
El
pensamiento de Antonio Gramsci se basó fundamentalmente en el lugar del cual el marxismo nunca debió
salir: la realidad. No es relevante lo que Marx o Lenin dijeran sobre esto o lo
otro, no se trata de tener exegetas de los textos "proféticos" que
desentrañen el mensaje casi-evangélico de los "padres de la fe", sino
de recuperar la tarea esencial que señalaba Marx en la undécima tesis
sobre
Feuerbach: no se trata de interpretar el mundo, se trata de transformarlo. Y
para ello hay que huir de verdades apriorísticas, hay que analizar el contexto
y la realidad concreta en la que operamos, independientemente de si ésta
coincide o no con el modelo teórico en el que se movían los fundadores de la
corriente de pensamiento del materialismo histórico.
Se
trata por tanto de mantener el marxismo vivo, esto es, cambiante, adaptable, en
desarrollo. No se trata de dejarlo como
estaba y adorarlo en estado momificado. Porque una momia (y hablando del
marxismo hay ejemplos concretos muy elocuentes), aunque tenga una apariencia
externa más o menos saludable, no deja de ser un muerto con nula capacidad para
lo que nos interesa: la transformación radical de la realidad material.
Síntesis
de Antonio Gramsci
AntonioGramsci
nació en Alés, localidad de la isla de Cerdeña en 1891. Era el cuarto de los
siete hijos de Francesco Gramsci y Peppina Marcias. Su infancia fue difícil: su
padre fue encarcelado cuando Antonio tenía nueve años, lo que le obligó a
abandonar los estudios y pasar a trabajar por una miseria al registro civil de
Cerdeña, para ayudar a la supervivencia familiar. A la edad de tres años
Antonio había sufrido una caída que le produjo una deformidad en su columna
vertebral. Nunca creció más de metro y medio.
Puede
volver a estudiar tras la salida de la cárcel de su padre. En 1911 viajará a
Turín gracias a una beca y se matriculará en la facultad de letras.
Impresionado por la guerra de Libia y el ambiente político de las primeras
elecciones por sufragio universal se afilia, en 1913, al Partido Socialista,
donde coincidirá con militantes como Palmiro Togliatti, Tasca o Terracini. Se
dedica a la actividad periodística en Grito do Popolo o Avanti, donde realiza
la crítica teatral. En esta época está muy influido por el pensamiento
neo-hegeliano y culturalista de Benedetto Croce.
La
Revolución Rusa causa una profunda impresión en el joven Gramsci. En dos
artículos, Notas sobre la Revolución Rusa (Grito do Popolo, 29 abril de 1917) y
La Revolución contra "El Capital" (Avanti, 24 de diciembre de 1917),
Gramsci expone su visión sobre los acontecimientos que están protagonizando los
bolcheviques y muestra que su posición está muy alejada de la postura
de la II Internacional y el Partido Socialista, al que todavía pertenece. Los
acontecimientos se precipitan y, aunque, tras una serie de detenciones, Gramsci
se queda como único redactor de Grito do Popolo, decide abandonar esta
publicación y fundar, en mayo de 1919, junto con sus camaradas Togliatti, Tasca
y Terracini, la revista L’Ordine Nuovo, cuya línea editorial ya es
completamente independiente de las posturas de la dirección del partido
socialista. El propio Lenin manifiesta que concuerda con las posturas de
L’Ordine Nuovo y lo recomienda como referencia a los revolucionarios italianos.
En
Enero de 1921 se funda el Partido Comunista de Italia (PCI), culminándose la
escisión con los socialistas. Gramsci es miembro junto con Terracini del Comité
Central desde el principio. La dirección del partido la ejerce Amadeo Bordiga,
con el que Gramsci tiene profundas divergencias. La detención en 1923 de éste,
coloca a Antonio Gramsci como máximo dirigente del comunismo italiano. Un año
antes, en un Congreso de la III Internacional (en la que Gramsci siempre ocupó
destacados puestos) conoce a Julia Schuch, con la que se casa y tendrá dos
hijos, Delio y Juliano.
En
1924 es elegido diputado. En 1926 sería elegido Secretario General del PCI,
dando un giro a la línea de Bordiga y dedicándose a estructurar y preparar la
oposición al fascismo de Mussolinni. En octubre de ese año, tomando como excusa
un atentado contra el Duce, el gobierno fascista italiano disuelve los partidos
de la oposición y elimina los últimos restos de democracia que pudieran quedar.
El 8 de noviembre es apresado en su casa. Fue condenado a veinte años por delitos
como "incitación al odio de clase". El fiscal Michelle Isgró, en
conclusión de su requisitoria, declara que «por veinte años debemos impedir a
este cerebro funcionar»
Ya
en la cárcel sufre una extraña enfermedad, el morbo de Pott, que le traerá grandes
sufrimientos. Padecerá además tisis y arteriosclerosis. Aun así, durante su
confinamiento redactó su obra magna, los Cuadernos de la Cárcel, que
constituyen una de las mayores aportaciones jamás hechas, a pesar de su
lenguaje en momentos demasiado oscuro para conseguir evitar la censura carcelaria,
al pensamiento revolucionario europeo y mundial. Gramsci morirá el 27 de abril
de 1937 en una clínica de Roma. Su cerebro nunca dejó de funcionar.
Síntesis
de los debates en el marxismo
La
irrupción de Marx supuso un cataclismo para el pensamiento político del siglo
XIX. El poner de manifiesto el hecho de que, en palabras de Engels en su
panegírico ante la tumba de su amigo, "el hombre necesita en primer lugar,
comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, arte,
ciencia, religión, etc.", cosa que parece obvia a primera vista, hizo
tambalear las bases del culto a la Razón y a la Idea que venían del XVIII Ilustrado
y que tuvieron su apoteosis con Hegel. La obra de Marx era demasiado innovadora
y monumental para ser aprehendida por sus contemporáneos y, aún, para la
generación siguiente. Sin embargo el mundo nunca fue el mismo después que Carlos
Marx pusiera de manifiesto que la
historia de la humanidad no es otra cosa que la lucha de los grupos sociales
por la apropiación del excedente productivo, secreto que está detrás de las
relaciones de poder, de la cultura y, en resumen, del conjunto de la
organización social y de su desarrollo.
La
II Internacional obrera se constituye en París en 1889, seis años después de la
muerte de Marx. Aunque su inspiración y razón de ser es la reivindicación del
pensamiento de Marx (sobre todo a partir de 1891, cuando el principal partido
de los que la conformaban, el SPD alemán, asume el Programa de Érfurt, de clara
inspiración marxista y apadrinado por Engels), cosa que alejó a los partidos
socialdemócratas de sus antiguos aliados bakuninistas de la I Internacional,
este marxismo era más una declaración de intenciones que un apoyo en unas
premisas políticas determinadas, pues la obra de Marx era poco conocida por los
dirigentes socialistas y alguna obras fundamentales para la comprensión del
marxismo eran inéditas
Este
marxismo revisionista provocará que empiecen a surgir "marxismos" a
la medida de cada quién. En 1899 Eduard
Bernstein (albacea testamentario de Engels) publica Las premisas del socialismo
y las tareas de la socialdemocracia, que será el pistoletazo de salida de una
corriente política calificada por sus adversarios como revisionismo. Para
Bernstein el capitalismo de finales del XIX había evolucionado hasta llegar a
una situación donde las crisis económicas eran cada vez más suaves, con lo que
la perspectiva de Marx sobre una crisis general que hiciera sucumbir al sistema
ya no era válida. Además la organización de los trabajadores había conseguido
arrancar a la burguesía una mejora sustancial de sus condiciones de vida, con
lo que Bernstein abogaba por continuar la línea reformista y de mejora de las
condiciones vitales de los trabajadores en el capitalismo, dejando de lado la
perspectiva revolucionaria de construcción de un nuevo sistema social, que
además ya no se veía muy posible frente al nuevo capitalismo. Las posturas de
Bernstein fueron minoritarias al principio, pero consiguieron influir en el
laborismo inglés por la vía de la Sociedad Fabiana y acabarían siendo asumidas
como líneas programáticas de la Internacional Socialista en 1945.
