Adolfo Sánchez
Vázquez
La cuestión del poder en Marx es una de las más debatidas de
su pensamiento desde una perspectiva o retrospectiva actual. Antes de
abordarla, no será superfluo adentrarse en el terreno más general de la
naturaleza del poder. Siguiendo un viejo uso conceptual, digamos primero lo
que, a nuestro juicio, no es el poder. No es una cosa o la cualidad de un
objeto en sí que se conquista, posee o mantiene. Tampoco es la cualidad o
capacidad de un sujeto en sí, ya que éste sólo dispone de ella en virtud de un
conjunto de condiciones o circunstancias que hacen posible su poder. Y esto
puede documentarse tanto con el ejemplo de personalidades históricas
excepcionales (un César, un Napoleón o un Lenin) o el de un individuo
francamente mediocre como Luis Bonaparte, que, de acuerdo con el retrato que de
él trazó Marx en El 18 brumario…, parecía negado personalmente para
alcanzar el poder que efectivamente alcanzó. Así pues, el poder no es propio de
un objeto ni de un sujeto en sí. Sólo existe en relación con lo que está fuera
de él: circunstancias históricas, condiciones sociales, determinadas
estructuras, etcétera. El poder no es inmanente. Algo exterior a él lo hace
posible, necesario y lo funda. Pero el poder no sólo se halla en relación sino
que él mismo es relación. ¿Entre qué y qué?; no entre los hombres y las cosas,
aunque el dominio de aquellos sobre éstas, sobre la naturaleza, determina
ciertas relaciones de poder entre los hombres. El poder es una peculiar
relación entre los hombres (individuos, grupos, clases sociales o naciones) en
la que los términos de ella ocupan una posición desigual o asimétrica. Son
relaciones en las que unos dominan, subordinan, y otros son dominados,
subordinados. En las relaciones de poder, el poder de unos es el no poder de
otros. Dominación y sujeción se imbrican necesariamente. En la dominación se
impone la voluntad, las creencias o los intereses de unos a otros, y ello
independientemente de que la sujeción se acepte o se rechace, de que se
obedezca o desobedezca interna o externamente, o de que la desobediencia
externa adopte la forma de una lucha o resistencia. La aceptación o el rechazo
de la dominación, la desobediencia o la resistencia a ella, caracterizan modos
de asumir las relaciones de poder, pero ni en un caso ni en otro se escapa a su
inserción en ellas, o a sus efectos desiguales y asimétricos.