Fernando Calderón
Resulta paradójico pensar a Gramsci en Bolivia, sobre todo
si uno considera que éste es un país con una crónica inestabilidad
institucional y una práctica política dominante basada en la «guerra de
movimiento». Es difícil de explicar por qué algunos intelectuales recogieron
las ideas gramscianas de cultura nacional popular, bloque histórico y
hegemonía, pero lo hicieron.
Aunque claro está que si uno piensa que en un país
como Bolivia, pleno de pluralidades culturales, con una sociedad civil
relativamente fuerte y creativa (Central Obrera Boliviana, comités cívicos,
confederaciones de campesinos, etc.) y con una de las experiencias
revolucionarias más fantásticas de este siglo, resultan también particularmente
útiles los pensamientos gramscianos sobre culturas subalternas, la cuestión meridional,
el cesarismo, la revolución pasiva y la política de posiciones y, muy
especialmente, sobre la dirección ética y cultural de la sociedad, pero ni los
intelectuales, ni menos aún los políticos, lo hicieron.