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Antonio Gramsci ✆ Pasquale Misuraca |
La cárcel restringió los movimientos físicos de Antonio
Gramsci, pero no logró impedir que su pensamiento traspasara los barrotes. Los
difíciles días y las interminables noches del ocio carcelario, paradójicamente,
le impusieron al dirigente comunista la posibilidad de la contemplación, de la
teoría.
El suyo no fue un teorizar cómodo. El objetivo de sus
carceleros era el de minar su cuerpo para doblegar su mente. El carácter
fragmentario de su pensamiento es una huella de la cárcel y del sufrimiento
físico. No hay que olvidarlo: la elegancia de su palabra fue una conquista
contra la privación. Pensar, en ese sentido, fue para él una forma de resistir
y de esa resistencia nacieron relámpagos. Pero el confinado teórico también saltó por encima de otros
muros: los de la ortodoxia comunista representada por Stalin. En la cárcel, el
esfuerzo reflexivo de Gramsci entrañaba una doble liberación: burló el silencio
que quiso imponerle Mussolini y superó el pensar tutelado, petrificado y
mecanicista que ya por entonces había impuesto Stalin.