
Traducción del italiano por Nemoniente & Iohannes Maurus
Cuando se lee el Capítulo VI Inédito habiendo ya
estudiado el Libro I de El Capital, es sorprendente la potencia
teórica y la claridad de la exposición de algunos conceptos que, casi en el
mismo periodo, Marx construía, no de otra manera sino con otra intención,
precisamente en el Libro I. No queremos sólo ocuparnos aquí de esta
potencia teórica, queremos también mostrar que la importancia del Capítulo
VI Inédito consiste en el hecho de que algunos de esos conceptos se
convierten en la fuente de importantes desarrollos de la crítica política
marxiana y permiten entender, o mejor aún, orientar los dispositivos teóricos
para una mejor comprensión del capitalismo contemporáneo. De hecho, Marx aquí
supera a menudo su propia capacidad de ilustrar los perversos mecanismos de la
explotación capitalista y, mientras ve desarrollarse la tendencia, parece
situarse (teóricamente) en el porvenir de la lucha de clases contra el capital.[1]
Los capítulos en que se construye esta “crítica
anticipadora” son esencialmente los referentes a la definición del plusvalor
absoluto y relativo (junto con el desarrollo de las tecnologías y del
maquinismo) y que en consecuencia elaboran las categorías de “subsunción
formal” y “real”; aquellos en los que se construyen los conceptos de “trabajo
productivo” y “trabajo improductivo” y se insiste sobre la posición y función
de la ciencia dentro del proceso de valorización del capital; y finalmente
aquellos que tratan el concepto y la medida de la productividad del capital
y quizá se aferran, ahondando en la extensión y en la densidad social de
la explotación capitalista, la imagen de un sujeto revolucionario que ilumina
el horizonte contemporáneo.
A continuación no se pretenderá tanto profundizar
el análisis de estos pasajes del Capítulo VI Inédito, como subrayar en qué
manera ayudan a extender hasta nuestro tiempo, en la época del capitalismo postindustrial,
la potencia de la crítica marxiana
I
No nos interesa aquí volver sobre la definición del
plusvalor absoluto y el plusvalor relativo. Marx habla de ello persistentemente
de la p. 3 a la p. 58 (en la ed. alemana de la p. 454 a p. 473) para después introducir
los conceptos de sumisión (o subsunción) formal y real del trabajo en el
capital en las pp.. 59-76 (ed. alemana pp.. 473-478). Las definiciones de las
diferentes formas del plusvalor corresponden a las expuestas en el Libro
I de El Capital. Ni siquiera es importante (para avanzar en nuestra
investigación) repetir los criterios que distinguen la subsunción formal de la
real. No obstante: “la subsunción real del trabajo en el capital se desarrolla
en todas aquellas formas que producen plusvalía relativa, a diferencia de la
absoluta” (p.. 72; ed. alemana p.. 478). Esencial será subrayar que para Marx
“Con la subsunción real del trabajo en el capital se efectúa una revolución
total (que se prosigue y repite continuamente [N.B. el subrayado es
nuestro]) en el modo de producción mismo, en la productividad del trabajo y en
la relación entre el capitalista y el obrero”. Una temporalidad
fuerte rige por tanto el proceso, el tiempo de una revolución continua
donde la “composición orgánica” del capital es investida por el movimiento de
sus componentes, máquinas y trabajadores, ciencia y valores de uso. A esta
intensificación temporal acompaña una extensión global del modo de producción
capitalista: “En la subsunción real del trabajo en el capital hacen su aparición
en el proceso de trabajo todos los cambios que analizamos anteriormente.. Se
desarrollan las fuerzas productivas sociales del trabajo y,
merced al trabajo a gran escala, se llega a la aplicación de la ciencia y
la maquinaria a la producción inmediata. Por una parte, el modo
capitalista de producción, que ahora se estructura, origina una forma
modificada de la producción material. Por otra parte, esta modificación de la
forma material constituye la base para el desarrollo de la relación capitalista,
cuya forma adecuada corresponde, en consecuencia, a un determinado grado de
desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas del trabajo” (p.. 73; ed.
alemana p. 478).
