
Joaquín Mª Aguirre
En el día de la salida de Silvio Berlusconi, [trajimos] aquí
lo que podríamos considerar sus antípodas, el extremo opuesto a lo que ha
representado, en todo los órdenes, Il Cavaliere. Nada puede estar más distante
del defenestrado presidente que la del pobre en lo económico y contrahecho en
lo físico Antonio Gramsci. Si hubiera que elegirle una contrafigura, sería él.
Casi cien años después seguimos leyendo a Gramsci; de Berlusconi no hay nada
que leer.
Los efectos de la “indignación” se notan a través de
múltiples factores y se trata de saberlos apreciar en el entorno. Uno de ellos
es la proliferación de libros que hace mucho no se veían en los estantes
libreros cargados de obras de autoayuda, memorias de famosos y series
novelescas. Mis libros de Gramsci son los que conservo de aquellas ediciones de
los años setenta en los que una España (al menos una parte) deseosa de
enterarse de muchas cosas que solo conocía de oídas (y mal oídas) se adentraba
tratando de poner su mente en orden para un cambio inminente de régimen
político. De aquella época conservo los libros de Gramsci, Kropotkin, Hayek,
Mao, Burke, Aron, Tocqueville…, que en estantes mentales iban ordenándose y
conviviendo de la mejor manera posible.