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Karl Marx ✆ P. Nasarov & N. Gereljuk, 1920 |
Con el presente volumen los lectores de lengua española
podrán conocer directamente los trabajos fundamentales de Korsch de la década
del 20. Durante largos años estos trabajos no fueron reeditados y apenas ahora
comienzan a traducirse a diferentes lenguas. Las razones de que la obra de
Korsch haya permanecido tanto tiempo relegada al olvido son fácilmente
comprensibles y lo serán aún más para el lector a medida que se adentre en
ella. Se encuentran, sobre todo, en la situación vivida por el pensamiento
marxista a partir justamente de los inicios de la década del 30, es decir, de
los años en que comienzan a tomar cuerpo las aberraciones teóricas y prácticas
del stalinismo. El colapso del vivo y polémico pensamiento marxista de los años
20, su sucesivo envaramiento y, finalmente, su ahogo, sellaron por largo tiempo
el destino de la obra de Karl Korsch. Es comprensible, asimismo, que el cambio
operado en los últimos años
en la situación del pensamiento marxista hiciera volver los ojos, idealizándolos un tanto, hacia los años en que, bajo el impacto de la Revolución de Octubre y de la subsecuente oleada revolucionaria, el marxismo pugnaba por ajustar las ideas al movimiento impetuoso de lo real. A ese mundo de ideas en ebullición e impregnado de un espíritu crítico que no se prosternaba ante ninguna autoridad, responde el trabajo 'Marxismo y filosofía', de 1923, al que sigue algunos años después, una Anticrítica en la que Korsch se enfrenta con todo denuedo y pasión a sus críticos.
en la situación del pensamiento marxista hiciera volver los ojos, idealizándolos un tanto, hacia los años en que, bajo el impacto de la Revolución de Octubre y de la subsecuente oleada revolucionaria, el marxismo pugnaba por ajustar las ideas al movimiento impetuoso de lo real. A ese mundo de ideas en ebullición e impregnado de un espíritu crítico que no se prosternaba ante ninguna autoridad, responde el trabajo 'Marxismo y filosofía', de 1923, al que sigue algunos años después, una Anticrítica en la que Korsch se enfrenta con todo denuedo y pasión a sus críticos.
Ahora bien, ¿qué sentido tiene esta vuelta de Korsch a la
escena teórica actual, si desechamos una razón puramente histórica, o cierta
nostalgia de una época en que el marxismo se presentaba aún con voces
disonantes que la crítica no trataba de acallar (textos como Marxismo y
filosofía fueron traducidos precisamente al ruso, lengua en la que se le
hacían las más severas críticas). No se trata de nada de eso. El hecho es que
Korsch aparece, en nuestros días, una y otra vez, asociado a nombres y
actitudes que, independientemente del valor que les atribuyamos, en modo alguno
han perdido su fuerza vital. Si Korsch puede merecer hoy nuestra atención no es
como objeto de un piadoso recuerdo, o para recrearnos en una aceptación o un
rechazo total de sus soluciones, sino porque sus preocupaciones y sus problemas
están vivos de uno u otro modo para nosotros. Ciertamente, al acercarnos a
Korsch algunos problemas que para el marxismo son vitales se despliegan ante
nosotros en toda su agudeza. Pero, antes de presentar a nuestros lectores en
qué reside su problemática fundamental y, mostrar con ella, su significado
actual, tracemos un breve esbozo de su vida y su obra.
Karl Korsch nace en 1886 en Tostedt, Alemania, en el seno de
una familia de la clase media. Estudia derecho, economía y filosofía en Munich,
Berlín, Ginebra y Jena. En 1910 se doctora en Derecho en la Universidad de Jena
con la tesis titulada “El paso de la prueba en la calificación de la
confesión”. Se casa en 1908 y de su matrimonio tiene dos hijas. En los años
inmediatamente anteriores a la primera Guerra Mundial, reside en Inglaterra
donde entra en contacto con la Sociedad Fabiana. Respondiendo todavía a su
formación jurídica, publica en 1913 una Contribución al conocimiento y
comprensión del derecho inglés.
