
El Estado fue siempre el protagonista de la historia porque
en sus organismos se concentra la potencia de la clase propietaria; en el
Estado la clase propietaria se disciplina y se unifica, por sobre las
disidencias y los choques de la competencia, para mantener intacta la condición
de privilegio en la faz suprema de la competencia misma: la lucha de clases por
el poder, por la preminencia en la dirección y el ordenamiento de la sociedad.
Me encuentro realizando en el PLED del gran Atilio Borón el
curso “Teoría y praxis en el pensamiento
de Antonio Gramsci: sus aportes para analizar la realidad latinoamericana” y
quiero aprovechar para realizar algunos comentarios a las lecturas que venimos
haciendo sobre Gramsci en su etapa antes de ser secretario general del Partido
Comunista Italiano y posterior paso por la cárcel donde redactó los famosos
“Cuadernos de la Cárcel”.
Lo interesante de esta primera etapa de un joven Gramsci es
su afinidad con Rosa Luxemburgo en un debate tan actual como el de si primero deben
ir las revoluciones sociales o la conquista de pequeñas reformas, y ambos
pensadores tenían claro que las reformas y la revolución social debían ser
pensadas como un todo indivisible, no habiendo oposición entre ambas luchas,
que debían ser complementarias.
Es decir, debemos salir de un esquema lineal tradicional de
primero la toma del poder, y después realizar las reformas necesarias para
salir del capitalismo. Cuando Gramsci deja escrito “hay que conciliar las
exigencias del momento actual con las exigencias del futuro, el problema del
‘pan y la manteca’ con el problema de la revolución, convencidos de que en el
uno está el otro, que en el más está el menos”, nos está diciendo que hay que
la transformación revolucionaria no es solo un horizonte futuro, sino que en
las prácticas políticas cotidianas se encuentra la base del orden futuro.
Lo anterior le llevo a Gramsci a percibir que las clases
subalternas no podían triunfar si restringían la lucha solo a una región (el
norte de Italia pero podría ser Guipúzcoa o el altiplano boliviano), a un
territorio (el fabril pero podría ser el sector terciario o el campo) y a un
sujeto específico (el obrero industrial pero también la clase media o el
indígena-originario-campesino). Ese fue el inicio de su teorización sobre la
construcción de hegemonía.
Otro elemento fundamental de esta temprana etapa del
pensador sardo fue su reflexión sobre el Estado. Cuando Gramsci escribe en un
articulo periodístico llamado La conquista del Estado lo siguiente: “Estamos
persuadidos después de las experiencias revolucionarias de Rusia, Hungría y
Alemania, que el estado socialista no puede encarnarse en las instituciones del
estado capitalista, sino que es una creación fundamentalmente nueva con
respecto a éstas, con respecto a la historia del proletariado. Las
instituciones del estado capitalista están organizadas para los fines de la
libre competencia: no basta cambiar el personal para orientar en otro sentido
su actividad” nos está diciendo que el Estado no puede usarse como un mero instrumento,
algo que hace tiempo aprendimos en Bolivia. No sirve únicamente con tomar el
poder estatal para sentar las bases de un nuevo orden.
Pero además, otro elemento a tomar en cuenta es que para
Gramsci, frente a la fragmentación de las clases dominantes, el Estado
capitalista es algo más que una simple maquinaria al servicio de una burguesía
“externa” a él, convirtiéndose en el dispositivo donde la clase capitalista se
constituye como tal. Es decir, el Estado no es un mero instrumento de la clase
dominante, sino el lugar donde la burguesía se unifica, cohesiona y constituye
para ejercer su dominación, no solo mediante la coerción, sino mediante la
construcción de multitud de instrumentos que le permitan garantizar el
consentimiento de las clases subalternas. O dicho de otra manera, las clases
dominantes, las elites no son simples fuerzas productivas económicas que
funcionan al margen del Estado, sino que utilizan al mismo para unificarse en
su seno, y su influencia política depende de los mecanismos jurídicos-administrativos
que logren construir al interior del Estado.
Aunque Gramsci asumía a los sindicatos de orientación
anarquista como compañeros de lucha, antes de propugnar la desaparición del
Estado proponía un modelo de transición que permitiera sentar las bases de una
sociedad comunista. Muy clarificador uno de sus tempranos escritos en el
L’Ordine Nuovo en el que decía: “La
dictadura del proletariado es todavía un Estado nacional y un Estado de clase”.
Gramsci escribía que la dictadura del proletariado debía resolver los mismos
problemas que el Estado burgués: la defensa externa e interna. Es decir, la
defensa, armada si era necesaria, de las conquistas revolucionarias, frente a
los intentos de la burguesía de tirar abajo la nueva construcción estatal. Este
nuevo Estado solo era represivo respecto de la burguesía contrarrevolucionaria,
pero más allá de eso profundizaba en una democracia de base.
Por lo tanto, la tarea ineludible de la clase trabajadora
era ir configurando instituciones de nuevo tipo que permitieran prefigurar el
futuro Estado socialista, aunque tampoco había que desestimar las instituciones
existentes como ámbitos relevantes de la lucha de clases. En su artículo
“Democracia Obrera” escribía lo siguiente: “el
Estado socialista existe ya potencialmente en las instituciones de vida social
característica de la clase trabajadora explotada”.
Estas son algunas ideas que un treintañero Gramsci nos
dejaba antes de asumir responsabilidades en el PCI e ir a la cárcel por ello
con el ascenso del fascismo de Mussolini. En las próximas semanas trataré de
elaborar algún ensayo a partir del estudio de los cuadernos escritos en la
cárcel, donde nos deja elementos fundamentales para la ciencia política como es
un marco teórico en torno al concepto de hegemonía, revolución pasiva o guerra
de posiciones.