En estas condiciones, sujeto a esta dinámica, el capital se
despoja de toda “individualidad”, deviniendo capital social. Pero más
importante todavía es el hecho de que las “fuerzas productivas” devienen
inmediatamente “sociales”. El maquinismo, la tecnología (“determinada”,
“situada” que se renueva precisamente en la subsunción real) lejos de ser sólo
“neutrales” productos de la “ciencia”, son por el contario “fuerzas
productivas” que, invadiendo la realidad, integran en si ya no sólo a los
trabajadores sino a la sociedad. El maquinismo amarra la vida. Veamos qué
son las máquinas. Fuera del capitalismo, Hegel nos enseña que el instrumento de
trabajo es un medio, un medio para actuar sobre la naturaleza. Entre el hombre
y la naturaleza está el instrumento, la máquina. Pero en el capitalismo la
relación sufre un cambio: el trabajo del obrero deviene mediación entre la
máquina (el instrumento) y la naturaleza. La omnipresencia de la tecnología en
el trabajo deviene total. El instrumento ya no es valor de uso para el
trabajador sino que el trabajador se convierte en valor de uso para el capital,
para “su” (del capital) máquina (capital fijo). “…una vez incluido en el
proceso de producción del capital, el instrumento de trabajo recorre, sin
embargo, diferentes metamorfosis, la última de las cuales es
la máquina o, mejor dicho, un sistema automático de máquinas
[…], puesto en movimiento por una fuerza motriz autómata, que se mueve a sí
misma; este autómata se compone de numerosos órganos mecánicos e intelectuales
de forma tal que los trabajadores mismos son determinados como órganos
conscientes del mismo (Grundrisse, ed Grijalbo, vol. I p.. 81; ed. alemana p..
583). Y de nuevo: “en la máquina, y más aún en la maquinaria como sistema
automático, el instrumento de trabajo se transforma, desde el punto de vista de
su valor de uso, es decir desde el punto de vista de su existencia material, en
una existencia adecuada al capital fijo y al capital en general, y la forma en
la cual el instrumento de trabajo es incluido en cuanto instrumento de trabajo
inmediato en el proceso de producción del capital, es superada en una forma
puesta por el propio capital y a él correspondiente” (ibidem). Pero si es así, cuando
este desarrollo se completa, dos totalidades sociales se superponen:
el capital (constante) que cubre toda la realidad social y el capital
(variable) que es fuente de valorización de esta realidad social. Estas páginas
representan entonces una formidable premisa y una descripción “biopolítica” de
la subsunción real del trabajo en el capital. Explicitando la premisa: ya no
hay valor de uso, ya no hay ni siquiera naturaleza –todas las relaciones
sociales (obviamente aquellas de producción pero también las de reproducción y
de circulación) se trasponen al terreno de la explotación– en
definitiva, la vida se subsume en el capital.
Al desplegar la precedente narración del desarrollo
capitalista de la subsunción formal a la real, hemos tenido en cuenta –además
de algún pasado trabajo nuestro (por ejemplo los ensayos recogidos en I
Libri del rogo, Derive Approdi, Roma, 2006 y Marx oltre
Marx, Feltrinelli, Milano, 1979)– el fundamental comentario al Cap.
VI Inédito de Claudio Napoleoni (Lezioni sul Cap. VI Inedito di Marx,
Boringhieri, Torino, 1972) y lo hemos hecho porque el comentario de Napoleoni a
las páginas de Marx nos parece totalmente correcto. De lo hasta aquí expuesto
Napoleoni extrae una primera y definitiva consecuencia, y es que en Marx la
subsunción del trabajo social en el capital incluye también la maquinaria, el
instrumento de trabajo, ya sea como máquina, ya sea como cuerpos de los
trabajadores; deduce lógicamente que “una máquina no usada de manera
capitalista debería ser distinta de la usada de manera capitalista”,
y evidentemente que también los cuerpos de los trabajadores que se componen
en cierto modo en una determinada forma del desarrollo capitalista, deberían
componerse de otro modo más allá del capitalismo; y también esta conclusión
parece correcta. Resulta sin embargo que esta conclusión es verdadera sólo si
asumimos linealmente las deducciones marxianas de la subsunción real. En cambio
si las asumimos “dialécticamente” (es decir como sometidas a las
determinaciones históricas de la lucha de clases) no será ya posible considerar
la “reificación” del valor en el maquinismo o la “alienación” del trabajador
como mundos cerrados (en esta inversión consiste la ruptura esencial de la
lectura “operaista” de El Capital). El capital es siempre una relación de
fuerza y la propia maquinaria (subsumida por el capital social) es ella misma
una relación. Esta relación no se puede definir de manera determinista. Es
lucha, conflicto, es un conjunto histórico –por tanto abierto– de victorias y
derrotas: la política está aquí y las transformaciones, los efectos de la
lucha, el ser “dentro y/o más allá” (de los cuerpos de los trabajadores) de las
estructuras de la explotación, y las medidas de este “dentro y/o más allá”, son
variables, dinámicas, ontológicamente definidas una y otra vez. “Las máquinas
acuden donde hay lucha”, reconoce Marx; y también el valor: las máquinas
vuelven a ser un “valor de uso” obrero en la lucha –un valor de uso que la
subsunción (socialización del trabajo, características científicas de su
organización) del trabajo bajo el capital extiende a la lucha social contra el
capital. Aquí se define de manera conclusiva la relación antagonista que
constituye la realidad del capital –eliminando del proceso capitalista que
conduce a la subsunción real, a la “reificación” de las relaciones sociales,
todo determinismo junto con todo salto idealista y/o apocalíptico. La
subsunción de la sociedad en el capital representa tendencialmente más bien un
terrenobiopolítico para las luchas emancipatorias.
