
John Beverley
Si la contienda entre el socialismo y el capitalismo se
reduce a la pregunta de cuál de esos dos sistemas mejor produce la modernidad,
entonces con el proceso de la globalización económica y cultural la historia ha
dado una respuesta clara: el capitalismo. Por lo tanto, un nuevo proyecto
socialista tiene que desconectarse en alguna medida de una teleología de la modernidad
y la modernización. Esa tarea involucra la crítica y la posible redefinición
del concepto del estado-nación desde perspectivas teóricas abiertas por los
estudios subalternos y poscoloniales.
Se trata en particular de encontrar una
manera de traducir las luchas concretas por la “identidad” de grupos
subalternos y el principio del multiculturalismo en una articulación hegemónica
“nacional-popular”, como ha sido el caso en algunos de los gobiernos de la
llamada “marea rosada” en América Latina.
El argumento entre el capitalismo y el socialismo que
subyacía la Guerra Fría fue esencialmente un argumento sobre cuál de los dos
sistemas podía mejor llevar a cabo la posibilidad de una modernidad política, económica,
científico-tecnológica y cultural latente en el mismo proyecto burgués. La
premisa básica del marxismo como ideología modernizadora era que la sociedad
burguesa no podía cumplir con su propia promesa de emancipación y bienestar,
debido a las contradicciones inherentes en el modo de producción capitalista
-contradicciones sobre todo entre el carácter social de la producción y el
carácter privado de la propiedad y la acumulación. Liberando las fuerzas de
producción de los lazos de las relaciones de producción capitalistas -así decía
el conocido argumento-, los regímenes de socialismo de Estado podrían, más o
menos rápidamente, sobrepasar esas limitaciones y vencer al capitalismo. La
respuesta -que de hecho ganó- del capitalismo fue que la fuerza del mercado
libre y la privatización sería más dinámica y eficaz a la hora de producir la modernidad
y el desarrollo económico.