Frente
a esto la mayoría del SPD y la II Internacional, agrupadas en torno al
dirigente alemán Karl Kautsky, le responden con lo que se acabaría llamando
"marxismo ortodoxo": no sólo el socialismo era posible, sino que la
historia desembocaba irremediablemente en él
En
1859 Marx escribe su Contribución a la crítica de la Economía Política. En el
famosísimo prólogo de esta obra Marx presenta su metáfora de base y
supraestructura. La base de una sociedad serían el conjunto de las relaciones
económicas, el modo de producción, donde los sujetos tendrían una situación u
otra (o son propietarios de los medios de producción o son trabajadores), lo
cual les coloca en una clases social u otra y hace que estén interesados en
mantener el modo de producción social o sustituirlo por otro. La
supraestructura estaría compuesta por el Estado, la cultura, el derecho, la
religión, etc., es decir, todas las relaciones sociales no económicas. La
supraestructura justificaría y mantendría la base y surgiría de ella, pero lo
relevante serían las relaciones económicas entre las clases sociales. Todo lo
demás sería secundario.
Esta
fue la interpretación que le dio el "marxismo ortodoxo" al Prólogo a
la Contribución a la crítica de la Economía Política.Antonio Gramsci tendrá
mucho que oponer a esta postura, que adolece de economicismo. Se desprecian las
relaciones sociales que escapen del ámbito directamente económico.
Esta
visión economicista se vio confirmada para Kautsky por La subversión de la
ciencia de Eugene Dühring (conocido como
Anti-Dühring), publicado por Engels en 1878. Aquí, de nuevo se vuelve a hacer hincapié
en que las relaciones económicas, como motor de las relaciones sociales,
dejando en un segundo término (aunque nunca negando su influencia en lo real,
si se lee bien la obra) el poder político y la violencia, elementos que para
Dühring (quizás el último representante del socialismo utópico) son los
determinantes esenciales y, en última instancia, los que acabarán definiendo
las relaciones económicas. No hay que olvidar que Engels escribe esta obra en
respuesta a las reflexiones de Dühring, que empezaban a tener una basta
influencia en el SPD y a alejarlo de la clase obrera y sus condiciones reales
de vida. Quizás esto hizo que Engels volcara demasiado la balanza hacia la economía;
Engels siempre tiene una postura con un matiz más economicista, más
determinista, como se verá en la Dialéctica de la Naturaleza, que Marx.
Siguiendo
estas premisas economicistas (hay que señalar que Bernstein tampoco se movió un
ápice del economicismo, suavización de las crisis económicas) Kautsky se fija
en la estructura económica del capitalismo. La expansión de las relaciones
capitalistas y la dinámica de concentración del capital hacen que el proletariado sea cada vez más
numeroso y esté situado en instalaciones fabriles más grandes, lo que facilita
su organización. El capitalismo llevará al socialismo, generando, en palabras de Marx
en El Manifiesto Comunista, a su sepulturero: la clase obrera. Kautsky plantea
esperar, organizar a los proletarios hasta el momento que, una vez conseguida
la reivindicación de sufragio universal, se llegue al poder por la vía
electoral y se proceda a la expropiación de los capitalistas. Si sólo nos
fijamos en la economía, todo estaba hecho. El revolucionario sólo tenía que
esperar a que la historia pusiera a cada uno en su lugar.
Esta
postura, pese a ser, mayoritaria en la Internacional, encontró
resistencias desde lo que se empezó a llamar el "marxismo
revolucionario", es decir, aquellos sectores del pensamiento socialista
que rechazaban tanto la presunta inmortalidad del capitalismo como la posibilidad
de derribarlo sin un estallido revolucionario. En estas posiciones encontramos
(con matices e incluso confrontaciones entre ellos) a la germano-polaca Rosa Luxemburg,
que postulaba que el capitalismo no podía subsistir como único sistema mundial
y que, caso de no realizarse la revolución proletaria, tendría un final
objetivo que desembocaría en una era de barbarie.
Lenin,
que sería máximo dirigente de la primera revolución socialista triunfante de la
historia tiene, al principio de su trayectoria, unas posiciones políticas muy
cercanas a lo planteado por Kautsky, debido sobre todo a la influencia del
pensador ruso Plejanov, uno de los pioneros en la introducción del marxismo en
el imperio de los zares. Sin embargo, después de empezar a analizar la realidad
concreta de su país empiezan a planteársele dudas con respecto al esquema
cerrado y simplista de Kautsky.
Lenin
partió de las posturas económicas de Rudolf Hilferding, dirigente revisionista
alemán, seguidor en lo político de Bernstein. El capitalismo mercantil (que es
al que Marx se enfrenta en sus análisis) habría evolucionado por dinámicas de
concentración. hacia un capitalismo
monopolista, de grandes empresas con un poder de mercado enorme.
Simultáneamente los beneficios empresariales se habrían reducido debido a la caída
tendencial de la tasa de ganancia (para Lenin, la ley fundamental de la
Economía Política), descrita por Marx. Esta ley afirma que según aumenta la
inversión en capital productivo cada unidad adicional invertida da una menor
rentabilidad. La causa de esto es que, en los ciclos de reproducción del
capital, el capital constante (lo invertido en maquinaria, materias primas, etc.)
crece en mayor medida que el capital variable (lo que se dedica a contratar obreros),
siendo este último el único capital del que se saca la ganancia a través de la
extracción de plusvalía a la mano de obra.
Esto
último hacía que el capital tuviera que buscar otros lugares para invertir,
donde el capitalismo estuviera menos desarrollado y, al haber mucho menos
capital invertido, la ganancia obtenida como retorno fuera mayor. Esta sería la
explicación económica del imperialismo depredador existente en la segunda mitad,
y sobre todo en los últimos años del XIX
y que acabaría en la I Guerra Mundial.
Para
Lenin las consecuencias de este nuevo capitalismo imperialista (capitalismo
parasitario o capitalismo agonizante) para la praxis revolucionaria eran
esenciales. En primer lugar, el hecho de que la búsqueda de beneficios se
hubiera redireccionado hacia las colonias había provocado, junto con el mayor
nivel de organización y lucha de los trabajadores, que en los países del centro
las condiciones de vida de la clase trabajadora tuviera
una cierta mejora, constituyéndose una suerte de "aristocracia
obrera" cuyo impulso revolucionario estaría prácticamente diluido y
constituirían la base social natural del reformismo. Esto es una primera
ruptura con el determinismo economicista de Kautsky.
En
segundo lugar e interconectado con esto, Lenin ve más factible la toma del
poder por parte de las fuerzas revolucionarias y la subsiguiente construcción
del socialismo en un país que no hubiera alcanzado un alto nivel de desarrollo
capitalista (como era el caso de Rusia, que es lo que él analiza) que en un Estado
del centro capitalista (Alemania o Inglaterra), pensaba que la cadena
imperialista se rompería primero por un "eslabón débil". Esto le
parecía un anatema a la ortodoxia kautskiana. En un país como Rusia, con un
proletariado poco numeroso y mal organizado ¿cómo se iba a construir el
socialismo o plantearse meramente la toma del poder en ausencia del
proletariado, la clase cuya misión histórica es justamente esa? Lenin
contestaba que había que buscar una alianza entre el proletariado industrial de
las grandes ciudades y los campesinos. Esta alianza constituiría una mayoría
social capaz de derribar los pilares del imperio zarista, tarea que además, la
débil burguesía rusa no estaba en condiciones de acometer. Esto, desde la
perspectiva de Kautsky era imposible. El campesinado era una clase arcaica,
propia del feudalismo, interesada en la propiedad de la tierra y no en la
construcción de una sociedad sin clases ni Estado. En Rusia no se podía
construir el socialismo (poco importa que el propio Marx tuviera al final de su
vida alguna manifestación sobre lo el país de los zares indicando que se daban
unas condiciones que podían ser propicias para un proyecto emancipador).
