José
Antonio Gómez Di Vincenzo
 |
Especial para Gramscimanía |
“Leyendo el Ensayo, uno tiene la impresión de hallarse ante alguien
que no puede dormir por el resplandor de la luna y trata de matar el mayor
número posible de luciérnagas, convencido de que el resplandor disminuirá o
desaparecerá”: Antonio Gramsci)
Consideraciones Previas
Antonio Gramsci (1891 - 1937) es, sin duda, una de las mentes más
brillantes del siglo XX. Sin embargo, su impresionante aporte suele pasar
desapercibido en muchos espacios que se arrogan el título de académicos. O bien
es simplemente ignorado o tildado de idealista por una militancia más proclive
a repetir un rosario de consignas vacías de contenido que a estudiar en
profundidad la complejidad de su propuesta y lo problemático que se torna el
abordaje de las problemáticas histórico sociales y su transformación; o bien es
usado por una serie de oportunistas que encuentran en la obra del marxista
sardo, luego de sobrevolarla con una lectura simplista y desafortunada, una
escusa para dejar todo como está, diluyendo problemáticas claves o evadiendo
discutir las cuestiones de fondo. Todos hacen del genio italiano “un hombre de
paja”.
Tan fuerte era su impronta en
la política italiana, que en 1928, el fiscal del tribunal que lo condenó a la
cárcel, no tuvo ningún prurito en sostener que “tenemos que impedir durante
veinte años que este cerebro funcione”. Lejos estuvo el fascismo de lograrlo.
En el encierro, entre 1929 y 1935, Antonio Gramsci se tomó el trabajo de
escribir más de 2800 páginas, esas que después constituyeron los Cuadernos de
la Cárcel[1],
aquellas en las que se plasma una serie de reflexiones tendientes a profundizar
o reevaluar la praxis revolucionaria.
Esta ponencia gira en torno a las críticas que el
marxista sardo realizara al denominado Ensayo Popular de Nikolái Bujarin (1888
– 1938) [2],
publicado en Moscú en 1921. El objeto del presente trabajo es retomar la
lectura de la obra de este importante pensador italiano por el costado
epistemológico. El abordaje de los temas desarrollados en el devenir de la
crítica al famoso manual del ruso Bujarin, tuvieron como finalidad, repensar y
profundizar los alcances del materialismo histórico, ajustando la praxis revolucionaria
al contexto particular italiano. Por demás, se considera aquí justo y necesario
emprender un retorno sobre los rastros del marxista sardo, tomando como ejemplo
su experiencia, no para ser calcada automáticamente sino como modelo posible de
reflexión, dada la tremenda actualidad y relevancia de los problemas
epistemológicos por él tratados.
Ahora bien, la variedad, riqueza y profundidad
de los problemas abordados por Gramsci en su crítica al Ensayo Popular obligan a
realizar una selección, un recorte de ejes temáticos, dado los límites fijados
para este trabajo. Por tal motivo, el presente escrito ahondará en la cuestión
del materialismo, el mecanicismo, el finalismo, el reduccionismo, la resolución
de la tensión subjetivismo-objetivismo y la concepción de la praxis en la
filosofía gramsciana. Como se podrá comprobar, Gramsci critica las lecturas
reduccionistas, mecanicistas, objetivistas e inmanentistas y cómo éstas eran
utilizadas en el citado texto de Bujarin con el objeto de divulgar los alcances
del comunismo.
El trabajo intelectual emprendido por Gramsci en
la cárcel puede leerse como un intento por resolver la intrincada situación
política en Italia y en la sociedad occidental, después de la Primera Guerra
Mundial. En este contexto comienza a resultar cada vez más evidente que la
revolución no puede realizarse en Italia - ni en ningún país de Occidente- de
la misma manera que tuvo lugar en Rusia, mediante la toma del poder político.
En estas sociedades existe una compleja “sociedad civil” o un conjunto de
organismos que responden a la función de hegemonía de la clase dominante y que
actúan como contrapeso de la sociedad política. Para el sardo, en vez de tomar
el poder sin más, de lo que se trata, es de plantear una suerte de “guerra de
trincheras”. En su Italia natal, esto significa, concretamente, que no se puede
derribar el fascismo de un golpe sino por medio de una política de amplias
alianzas, atrayendo, en particular, al intelectual, considerado como el eslabón
débil del bloque burgués. El partido revolucionario actuaría como un
intelectual colectivo, haciendo de este modo posible la maquiavélica misión que
en el renacimiento tenía el príncipe. Debe crearse un bloque histórico que
posibilite la unificación italiana para lo cual, ese intelectual colectivo debe
asumir la dirección política de la lucha y expandir progresivamente su
hegemonía en el frente intelectual. En síntesis, puede sostenerse que el cambio
revolucionario no se dará si no se entabla, en primer lugar, una lucha en el
seno de la sociedad civil, si el partido del proletariado no ha desplegado su
propia visión del mundo, si no ha obtenido el consenso de otras clases sociales
o facciones de clase gracias a la crítica.
Sin duda, estamos frente a un intelectual
marxista que en el siglo pasado tuvo la astucia de hurgar en lo profundo del
pensamiento marxiano, aún contando a su disposición con escaso material a pesar
de la inmensa obra del genio de Tréveris.[3]