NB. Cuando decimos tendencialmente, no asumimos un
horizonte determinista sino que nos movemos en el marco conflictivo de las
luchas de clase. Sobre este terreno, después de haber registrado la
“tendencia” ex post, debemos verificar la apertura de
“dispositivos” ex ante. Aquí tejido (y/o
potencia) biopolítico y máquina del biopoder significan, en
consecuencia, respectivamente, aperturas ontológicas de “dispositivos” deseos,
programas, máquinas institucionales, biopolíticos o acumulación ontológica de
tendencias y estructuras de poder sobre la vida. Este es el terreno de la lucha
de clases en la época actual, en condiciones totales de subsunción real de la
sociedad en el capital. Sobre estos términos han trabajado especialmente el
último Michel Foucault y Judith Revel.
II
Veamos otro punto esencial del Cap. VI Inédito: trabajo
productivo y trabajo improductivo. Marx lo trata de la p. 77 a la p. 89 (en la
ed. alemana de la p. 480 a la p. 490): leeremos estas páginas para
avanzar en nuestra comprensión del presente. A la pregunta sobre qué es
“trabajo productivo”, Marx responde: es el trabajo que produce plusvalor –es
decir, es actividad que valoriza al capital. “Como el fin inmediato y
el producto por excelencia de la producción capitalista es la
plusvalía, tenemos que solamente es productivo aquel trabajo –y sólo
es un trabajador productivo aquél ejercitador de capacidad de
trabajo– que directamente produzca plusvalía; por ende, sólo aquel trabajo que
sea consumido directamente en el proceso de producción con vistas a
la valorización del capital” (p. 77; ed. alemana p. 480). Este punto de vista
es fuertemente y polémicamente confirmado en las mismas páginas: “sólo la
estrechez mental burguesa que tiene a la forma capitalista de producción por la
forma absoluta, y en consecuencia por la única forma natural de la
producción, puede confundir la cuestión de qué es trabajo
productivo y trabajador productivo desde el punto de vista del
capital, con la cuestión de qué es trabajo productivo en general,
contentándose así con la respuesta tautológica de que es productivo todo
trabajo que produce en general, o que redunda en un producto o, en algún valor
de uso cualquiera, resumiendo: enun resultado. SSólo es productivo el obrero
cuyo proceso de trabajo = al proceso de consumo productivo de la
fuerza de trabajo –perteneciente al depositario de este trabajo– por parte del
capital o del capitalista” (p.. 78; ed. alemana p. 480).
Estas definiciones parecen contradictorias con nuestra
premisa (desarrollada en el punto I.) donde se consideran coextensivos el
trabajo productivo y el trabajo social subsumido en el capital: en esto consiste
–para nosotros– la dimensión tendencialmente biopolítica de la explotación.
“Parecen”: de hecho no creemos contradecir a Marx en este terreno. Es evidente
que mantenemos el punto de vista de la crítica del valor: en principio, no
consideramos “productivo” todo trabajo que produzca “utilidad” –entendiendo,
como Say, Bastiat y otros economistas, la utilidad como un servicio cualquiera–
en este caso toda actividad social debería paradójicamente ser considerada como
productiva. ¡Pero no es así! Sin embargo, también a este propósito debemos
subrayar inmediatamente una
excepción en la verificación de la teoría del valor-trabajo. Cuando el
capitalista pretende valor, lo quiere en la forma del plusvalor –
al punto que, como veremos más adelante,no hay teoría del valor que no
sea (según la definición) del plusvalor (es decir, de la
resistencia, mejor dicho, de la lucha obrera contra el plusvalor). Remitimos a
Marx, a las Teorías sobrela plusvalía,para aclarar esta temática. Pero,
retomando el hilo de nuestra argumentación, ¿cómo reaccionamos al hecho de que
con la subsunción real del trabajo y la sociedad bajo el capital, el proceso de
trabajo deviene, totalmente, proceso de valorización? Cuando Marx dice que “el
capital es productivo” porque ha invadido y sometido a la sociedad a los
procesos de producción de plusvalor, ¿qué puede entender por “trabajo
productivo” si no que toda la actividad social lo es (contradictoriamente
respecto a la precedente lectura del concepto de trabajo productivo)? Hay aquí
un problema.
