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Charles Darwin ✆ Federico Kukso |
Especial para Gramscimanía |
Además de revolucionar la biología, Darwin también
incursionó en la psicología. Trece años después de haber expuesto su
famosa Teoría de la Evolución por Selección Natural en El Origen de las
Especies y un año después de ofrecer una explicación de la evolución del
ser humano en el Origen del Hombre; concretamente, en 1872, Charles Darwin
(1809 – 1882) publicó su principal contribución a la psicología moderna, en
especial a la psicología del lenguaje, La Expresión de las Emociones en el
Hombre y Animales. En este trabajo, el famoso naturista inglés analiza el modo
en que los seres humanos y los animales (sobre todo pájaros y mamíferos
pequeños) transmiten emociones. Darwin lleva aquí su teoría de la evolución al
campo de la experiencia consciente.
Darwin estudió cuestiones tales como el enfrentamiento entre dos animales por el alimento. Un caso paradigmático es el de dos perros peleando por un hueso. Si uno de ellos está a punto de atacar al otro, o simplemente, por quitarle el hueso, esta acción provoca reacciones violentas en el perro agredido. Existiría, entonces, una serie de actitudes que expresan la actitud emocional del perro. Según el naturalista inglés, este tipo de análisis puede trasladarse fácilmente a la expresión humana de la emoción. Veamos cómo.
Para estudiar las emociones, Darwin se centró en el estudio
de los rostros de las personas puesto que es allí donde mejor se expresan las
emociones humanas. Con los gestos, según el científico inglés, transmitimos
mensajes. Como era de esperar, el inteligente investigador empleó como
ejemplares a quienes mejor expresan emociones en el mundo de los humanos, los
actores de teatro, cuyo oficio exige el dominio de los músculos del rostro para
transmitir estados emocionales con claridad a un público atento.
De lo que se trataba era de determinar qué valor podían
tener los cambios operados en el rostro del actor. Por ejemplo, la forma en que
la sangre inunda las mejillas cuando aparece la timidez, el cuello en ante la
cólera, qué ocurría en el caso del miedo o el terror. En todas esas emociones,
Darwin detectó mutaciones en el modo en que circula la sangre en el rostro.
Todos estos cambios tienen un importante valor para su estudio, dado que
representan cambios en la circulación de la sangre durante los actos que
expresan emociones. De allí, que era posible dar cuenta de un paralelismo entre
lo que ocurre orgánicamente (cambios en la circulación de la sangre en la
cabeza y particularmente en el rostro del actor) y en la conciencia
(emocionalmente).
Por otra parte, es fácil notar que en muchos de nuestros
actos de hostilidad, cuando se analizan las actitudes en el rostro de quien los
experimenta, se parecen a las que exhiben los animales. Esta actitud, más bien
dicho, el gesto, según Darwin, persistiría aún cuando ha desparecido el valor
del acto mismo. Es decir, los seres humanos ya no peleamos por huesos y sin
embargo, a veces, mostramos los dientes.
Darwin se avocó a estudiar gestos agresivos como indicadores
de emociones suponiendo que el gesto tiene la función de expresar precisamente
las emociones humanas. Juzgaba allí una actitud presente en la experiencia con
animales que se extendía al animal hombre. La evolución había hecho que esos
gestos perdiesen el valor que tenían en actos originales (por ejemplo cuando,
como homínidos, peleábamos por alimento) y, no obstante, dichos gestos habrían
sobrevivido de algún modo para ser aplicados a funciones valiosas como la de
expresar emociones.
Como otros psicólogos de su época, Darwin creía firmemente
que los actos de un ser humano (comprobables empíricamente) aportaban
informaciones a otros individuos de su especie. Los actos observados dan cuenta
de algo del espíritu del individuo, son medios para transmitir un mensaje, una
forma de comunicación.
El enfoque darwiniano ha sido duramente criticado desde
otros espacios dentro del campo de la psicología moderna y contemporánea. En
efecto, resulta imposible suponer que los animales inferiores estudiados por
Darwin se proponen expresar emociones y menos hacerlo para beneficio de otros
individuos de su especie. No pueden enfocarse estos gestos como la expresión de
un contenido en la conciencia.
En el caso del actor estudiado por el propio Darwin, la
cuestión es muy distinta. El actor se propone expresar una emoción, por
ejemplo, un enojo. Podrá, sin duda, hacerlo mediante una transformación en el
rostro. De este modo, podrá traducir al público presente en la sala la emoción
que quiere transmitir el personaje. Sin embargo, nuestro actor no estará
expresando su propia emoción sino dando cuenta de la presencia de cólera. Si es
un gran actor hasta puede hacerlo mejor que una persona verdaderamente
encolerizada.
Como lo demuestra genialmente el gran psicólogo social
estadounidense, George Mead (1863 – 1931) en un pasaje de su excelente trabajo
titulado Espíritu, Persona y Sociedad, lo que tenemos es que los gestos
sirven para expresar las emociones pero no podemos concebir que surgiesen como
tales y que como tales hayan surgido para provocar un lenguaje a fin de expresarlas.
La psicología de Darwin partía del presupuesto de que la
emoción era un estado psicológico, un estado de la conciencia, y que ciertos
movimientos gestuales podían dar cuenta de su presencia. En otras palabras,
desde el punto de vista metafísico presuponía la conciencia como algo distinto
del organismo biológico. Así un estado consciente x (una emoción, por ejemplo
la ira) debía ser expresado por el gesto o por una actitud. Debía ser expresado
y reconocido por otro individuo gracias al medio de expresión.
Según Mead, no es posible probar la existencia previa de la
conciencia como algo que provoque una conducta por parte del organismo y que
pueda hacer surgir una reacción adaptativa por parte de otro organismo sin
depender ella misma de tal conducta. Más bien lo que tenemos es que la
conciencia es un emergente de tal conducta. La conciencia está lejos de ser una
precondición de los gestos, actitudes y actos sociales; más bien son estos su
precondición. Dicho de otro modo, de la interacción social surge la necesidad
de expresarnos con gesto o actitudes y de allí, la conciencia como conciencia
social. En consecuencia no puede afirmarse la existencia de una conciencia
previa e independiente de los individuos que interactúan en sociedad.