaña. Este antiguo estalinista que ahora está en el ala de
derechas del laborismo dice que el estado nacional fue un período transitorio de
la historia humana y que ya está superado. Los economistas burgueses siempre
han defendido este argumento. Intentan eliminar la contradicción inherente al
sistema capitalista sencillamente negando su existencia. Y es precisamente
ahora, en el momento en que el mercado mundial se ha convertido en la fuerza
dominante del planeta, cuando los antagonismos nacionales en todas partes están
adquiriendo un carácter más violento y la cuestión nacional lejos de
desaparecer, adopta un carácter particularmente venenoso e intenso.
Con el desarrollo del imperialismo y del capitalismo monopolista,
el sistema capitalista ha conseguido superar los estrechos límites de la
propiedad privada y el estado nacional que hoy juegan prácticamente el mismo
papel que jugaron los pequeños principados y estados locales en el período
previo al surgimiento del capitalismo. Durante la Primera Guerra Mundial Lenin
escribía: "El imperialismo es la
fase superior del desarrollo del capitalismo. En los países adelantados, el capital
sobrepasó los marcos de los Estados nacionales y colocó al monopolio en el
lugar de la competencia, creando todas las premisas objetivas para la
realización del socialismo". (Lenin. La revolución socialista y el
derecho de las naciones a la autodeterminación. Pekín. Ediciones en Lenguas
Extranjeras. 1974. Pág. 1). Quien no comprenda esta verdad elemental no sólo
será incapaz de comprender la cuestión nacional, tampoco comprenderá el resto
de las características más importantes de la época actual.
La historia de los últimos cien años se ha caracterizado por
la rebelión de las fuerzas productivas contra los estrechos confines del estado
nacional. Después llega la economía mundial —y con ella las crisis y las
guerras mundiales—. Vemos entonces que el cuadro pintado por el profesor Hobsbawm,
un mundo en el que se han eliminado las contradicciones nacionales, es pura
imaginación. La realidad es exactamente la contraria. Con la crisis general del
capitalismo la cuestión nacional no sólo afecta a los países ex – coloniales,
también empieza ya a perturbar a los países capitalistas desarrollados, incluso
en lugares donde ya parecía estar solucionado. Bélgica ―uno de los países más desarrollados de
Europa― , sufre el conflicto entre valones y flamencos,
éste ha adquirido un carácter tan violento que en determinadas circunstancias
puede llevar a la ruptura del país. En Chipre los antagonismos nacionales entre
griegos y turcos amplían el conflicto alcanzando incluso a Grecia y Turquía.
Hace poco la cuestión nacional en los Balcanes ha llevado a
Europa al borde de la guerra. En EEUU está el problema del racismo contra los
negros y también los hispanos. En Alemania, Francia y otros países presenciamos
la discriminación y los ataques racistas contra los inmigrantes. En la antigua
Unión soviética la cuestión nacional ha originado un caos sangriento de guerras
en un país tras otro. En Gran Bretaña, país donde el capitalismo lleva más
tiempo de existencia, el problema nacional sigue sin resolver, no sólo en
Irlanda del Norte, sino también en Gales y Escocia. En el Estado español tenemos
la cuestión de Euskadi, Cataluña y Galicia.
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Pero el caso más extraordinario es
que más de cien años después de la unificación de Italia, la Liga del Norte
defiende la consigna reaccionaria de dividir Italia y para ello se basan en la autodeterminación
del Norte ("Padania"). La conclusión es inexorable. Ignorar el problema
nacional es peligroso. Para transformar la sociedad es imperativo mantener una
postura escrupulosa, clara y correcta sobre este tema. Con este objetivo nos dirigimos
a los jóvenes y trabajadores, a la base de los Partidos Comunistas y Socialistas
que deseen comprender las ideas del marxismo para luchar para cambiar la sociedad.
A ellos va dedicada esta obra.