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Foto: Teófilo Tortolero, en su juventud |
“Cercana al milenio, la poesía exige del poeta una “interpretación”
de los signos en el cielo, de las imágenes borrosas en el horizonte, de los
sonidos inaudibles que surgen de la tierra. Un canto que cante y cuente el
significado de estos días abundosos y portentosos, situaciones inimaginables e
inimaginadas donde lo hasta ahora imposible parece lo único posible.”
Alejandro Oliveros, en Predios, N° 4, 1993)
Especial para Gramscimanía |
Recuerdo con asombrosa nitidez esa tarde del
verano de 1968 cuando, en la frescura artificial de un quiosco de cerveza,
divisé por primera vez el rostro iluminado del
poeta. Allí estaba, al lado de Eugenio Montejo, muy cerca de la manga de
coleo de su querida Nirgua. Y entonces, ocurrió lo que, de su encuentro
personal, rememora Reynaldo Pérez Só (1997): aquel “...poeta nervioso, con cara de portugués, amable... inmediatamente me
invitó a conversar sobre poesía.” 1
Y, en efecto, conversamos. Pero no sólo de
poesía, su pasión infatigable, sino de otros tantos temas relacionados con su
vida: su familia, Nirgua, los poetas de Valencia, los amigos comunes... Porque
Teófilo Tortolero (Valencia, 1936-1990) era capaz de asimilar, con ejemplar
vehemencia, los más insólitos y variados estímulos de la existencia y del arte
y de adherirlos ardorosamente al contexto profundo de una sensibilidad
excepcional de poeta, pensador y amigo solidario.