
“El aturdimiento es la esencia del animal. Significa: el
animal, como tal, no se encuentra en una revelabilidad del ente. Ni lo que se
denomina su ambiente, ni él mismo se revelan como entes.”: Martin Heidegger, Die
Grundbegriffe der Metaphysik. Welt-Endlichkeit-Einsamkeit
1.
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El concepto de lo político es siempre ya político. No existe
una definición neutra de la política como tampoco la hay de la filosofía. En
ambos casos toda definición es una toma de posición interna contra otra
posición real o virtual. Según Louis Althusser –que citaba a Kant– la
filosofía es un campo de batalla (Kampfplatz) y no existe por consiguiente
“comunicación filosófica”; paralelamente sostenía Carl Schmitt que
los conceptos políticos son siempre conceptos polémicos. Ello obedece a que ni
hay ni puede haber un espacio objetivo y exterior desde donde se pueda hablar
de lo que interesa a todos, lo que denomina la tradición “república” (res
publica, commonwealth).
2.
Lo que sea la república depende en cada momento de una
posición hegemónica dentro de ella. En otros términos, cada clase justifica su
dominación declarada o implícita en el interés general. Éste puede expresarse
como orden del mundo o de la ciudad, voluntad de los dioses o de Dios o reino
de los derechos humanos. Se puede pasar así de una justificación mediante el
mito o la voluntad divina de la dominación descarada de una clase, de una casta
o del déspota que las representa a la fundamentación del poder del Estado en
instancias no menos míticas, aunque aparentemente más racionales, como el
contrato o los derechos humanos. La diferencia reside aquí en el nivel de
explicitud y en la forma de mistificación de la dominación.
3.
La disputa en torno a la dominación y sus justificaciones es
el elemento central de la política. La dominación de la clase dominante no es
en ningún caso algo permanente. La dominación es relación. El poder moderno,
revestido de atributos teológicos, se impone y se presenta como absoluto, pero
no lo es. Ni puede serlo. El poder se basa en la dominación, esto es en la
producción de obediencia. Toda servidumbre es, en este sentido, voluntaria,
obediencia de los súbditos/sujetos producida a través de dispositivos de
sujeción y de subjetivación (assujettissement), en términos de Althusser de “aparatos
ideológicos de Estado”.
4.
La posición dominante, la hegemonía, debe conquistarse y
confirmarse permanentemente frente a los dominados. Nunca hay ni puede haber
“toma del poder”, como si el poder fuera algo sólido que se pudiera coger en
una mano, asir. El soberano lo es, según Spinoza, en la medida en que
supera al súbdito en potencia. Para el materialismo, el poder es relación de
dominación y, como relación, es siempre líquido. Si se lo quiere asir se escapa
entre los dedos como un puñado de arena o de agua. Lo único que puede hacerse
con el poder es canalizarlo, organizar su fluir, su devenir. Poner barreras,
muros, siempre insuficientes y precarios como lo era la muralla china de Kafka.
Los muros del poder son siempre porosos según explica Wendy Brown. Todo lo
que se puede hacer es gestionar un equilibrio inestable.
5.
La toma del poder es una ilusión derivada del carácter
representativo del poder. El poder no es una realidad eterna como pretende la
sociología postweberiana. Sólo existe poder en una sociedad y sólo existe una
sociedad propiamente dicha, esto es contrapuesta al Estado, cuando el
fundamento de toda vida en común son las relaciones entre individuos aislados e
independientes. Sólo donde se ha ofuscado completamente lo común –se han
abolido los comunes– existe lo que denomina Tocqueville la “imagen
de la sociedad” y puede haber algo así como el poder.
La unidad de la sociedad no puede constituirse a partir de
ella misma, pues a la desaparición de lo común sucede la coexistencia de átomos
en un espacio vacío. La unidad de la sociedad sólo puede darse mediante una
representación, como unidad espectacular. Lo común, una vez ocultado en la
sociedad de individuos, reaparece como poder único transcendente. La
representación que constituye el poder y su transcendencia es, como enseña Hobbes,
resultado de una autorización contractual explícita o implícita de todos y cada
uno de los individuos que interactúan en la sociedad. La inseguridad propia de
una sociedad de individuos no puede superarse desde su interior. Es necesario
instituir un más allá de la propia sociedad que garantice la vida, la seguridad
y la propiedad de los individuos, haciendo así que la guerra de todos contra
todos se “civilice” y se convierta en mercado. La institución del soberano es
resultado de un acto de autorización, un acto por el cual todos y cada uno
otorgan a Uno la capacidad de actuar en su nombre. Ese Uno que cuenta con la
obediencia de todos y, por consiguiente, con la potencia de todos, podrá
prevalecer frente a cada individuo e incluso frente a cualquier posible
coalición de individuos. Esto le permitirá imponer su mando como ley común. La
ley en un contexto de poder es mando, orden del soberano.