Los
propios socialistas rusos tampoco las tenían todas consigo con respecto a lo
que planteaba Lenin. El POSDR (Partido Obrero Social Demócrata Ruso) se dividió
en su congreso de 1903 celebrado en Bruselas y Londres entre los que apoyaban a
Lenin, los bolcheviques (que significa hombres de la mayoría) y los
mencheviques (hombres de la minoría). Estos últimos, instalados en la ortodoxia
de la II Internacional, planteaban que los socialistas debían, en un país
atrasado como el imperio de los zares, apoyar la revolución burguesa y dejar
que ésta, con el tiempo, desarrollara el capitalismo, lo cual llevaría, lenta y
tranquilamente, al crecimiento numérico y organizativo del proletariado, que es
la garantía de la llegada al poder (por la vía electoral, si seguimos a
Kautsky) de las fuerzas revolucionarias. Lenin apostaba, por ganarse a los
campesinos y establecer la dictadura democrática de proletariado como
alternativa al sistema zarista en Rusia (las discordias entre bolcheviques y
mencheviques tocaron otros puntos, como la estructura partidaria o el derecho
de autodeterminación de los pueblos).
Hubo,
en este proceso un tercer grupo, muy minoritario en ese momento, pero que es
imperativo destacar por su influencia posterior. Se trata de Lev Davidovich
Bronstein, Trotsky, y sus seguidores. Trotsky compartía con los bolcheviques su
recelo ante la vía reformistas, electoralista y de dejar actuar a la burguesía
de los mencheviques y defendía con Lenin la revolución. Trotsky, por otro lado,
coincidía con lo mencheviques en la necesidad de un proletariado fuerte y
estructurado (que no existía en Rusia) para plantearse siquiera la construcción
del socialismo. Sin embargo no abogaba por esperar a que la burguesía llevara a
cabo su presunta "tarea histórica". Adoptó y perfeccionó la teoría
del socialista bielorruso aficando en Alemania, Alexander Parvus (pseudónimo de
Alexander Israel Lazarevich Gelfant): La Revolución Permanente. Según esto, el
proletariado de un Estado con capitalismo no desarrollado, como Rusia, podía,
apoyándose en el campesinado en un principio, dar el impulso inicial al proceso
revolucionario, pero para que éste se mantuviera en el tiempo era necesaria la
internacionalización inmediata de la revolución y la entrada en escena de los
proletarios de los países del centro, verdadera clase revolucionaria y
socialista. En última instancia tenía el mismo esquema que Kautsky, sólo que
miraba el parámetro de maduración necesaria del capitalismo a nivel internacional y no estatal.
Estas
discusiones estuvieron, como es sabido, lejos de quedarse en disputas
bizantinas entre pensadores diletantes. Las revoluciones rusas (1905 y febrero
y octubre, por el calendario oriental, de 1917) acabaron dando la razón, al
menos a priori a Lenin. A finales de 1917, los soviets, consejos de obreros y
campesinos, acababan sustituyendo a las instituciones burguesas de febrero como
órganos máximos de poder en el imperio zarista. El congreso de los soviets,
mayoritariamente bolcheviques, acuerda la disolución del gobierno liberal de
Kerensky, culminada con la toma del Palacio de Invierno de Petrogrado, sede del
gobierno. El nuevo órgano ejecutivo es el Consejo de Comisarios del Pueblo,
presidido por Lenin. La alianza entre obreros y campesinos es el pilar
fundamental del nuevo estado soviético, plasmado incluso en el nuevo escudo del
país, la hoz (campesina) y el martillo (proletario).
Sin
embargo entre los nuevos revolucionarios los debates vividos en el seno de la
II Internacional aún seguían vivos y tenían una importancia muy grande, sobre
todo ante la tarea de la construcción del socialismo en un Estado de tamaño
continental. Los bolcheviques habían llegado al poder con la consigna de
"Pan y paz", lo que les permitió obtener el apoyo de las masas
campesinas, hastiadas de enviar a sus jóvenes al calamitoso frente de guerra en
un conflicto que no entendían. Tras la revolución los nuevos dirigentes rusos
se ven en la tesitura de pactar con Alemania las condiciones del armisticio.
Algunos, como Bujarin, se niegan. El dirigente soviético aboga por seguir el
conflicto y lanzar un ataque contra Alemania, que sería apoyado por el
proletariado alemán. Esto era coherente con la teoría de la Revolución
Permanente de Trotsky, que se había incorporado al partido bolchevique junto
con su grupo en 1917, y proponía internacionalizar el conflicto y apoyarse en
el proletariado de los países desarrollados para poder construir el socialismo.
Lenin se opone a Trotsky y Bujarin en esto, lo primero es garantizar la alianza
con los campesinos en Rusia y acabar por ello con la guerra, como se había
prometido. El 22 de marzo Trotsky, como comisario de relaciones
internacionales, firmará, a regañadientes, el tratado de Brest-Litovsk con
Alemania.
No
fue este el último debate. En 1921, una vez acabada la guerra civil que
enfrentó a las fuerzas revolucionarias contra el ejército blanco que pretendía
el retorno al sistema zarista bajo el mando del general Denikin, se pasó del
modelo de "comunismo de guerra a la
Nueva Política Económica (NEP). Este modelo consistía básicamente en mantener
ciertos ámbitos de relaciones capitalistas (con pequeñas empresas que
competirían contra las estatales) dejando la industria pesada en manos
estatales y fomentando el cooperativismo (los koljoses) en el ámbito agrícola,
donde también subsistiría una pequeña propiedad privada minifundista. Esta
política obviamente no era idéntica al modelo socialista que habían concebido
los revolucionarios. Alrededor de ella también hubo una polémica entre los
bolcheviques. Bujarin propugnaba pasar un largo periodo de NEP, desarrollando
las fuerzas productivas y generando un proletariado digno de tal nombre, sujeto
de construcción del socialismo. Trotsky, apoyado por Zinoviev, Kamenev o
Preobayensky, en la llamada oposición de izquierdas, se oponía a la NEP (pese a
que en 1920 haya defendido una fórmula similar), llamando a la colectivización
de tierras, la industrialización rápida y la búsqueda del apoyo en el
proletariado de las naciones desarrolladas para el inminente conflicto
socialismo-capitalismo. De nuevo el centro del debate es el desarrollo de las
fuerzas productivas. De nuevo la existencia o inexistencia de un proletariado
desarrollado. De nuevo economicismo.
Lenin
murió en 1924. Después de esto el socialismo en la recién nacida URSS se ve
huérfano. Lenin fue toda su vida un táctico, planteaba tareas a corto plazo,
apropiadas para superar los escollos que iban surgiendo en la toma de poder o
la construcción del socialismo. Le faltó, quizás, una sistematización general
de su pensamiento.
Las categorías gramscianas
y la supraestructura
Después
de ubicarnos en lo que se estaba debatiendo en el ámbito del marxismo antes de
Gramsci (debates que eran de una
importancia crucial por su conexión directa con la experiencia revolucionaria
rusa), vemos qué dice Gramsci a todo esto y si sus posiciones sirven para aclarar
algo sobre la experiencia socialista.
El
Estado había sido visto en la tradición marxista, por influencia de Engels básicamente, como violencia de clase
organizada. Es decir, la clase dominante de la sociedad que, gracias a su
posición privilegiada en el sistema productivo, se apropiaba de la inmensa
mayoría de la riqueza social, del excedente productivo, montaría una maquinaria
formal de normas que le permitiera realizar esto de forma estructurada y unas
fuerzas represivas (ejército, policía, sistema judicial, etc.) que
garantizarían el cumplimiento de dichas normas. En resumidas cuentas, el Estado
sería la alineación política de la sociedad, una parte del todo social se
separa del conjunto y ejerce la violencia contra el resto para garantizar su
dominación.
