
Especial para Gramscimanía |
La astrología ha sido duramente vapuleada por la crítica
meta científica contemporánea, esa que desde hace décadas, ha emprendido una
cruzada contra ella, contra el psicoanálisis y contra el marxismo. Con la
férrea razón en sus manos, los críticos han sostenido que la astrología se
encuentra más ligada a lo irracional, a las supersticiones, a lo primitivo, a
la charlatanería que impregnada por aquellos elementos que según ellos
caracterizan a la ciencia: su objetividad, método, criterios de validación de las
teorías y demás factores duros que dan cuenta del alto estatus de las
disciplinas occidentales.
Sostener que haya existido una influencia de la astrología sobre las disciplinas científicas mientras ellas iban encontrando los causes de sus respectivos desarrollos implica, a priori, una toma de posición epistemológica que corre el eje de la discusión sobre el estatus de las disciplinas de un enfoque prescriptivo a uno descriptivo tomando en cuenta el contexto social, político y económico en el cual se dan los desarrollos teóricos y las influencias que dichos adelantos pueden recibir en términos de presupuestos metafísicos, metáforas, analogías, folclore y cultura en general. Una vez más, hereje hay que ser para comprender la herejía.
Sostener que haya existido una influencia de la astrología sobre las disciplinas científicas mientras ellas iban encontrando los causes de sus respectivos desarrollos implica, a priori, una toma de posición epistemológica que corre el eje de la discusión sobre el estatus de las disciplinas de un enfoque prescriptivo a uno descriptivo tomando en cuenta el contexto social, político y económico en el cual se dan los desarrollos teóricos y las influencias que dichos adelantos pueden recibir en términos de presupuestos metafísicos, metáforas, analogías, folclore y cultura en general. Una vez más, hereje hay que ser para comprender la herejía.
Que la poca valoración que hoy tiene la astrología no nuble
nuestra mirada acerca de su influencia e importancia histórica en el
pensamiento y la cultura de los pueblos sería la consigna. Y como sostiene el
brillante historiador de la ciencia David Lindberg “debemos perdonar a los
estudiosos medievales por ser medievales y dejar de castigarlos por no ser
modernos”.[1] En otras
palabras, no juzguemos a los pensadores medievales por ser medievales, tratemos
de comprender sus presupuestos y en una de esas entenderemos mejor el sentido
de sus desarrollos y sus aportes. La astrología medieval se elaboraba en una
cocina plagada de recetas e ingredientes medievales: una cosmovisión, criterios
de racionalidad específicos y criterios de validación, también particulares.
Lindberg sostiene que hay dos formas de considerar la
astrología:
A) Como un conjunto de influencias físicas astrales.
B) Como el arte de la predicción por medio de horóscopos.
La primera, más vinculada a los aspectos metafísicos y
cosmológicos, rara vez era cuestionada en el Medioevo; mientras la segunda, era
más proclive a ser discutida desde diversos espacios: reclamo por evidencia
empírica, objeciones filosóficas y teológicas.
Desde tiempos antiguos se creía que los cielos y la tierra
estaban conectados de algún modo, que lo que ocurría en las esferas celestes
determinaba lo que sucedía en la región terrestre. Las estaciones se vinculaban
con el tránsito del Sol por la elíptica, las mareas con la posición de la Luna.
El calor proveniente del Sol y su luz inundando la tierra y todo lo viviente
fortalecían la imagen de una conexión astral. El descubrimiento de la brújula
en China y su posterior difusión en occidente hacia fines del siglo XII,
potenció la idea de que del mismo modo que los polos terrestres influían
magnéticamente sobre los minerales, todos los astros podían intervenir sobre lo
inanimado y lo animado.
A este tipo de cuestiones, más bien empíricas, debemos
agregar todo un conjunto de creencias ligadas con las religiones antiguas, el
folclore y la tradición. En otro artículo[2] hemos
visto que los viejos estoicos creían en la influencia de una fuerza que
mantenía cohesionado el cosmos, el pneuma. La idea de una divinidad en los
cielos que influía en el ámbito terrestre, de que los sucesos estelares y
planetarios eran signos (hacen bien Lindberg y otros historiadores en remarcar
que lo eran más que causas) y anticipaban eventos en terrestres se había
extendido antes que en Grecia, en la Mesopotamia. Fue entonces cuando comenzó a
pensarse que el conocimiento de la posición de los astros en el momento del
nacimiento de una persona podía ayudar a anticipar las características de su
personalidad y detalles de su vida. Lo astral y lo psíquico quedaban así
ligados, unidos por una fuerza cósmica. Y la lectura y comprensión de los
presagios demandaba, entonces, el estudio refinado de los astros y sus
movimientos.
