
Es preferible pensar sin tener conciencia crítica, en forma
disgregada y ocasional, o sea participar en una concepción del mundo impuesta mecánicamente
por el ambiente externo, (...) o es preferible elaborar la propia concepción
del mundo consciente y críticamente y por lo tanto elegir la propia esfera de
actividad, participar activamente de la historia del mundo, ser guía de sí
mismos y no ya aceptar pasivamente y supinamente desde el exterior el sello de
la propia personalidad. (Gramsci, 1984a, p. 245).
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En el párrafo precedente, y a lo largo de gran parte de sus
escritos, Antonio Gramsci va a combatir fuertemente la pasividad que consiste en
someterse al mundo tal como se presenta. Son los seres humanos los que hacen la
historia, y adaptarse al mundo, o ponerse como sujetos transformadores de él,
constituyen dos opciones contrapuestas. Analizar críticamente la obra de un
autor es implicarse en un trabajo de elaboración y reelaboración, que implica
poner sus categorías en movimiento, hacerlas dialogar con su realidad contextual,
con su situación, con su época.
Y apropiarse críticamente del pensamiento y
vida de Antonio Gramsci implica, a su vez, un trabajo mucho más arduo: el
italiano no solamente no escribió ningún libro, por lo que no se dedicó a
sistematizar su obra sino que tampoco tuvo el tiempo suficiente para intentar
responder a muchas de las preguntas que se planteaba desde la cárcel fascista.
Desde allí, mal alimentado y gran parte del tiempo enfermo, realizó la mayor
parte de su producción intelectual por medio de anotaciones en cuadernos,
preguntando y preguntándose, recordando y citando de memoria lo que había
podido leer en su corta vida de militante. Estas son algunas de las causas por
las cuales la obra de Gramsci ha podido ser utilizada y reelaborada para fines
políticos tan diversos, con lecturas muchas veces antagónicas acerca de su
obra. Pero no nos dedicaremos en este trabajo a dar cuenta de las apropiaciones
construidas por intérpretes y comentaristas, no nos vamos a detener en la gran
cantidad de obras existentes acerca del pensamiento de Antonio Gramsci, sino
que nos centraremos únicamente en los textos del italiano para construir una
interpretación que, a riesgo de no resultar novedosa, esperamos pueda aportar
elementos interesantes de análisis en torno a la dialéctica gramsciana y su inequívoca
presencia en temáticas diversas que lo ocupaban intelectual y políticamente.
Según nuestro punto de vista, la obra de Gramsci atraviesa
diversos ejes temáticos que pueden ser clasificados diversamente. Proponemos
una clasificación posible, por cierto arbitraria mas no caprichosa, y es
aquella que postula que la obra del italiano está atravesada por al menos
cuatro temáticas interrelacionadas: Filosofía, Historia, Política y Educación
[1]. Un eje central en la obra de Gramsci es también el de la dialéctica, pero
que -y esto es lo que se intentará argumentar a lo largo de este artículo-
corta transversalmente a las problemáticas anteriormente mencionadas.
¿Cómo concibe Gramsci la dialéctica? ¿Qué significa una
contradicción? ¿Qué es un momento? Contradicción no debe ser considerado en los
mismos términos que lo hace la lógica clásica, según la cual lo que es, no
puede no ser. Un sujeto, individual o colectivo, se niega constantemente y en esa
negación se despliega su ser otro, por estar inmerso en una red de relaciones
intersubjetivas que lo modifican y lo reconstituyen en su desarrollo. Dialécticamente,
por tanto, un proceso social es y al mismo tiempo no es, porque continuamente
se niega y se supera. En esto consiste el devenir. Según la lógica clásica, los
contrarios se excluyen. Aquí, en cambio, se trata de unidad de los opuestos,
unidad que no es armonía y quietud sino lucha o tensión de momentos antagónicos
en movimiento (Gramsci, 1984a, pp. 198-199). Cuando decimos momento, no nos
referimos a él en un sentido cronológico, sino como ámbito de una realidad que
trasciende a cada una de sus partes.
Cada momento es una abstracción, ya que realmente no existe
dicho momento en forma aislada, sino que solamente puede concebirse en tanto
interdependiente con su polo opuesto, y en tanto ambos son superados. La
superación conserva dentro de sí elementos de los contrarios, es decir que se
trata de una eliminación-conservación. La superación dialéctica no
necesariamente elimina la existencia del antagonismo, aunque sí desaparecen los
momentos tal como eran, para reengendrarse bajo nuevas formas o figuras. Como
afirma Gramsci, en la historia real la antítesis tiende a destruir a la tesis,
la síntesis será una superación, pero sin que se pueda establecer a priori qué
es lo que de la tesis será conservado en la síntesis (Gramsci, 1984a, p. 124)
[2]. De este modo, la llamada síntesis adquiere una potencialidad abierta: es
momento superador, fin y comienzo del mismo proceso que engendra. Aquí reside
una de las claves para entender la dialéctica tal como la presenta Gramsci: una
dialéctica no teleológica, con final abierto y múltiples resultados posibles.
Históricamente, lo que del pasado sea conservado en el proceso dialéctico no
puede ser determinado a priori, sino que resultará del proceso mismo. (Gramsci,
1984a, p. 206).
Fácilmente se puede malentender la enorme conceptualización
realizada por Gramsci si se toma en forma aislada alguna de las temáticas
trabajadas por el militante e intelectual italiano. Es decir si no se toma en
cuenta lo que él mismo previó: Por razones de estudio, al analizar un fenómeno
nos vemos obligados a reducirlo a los llamados elementos que constituyen ese
fenómeno. Dichos elementos, cada uno de ellos, no son sino el fenómeno mismo
visto en un momento más que en otro, con la preocupación de un fin particular
determinado y no de otro. Pero la sociedad, al igual que el hombre, es siempre
y solamente una unidad histórica e ideal que se desarrolla superándose
continuamente. Política y economía, ambiente y organismo social, siempre forman
una sola cosa, y uno de los grandes méritos del marxismo consiste en la
afirmación de esa unidad dialéctica". (Gramsci, 1998, p. 87)
Unidad dialéctica que si es dejada de lado, puede llevar a
afirmaciones tales como que Gramsci es subjetivista o voluntarista, porque le
dio importancia, también, a la pasión como elemento central de la política.
Acusaciones de reformista e idealista, porque se dedicó a producir, también,
una teoría del Estado y de los partidos políticos. Se trata, en estos casos, de
reacciones deterministas y fatalistas a la propuesta gramsciana de recuperar,
superándola, la dialéctica hegeliana y marxista para una filosofía de la praxis
que tenga en cuenta la realidad nacional y las particularidades de la situación
en la que la política tiene lugar, las religiones y creencias de una sociedad y
su época, los usos del lenguaje, las luchas culturales, y los sentires de las
clases subalternas.