Esto,
para Gramsci, era también evidente; la violencia cumple un papel destacado en
el capitalismo, no sólo en su origen, en la acumulación originaria del capital,
como han llegado a aceptar algunos, sino durante todo el desarrollo del sistema;
circunstancia que, por lo demás, sería común a cualquier otro sistema clasista.
Lo que ocurre es que Gramsci incluye en el análisis y formaliza en lo
conceptual otro mecanismo de mantenimiento sistémico adicional a la coacción
derivada de la violencia estatal: el consenso.
Todo
sistema, incluidos los sistemas de
organización social, tiene según Baruch de Spinoza, la tendencia a permanecer
tal cual está. Para ello desarrolla mecanismos que le permeabilicen de la
destrucción y el cambio. Esta es la función que en los animales tiene el
instinto de conservación. La demostración de la existencia de estos mecanismos,
pese a ser una demostración simplista y funcional, es que el sistema permanece
existiendo, en su ausencia no habría ya tal sistema; y esto no por ser una tautología
es menos cierto.
Así,
junto a los aparatos represivos estatales, administradores de coacción,
estarían los llamados (en una categorización utilizada por Louis Althusser,
que, por otra parte, parece errado en
muchas de sus conclusiones) aparatos ideológicos, buscadores de consensos.
Estos aparatos estatales, los medios de comunicación de masas, la religión o el
sistema educativo (y son Estatales en cuanto a su función, independientemente
de si su titularidad es pública o privada) buscarían inocular en los grupos
sociales potencialmente disidentes, es decir, aquellos que no son los
beneficiarios directos de una determinada organización social, la idea de que
el sistema social dado es el más acorde con sus intereses, el más justo, el
mejor posible. Cuando no funcionaran con suficiente fuerza, por un contexto de
crisis o por una especial resistencia de los grupos disidentes, sería el turno
de los aparatos represivos.
Gramsci
distingue, dentro de la supraestructura ,que, para él, es algo mucho más complejo
que un mero apéndice del aparato productivo como decían los economicistas, dos niveles: por un lado estaría la sociedad
política, el Estado en sentido estricto (parlamento, ejecutivo, etc.) donde
operarían los aparatos de gestión estatal, los que definen las normas jurídicas
de convivencia social y por otro la llamada sociedad civil, compuesta por todas
las relaciones sociales no económicas que no están, a priori, dentro del campo
de lo político. Este es ámbito natural de actuación de los aparatos ideológicos,
que trabajan incansablemente en la construcción de un consenso social
compatible con el sistema político-económico establecido, fabricando un código
moral determinado (una lista de qué es lo bueno y qué es lo malo), explicando
la historia a su manera, haciendo, incluso, una producción científica orientada
a los intereses y la visión del mundo del grupo social dominante. Así vemos
como la religión que invitaba a la mansedumbre, a aguantar estoicamente las
penalidades de la vida diaria en espera de una recompensa en el mundo futuro
post-mortem, y cumplió un papel esencial (y sigue teniendo una importante
influencia) en procurar que los oprimidos no se rebelaran contra las
injusticias del sistema social.
Pero,
estos aparatos estatales, no son una mera correa de transmisión de la clase
predominante. Pueden desarrollar, durante su desenvolvimiento en la sociedad
civil, unos intereses propios, que en determinados momentos pueden colocarles
en una posición distinta a la defendida por el propio Estado-gestor y la clase
hegemónica. Así vemos como en momentos determinados las iglesias se han opuesto a los aparatos políticos que tienen
que legitimar o los ejércitos han intentado controlarlos. La autonomía relativa
de los aparatos estatales (tanto de los ideológicos como de los represivos) ya
es vislumbrada por Marx en obras como El 18 Brumario de Luis Bonaparte de 1852
e incluso La Guerra Civil en Francia de 1850, en las que maneja muchos de los
conceptos que Gramsci formalizará y desarrollará más tarde.
Esto
último también supone una ruptura con visiones simplistas de la sociedad que
tenían pretendidos marxistas antes de Gramsci (y repetimos que esta lucha
contra el simplismo es lo que va a caracterizar su vida y su obra intelectual).
El que la acción de los aparatos estatales no tenga que ser necesariamente una
respuesta mecánica a los intereses inmediatos de la clase dominante, sino una
actuación general para garantizar la continuidad de su dominio complejiza de
nuevo el escenario supraestructural y tiene una influencia esencial en el
planteamiento de una actividad revolucionaria.
El esquema del marxismo ortodoxo de Kautsky, observando la base económica decía lo siguiente: el proletariado está interesado objetivamente en el socialismo. Esto es verdad, la clase proletaria, excluida de los medios de producción y por tanto del excedente productivo mejoraría su situación en un sistema económico-político donde los medios de producción fueran de titularidad social y el excedente se repartiera equitativamente. Por tanto, decía Kautsky, esperemos a que el proletariado sea mayoría social, es decir, que el propio capitalismo haga que la inmensa mayoría de la población sean obreros industriales, y ya estará todo hecho.
El esquema del marxismo ortodoxo de Kautsky, observando la base económica decía lo siguiente: el proletariado está interesado objetivamente en el socialismo. Esto es verdad, la clase proletaria, excluida de los medios de producción y por tanto del excedente productivo mejoraría su situación en un sistema económico-político donde los medios de producción fueran de titularidad social y el excedente se repartiera equitativamente. Por tanto, decía Kautsky, esperemos a que el proletariado sea mayoría social, es decir, que el propio capitalismo haga que la inmensa mayoría de la población sean obreros industriales, y ya estará todo hecho.
La
experiencia histórica dice lo contrario. En un gran número de Estados en donde
el proletariado era muy mayoritario el capitalismo siguió tranquilamente, no se vislumbró ni de lejos un
panorama de transformación socialista. La explicación a esto puede ser la que
le dio Hilferding, y luego recogió Lenin: el imperialismo ha aumentado el nivel
de explotación de las colonias y reducido el de las metrópolis, precisamente
donde el capitalismo está más desarrollado y hay más proletarios, generando, en
ellas, una capa de obreros con unas condiciones de vida privilegiadas: una
aristocracia obrera. Pero, aún así, esta aristocracia obrera, pese a estar
mejor, seguiría estado objetivamente interesada en el socialismo. Tiene que
haber otra explicación complementaria a la meramente económica.
Y,
esa explicación es que la aristocracia obrera
había sido ganada para el consenso socialmente hegemónico. Los aparatos de
dominación habían funcionado bien: en el ámbito académico, incluso en el ámbito
académico pretendidamente socialista, surgían pensadores como Bernstein que
negaban la viabilidad del socialismo. Se agitaban presuntos enemigos exteriores
(en el caso de Alemania la Rusia zarista) que invitaban a identificarse a los
obreros con un Estado que no es el suyo. Se propagan las ventajas del
capitalismo como generador de empleo en tiempos de bonanza, lo cual es el
interés de los obreros: trabajar, y con ello se diluyen las voluntades
revolucionarias, los sindicatos se niegan a la huelga general que pondría en
peligro su posición, es decir, apuestan por la continuidad del sistema (ver el ensayo de Rosa Luxemburgo Huelga de masas, partido y sindicatos de 1906). No se
quiere decir que las condiciones económicas no sean relevantes, el sector de
los grupos potencialmente disidentes que es ganable para el consenso hegemónico
es, obviamente, aquel que es menos perjudicado objetivamente por el sistema. Lo
que ocurre es que las condiciones económicas no actúan como determinante
absoluto. Y además, pese a algunos, Marx nunca dijo semejante cosa.