Eliminemos de entrada un equívoco. A lo largo de su obra,
Marx se pregunta si son “productivos” algunos trabajos: sacerdotes,
funcionarios, militares, magistrados, abogados… y responde que, más que
productivos, son “sustancialmente destructivos”. (“Para la gran masa de los
llamados trabajadores “superiores” –como funcionarios del Estado, militares,
virtuosos, médicos, curas, jueces, abogados etc., - que en parte no sólo no son
productivos, sino que son esencialmente destructivos, pero que saben apropiarse
una parte muy grande de la riqueza material “material”, en parte mediante la
venta de sus mercancías “inmateriales” y en parte mediante la obtención
violenta de la misma, no les era en modo alguno agradable el ser relegados,
desde un punto de vista económico, a la misma clase juntamente con los bufones
y los sirvientes, y el aparecer simplemente como simples consumidores, como
parásitos de los productores propiamente dichos (o más bien e los agentes de la
producción). Se trataba de una desacralización singular precisamente de
aquellas funciones que habían estado rodeadas hasta entonces de una aureola de
santidad, que habían disfrutado de una veneración supersticiosa. La economía
política en su período clásico, exactamente igual que la burguesía en su
período de constitución, se comporta con energía y de manera crítica respecto a
la maquinaria de Estado, etc. – y aprende por propia experiencia, que la
necesidad de la combinación social heredada de todas estas clases en parte
totalmente improductivas surge de su propia organización.”, Marx, Teorías
sobre la plusvalía, p. 262). ¡Inútil subrayar la inteligencia histórica de
estas anotaciones que, confirmando los criterios de la “larga duración”, ridiculizan
las “leyes eternas de la tradición” cacareadas por el Tocqueville “sicofante”
del poder burgués! Queda el hecho de que algunas de esas funciones
desacreditadas vuelven a ser productivas en la actualidad –en cuanto
“inmateriales” y “cognitivas”– no siendo ya canjeadas por renta sino por
salario. Nosotros continuamos odiando y considerando “parásitos” estos
“aparatos ideológicos del Estado” – pero no es este sin embargo un elemento
decisivo –, consistiendo más bien la novedad en el hecho de que la subsunción
real ha ido mucho más allá de cuanto el propio Marx había podido imaginar y,
por tanto, que debemos también nosotros avanzar en el análisis, manteniendo el
desprecio por aquellos burócratas y aquellos servidores de las ideologías y del
Estado que, incluso siendo productivos, siguen siendo la escoria de la
sociedad.
Enfrentémonos al problema: Marx no nos deja desarmados. De
hecho él mismo amplia el concepto de “trabajo productivo” después de tanto
haberlo reducido, como hemos visto. “Como, con el desarrollo de
la subsunción real del trabajo en el capital o del modo de
producción específicamente capitalista, no es el obrero individual, sino cada
vez más una capacidad de trabajo socialmente combinada lo que se
convierte en el agente real del proceso laboral en su conjunto, y como las
diversas capacidades de trabajo que cooperan y forman la máquina productiva
total participan de manera muy diferente en el proceso inmediato de la
formación de mercancías, o mejor aquí de productos –éste trabaja más con
las manos, aquél más con la cabeza, el uno como director, ingeniero, técnico,
etc.., el otro como capataz, el de más allá como obrero manual directo o
incluso como simple peón– tenemos que cada vez más funciones de la capacidad de
trabajo se incluyen en el concepto inmediato de trabajo productivo, y sus
agentes en el concepto de trabajadores productivos, directamente
explotados por el capital y subordinados en general a su proceso de
valorización y de producción. Si se considera al trabajador productivo en
el que el taller consiste, su actividad combinada se realiza
materialmente y de modo directo en un producto total, que al mismo
tiempo es una masa total de mercancías –y aquí es totalmente
indiferente que la función de tal o cual trabajador, mero eslabón de este
trabajador colectivo, esté más próxima o más distante del trabajo manual
directo. . Pero entonces, la actividad de esta fuerza de trabajo colectiva es
su consumo productivo directo por parte del capital, es la
autovalorización del capital, la producción inmediata de plusvalor; vale
decir el proceso de autovalorización del capital, […]
la transformación directa del mismo en capital” (Capítulo VI
Inédito, p. 74; ed. alemana g. 480). Además: “las condiciones objetivas
del trabajo con el desarrollo del modo de producción capitalista, revisten una
forma modificada debido a las dimensiones en las que, y de la economía en la
que se aplican s (prescindiendo por entero de la forma de la maquinaria,
etc...). Se vuelven más desarrolladas como medios de producción concentrados,
representantes de riqueza social, y, lo que agota realmente el todo, gracias a
la amplitud y eficiencia de las condiciones productivas del trabajo combinado
socialmente”. (ivi, pag. 88; ed. alemana pag. 489). En definitiva: “la ciencia
como producto intelectual general del desarrollo social se presenta aquí
asimismo como directamente incorporada al capital (la aplicación de la misma
como ciencia, separada del saber y de la destreza de los obreros considerados
individualmente), y el desarrollo general de la sociedad siendo por cuanto lo
usufructúa el capital enfrentándose al trabajo y opera como fuerza productiva
del capital contraponiéndose al trabajo, se presenta como desarrollo del
capital y esto tanto más por cuanto, para la gran mayoría, ese desarrollo corre
a la par con el desgaste de la capacidad de trabajo”. (Ibid, p. 94; ed. alemana
p. 489). Y podríamos continuar inundando nuestro texto de referencias
marxianas.