Al estallar la Guerra Mundial, es movilizado y, con grado de
oficial del ejército alemán, toma parte en ella. Esta experiencia histórica y
personal influye decisivamente en su vida como en la de tantos otros: la guerra
lo lleva a la política. En 1919, el jurista de los años de paz y el combatiente
apenas desmovilizado, se convierten en un activo militante político. Ingresa,
primero, en las filas del Partido Socialista Alemán Independiente, de
orientación centrista, en el que destacan las figuras de dos colosos de la
socialdemocracia: Karl Kautsky y Rudolph Hilferding, que habría de adquirir
fama como autor de El capital financiero.Pronto abandona las tibias filas
del partido socialista y se incorpora al Partido Comunista Alemán Unificado
(VKPD) que surge de la escisión del Partido Socialista en octubre de 1920 y
lleva a la unificación de la mayoría del Partido Socialista y del Partido
Comunista en el grupo Espartaco, fundado por Rosa Luxemburgo en diciembre de
1920. Así, después de haber militado junto a Karl Kaustky, lo encontramos al lado
de Rosa Luxemburgo que personifica la tendencia opuesta.
Su militancia política de estos años se conjuga con cierta
actividad teórica que da lugar a diversos artículos y ensayos como: ¿Qué
es la socialización?, 1919; La subversión de la ciencia natural por Albert
Einstein, 1921; Puntos nodales de la concepción materialista de la
historia,1 922 (dirigido contra Kautsky), y Glosas marginales al programa
del Partido Obrero, 1922.
1923 es para Korsch un año de intensa y variada actividad:
como profesor de derecho en la Universidad de Jena, como ministro comunista de
Justicia en Turingia, durante los meses de octubre y noviembre, al calor de los
éxitos efímeros de la Revolución Alemana y como diputado comunista del
Parlamento de Turingia. En 1923 aparece su famoso trabajoMarxismo y filosofía que
habría de convertirse en el centro de las más agudas y opuestas críticas. Este
texto ve la luz en la revista de Leipzig Archiv für die Geschichte des
Sozialismus und der Arbeiterbewegung que publica asimismo los trabajos de
Georg Lukács sobre Moses Hess y Lasalle. 1923 es, finalmente, el año en que
aparece la obra de Lukács Historia y conciencia de clase. Desde entonces,
el título de este libro y el deMarxismo y filosofía, así como los nombres de
sus autores serán asociados por sus críticos más implacables.
La actividad práctica política de Korsch, desde las filas
del Partido Comunista Alemán, se prolongará todavía algunos años en el curso de
los cuales figura como director de Die Internationale, órgano teórico del
partido, diputado del Reichstag y delegado al V Congreso de la III
Internacional, que se celebra en Moscú en 1925. Los ataques de que es objeto su
libro por Zinóviev en dicho congreso y, particularmente, su actitud frente a la
política exterior soviética, que se manifiesta sobre todo en su condena del
tratado germano-ruso, conducen a su exclusión del partido en 1926. Tras de su
expulsión, prosigue su labor como diputado hasta 1928 y desarrolla una
actividad política de oposición en torno a las revistasKommunistische Politik, primero,
Der Gegner (El adversario), después. En la primera publica La lucha
de la izquierda por la Internacional Comunista y Diez años de lucha
de clases en la Rusia de los Soviets; en la segunda, da a conocer sus Tesis
sobre Hegel y la revolución. En dichas revistas mantiene una posición
ultraizquierdista que, en el terreno práctico militante, llega a su fin en
1928.
Desde entonces se consagra a una actividad teórica sobre
cuestiones diversas; en ella destaca su prólogo a una nueva edición alemana del
tomo I de El Capital. La llegada de Hitler al poder, le hace abandonar
Alemania y trasladarse primero a Dinamarca y más tarde a Inglaterra hasta que
en 1936 se instala definitivamente en los Estados Unidos. Aquí publica en 1938
su libro Karl Marx en el que se ocupa de su doctrina como concepción
de la sociedad, de la economía política y de la historia. Las vicisitudes de su
vida y su obra no le han apartado de su visión original, aunque ahora insiste
sobre todo en la teoría de Marx no como filosofía sino como ciencia social:
“En cuanto ciencia materialista del desarrollo contemporáneo de la
sociedad burguesa, la teoría marxista es, al mismo tiempo, una guía práctica
para el proletariado en su lucha por realizar la sociedad proletaria.”
Korsch afirma su fidelidad al pensamiento de Marx, pero
destacando lo que, en su juventud, parecía olvidar: su cientificidad.
