
Hay que destruir el prejuicio, muy difundido, de que
la filosofía es algo muy difícil por el hecho de ser la actividad intelectual
propia de una determinada categoría de científicos especialistas o de filósofos
profesionales y sistemáticos. Por consiguiente, hay que empezar demostrando que
todos los hombres son “filósofos” definiendo los límites y las características
de esta «filosofía espontánea», propia de «todo el mundo», es decir, de la
filosofía contenida: a) en el lenguaje mismo, que es un conjunto de nociones y
de conceptos determinados y no sólo de palabras gramaticalmente vacías de
contenido; b) en el sentido común y en el buen sentido; c) en la religión
popular y, por consiguiente, en todo el sistema de creencias, de
supersticiones, de opiniones, de modos de ver y de actuar que se incluyen en lo
que se llama en general «folklore».
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Después de haber demostrado que todos son filósofos,
aunque sea a su manera, inconscientemente, porque en la más mínima
manifestación de una actividad intelectual cualquiera, el «lenguaje», se
contiene ya una determinada concepción del mundo, se pasa al segundo momento,
al momento de la crítica y de la conciencia, es decir, a la cuestión de si es
preferible «pensar» sin tener conciencia crítica de ello, de modo disgregado y
ocasional, esto es, «participar» en una concepción del mundo «impuesta»
mecánicamente por el ambiente exterior y, por tanto, por uno de los grupos
sociales en que todos nos vemos automáticamente inmersos desde nuestra entrada
en el mundo consciente (que puede ser el pueblo donde vivimos o la provincia,
que puede tener origen en la parroquia y en la «actividad intelectual» del cura
o del viejo patriarca que dicta leyes con su «sabiduría», en la mujer que ha
heredado la sapiencia de las brujas o en el pequeño intelectual agriado por su
propia estupidez y por su impotencia en la acción), o es preferible elaborar la
propia concepción del mundo consciente y críticamente y, en conexión con esta
labor del propio cerebro, elegir la propia esfera de actividad, participar
activamente en la producción de la historia del mundo, ser guía de uno mismo y
no aceptar pasiva y supinamente que nuestra personalidad sea formada desde
fuera.
Marxismo
Crítico
Selección y traducción de J. Solé-Tura
Selección y traducción de J. Solé-Tura