
José Fernández Vega
Si el siglo XX fue el de los extremos, según la famosa
expresión de Eric Hobsbawm, la República de Weimar (1918-1933) los experimentó
casi todos. Surgida del colapso del Imperio tras la debacle alemana en la
Primera Guerra Mundial, sacudida en sus inicios por conmociones revolucionarias
y presiones conservadoras o militares, y pronto sumida en la hiperinflación de
1923, acabó corroída por la inestabilidad política, agobiada por las
reparaciones que exigían los aliados y, al fin, desmantelada por los efectos de
la gran crisis económica de 1929. Guerra y revolución, crisis y
contrarrevolución fueron los signos alrededor de los que gravitó durante sus
catorce años de existencia. El ascenso al poder del nazismo marcó su
hundimiento, y el inicio de un período aún más trágico y siniestro para el
mundo entero.