Ciertamente, el tono fogosamente polémico e incisivo de sus trabajos juveniles,
queda atrás, aunque permanece en pie aquella aspiración de años lejanos de
dinamizar al marxismo, de ponerlo en consonancia con el movimiento de la
realidad. Es lo que reafirma ahora al manifestar, quince años después, que su
propósito es exponer a Marx saliendo al paso del procedimiento supuestamente “ortodoxo”
de citarlo al margen de su tiempo y de las condiciones históricas que hay que
tener presentes para su interpretación materialista.
En estos años de alejamiento de la patria, colabora en Living
Marxism y otras revistas norteamericanas de izquierda, reviviendo en
cierto modo las preocupaciones de antaño en sus artículos La ideología
marxista en Rusia, El marxismo y la tarea actual de la lucha de clase
del proletariado, La filosofía de Lenin y otros, pero también se interesa
por una problemática que en el pasado le era ajena: la filosofía de la ciencia
y la logística. Con este motivo, publica en colaboración con Kurt Lewin el
texto Mathematical Constructs in Psychology and Sociology.
En 1950, vuelve por breve tiempo a Europa para dar algunas
conferencias en Alemania y Suiza que constituyen la última expresión de su
actividad teórica, pues la práctica hace muchos años que quedó atrás. Al
cerrarse el arco de su pensamiento, ¿qué queda de Karl Korsch? Poco del que
todavía doce años antes, proclamaba la vitalidad de la teoría de Marx como
ciencia social que guía la práctica; muy poco, casi nada, del Korsch que veía
en los años 20 emerger vigorosa la teoría de Marx en medio de una pujante
praxis revolucionaria. Conocemos el resumen de la conferencia suya pronunciada
en Zúrich, publicado por Maximilien Rubel por primera vez en 1959 con el título
de 10 tesis sobre el marxismo, hoy. Marx queda rebajado en importancia, al
igualar con él en estatura a los que fueron sus rivales (Blanqui, Proudhon,
Bakunin, etc.); el intento (intento, ciertamente, de su obra capital) de
restablecer la función originaria del marxismo como teoría de la revolución
social se le revela ahora como una utopía “reaccionaria”, etc. Los años de
alejamiento del suelo donde vivió la praxis política, la desvinculación total
de su teoría de ésta, la subordinación del marxismo en su aplicación práctica a
condiciones económicas y políticas inmaduras han acabado por arruinar en el
plano teórico lo que, desde hacía ya largos años, en su vida real ya estaba
arruinado. Sus tesis finales sobre el marxismo son el eco de un pensamiento ya
en ruinas o las ruinas de un pensamiento.
Los hitos fundamentales de la vida de Korsch presentan
analogías sorprendentes con los de Lukács hasta el punto de que en una comparación
nada forzada podría hablarse de vidas paralelas. Este paralelismo no sólo se da
en su actividad teórica al aparecer en 1923 —año crucial para ambos— sendas
obras (Historia y conciencia de clase, Marxismo y filosofía)que
responden a preocupaciones comunes: salvar lo que ambos coinciden en considerar
como el meollo originario de la doctrina de Marx. Se trata de un paralelismo en
la vida real misma. En efecto, sacudidos por el tremendo impacto de la primera
matanza mundial que los arranca de un quehacer primordialmente teórico, ambos
encuentran la razón de sus vidas en la actividad práctica desde las filas del
Partido Comunista. Ambos —como ministros— viven dos efímeras y apasionantes
experiencias históricas: las revoluciones alemana y húngara. Deslumbrados por
el empuje de una práctica revolucionaria a la ofensiva, ambos comparten
posiciones ultraizquierdistas que se resisten a abandonar incluso cuando baja
la marea de la revolución, y entran, por ello, en conflicto con los partidos en
que militan. Hasta aquí el paralelismo; después, al acercarse la década del 30,
sus vidas se separan: Korsch, combatido por su ultraizquierdismo acaba por ser
excluido de las filas del partido; Lukács, criticado primero, por el propio
Lenin, por sus posiciones izquierdistas y, más tarde, acusado de oportunista
por sus famosas “Tesis de Blum”, logra esquivar la exclusión. Lukács responde a
sus detractores con una autocrítica; Korsch, con una “anticrítica”. Sin
embargo, al cabo de los años, después de su peregrinación por universidades
europeas y norteamericanas, la anticrítica de Korsch desemboca en una crítica
casi total, en una verdadera abjuración del marxismo, mientras que Lukács, como
un nuevo Galileo, que se autocritica por razones tácticas, llega al final de su
existencia, reafirmando —en un rejuvenecimiento de su marxismo crítico,
originario— lo que en su juventud fue la razón de su vida. Las vidas paralelas
se separan totalmente en el último tramo: Korsch muere calladamente, vacío de
sí mismo, como el que muere en un valle olvidado; Lukács, el viejo Lukács
golpeado durante tantos años por todos, muere pleno de sí, cargado aún de
proyectos; discutido, sí, incluso con encono, pero entre el reconocimiento
general salvo el de algunos pigmeos que aún empuñan la vara de la ortodoxia
stalinista.