En la antigua Grecia, Platón y Aristóteles hicieron
interesantes aportes a la cuestión. Platón sostuvo, en el Timeo, que el
Demiurgo delegaba en los dioses planetarios la labor de hacer nacer las cosas
en el mundo sublunar. Platón sostuvo, al igual que posteriormente lo hicieran
los estoicos, la continuidad o analogía entre el macrocosmos y el
microcosmos. El estagirita, por su parte, mantuvo la idea de que el motor
inmóvil era el causante del cambio y el movimiento en el sector sublunar del
cosmos. El tránsito de las estaciones, la generación y la corrupción terrestres
eran producto del movimiento solar. Los ya nombrados estoicos sostuvieron una
visión del cosmos activo y orgánico y como se ha dicho líneas arriba, también
cohesionado y caracterizado por la unidad y la continuidad.
Resulta claro que, en la antigüedad, hubiese sido
excepcional encontrar algún pensador que rechazara la idea de que existe una
conexión entre los astros y los sucesos terrestres. Ptolomeo, por ejemplo, reconocido
como un gran astrónomo antiguo en nuestras universidades contemporáneas mas no
como astrólogo, aseguraba en su Tetrabiblos, la existencia de fuerzas
celestes y defendía la validez de los pronósticos astrológicos.
Como quiera que sea, la resistencia hacia la astrología no
es un fenómeno moderno. Nada más alejado de la realidad. Quienes más la
atacaron fueron los denominados padres de la Iglesia Católica para quienes era
totalmente inaceptable la idea de determinismo y la atribución de divinidad (al
estilo platónico, por ejemplo) a las estrellas y planetas. Así los debates
entre intelectuales de la edad media temprana matizaban diversas posiciones.
Estas iban desde una influencia determinante hasta una indeterminación total,
pasando por cierto condicionamiento en algún punto de la vida para luego, dar
lugar al libre albedrío más adelante.
Hay que aclarar que ningún intelectual, por entonces,
centraba su crítica en la influencia cósmica. Esta era comúnmente aceptada. Lo
que se debatía era el fatalismo y el determinismo de los astros por sobre la
naturaleza, en particular, por sobre la naturaleza humana. Agustín (354 – 430),
por ejemplo, defendía la libertad de la voluntad por sobre el determinismo,
rescatando el tema de la responsabilidad humana en las acciones. Si hubiera un
determinismo férreo y un fatalismo absoluto, junto a la ausencia de libertad,
voluntad y responsabilidad por parte de los seres humanos, no cabría lugar para
que el pecado sea castigo. Pero Agustín no iba tan lejos. Aseguraba que podía
existir cierta influencia cósmica sobre el cuerpo de los hombres. Pero esta
fuerza física influía sólo sobre el cuerpo y no sobre la mente.
A pesar de las condenas propias de la literatura medieval
temprana, la astrología logro hacerse camino en las cortes, gracias al cada vez
más extendido convencimiento de la influencia estelar y planetaria sobre cosas
físicas como la salud, la enfermedad, las tormentas o sobre el temperamento, y
la posibilidad de realizar pronósticos a partir del estudio de las posiciones
de los astros.
Hacia el siglo XII, gracias a la influencia del astrólogo
árabe Albumasar y suIntroducción a la ciencia de la astrología, la ciencia
de los astros logró un fundamento filosófico apropiado al integrarse sus
saberes con la filosofía aristotélica. La adopción de la metafísica del
estagirita, junto con la afirmación de que los cuerpos celestes son los
causantes de la generación y corrupción terrestre, reforzaron los saberes
astrológicos dándoles estatus en diversos espacios del saber.
Por supuesto, los teólogos continuaron obsesionados con el
tema de la determinación. Pero ocurrió con la astrología algo similar a lo
acontecido con todo el corpus aristotélico. Los pensadores se esforzaron por
analizar los conocimientos astrológicos con el objeto de ajustarlos a las
prescripciones dogmáticas y tomando aquello que les era de provecho. Así, a
pesar de las penalidades (la cuestión del determinismo, por ejemplo, fue objeto
de sanción en la famosa condena de Étienne Tempier de 1277) y a pesar de que
los practicantes de la astrología eran acusados de charlatanes, hasta los
críticos aceptaban ciertas influencias de los astros. Es el caso de Oresme, un
ácido censor de la astrología, que aún así, creía en la influencia de los
astros en la aparición de plagas, mortandades hambruna, inundaciones, grandes
guerras, la aparición de profetas y catástrofes de diverso tenor.
La astrología, en definitiva, se desarrollaría hasta el
siglo XII y tal vez, un tiempo más en occidente, perdiendo impulso con el
advenimiento de la modernidad. No obstante, fue por la obsesión a la hora de
medir la posición exacta en la banda del zodíaco que los astros tendrían en un
determinado período del año para la realización de pronósticos y predicciones
que la astrología ayudó a la confección de tablas astrales cada vez más
exactas, demandando a su vez de un refinamiento en las tecnologías de medición
y un desarrollo en las matemáticas aplicadas.
Notas
[1] Para ampliar
sobre este y otros interesantes aportes medievales y antiguos al desarrollo de
la ciencia, el lector puede consultar del mismo autor Los inicios de la
ciencia occidental. Hay una muy buena traducción de editorial Paidos. Este
artículo toma principalmente los aportes del libro de Lindberg junto a
otras fuentes menos destacadas.