Esto
tiene consecuencias enormes: las clases sociales no tiene por qué actuar de
acuerdo a sus intereses objetivos. Y no lo hacen no porque no puedan, porque
sean más débiles de lo debido, sino porque no quieren. Esto hay muchos revolucionarios
que no lo han comprendido: por ejemplo la Unión Comunista (liderada por el
dirigente de la IV internacional Barta y antecedente histórico del partido
francés Lucha Obrera) llamaba, durante la ocupación nazi de Francia, a
confraternizar con los soldados nazis, que provenían de la clase obrera,
mientras criticaba al PCF por participar en la resistencia partisana, que era
obviamente interclasista, que incluía a sectores burgueses enfrentados al
nazismo. No veían que esos soldados nazis habían sido ganados para el consenso
hegemónico del fascismo alrededor del fetiche de la patria y la raza aria.
Así
nos encontramos con ejemplos históricos de grupos obreros, compuestos por
proletarios que no sólo no trabajan por el socialismo, sino que luchan franca y
abiertamente contra él. El ejemplo paradigmático es el sindicato polaco
Solidaridad. Para el llamado "marxismo ortodoxo"
esto es imposible y, además, un anatema.
Según
Gramsci la clase dominante, es decir, aquella que impone al conjunto social su
modelo político-económico, es gracias a
los aparatos de dominación ideológica, además clase dirigente. Agrupa en su
entorno a diversos grupos sociales (clases enteras o capas de otras clases)
alrededor de un consenso hegemónico. La hegemonía es el concepto central de Gramsci,
también de Lenin, aunque no la categorizara. Una clase, en el sistema
capitalista, la burguesía, consigue anular la disidencia, no impidiendo la
actuación de los grupos disidentes, sino eliminando a estos grupos al conseguir
negar los posicionamientos ideológicos que les aglutinan. Es interesante
observar la distinción que hace Gramsci entre ideas, como representaciones
mentales de la realidad de los sujetos, e ideologías, que son representaciones
idealísticas colectivas de un grupo social y que sólo existen en tanto en
cuanto son grupales.
La
burguesía realiza esta labor esencial generando a sus intelectuales orgánicos.
Aquí nos encontramos con otro concepto central de Gramsci: lo orgánico. El
intelectual orgánico es aquel que está unido a su clase como si fuera una parte
de un organismo vivo, es expresión de sus intereses y es reconocido por la
misma como referente; opera en la sociedad civil a través de los aparatos
ideológicos y buscan construir los consensos, ganando para su causa a los
intelectuales que no están, a priori, identificados netamente con una clase y
sus intereses objetivos. Gramsci coloca como intelectuales relevantes a los
filósofos, literatos, artistas, y en el siglo XX con especial interés, a los periodistas
(profesión que desempeñó durante su vida). Estos intelectuales serán la correa
de transmisión hacia las clases o los grupos a los que perteneces o que les
reconocen como propios de los elementos del consenso social que beneficia a la
clase dominante, integrándolos en la normalidad sistémica.
Así
pues, se constituye, gracias a los consensos, lo que se denomina bloque
histórico, compuesto por la clase dominante y aquellos grupos sociales de los
que es dirigente. De este conjunto social se desprenderían orgánicamente el
modelo estatal, el modo de producción y los paradigmas hegemónicos de la
sociedad civil. Nos podríamos aproximar al bloque histórico como una totalidad
social, como el resumen de la base y la supraestructura de un marco social
dado. Hay que tener cuidado, esto no quiere decir que todos los grupos sociales
del bloque histórico se identifiquen plenamente con todos los intereses de la
clase dirigente. Ni mucho menos. El consenso se genera alrededor de puntos
concretos y variará en función de un importante número de parámetros: el poder
de la clase dominante por sí misma, qué grupo dentro de ella es el más importante, con
qué clases o grupos está llegando a consensos (no es lo mismo pactar con la
nobleza feudal que con el campesinado o con la aristocracia obrera, por
ejemplo), cuáles son las tradiciones culturales y religiosas de la sociedad en
cuestión, etc. Así el consenso hegemónico se puede dar presentando al sistema
social que interesa a la clase dominante como mejor garante de la fe o bien del
orden, o mejor creador de empleo y prosperidad, o mejor defensor de la patria
contra el enemigo exterior,etc;esto da a su vez lugar a tantos modelos sociales
(es decir, a tantas formas de organizar la política y la economía) como bloques
históricos puedan pensarse, a tantos capitalismos como sociedades, siendo en
todos ellos la clase dominante la burguesía y presentando reglas de
funcionamiento de su base económica con rasgos generales idénticos.
Esto
desde luego es complejo. Se aleja, para el científico social y para el
revolucionario de esquemas simples y de la posibilidad de aplicar recetas
cocinadas a priori en todos los casos. Vuelve a focalizar todo en la realidad
material, en lo concreto. Vuelve, por tanto, al marxismo.
En
el nuevo escenario perfilado por Gramsci, la praxis revolucionaria, que es el
centro de sus reflexiones, presenta ciertos matices en comparación con el
pensamiento marxista previo.
Plantea
la "crisis orgánica" como el momento en el que el bloque histórico se
tambalea. La clase dominante ha dejado de ser clase dirigente, pierde el
respaldo de los grupos sociales que participaban del consenso. El sistema
social vigente ya no aparece como mejor solventador de los problemas que tienen
los grupos sociales que conformaban el bloque histórico hegemónico. Puede ser
este el momento de aparición de un bloque antagonista que, si es capaz de
conseguir la suficiente fuerza, derribe el sistema social y establezca un nuevo
bloque histórico, con una nueva base económica, un nuevo funcionamiento estatal
y un nuevo método de interacción de los sujetos en la sociedad civil.
Para
ello, debe surgir una clase social determinada que aglutine a otros grupos en
torno a un nuevo consenso. Gramsci niega, en el caso concreto del capitalismo
imperialista, que el proletariado pueda, ni siquiera deba, actuar solo de cara
a la construcción del socialismo. Cuando analiza las revueltas de los consejos
obreros en el norte de Italia a principios de los años 20, Gramsci afirma que
"los obreros perdieron porque lucharon solos" y llama a un proyecto
emancipador que una a los obreros industriales del norte de Italia con los
campesinos del Mediodía. Es decir, observa que, sin ganarse al campesinado
pobre, la actuación del proletariado no podría llegar a derribar el sistema
burgués. Está llamando a la constitución de un nuevo bloque histórico.
Para
realizar esto, lo esencial es plantear, en el programa del proletariado,
medidas que se presenten como soluciones a los problemas del campesinado. No se
trata, a priori, de interesar a los grupos sociales no proletarios en construir
el socialismo (cuestión en la que no están objetivamente interesados), sino de
presentar al movimiento socialista como el mejor defensor de sus intereses. En
la medida en que se consiga esto, estos grupos abandonarán el consenso
hegemónico pro-capitalista, asumirán al proletariado como clase dirigente y se
sumarán, entusiastamente, a la construcción del socialismo. El propio Marx ya
veía claramente esta cuestión. En sus Acotaciones al libro de Bakunin, "El
Estado y la anarquía" de 1875 dice textualmente:
"el proletariado (pues el campesino propietario de su tierra no pertenece al proletariado, y, si por su situación pertenece, no cree formar parte de él) tiene que adoptar como gobierno medidas encaminadas a mejorar inmediatamente la situación del campesino y que, por tanto, le ganen para la revolución; medidas que lleven ya en germen el tránsito de la propiedad privada sobre el suelo a la propiedad colectiva y que suavicen este tránsito, de modo que el campesino vaya a él impulsado por móviles económicos; pero no debe acorralar al campesino, proclamando, por ejemplo, la abolición del derecho de herencia o la anulación de su propiedad"
Es
decir, el proletariado debe ganarse al campesinado, no por la vía de presentar
ante él un programa socialista, sino defendiendo los intereses que son propios
al campesinado y que no entran en contradicción con la construcción socialista.