Pero volvamos a Korsch, no al Korsch en ruinas de sus
últimos años, sino al vivo, deslumbrante e incisivo de ‘Marxismo y
filosofía’.
El problema central para Korsch es el de fijar la verdadera
relación del marxismo como filosofía y la realidad. Concebida originariamente
como teoría de la revolución social, la doctrina de Marx se ha convertido, por
obra de un marxismo ortodoxo, en una teoría “pura” que no conduce a ningún
imperativo práctico, aunque sirva para salvar, en definitiva, una práctica
reformista. Esta actitud implica una interpretación negativa de las relaciones
entre marxismo y filosofía; es decir, una negación del contenido filosófico
propio de la doctrina de Marx. En este terreno se encuentran los intelectuales
burgueses y, particularmente, los teóricos marxistas de la II Internacional. El
marxismo se reduce así a una teoría de la sociedad o a una crítica científica
de diversos aspectos de la sociedad moderna burguesa que no desemboca
necesariamente en una praxis revolucionaria. El marxismo —en su núcleo
originario, es decir, como teoría de la revolución social— mantiene un nexo
indisoluble entre la teoría y la práctica, pero los marxistas ortodoxos de la
II Internacional, al reducirlo a una crítica científica, destruyen ese nexo.
Ahora bien, para Korsch, su carácter filosófico y su naturaleza práctica
revolucionaria son inseparables, como lo son la teoría y la práctica. De ahí
que, a juicio suyo, el olvido del carácter revolucionario práctico (como lo
olvida el reformismo) se exprese, a su vez, en el desprecio de los teóricos
socialdemócratas por su contenido filosófico y, en general, en el olvido de los
principios de la dialéctica. Así, pues, para Korsch restablecer la relación
interna entre la teoría y la praxis significa restablecer la verdadera relación
entre el marxismo y la filosofía e, indisolublemente con ello, salvar la
dialéctica.
En el trabajo de Korsch, de 1923, su crítica de la relación
negativa de marxismo y filosofía y de la consecuente separación de teoría y
praxis va dirigida fundamentalmente contra los marxistas ortodoxos de la
socialdemocracia que mantienen, de acuerdo con esa desvinculación, una
concepción científica-positivista en el terreno de la teoría y una posición
reformista, no revolucionaria, en la práctica. En cuanto a las posiciones de la
III Internacional, de una de cuyas secciones más importantes es todavía
militante, Korsch reconoce que Lenin, como teórico y práctico, ha recobrado la
conciencia de la relación interna que el marxismo revolucionario establece
entre la teoría y la praxis (conciencia visible particularmente en el postfacio
a ‘El Estado y la revolución’, escrito en vísperas de la experiencia
revolucionaria de octubre de 1917).
Sin embargo, aunque cautelosamente, apunta ya una crítica
que sólo desplegará a tambor batiente en su Anticrítica, unos años
después. La empresa de revivir el marxismo original a que se entrega la III
Internacional y, de modo particular, Lenin, exige, después de la toma del poder
político por el proletariado, el planteamiento de la cuestión fundamental —la
cuestión que los teóricos de la socialdemocracia han resuelto negativamente:
¿cuáles son las relaciones entre la filosofía y la revolución? La llamada de
atención de Korsch no es todavía tanto una crítica a una situación teórica y
práctica ya existente, como la indicación de un vacío particularmente en el
plano teórico— que hay que llenar, restableciendo la verdadera relación entre
marxismo y filosofía lo que equivale asimismo —como hemos tenido ocasión de
subrayar— a restablecer la relación interna entre teoría y práctica, la
coincidencia de la conciencia y de lo real como característica de la dialéctica
materialista.
