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Foto: Walter Benjamin |
Walter Benjamin fue siempre un solitario. Como Job, o como
Kafka, sus meditaciones (sus solitarias meditaciones) se interrogan siempre
entre la posibilidad de lo divino y la presencia palpable de lo demoníaco; y su
mirada, lo mismo que la del Angelus Novus de Paul Klee, es una mirada atónita
donde las ruinas se contemplan por el tamaño de la tragedia a la que se acaba
de asistir. Huidizo y concentrado en sí mismo, de él dijo Joseph Hergesheimer
que daba
“la impresión de ser un hombre
que acababa de descender de una cruz y estaba a punto de subirse a otra”.
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Los pasos en Ibiza de Benjamin son al fin una metáfora de
todo esto. Comprendidos en dos viajes, el primero entre abril y julio de 1932 y
el segundo entre abril y septiembre de 1933, se reúnen en ellos no sólo las
circunstancias vitales sino también un análisis de su pensamiento que nos
permite, desde aquí, repensar toda su obra. Hombre en crisis permanente, la
época estudiada se sitúa entre su divorcio de Dora Kellner y la llegada del
nazismo al poder, y nos facilita un retrato de Benjamin donde Ibiza, con su
naturaleza magnética y misteriosa, es una tregua y una sospecha del destino que
le esperará más tarde.