Lenin hizo precisamente esto, bajo la consigna de "Pan y paz" sumó a
las masas campesinas al exitoso proceso revolucionario contra el imperio
zarista. Conformó un nuevo bloque histórico, en la unión de obreros y
campesinos.
Así,
al igual que los aparatos ideológicos del Estado hacen que grupos sociales se
comporten de forma distinta (e incluso contraria) a sus intereses objetivos
para sostener el sistema, la clase emergente, que aspira a ser dominante en un
nuevo sistema social, debe hacer lo mismo para derribarlo. En la historia, y
esto lo han olvidado los "marxistas ortodoxos", no se ha dado nunca
una revolución donde una clase haya actuado sola para introducir "su"
sistema. En la Francia de 1789 los burgueses triunfaron porque contaban con el
apoyo de amplios sectores campesinos, que veían con buenos ojos la abolición de
los privilegios feudales, aunque no les volviera locos a priori el sistema
capitalista-burgués.
Esta
es la lógica última que podemos encontrar en la NEP. No buscar un desarrollo
económico que genere nuevos proletarios que se pongan a construir el socialismo
(como lo veía Bujarin) sino de garantizar el apoyo de los campesinos al proceso
revolucionario y, que no estaban interesados en la colectivización de las
tierras, sino en la defensa de una pequeña propiedad campesina.
Quienes
no compartían esta visión veían a los grupos sociales no proletarios, no como
aliados del proletariado en la construcción del socialismo, sino como a
potenciales enemigos, de los que, más tarde o más temprano, habría que
deshacerse. Así se han explicado las colectivizaciones forzosas (forzosísimas)
de tierras que llevó a cabo Stalin a partir de 1928 ,en la misma línea que lo planteó unos años antes la oposición de
izquierdas, encabezada por Trotsky, que peleaban contra el kulak (campesino
propietario de pocas tierras) y supusieron la ruptura del consenso social con
los campesinos en torno a la defensa del sistema soviético.Hay quien las ha
defendido como necesarias para una rápida industrialización del país de cara a
poder hacer frente a la previsible agresión que acabaría sufriendo en la II
Guerra Mundial, conflicto que, para algunos, reconstruyó el consenso en torno a
la defensa de la URSS frente a la invasión nazi, postura defendida por el
propio Stalin cuando afirma que en la URSS, pese a persistir las clases
sociales se había acabado la lucha de clases, puesto que todos los grupos
sociales estaban unidos en torno a la defensa de la URSS .
Hay
que tener cuidado con la interpretación que le han dado a todo esto algunos
pretendidos leninistas. No se trata de reproducir en todas partes la alianza
proletariado-campesinado, tal y como hizo Lenin. Se trata de partir de la
realidad existente, del bloque histórico en el que operan los revolucionarios y
buscar a los grupos sociales potencialmente aliados para ganárselos y
convertirlos en seguidores de la nueva clase dirigente que quiere imponer el
sistema social socialista: el proletariado. En cada realidad los grupos serán
diferentes, así como Gramsci se fijaba en los campesinos del Mediodía,
Mariátegui veía el potencial revolucionario de los grupos indígenas o el propio
Lenin hablaba de los pueblos oprimidos en lucha por la liberación nacional. En
cada contexto el bloque contra hegemónico será diferente y, por lo tanto,
hallaremos tantos socialismos como bloques sociales hayan conseguido derribar
el sistema burgués. De nuevo algo mucho más complejo de lo que algunos
manejaban.
Aquí
se aleja de la perspectiva economicista, (pero sin abandonar nunca el análisis
de la economía y la infraestructura sistémica, que son parámetros esenciales
pero necesitan ser complementados) de
centrarse en el desarrollo de las fuerzas productivas y se pone el acento en lo
que Marx dice en El Manifiesto Comunista que el motor de la historia es la
lucha de clases. La lucha de dos clases (la burguesía y el proletariado) por
ganar la hegemonía social, por atraerse al resto de grupos sociales para su
lucha.
Para
que el proletariado se convierta en nueva clase dominante y construir, de esta
forma, el socialismo, deberá operar, como ya hemos dicho, sobre su bloque
histórico concreto, su sociedad dada. Gramsci sigue la distinción que hace
Maquiavelo en El Príncipe (El moderno Príncipe de los cuadernos de cárcel)
entre Turquía (donde será fácil llegar al poder, pero difícil conservarlo) y
Francia (donde ocurre lo inverso). Gramsci categoriza dos tipos de sociedades, en función
de su estructura, no de su localización geográfica: las occidentales y las
orientales. En las primeras existiría una sociedad civil muy desarrollada y,
por lo tanto, unos aparatos ideológicos potentes, que garantizarían el poder
para la clase dominante. En las segundas, las cuales suelen coincidir con
países en un estadio de desarrollo capitalista atrasado, la sociedad civil se
encontraría en un estado "primordial" y, por tanto, no nos encontraríamos
con los mismos aparatos ideológicos.
En
función de en qué tipo de sociedad nos encontramos, la praxis revolucionaria
tendiente a la construcción de un nuevo bloque histórico será distinta. Gramsci
plantea dos paradigmas:
Por un lado la guerra de movimientos (o de maniobras), pensada para las sociedades de tipo oriental. En ellas el consenso hegemónico es débil, con lo cual los grupos sociales no estarán en una situación de firme defensa de la clase dominante. El proletariado puede lanzarse a un ataque frontal contra el estado burgués. En estas sociedades los aparatos estatales de principal actuación serán los represivos. El problema vendrá con el nivel de desarrollo y organización del proletariado en este tipo de sociedades (que suelen tener un desarrollo capitalista todavía incipiente), con lo que la búsqueda de grupos sociales aliados de los que el proletariado sea dirigente tendrá como objetivo más que la toma del poder la conservación del mismo. El paradigma de este modelo, para Gamsci, es Rusia. Aquí la alianza con el campesinado dio a los proletarios la suficiente fuerza para ponerse a edificar el socialismo.
Por
el otro estaría la guerra de posiciones (o de trincheras). En las sociedades
occidentales de sociedad civil muy desarrollada y con aparatos ideológicos inmensos
el consenso social es muy fuerte. Ni siquiera grandes sectores del proletariado
(objetivamente interesado en la construcción del socialismo) escapan al bloque
hegemónico. En estas sociedades Gramsci apuesta por un periodo de batalla por
la hegemonía en la sociedad civil. En esta batalla (en la que, el
partido va a tener una importancia esencial) el proletariado deberá,
lentamente, ganarse aliados, provocar la crisis orgánica y en ese momento
lanzarse al poder liderando un nuevo bloque antagonista.
Esta
guerra de trincheras, denominada así por la importancia de conseguir y mantener
las posiciones, el proletariado deberá contar, frente a los aparatos estatales
con sus propios aparatos ideológicos, esto es, su propia prensa, sus propios
medios de enseñanza, etc. Pero, sin embargo, la lucha no debe restringirse a
esto.
Gramsci
se fija, de acuerdo con Marx en su 18 Brumario de Luis Bonaparte de 1852, en la
autonomía relativa de los aparatos estatales. De todos, tanto de los
ideológicos como de los represivos y los de gestión, siguiendo la
categorización de Althusser. Esto quiere decir, que, pese a estar diseñados
para servir a los intereses y mantener el poder de la clase dominante pueden
desarrollar una cierta autonomía, unos intereses propios. Esto significa que
pueden ser susceptibles de constituir un escenario de lucha de clases, de
batalla por la hegemonía social y de atracción de grupos sociales a la causa
del proletariado. Así pues, las fuerzas revolucionarias deben presentar también
batalla en los aparatos estatales: en los centros de estudio, en el ejército,
etc.