Lo que en el trabajo de 1923 (Marxismo y filosofía) es sólo
la indicación de un vacío o apenas el cauteloso embrión de una crítica
soterrada, aflora ya sin velo alguno en suAnticrítica posterior. Korsch
insiste en su rechazo de la concepción cientifista-positivista del marxismo,
característica de la ortodoxia socialdemócrata, pero ahora su atención se
desplaza a los teóricos de la III Internacional. La práctica revolucionaria,
desarrollada por el marxismo-leninismo, no se encuentra a la misma altura en el
plano teórico. El problema de las relaciones entre marxismo y filosofía se
plantea ahora no en la forma negativa de la vieja socialdemocracia, ya que el
marxismo aparece ahora con un contenido omnicomprensivo,
dialéctico-materialista, en el que se acentúa deliberadamente el materialismo a
expensas de la dialéctica. La Materia ocupa el lugar del Espíritu hegeliano y
la dialéctica se transfiere unilateralmente al objeto. Al imprimir este
contenido filosófico al marxismo se mantiene el dualismo de la conciencia y del
ser, así como de la teoría y la práctica. La teoría se separa de la práctica, y
deja de ser su expresión aunque vuelve a ella para fijarle sus objetivos. A
juicio de Korsch, la concepción que Marx tenía de las relaciones entre teoría y
praxis deja paso a la oposición abstracta de una “teoría pura que
descubre las verdades y de una praxis pura que aplica en la realidad
estas verdades al fin descubiertas.
Así, pues, Korsch se pronuncia contra dos modos de concebir
la relación de la filosofía y la realidad que, pese a su oposición en el plano
teórico y práctico, coinciden en mantener el dualismo de teoría y praxis. No es
de extrañar que el doble ataque de Korsch a un marxismo que niega la filosofía
y a otro que sólo la restablece a un nivel materialista naturalista,
“pre-dialéctico e incluso pre-trascendental”, fuera seguida ya en 1924, a raíz
de la publicación de Marxismo y filosofía, es decir, antes de que en
su Anticrítica rechazara abierta y francamente las dos posiciones
antes señaladas, de una doble condena. En un caso es la de Wells, presidente
del partido socialdemócrata en un Congreso del partido y en el otro, la de
Zinóviev, presidente de la III Internacional en el V Congreso Mundial de ésta,
seguidos por los teóricos más importantes de ambas corrientes. Las críticas
alcanzan asimismo a Lukács y a otros pensadores de Europa Central de aquel
tiempo —como Fogarasi que, teniendo como punto de mira el Manual de
Bujarin La teoría del materialismo histórico se habían enfrentado a
una concepción cientifista, objetivista, materialista-vulgar del marxismo. Hay
que subrayar que en esta línea de pensamiento, en la que se sitúan Korsch y
Lukács se encontrará asimismo un poco más tarde el marxista italiano Gramsci con
su crítica del Manual de Bujarin.
Pero en 1924 Lukács y Korsch constituyen el blanco principal
de los ataques. El 25 de julio de ese año Pravda los tacha de
revisionistas e idealistas y les recuerda como postulados filosóficos
fundamentales del marxismo la teoría del reflejo y la dialéctica de la
naturaleza.
El intento de Korsch de restablecer las relaciones entre
marxismo y filosofía y, con ellas, de la teoría y la praxis, desembocaba así en
una oposición irreductible entre su interpretación del marxismo, como unidad
indisoluble de teoría y praxis, y el marxismo científico-positivista o
materialista pre-dialéctico que negaba esa unidad.
Es en este terreno en el que debemos juzgar el significado
de la concepción de Korsch, y el grado de vigencia que pueda tener en nuestros
días.