Pero nos interesa examinar qué significa que el proceso de
trabajo social se transforme, en la subsunción real, en proceso social de
valorización, y viceversa. ¿Qué significa que las fuerzas productivas sociales
son absorbidas por el capital y se convierten en fuerza productiva del capital?
Significa dos cosas. La primera es que nos movemos cada vez más, cuando
consideramos el carácter productivo del trabajo, en la propia
dimensión biopolítica a la que nos había llevado el análisis del
proceso de subsunción real. No son fuerzas “individuales” sino “sociales” las
que operan productivamente dentro del proceso de trabajo, en el interior
“socialmente combinado” de la máquina productiva, mejor dicho, “de la fábrica
colectiva”.
Pero más que esto (que ya habíamos empezado a comprender en
el punto I.), esta fábrica colectiva, presupuesto y resultado de la
productividad de trabajadores agrupados, está –en segundo lugar– atravesada y
reorganizada por la ciencia, que también está incorporada al capital pero que
indica sin embargo un desarrollo cada vez más “abstracto” de las potencias del
trabajo. Unos diez años antes, en los Grundrisse entre 1857 y 1858,
Marx había interpretado de manera todavía más eficaz (y con formas casi
idealistas) este pasaje científico en el desarrollo del capital, poniendo
alGeneral Intellect como indicio final del proceso de subsunción real de
la sociedad en el capital y haciendo entrever su potencia como heredero
revolucionario del proletariado. (Se trataba por lo tanto de
una Aufhebung basada en la afirmación de la absorción de la vida en
el capital y por tanto en su negación/inversión de aquella subordinación
–Aufhebung como solución de la crisis del proceso de socialización
maquínica y su transformación en hegemonía del capital cognitivo –conjugándose
así, de manera innovadora, proceso de trabajo y proceso de valorización). Para
concluir: la segunda consideración que puede ayudarnos a avanzar en el
formidable “análisis anticipativo” marxiano del presente, trabajando sobre el
Capítulo VI Inédito, es esta implantación de la ciencia y del trabajo
cognitivo sobre el tejado del edificio capitalista construido por la subsunción
real de la sociedad. Hoy diríamos que se trata de un tránsito desde la de “movilización
laboral” de toda la sociedad en la explotación de la cooperación del trabajo y
de la valorización cognitiva a la determinación de un nuevo sujeto
revolucionario.
NB. Cuando hablamos de “trabajo productivo” en la subsunción
real, hablamos, en consonancia con el desarrollo imaginado por Marx, de un
trabajo llevado a cabo por cuerpos obreros/trabajadores/manuales e
intelectuales/ que cooperan socialmente y debemos insistir en la transformación
(“monstruosa” y feliz) que estos cuerpos llevan al nuevo terreno bipolítico de
la lucha de clases. Naturalmente aquí rige sobre todo el antagonismo
“biopoder-biopolítica”; por los cual ¡queda prohibida toda ilusión continuista,
determinista, eudemónica! Estos cuerpos son “monstruosos” –efectivamente es
“monstruoso” el deseo del común en la libertad y en la igualdad. (Sobre esta
temática de los cuerpos “monstruosos” han trabajado Félix Guattari, Christian
Marazzi, Matteo Pasquinelli).
III
Si las cosas son así, si el tejido capitalista
–tendencialmente biopolítico y cognitivo tal como lo consideraba Marx, y
de efectivamente biopolítico y cognitivo en la actualidad– si por tanto el
proceso de trabajo dentro de la valorización está completamente identificado y
socialmente resaltado en el tejido capitalista , ¿dónde se da la explotación?
Mejor dicho, ¿dónde están los que explotan, y los que son explotados?
No cabe duda que en el Capítulo VI Inédito, Marx, de
alguna manera, deja esta cuestión sin respuesta. El trabajo objetivado, a
través del proceso histórico de la subsunción real, se extiende tan ampliamente
y asume una autonomía tan fuerte que la insurgencia de la subjetividad, del
trabajo vivo, resulta siempre más difícilmente reconocible. El trabajo muerto
deviene cuerpo social, continente y contenedor orgánico cada vez más
enorme del trabajo vivo. Parece casi –al leer algunas páginas
del CapítuloVI Inédito – que el mundo capitalista, una vez
conquistada la “combinación social” de las fuerzas productivas, fuera capaz de
bloquear el desarrollo histórico de la lucha de clases. Pero esta situación es
sólo “aparente”. (Es necesario naturalmente prestar atención al específico
valor “dialéctico” de las palabras en Marx. “Aparente” no significa tenue,
superficial o inconsistente; significa la concreción material, ontológica si bien
mistificada, del poder capitalista global sobre la explotación de la fuerza de
trabajo y el conjunto de su capacidad de ocultar la potencia de esta y sus
efectos). Esta condición es por tanto aparente. ¿Por qué? A Marx,
probablemente, ni se le pasaría por la cabeza la cuestión –todo el presupuesto
dialéctico de su método reduce tal cuestión a una banalidad. No para nosotros.
