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Ernst Bloch @ David Levine |
Cuando el estudiante Marx llegó a Berlín, en 1836, hacía
cinco años que Hegel había muerto. Pero su espíritu seguía dominando a todos
como si se encontrase a sus espaldas; hasta a los enemigos les trazaba el
camino. El joven Marx escribe a su padre una carta en la que le dice que se
siente cada vez más encadenado a Hegel, a pesar de su «grotesca melodía
pétrea».
Bajo la influencia de la izquierda hegeliana y, más tarde,
sobre todo, de Feuerbach, Marx fue desplazándose, triunfalmente, del espíritu
al hombre. Pasó de la idea a la necesidad y a sus avatares sociales, de los
movimientos de la cabeza a los de la realidad nacidos de los intereses
económicos.
Ahora bien, si Marx de este modo puso a Hegel de pie, Hegel
por su parte demostró que sus pies podían sustentar un recio cuerpo. Hay unas
palabras poco cuidadas del gran espiritualista que parecen escritas no ya por el
maestro del joven Marx, sino incluso por el del Marx materialista. En 1807[i] escribía Hegel desde Bamberg, donde
trabajaba como redactor de un periódico, a su amigo de Jena, el mayor Knebel:
«Me he convencido por experiencia de la verdad de lo que dice la Biblia y he
hecho de ello mi estrella polar: buscad, ante todo, la comida y el vestido, y
el reino de Dios os será dado por añadidura.» (Werke, t. XVII, pp. 629 s.)