La filosofía de Korsch es, en definitiva, una filosofía de
la praxis, entendida ésta como afirmación del momento decisivo de la práctica
de la cual la teoría sería su expresión consciente. El nexo entre una y otra no
sólo es indisoluble, sino además directo e inmediato. Podemos considerar, en
este aspecto, su analogía con el pensamiento de Lukács particularmente por la
identificación lukacsiana de sujeto y objeto, de la conciencia del proletariado
y del movimiento histórico real. Pero en Lukács la unidad de teoría y práctica
que es, ciertamente, indisoluble no se da de un modo inmediato. Requiere de un
elemento mediador que es para él, de acuerdo con la teoría leninista de la
organización, el partido. Es el partido el que ayuda al proletariado a pasar de
clase en sí a clase para sí y, de este modo, le permite alcanzar una visión del
todo social y actuar de un modo central para transformarlo. Es, pues, el
partido el que asegura, con esta mediación, la unidad entre la teoría y la
práctica revolucionarias. En vano buscaremos en Korsch la presencia de este
elemento mediador; entre la teoría y la praxis la relación es directa; aquélla
es la expresión de ésta.
Las limitaciones del pensamiento de Korsch —dejemos por
ahora las de Lukács— se encuentran en su propia concepción de las relaciones
entre la teoría y la práctica. Es justa su crítica de las concepciones que
hacen de la teoría un saber “puro” que no desemboca en imperativos prácticos o
un momento aparte que sólo vuelve a la práctica para guiarla, para fijarle sus
objetivos, o presentar verdades que deben ser aplicadas prácticamente. La
crítica de Korsch de esta nueva forma de teoricismo exigía otra localización de
la teoría: en la praxis misma. Ahora bien, para Korsch, el modo de estar la
teoría en la praxis es el de la inmediatez: la expresión directa. La teoría es interior con
respecto a la praxis. Así pues, Korsch se sitúa en un punto de vista opuesto al
de la “exterioridad” de la conciencia de clase que el partido debe introducir,
desde fuera, en el movimiento obrero. Como es sabido, ésta es la concepción que
pasa de Kautsky a Lenin, convirtiéndose en un elemento clave de la teoría
leninista de la organización.
Podría pensarse que Korsch, al oponerse al dualismo de
teoría y praxis, que él encuentra en el marxismo de la III Internacional, lo hace
precisamente por negar éste el momento de la interioridad de la teoría y, en
consecuencia, por su analogía con la concepción cientifista-positivista de la
socialdemocracia. Y tal vez podría juzgarse que no le falta razón si tenemos
presente que la teoría leninista de la conciencia de clase —“exterior” al
movimiento obrero— procede, como reconoce el propio Lenin, del teórico
socialdemócrata Kautsky. Sin embargo, a nuestro modo de ver, simplificaríamos
demasiado las cosas si viéramos en el modo leninista de concebir la relación
conciencia-movimiento obrero, teoría-praxis, un mero calco de la concepción de
Kautsky. En efecto, si bien es cierto que Lenin ha señalado la necesidad de
inculcar la conciencia socialista desde fuera, no pretende mantener esta conciencia,
una vez que el elemento mediador —el partido— existe, como un saber aparte,
sino que aspira a que se nutra de la praxis y se integre como un elemento de
ella. Con su propia actividad —como teórico político y como político práctico—,
Lenin ha dado vida a esta concepción. De este modo, un doble e indisoluble
movimiento de interioridad y exterioridad sería propio de la teoría en su
relación con la praxis. Que en la aplicación de la teoría leninista de la
organización haya dominado el momento de la exterioridad da cierta vigencia a
la crítica de Korsch de una concepción de las relaciones entre teoría y
práctica que ya apuntaba en los años de Marxismo y filosofía y que,
sobre todo, con el uso aberrante del stalinismo, habría de conducir a la
consumación total del dualismo de teoría (como saber del Partido; finalmente,
de Stalin) y práctica. Prueba asimismo que en la entrada misma de la teoría
leninista de la conciencia de clase y de la organización estaba ya dada la
posibilidad (no la inevitabilidad) de dicho dualismo, ya que en ella ambos
momentos coexisten; bastaba olvidar uno —olvidando así la propia concepción de
Marx— para que el otro (el de la exterioridad) se elevará al plano de lo
absoluto.