Por tanto, ¿por qué? Porque la relación de explotación es intrínseca,
intransitiva, y no exterior, no transitiva, a la relación de trabajo y a la
productividad del capital. Mejor dicho: la alienación de las condiciones de
trabajo, en la subsunción real de la sociedad del capital, permanece y aumenta
cuanto más avanza el desarrollo capitalista. En los Grundrisse (vol.
I pag. 228) Marx anota: “el hecho de que con el desarrollo de las fuerzas
productivas del trabajo tiene que aumentar las condiciones objetivas del
trabajo en relación con el trabajo vivo[…. ] se presenta desde el punto de
vista del capital de forma tal que no es el momento de la actividad social –el
trabajo objetivado- el que se convierte en cuerpo siempre más poderoso del otro
momento, del subjetivo, del trabajo vivo, sino que […] las condiciones
objetivas del trabajo asumen una autonomía cada vez más colosal frente al
trabajo vivo que se manifiesta a través de su propia extensión”. Bien, esta
impresionante alienación produce un proceso histórico a través del cual el
trabajo (alienado, objetivado) cada vez más “socializado” encuentra su
autonomía (ahora socializada precisamente respecto a su primitiva
individualización) frente al capital. Estamos ante una “inversión” del concepto
de “fuerza productiva social” del capital que se manifiesta históricamente en
la socialización del trabajo vivo: una “inversión” subjetiva que
suprime la alienación, la reificación del trabajo vivo (no es aquí el lugar
para distinguir estos conceptos sino de asumirlos unidos en su capacidad
descriptiva y evocativa) en el trabajo muerto. Y asigna al trabajo vivo una
potencia de socialización, ya arrancada al trabajo muerto. A través de
esta inversión se asigna un carácter inmediatamente social y productivo a la
actividad de los individuos.
¿Es convincente esta inversión marxiana de los efectos de la
subsunción social, que llega a determinar la recuperación de la autonomía del
trabajo vivo en cuanto trabajo socializado, en cuanto figura de
una potencia común de un trabajo hasta aquí explotado y oprimido? No
nos lo parece; más bien nos parece que el hecho de no considerar a Hegel un
“perro muerto” gaste a Marx una broma de mal gusto: la de superponer una
intuición a un razonamiento, o mejor dicho, un mal razonamiento fundado sobre
la reivindicación (indignada) de la dignidad del trabajo a un buen
razonamiento, que otra veces hiciera (¡y con qué fuerza!) –el reconocimiento
fundacional de la potencia antagonista que se alza (inmediatamente) desde la
experiencia de la explotación social del trabajo contra la abstracción cruel y
bastarda del plusvalor. Más aún: aquí parece (teniendo en cuenta la
inversión de la relación “alienación/socialización”) que se trate del paso de
un adentro (la subsunción real, la alienación productiva) a
un afuera (una íntegra socialización del trabajo vivo y la plenitud
de su autonomía). Pero no es así: el capitalismo se combate dentro y contra, no
permite “afueras”, porque el adversario del trabajo vivo no es simplemente la
figura abstracta de la explotación perfilada dentro de la continuidad de los
circuitos del proceso de trabajo sino la figura concreta del capitalista que
extrae plusvalor. “el crecimiento del capital y el crecimiento del
proletariado se presentan como productos concomitantes, aunque polarmente
opuestos, del mismo proceso”. (Capítulo VI Inédito, p. 103; ed. alemana p.
493). Al punto en que ha llegado la crítica marxiana, no es el proceso de
trabajo el que incluye el proceso de valorización sino más bien es el de
valorización el que configura y disciplina el de trabajo; y el valor-trabajo
mismo se percibe antes que nada a través de la experiencia de la explotación,
en la figura del plusvalor. Marx subraya la fundamental importancia del
plusvalor en su obra: “lo mejor de mi libro –escribe después de la publicación
del Libro I del Capital– es 1) (sobre esto se basa toda la
comprensión de los hechos) el doble carácterdel trabajo inmediatamente
puesto de relieve en el primer capítulo, según este se exprese en el
valor de uso o en el valor de cambio; 2) el tratamiento del plusvalor
independientemente de sus formas particulares, tales como el beneficio, el
interés, la renta, etc...”. (Marx, carta a Engels fechada de 24 de agosto
de 1867). Solo ahora se podrá concluir: “desaparece hasta
la apariencia que la relación presentaba en la superficie,
según la cual posesores de mercancías dotados de prerrogativas iguales, se
enfrentan en la circulación, en el mercado, los cuales, como todos los demás
posesores de mercancías sólo se diferencian entre sí por el contenido
material de sus mercancías, el valor de uso particular de las mercancías que
tienen para venderse entre sí. O bien, esta formaoriginaria de la relación
subsiste sólo como apariencia de la relación que está en su base, de
la relación capitalista”. (Capítulo VI Inédito, p. 104; ed. alemana p.
