
El nombre de Gilles Deleuze aparece con cierta frecuencia en
textos reflexivos sobre literatura. En efecto, en el libro Crítica y clínica,
Deleuze se ocupa de la escritura como problema: la lengua literaria, su
proximidad a una lengua extranjera o al balbuceo, sus aspectos no lingüísticos,
que serían las visiones y audiciones que se hacen presentes al escritor a
través del delirio. Este delirio creativo estaría en el filo entre el estado
clínico y la salud.
El primer capítulo, “La literatura y la vida”, explica
precisamente la idea de la literatura como salud:
La enfermedad no es proceso, sino detención del proceso […] el escritor como tal no está enfermo, sino que más bien es médico, médico de sí mismo y del mundo. El mundo es el conjunto de síntomas con los que la enfermedad se confunde con el hombre. La literatura se presenta entonces como una iniciativa de salud: no forzosamente el escritor cuenta con una salud de hierro […], pero goza de una irresistible salud pequeñita producto de lo que ha visto y oído de las cosas demasiado grandes para él […]. De lo que ha visto y oído, el escritor regresa con los ojos llorosos y los tímpanos perforados. ¿Qué salud bastaría para liberar la vida allá donde está encarcelada por y en el hombre, por y en los organismos y los géneros? […] La salud como literatura, como escritura, consiste en inventar un pueblo que falta. (pp. 14-15)