
Bolívar Echeverría fue un gran maestro que se destacó
entre la pléyade de profesores venidos a México de otras latitudes y que
enriquecieron las Universidades mexicanas y, en especial, la UNAM. Pero fue
sobre todo y, a escala mundial, uno de los pocos, poquísimos, científicos
sociales que aplicaron, enriquecieron y desarrollaron el discurso crítico de
Marx en una época en la que éste había sido congelado en un dogmatismo
insoportable y enterrado en el campo de lo político.
En efecto, el stalinismo pretendía que, por ejemplo, en la
Unión Soviética no exístia la alienación pues todo era claro, luminoso porque
se marchaba ya hacia el comunismo e incluso un importante pensador crítico,
como Henri Lefevbre, había sostenido ya esa idea en los años cincuenta. El
resultado lógico de tal posición era que los sacerdotes-burócratas del
dogmatismo “marxista-leninista” cuando no actuaban como nuevos inquisidores
contra los herejes y los mataban, los enviaban a los manicomios-cárceles
porque, quien se opusiera a una sociedad supuestamente socialista que había
eliminado la alienación sólo podía hacerlo por razones patológicas y tenía, por
fuerza, que ser un pobre enfermo, un demente, un enajenado.
En esos tiempos de falsificación masiva de un Marx
jibarizado, reducido a la medida de las necesidades de los usurpadores y
enterradores de la revolución, Bolívar, actuando a contracorriente,
recuperó para sus alumnos y sus lectores el discurso marxiano fundamentándolo
en una lectura revolucionaria de El Capital y oponiéndolo al marxismo
teleológico, escolástico, embalsamado y dogmático, lleno de certezas y
seguridades que imperaba en los años ochenta en los medios académicos (los
cuales muy pronto pasarían a ser, en su inmensa mayoría y sin problema alguno,
neoliberales).