493). Comenta Isaak Rubin (Saggi sulla teoria del valore di
Marx, Feltrinelli, 1976, pag. 52): “la formulación estándar de esta teoría
es que el valor de las mercancías depende de la cantidad de trabajo social
necesario para su producción. Es decir, de forma más general, el trabajo se
oculta o está contenido en el valor, el valor es igual a trabajo
“materializado”. Pero es más apropiado formular inversamente el problema: …la
teoría del valor-trabajo no se basa en el análisis del cambio en su forma
material, sino en las relaciones sociales de producción expresadas en él.” Por
tanto, sólo el contra explica el dentro. La existencia
antitética de las condiciones capitalistas de la explotación respecto al
trabajo vivo es la que nos permite identificar quién explota y quién es
explotado.
Añádase una última consideración. En el punto I hemos visto,
a propósito de la concepción del “maquinismo” desarrollada en el Capítulo
VI Inédito, cómo la dialéctica hegeliana del la explotación ha sido aquí
modificada: el instrumento ya no es mediación entre el trabajador y la
naturaleza, sino que es el trabajador el instrumento entre el capitalista y la
riqueza (abundancia de mercancías y beneficio). En segundo lugar, advertíamos
que el instrumento, socializándose, se ha transformado profundamente, mejor
dicho, ha asumido de nuevo su autonomía, ha reaparecido en primer plano. “Se ve
aquí cómo, incluso categorías económicas correspondientes a épocas anteriores
de la producción adoptan, sobre la base del modo capitalista de
producción, un carácter histórico específicamente diferente”. (ibid, p. 110; ed.
alemana p. 442). Estas anotaciones marxianas nos son útiles para concluir este
breve excursus sobre las características “anticipadoras” de la crítica marxiana
de las categorías económicas del capitalismo, tal como se ha llevado a cabo en
el Capítulo VI Inédito. Esta anticipación no está basada en ilusiones
deterministas sino abiertas como dispositivo a las fuerzas antagonistas que en
la lucha de clases construyen históricamente el proceso de emancipación. Por lo
tanto, si en la subsunción real el trabajo productivo deviene fuerza productiva
del capital, y si, cumpliéndose el proceso y determinándose su inversión, el
trabajador colectivo, formado por la combinación social de los factores
productivos, reconoce su misma naturaleza transformada en actor “común” de la
producción, –si pues todo esto sucede, podemos concluir que en la figura
“biopolítica” de la subsunción y en la determinación “cognitiva” de la
producción se reconoce al proletariado (instrumento colectivo de la producción)
un nuevo protagonismo, es decir, la conciencia de una “potencia común”, y se
identifica por tanto un dispositivo “común” radicalmente orientado a una
hegemónica reclamación de liberación del dominio del capital. Es el instrumento
mismo de la producción el que deviene potencialmente capaz de liberarse de la
explotación y del mando y de reconocerse hegemónico en la producción de la
riqueza del común.
NB. La lucha de clases, llevada a cabo en la subsunción real
de la sociedad en el biopoder, parece asumir un carácter particular. En efecto,
es la “existencia antitética” del cuerpo endeudado, mediatizado, securizado,
representado la que se indigna, se rebela, se organiza, lucha. Debe
hacerlo dentro de este mundo reificado del biopoder, del “pensamiento
único”, siempre dentro de nuevas configuraciones de la alienación (de aquí la
urgencia inexorable de la “investigación” cognitiva y subversiva para iniciar
cualquier proyecto de emancipación) …y contra. Mientras
el “dentro” lo hemos identificado bien, el “contra” es el terreno de la
praxis, confiado hoy a la imaginación constituyente y a las prácticas
militantes. Se puede aprender muchísimo, en este sentido, de Franz Fanon y en
general de las primeras generaciones de militantes y estudiosos del
“post-colonialismo”. Sin embargo, el problema actual es la organización de la
multitud –es decir, comprometer en la institución de una “política del común” a
las redes biopolíticas (esto es informáticas e inteligentes, cooperantes y
productivas, críticas de la economía política y comuneras, participantes y democráticamente
expertas, etc…) de las singularidades.