El recurso de Korsch consiste, como ya hemos mostrado, en negar
una doble “pureza” de la teoría (como crítica científica sin consecuencias
prácticas, en un caso; como saber aparte y guía en otro) para afirmar en cambio
su interioridad, su carácter expresivo. Con ello, la teoría pierde su “pureza”
y se integra en la práctica como un elemento interno de ella. Sin embargo,
Korsch no logra reivindicar la verdadera función práctica de la teoría (Tesis
[XI] sobre Feuerbach, de Marx), ya que ella no sólo expresa o refleja la praxis
(aspecto fundamental, subrayado por Korsch) sino que la esclarece y, de este
modo contribuye a transformar lo real (aspecto cognoscitivo que palidece en
Korsch). La teoría no es sólo lenguaje de la práctica o espejo en el que
podemos con-templar su rostro; es asimismo un indicador en medio de la marea
que apunta a tierras inexplorables de la unidad de la teoría y la práctica.
Todo el texto de Korsch tiende a rechazar la relación entre
marxismo y filosofía, o entre marxismo y realidad, como una relación de teoría
y práctica que niegue el momento de la interioridad. De ahí su hincapié en el
carácter inmediato, directo o expresivo de esa relación. Pero este carácter
expresivo se transparenta sobre todo en una práctica revolucionaria ya
constituida o en movimiento y no en una práctica que hay que promover o
constituir. Por eso se explica la aparición de Marxismo y filosofía en
1923, es decir, en un momento en que la práctica revolucionaria constituida en
octubre de 1917 y puesta en movimiento en Europa central parece avanzar como
“prólogo de la Revolución Mundial” (Lenin). Pese a las dificultades asombrosas
con que tropiezan los bolcheviques en esos años y a los altibajos de la marea
revolucionaria, Korsch —como Lukács y, en general, los ultraizquierdistas
europeos— creen que, efectivamente, se está escribiendo el prólogo de la
revolución mundial. Pero pronto cae el telón; la perspectiva revolucionaria
mundial se aleja para reducirse, en medio de la relativa estabilización del
capitalismo, a la “construcción del socialismo en un solo país”.
Marxismo y filosofía responde a este momento de auge
revolucionario. La teoría se ve en Korsch como expresión inmediata de la
praxis; en una situación de este género el momento de la interioridad oscurece
a su opuesto. Es la hora del ultraizquierdismo. Pero esta hora pasa; la propia
práctica, con su reflujo, demostrará que las manecillas del reloj no pueden
estar paradas en el mismo punto; dicho en otros términos, la teoría no puede
aferrarse a su función expresiva. Va a surgir la necesidad —impuesta por la
propia realidad— de que vuelva sobre el curso de lo real, lo analice y
desentrañe, para insertarse más profundamente en la práctica misma.
Cuando Korsch escribe más tarde su Anticrítica la
realidad no es la misma de hace unos años. En la medida en que se han ido alejando
las perspectivas que se acariciaban en los años 20, el precio pagado por la
construcción del socialismo incluye la elevación de la teoría como saber “puro”
y de la organización como destacamento aparte al plano de lo absoluto. Es
entonces cuando el marxismo de Korsch revela su doble faz: su debilidad y su
fuerza. Debilidad: porque —contra lo que él sostiene— la teoría no puede ser
simplemente expresión directa, sino que tiene que destacarse de la praxis para
volver a establecer una relación interna más profunda con ella. Fuerza: porque
—de acuerdo con él— la teoría no puede ser, ciertamente, un saber “puro” ni la
organización un destacamento aparte, aunque esta concepción de la pura
exterioridad de la conciencia y del partido haya predominado teórica y prácticamente,
sobre todo después de escribirse la Anticrítica.
Los textos de Korsch no han perdido su validez en nuestros
días, justamente porque en ellos se reafirman con trazos no menos vigorosos, su
debilidad y su fuerza. Los límites con que tropezó su concepción hace cinco o
cuatro décadas son los mismos con que tropieza hoy: hacer de la teoría la
expresión directa e inmediata de la práctica revolucionaria. Pero la crítica de
Korsch conserva, asimismo, su sentido y su acento, aunque ya estén lejanos los
días del reformismo y positivismo de la vieja socialdemocracia, y aunque el
stalinismo haya perdido la preeminencia que tuvo hasta hace unos años; su
crítica vale como una advertencia constante contra toda tendencia a la
exterioridad absoluta en las relaciones entre la teoría y la práctica, ya sea
que ésta se presente en forma de una burocratización de las vanguardias o en
las concepciones elitistas de un blanquismo reverdecido, ya sea que adopte la
forma de un nuevo teoricismo u objetivismo cientifista que haga del marxismo
una ciencia aparte y absoluta que a la práctica sólo toca aplicar.