Aquí
se plantea un tema muy malinterpretarle (y que han malinterpretado, en mi
opinión intecionadamente algunos presuntos intérpretes eurocomunistas de
Gramsci): la participación institucional. Es cierto que Gramsci postula la
presentación a las elecciones y la participación en los parlamentos burgueses
de las fuerzas revolucionarias (como, por otra parte, hicieron los bolcheviques
en Rusia), pero lo hace, como ya hemos indicado, con el objetivo de la
acumulación de fuerzas para el proletariado. En ningún caso se plantea que la
transformación social sea consecuencia de la toma de control de los aparatos
estatales burgueses. Esto se explica porque el diseño estatal no es neutral
desde el punto de vista de clase (como pretendían los seguidores de Kautsky),
el proletariado no puede simplemente usar para sus fines los aparatos
estatales, tendrá que construir otros nuevos. Esto en el pensamiento de Gramsci
es especialmente claro, derivado de la teorización de la integración orgánica
de los aparatos estatales con el bloque social hegemónico.
Pese
a lo que algunos han pretendido, Gramsci nunca renuncia a la perspectiva
revolucionaria en favor de un reformismo a la socialdemócrata. Tiene muy claro
que la construcción del socialismo sólo puede llevarse a cabo por medio de la
ruptura con el régimen burgués. Lo que llama Gramsci a hacer es no despreciar
ninguna posibilidad de intervención en la sociedad política ni en la sociedad
civil para ganar fuerzas en la constitución del sujeto revolucionario.
Pero
estos dos paradigmas (la sociedad oriental y la occidental y sus
correspondientes guerra de maniobras y guerra de trincheras) son, y el mismo
Gramsci lo reconoce, modelos ideales. Extremos de un continuum que el
revolucionario deberá escudriñar en su realidad cotidiana. Lo relevante será
ver cuál es la composición de una sociedad dada, el desarrollo de su sociedad
civil, su estructura de clases, etc. y en base a todo ello plantear la táctica
a seguir. Gramsci clamó toda su vida por "traducir al italiano", es
decir, adecuar a su realidad los análisis y las prácticas a seguir. Los modelos
puros (y en esto también los modelos que plantea Gramsci) no se dan en la
realidad.
El sentido del partido
revolucionario
Siguiendo
las reflexiones de El Moderno Príncipe (escrito esencial para entender las
bases del pensamiento político de Gramsci) nos encontramos con el sujeto de
acción inmediata en la actividad política: el partido revolucionario.
Para
Gramsci hay dos elementos fundamentales para categorizar a una organización
como el partido revolucionario: primero un grupo cohesionado, menor, de
"revolucionarios profesionales" (siguiendo la formulación leniniana),
activistas relacionados con el concepto de intelectuales orgánicos de la clase
y después un segundo elemento más difuso y más numeroso de lo que Gramsci llama
"hombres medios", es decir, personas perfectamente integradas en la
vida cotidiana de la clase, menos vinculados a la actividad continua del
partido, que le proporcionan su enganche con las pulsiones del proletariado.
Así
Gramsci rompe con la concepción de "partido de cuadros”, de grupo reducido
que dirige a las masas hacia su "destino histórico". Para Gramsci lo
esencial es la integración orgánica con la clase: el partido comunista debe
defender, no sólo los intereses objetivos de la clase (la construcción del
socialismo), sino servir de correa de transmisión hasta la sociedad civil y la
sociedad política, de los reclamos inmediatos de las clases subalternas. Para
ello lo único que se puede hacer es que el partido conozca de primera mano
aquello que los obreros quieren, mediante su integración en medio de los
mismos. Y sólo en la medida en que esto ocurra se opondrá más y más a las masas
obreras al consenso hegemónico burgués y procapitalista e irán reconociendo al
partido comunista como su representante.
Para
Gramsci lo que constituye el partido es la organización orgánicamente integrada
en la clase obrera. Las fórmulas organizativas concretas, que algunos han
querido identificar con el concepto de "centralismo democrático", que
va mucho más allá, son para Gramsci,
contingentes, y deben ser adaptadas a las tareas inmediatas del partido en
función de la evolución de las condiciones a las que el partido se enfrente; como demuestra el cambio que Gramsci impulsa
en el PCI en 1923 para pasar a actuar como partido semiclandestino en oposición
al fascismo. En esto Gramsci se aleja, de nuevo, de algunas concepciones del
modelo leninista de partido que lo identifican con una concreta estructura (la
que tuvo el partido bolchevique por iniciativa de Lenin), que sería esencial y
no contingente y adecuada a la Rusia revolucionaria. Es muy coherente con la
postura gramsciana de "traducir al italiano", es decir, de actuar estratégicamente,
adaptando la praxis al contexto para
poder influir en él.
Mientras
que todo sujeto tiende a actuar según sus intereses individuales, de los cuales
tiene una conciencia más o menos inmediata, es más complicado que tome conciencia
de sus intereses grupales o colectivos, de los intereses que tiene por
pertenecer a un cuerpo social, más aún, siguiendo la teoría de la hegemonía de
Gramsci, cuando los aparatos ideológicos de dominación intentan disolver dichos
intereses con el fin de conservar el sistema.
Suele
ser en momentos de crisis, en ataques que afectan a un grupo social, cuando
emerge esta conciencia "corporativa". Éste es el ámbito de actuación
del sindicato: la defensa de los intereses económicos inmediatos de la clase obrera.
Los sujetos verán como poseen intereses coincidentes con sujetos que comparten
una posición en la estructura económica, y esto es complicado, puesto que habrá
que saltar obstáculos como la aparente
existencia de intereses opuestos en puntos concretos entre grupos de
trabajadores, y podrán actuar en su defensa.
Este
proceso puede ser llevado a cabo de forma más o menos espontánea (entendida
esta espontaneidad no como un proceso natural y determinado por el capitalismo,
sino que se puede dar en ausencia de actuación de la organización política, del
partido, y dependerá de la actuación sindical y de los ataques a las
condiciones de vida de la clase), pero no es independiente, desde luego, de la
batalla hegemónica que lleva a cabo el partido. Lo que defiende Gramsci,
siguiendo el planteamiento de Lenin, es que la labor del partido en este
aspecto es doble: por un lado trabajar en la conciencia de clase de la clase
obrera (es decir, plantear que el conjunto de la clase obrera tiene unos
intereses objetivos comunes, contrapuestos a los de la burguesía, hacer que el
proletariado pase a ser de "clase en sí", definida por una posición
común en el sistema de producción-consumo de bienes, a "clase para
sí", consciente de sí misma, sujeto colectivo actuante en el plano social)
y por otro en su conciencia política (identificar la realización efectiva de
los intereses del proletariado con la sustitución del sistema político burgués
y mostrar la insuficiencia de la lucha meramente económica). Aquí es esencial
la labor contra hegemónica de la organización, los instrumentos de la agitación
y propaganda (la prensa del partido, los pasquines, la intervención en los
sindicatos, etc.) que darán a las luchas puntuales de contenido económico
inmediatista un carácter global de lucha política.
Por
otro lado, el partido tiene tareas de cara a los grupos sociales no
proletarios. El partido actuará como un "moderno príncipe" maquiavélico,
buscando alianzas con otros sectores, presentándose como defensor de sus
intereses inmediatos y disputándose con la burguesía el papel de clase
dirigente de estos grupos, en la búsqueda de configurar un nuevo bloque
antagonista que derribe el sistema burgués. Una de las cuestiones irresueltas
es cómo mantener la integración orgánica con la clase y simultáneamente ganar
el apoyo de grupos sociales no proletarios. Lenin, en el caso ruso, abogó por
la integración del campesinado en el partido, en otros momentos históricos los
grupos comunistas han creado frentes amplios, donde los
respectivos partidos eran hegemónicos (o no tanto), pero que en su composición
eran interclasistas. Como siempre la solución deberá huir de apriorismos y
adaptarse a las condiciones de la sociedad dada.