IV
Estas últimas consideraciones nos permiten retomar, sin el
peligro de caer en interpretaciones de tipo idealista, el fragmento sobre
el General Intellect de los Grundrisse al que nos hemos
referido y releer su posición y desarrollo en el pensamiento marxiano. Hemos
dicho que en los Grundrisse siete y ocho años antes de redactar
el Capítulo VI Inédito, Marx había avanzado tesis que sólo en la obra
posterior, en la redacción del Libro I de El Capital, se
muestran en su plena y material consistencia. Ya en
los Grundrisse, para Marx el problema era el de encontrar el punto de
apoyo para transformar los efectos de “alienación” y “reificación” (no para
abandonarlos –como por ejemplo pretendía Althusser– que los define como
productos de una humanística adolescencia marxiana –sino para darles
justificación crítica y materialista). Son conceptos que ya antes del 58, en
los escritos juveniles, representaban –de manera idealista– una realidad
perversa, efecto de la explotación capitalista, de la cual se denunciaba el
poder represivo y en la que se presentaba, por otra parte, la ocasión del
tránsito dialectico, de la negación, hacia una superación ideal. Ahora, la
renovada crítica de la economía política permite materializar este tránsito:
tránsito histórico, no dialéctico; no necesario sino factualmente dado: un
tránsito a través del infierno de la acumulación primitiva, de la subsunción
formal y real. “En la medida en que se desarrolla la gran industria, la creación
de la riqueza real viene a depender menos del tiempo de trabajo y de la
cantidad del mismo empleada que de la potencia de los agentes involucrados en
el tiempo de trabajo, y que a su vez –esta su powerfull
effectiveness– la cual no está en lo más mínimo relacionada con el
tiempo de trabajo inmediato que cuesta su producción sino que depende en
cambio del estado general de la ciencia y del progreso de la tecnología, o de
la aplicación de esta ciencia a la producción… en esta transformación no es ni
el trabajo inmediato, realizado por el propio hombre, ni el tiempo que trabaja
sino la apropiación de su actividad general, su comprensión de la naturaleza y
el dominio sobre ella a través de su existencia como cuerpo social –en una
palabra es el desarrollo del individuo social lo que se presenta como gran
filón que sustenta la producción y la riqueza” (K. Marx,Grundrisse, vol.
II, pp. 400 – 401, ed. alemana pagg. 592 – 593). ¿Utopía? ¿Ilusión?
Quizás. No obstante, un paso hacia adelante de toda la “critica anticipativa”.
¿Saldremos transformados? ¿Saldremos revolucionados? En el 58 el General
Intellect es un concepto-fuerza que permite comprender, dentro de la
intuición de la subsunción real y de la agregación/combinación social de las
fuerzas productivas, las principales determinaciones de las transformaciones
objetivas impuestas por la revolución capitalista: carácter intelectual
del trabajo en la condición subsumida de la sociedad en el capital. Pero
todavía no aparece aquí la subjetividad revolucionaria comunista. Para que
surja necesitamos resistencia, recomposición social, deseo, luchas,
dispositivos prácticos anticapitalistas. Se trata en todo caso de establecer
una relación entre “composición técnica” y “composición política” del
proletariado. Dicho esto, es sólo el primer paso teórico maduro en el
materialismo (acaecido precisamente en el decenio 1858-1867) para
producir virtualmente una subjetividad revolucionaria y comunista.
Hasta que esto se da, el análisis sigue siendo hipotético, encerrado en la fragilidad
de la tarea, en la retórica de la declaración y en la impotencia de la acción.
Precisamente es en el Capítulo VI Inédito donde no sólo la
transformación teórica sino la revolucionaria comienzan a emerger. No estamos
ya sólo dentro de la subsunción productiva de la sociedad en el capital sino
que empezamos a ir más allá. La trasformación puede ser
–esvirtualmente – revolucionaria. Después de haber sido construido
“dentro”, el instrumento, el sujeto, la ontología común de la producción
(una nueva realidad del “trabajo productivo”) emerge “contra” el mando
capitalista. El plusvalor no es ya sólo una máquina que produce la acumulación
del poder capitalista de explotación de la sociedad sino que es también la
ocasión a través de la cual el proletariado eleva su revuelta. Pronto la Comuna
de París mostraría a Marx una primera determinación histórica de este devenir
–pero sobre todo la primera subjetivación.
Hoy, tras haber sufrido una explotación secular horrible
(hecha de miserias y de fatigas, y, también, como si esto no bastase, de
mistificaciones ideológicas y de barbarie religiosa) sabemos finalmente dar
nombre tanto al plusvalor social (= capital financiero) como al General
Intellect (= proletariado cognitivo). Este último –en la anticipadora
imaginación marxiana– es una potencia que, destruyendo la alienación y la
reificación en nombre del “común”, propone un nuevo protagonismo
revolucionario.
Venecia, 27 agosto 2012
Nota
[1] A
continuación citamos las obras de K. Marx mencionadas por T. Negri en las
siguientes versiones castellanas: K. Marx El Capital: Libro I, capítulo VI
inédito. Resultados del proceso inmediato de producción, Siglo XXI, Editores,
México-Madrid, 1997, traducción de Pedro Scaron,; primera ed.
alemana Arkhiv Marska i Engel’sa, tomo II (VII), 1933, pp. 4 – 229. Véase
también K. Marx, Líneas fundamentales de la crítica de la economía
política, 2 vol., trad. Javier Pérez Royo, Grijalbo, Barcelona, Buenos Aires,
México, 1978; K. Marx, Teorías sobre la plusvalía, trad. trad. Javier
Pérez Royo, Grijalbo, Barcelona, Buenos Aires, México, 1977.