
El estructuralismo se reconoce por su descubrimiento del
orden de lo simbólico. Pero el descubrimiento de lo simbólico comporta una
nueva forma de dar razón de las cosas. Las cosas son signos, y los signos son
irreductibles tanto a la materialidad que los recubre como a las
representaciones en las que se despliegan. Los signos son incorporales, pero
esta propiedad no implica ningún tipo de indefinición. Los signos se definen en
tanto entran en una estructura, en un sistema, y una estructura es, en cada
dominio, la razón de las cosas: de la lengua en Saussure, de los fonemas en
Jakobson, del pensamiento simbólico en Lévi-Strauss.
Una de las novedades del estructuralismo es la
interpretación que ha dado del problema de la razón, la nueva forma que ha
encontrado de dar razón de las cosas. Como el problema de la razón es el
problema fundamental de la filosofía, no debería sorprender que la importancia
del acontecimiento estructuralista sea en buena medida filosófica, y no solo
científica, que no es sino una de las maneras de ocuparse de la cuestión del
porqué. Precisamente porque su objeto es exclusivamente el
lenguaje (logos), el estructuralismo está en condiciones de plantear
el problema de las razones (ratio) de una manera diferente del realismo y del
nominalismo, del supuesto realismo de las causas eficientes y del nominalismo
de los principios meramente formales, que son dos actitudes abstractas en gran
medida ajenas a la filosofía y su estilo de explicar las cosas. “El
estatuto de la estructura es idéntico al de la 'Teoría'”2, y no es la menor de las
singularidades de la teoría estructuralista concebir el movimiento real de las
cosas como algo que “va de lo virtual a lo actual, es decir, de la estructura a
sus actualizaciones, y no de una forma actual a otra”3. Hay un dinamismo específicamente
estructural que acerca el estructuralismo a ciertas formas clásicas de la razón
filosófica, que renueva.