En
esta tarea "hacia fuera" de la clase es donde se da la intervención
del partido en la sociedad civil y en la sociedad política. Actuará como
intelectual orgánico colectivo, defendiendo los intereses y los planteamientos
del proletariado, trabajando en la generación de intelectuales orgánicos (la
formación de cuadros es un eje central para Gramsci) y atrayéndose a sectores
intelectuales no obreros. Aquí es esencial plantear la batalla en los medios no
exclusivamente obreros, como la prensa de masas o las instituciones de
enseñanza superior, poniendo en duda los conceptos del consenso hegemónico
dominante burgués que son planteados como verdades absolutas.
En
este punto es necesario distinguir entre el "programa máximo" del
partido, que no es otro que la toma del poder por parte de la clase obrera de
cara a la construcción del socialismo (objetivo estratégico) y el
"programa mínimo" a corto plazo (los objetivos tácticos), que estará
compuesto por una serie de medidas que interesen a la propia clase y a sus
potenciales aliados, con los cuales ganarse el apoyo de estos grupos sociales.
Los elementos del programa mínimo son los constituyentes del nuevo consenso
alrededor del cual se va a construir el bloque antagonista hegemonizado por la
clase obrera. En el propio Manifiesto Comunista nos encontramos un ejemplo
claro de programa mínimo que busca sumar fuerzas de grupos no proletarios a la
construcción del socialismo.
Una
vez esbozadas las líneas generales de la noción de partido y de las tareas de
éste por Gramsci, es necesario centrarse en dos puntos polémicos.
El
primero sería la labor del partido después de la crisis orgánica, una vez un
nuevo bloque histórico pro proletario conquista la hegemonía social. Este ha
sido un punto espinoso en la historia del movimiento obrero, objeto de
acusaciones por parte de sus críticos. Gramsci siempre
prestó un apoyo incondicional (aunque no exento de crítica) a la Unión
Soviética y, derivado de esto, defendió la continuidad del partido como
instrumento de defensa de los trabajadores frente a una posible reinstauración
burguesa orquestada por las fuerza interiores y exteriores a la sociedad. Sin
embargo (y, aunque a Gramsci, como a Marx, no le gustaba hablar de cómo sería
la sociedad posrevolucionaria en detalle, área central para el socialismo utópico
premarxista) en sus escritos, sobre todo de juventud, aparece la reivindicación
de los "consejos de fábrica", asambleas de trabajadores, como
elemento central en la sociedad posrevolucionaria. Cuando surgen en Turín
durante las revueltas de principios de los 20, Gramsci los califica de
"semilla de lo nuevo que surge en lo viejo", instrumentos de
ejercicio directo del poder por parte de la clase. Pero, Gramsci no los plantea
como modelo de institución para cualesquier situaciones, sino para la situación
italiana de su contexto histórico. Son, por ejemplo, distintos en su
configuración de los soviets rusos, que serían su equivalente.
Por
otro lado está la preocupación por la democracia interna en el partido. Gramsci
defiende, siguiendo a Lenin, el centralismo democrático, entendido como la
decisión conjunta y democrática de las líneas políticas del partido y su
aplicación por parte de los órganos ejecutivos del mismo, aplicada con
disciplina por los militantes. La centralidad de esta propuesta es dotar a la
organización, primero de una subjetividad política propia y
después un grado de efectividad mayor en su actuación. En oposición al
centralismo democrático, y como degeneración del mismo, se presentaría el
centralismo burocrático, en el cual sería la dirección en exclusiva la
elaboradora de la línea. Esto es mucho más grave en el esquema gramsciano que
una mera falta de democracia interna, negaría la propia esencia del partido, lo
transformaría en otra cosa, dado que es precisamente la participación de las
bases lo que le dota a la organización de la integración orgánica en la
clase y permite ser reconocida por la
misma como su referente político. Gramsci niega, siguiendo esto, que un partido
centralista burocrático pueda cumplir su misión de "moderno príncipe"
para la clase obrera, porque dejará de tener conexión con la misma .Es
interesante como el progresivo alejamiento de los partidos llamados
eurocomunistas, como el PCE y el PCI, de planteamientos encaminados a la
construcción del socialismo coincidió con el aumento de la capacidad de decisión
autónoma de sus comités centrales y ejecutivos sin contar con las bases
El
Estado es concebido como un instrumento de la lucha de clases. Por lo tanto, en
una sociedad sin clases, que constituye el fin último del proyecto emancipador
comunista, la ausencia de dicha lucha hace irracional e inútil la existencia
del Estado. En este contexto, la alienación política, pierde sentido, y la
distinción entre sociedad civil y política se diluye. La comunidad social se
rige a sí misma sin aparatos de dominación.
En
esta concepción encontramos la hermanación entre el comunismo y el anarquismo.
En última instancia ambos estarían, según esto, de acuerdo en la eliminación
del poder político sobre el todo social. Y esto, que no es en absoluto falso si
nos atenemos a los planteamientos de los principales teóricos de ambas
corrientes, nos llevaría a concluir que la única diferencia entre ambos
movimientos es táctica, método ;unos
proponen la abolición inmediata del estado, mientras los otros antes quieren
tomarlo . Sin embargo, las diferencias tácticas son, en política, de mayor
relevancia de lo que a priori puede parecer.
En
primer lugar, es obvio para Gramsci que en el estado socialista (aquel que
corresponde a un bloque histórico en que la clase obrera es dominante) el
proletariado necesitará de los aparatos estatales (de gestión, ideológicos y
represivos) para garantizar su hegemonía social y mantener la lucha contra los
grupos enemigos o potencialmente enfrentados al socialismo . Estos aparatos estatales no deben ser, en
modo alguno, idénticos a los que usaba la burguesía para garantizar su dominio,
deberán estructurarse de acuerdo a las nuevas normas que se den en el consenso
social pro proletario (de igual forma que los aparatos estatales burgueses no
eran idénticos a los feudales que les precedieron, aunque su función fuera la
misma: garantizar la hegemonía de la clase dominante). Es decir: en el
socialismo habrá estado. Estado obrero, pero Estado.
Y
Gramsci llama en todo momento a la defensa de dicho Estado. Muchos comunistas,
siguiendo una determinada interpretación de El estado y la revolución de Lenin,
escrito en 1917, en el cual analiza en profundidad el estado burgués
(oponiéndose aquí a Kautsky, que abogaba por usar el estado burgués como
instrumento obrero), empezaban a plantear sus reticencias contra el propio
estado obrero, haciendo énfasis, no en la crítica a la condición de clase de un
Estado, si no a la mera existencia de poder político en él.
Este
énfasis en la llamada "dominación del hombre por el hombre" provoca
que los revolucionarios estén ansiosos de eliminar el Estado, sin atender a su
carácter de clase, de instrumento útil para el proletariado. El mismísimo
Nikita Kruschev anunció en los cincuenta que para la década de los ochenta el Estado
Soviético se habría abolido para dar paso al comunismo definitivo, a la
sociedad sin clases, en un proceso progresivo de "adelgazamiento del Estado"
que comenzaría inmediatamente. Visto en perspectiva, es cierto que antes del
final de siglo XX vivimos la disolución de la URSS,... para dar paso al
capitalismo más salvaje.
Aclaración
La
noción tradicional de intelectual experimenta un vuelco. Para Gramsci no es tan
decisiva la separación entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, como
lo era para Marx. El intelectual es el cuadro de la sociedad, más exactamente,
el cuadro de un aparato hegemónico. En este sentido, también un sargento
semianalfabeto es un cuadro, y por consiguiente, un intelectual. El jornalero
que dirige un sindicato, si es un dirigente capaz, aunque sea analfabeta o
semianalfabeta es un intelectual, por cuanto es un dirigente, un educador de
masas, un organizador.*
*
Con el desarrollo del capitalismo monopolista y particularmente del capitalismo
monopolista de estado, la distinción gramsciana entre intelectual tradicional e
intelectual orgánico tiende a superarse, dada la forma como el capitalismo liga
hoy a su vida también a los intelectuales humanistas.