6.
Resulta patente el carácter circular de la relación entre el
individuo libre, igual y propietario y el poder. El poder es resultado de una
autorización simultáneamente concedida por todos y cada uno de los individuos a
otro individuo singular o colectivo para que actúe en su lugar. Esa
autorización pone fin a la guerra de todos contra todos propia del estado
natural al instituir una potencia –suma de las potencias individuales sometidas
al mando del soberano– capaz de imponer mediante la espada una ley común. La
ley común, en régimen representativo, en régimen de Estado, proviene del
soberano. Ahora bien, lo que esta ley común garantiza no es sino la propia
seguridad de los individuos, el que unos no puedan interferir sobre otros sin
consentimiento de éstos. La ley común garantiza la paz, pero sobre todo la
perpetuación del aislamiento de los individuos; consagra la liquidación del
espacio de cooperación directa y de antagonismo y riesgo en que se asienta la
vida común del animal social. El gran individuo que ostenta el poder es reflejo
de los individuos singulares y éstos de él. Del mismo modo que en el Génesis Dios
hizo al hombre a su imagen y semejanza, el hombre hizo al poder soberano a su
imagen y semejanza y éste le devuelve esta imagen como la propia. Soberanía del
individuo y soberanía del Estado mantienen una relación especular. Comparten y
reproducen especularmente el aislamiento y la autosuficiencia.
7.
El poder en singular, el poder soberano, detenta según Bodin y Hobbes el
monopolio legislativo. La loy du roy (la ley del rey según la
expresión de Jean Bodin) es el fundamento de toda norma. Sólo su
subsunción en la ley del soberano da validez a los pretendidos derechos
“naturales”. Los derechos “humanos” son derecho positivo, derecho fundado en la
voluntad del soberano. Su reconocimiento por parte del soberano es necesario,
pues su poder sólo tiene como base la existencia de individuos libres, iguales
y propietarios, titulares de los derechos humanos, esto es de capacidad
contractual.
La relación entre derechos humanos y poder representativo es
biunívoca. Sólo hay poder representativo donde existe el hombre de los
derechos, pero sólo puede concebirse este último bajo la tutela del poder
representativo. El poder moderno reproduce constantemente su propia base como
una condición supuestamente natural arraigada en la esencia y el interés de los
individuos humanos.
8.
El poder que rige la sociedad de los intercambios entre
individuos independientes, la sociedad de mercado, se estructura en torno a una
doble excepción, de la institución de dos espacios a la vez interiores y
exteriores al derecho. Estos espacios son el del propio poder soberano y el del
mercado. El poder soberano se expresa mediante la ley, que es mandato del
soberano. Soberano es quien puede hacer y derogar la ley. Quien puede hacer y
derogar la ley y es por ello mismo soberano es algo determinado por la ley.
Cuando deroga o suspende la ley, el soberano está a la vez dentro de la ley que
lo capacita para ello y fuera de la ley pues la deroga o suspende. Está por
consiguiente en una situación de excepción respecto de la ley. El mercado, la
esfera en que se lleva a cabo el libre intercambio entre individuos
independientes se encuentra en posición semejante a la del soberano. Por un
lado, está sometido a la ley que regula los derechos de los individuos, pero se
encuentra también más allá de ella –aunque sea por disposición de la propia
ley– en la medida en que el contenido de esos derechos reconoce a los
individuos una esfera de actuación privada, sustraída a la esfera de acción
directa del soberano. El mercado, como la naturaleza, se presenta como un orden
autorregulado, basado en sí mismo, del mismo modo que el poder del soberano se
presenta como poder anárquico, sin más fundamento que él mismo. El Estado de
derecho es el régimen político que reconoce esta doble excepción: la
naturalidad del mercado y la anarquía del poder representativo.
9.
La posición del individuo respecto de la política refleja
esta doble excepción como una doble exclusión. En primer lugar, la autorización
que el individuo ha otorgado para que el soberano actúe en su lugar lo excluye
de cualquier actuación pública que no tenga la forma de la obediencia al
soberano. Ciertamente, la representación puede sustentarse en rituales de
renovación de la autorización originaria, las elecciones. Esto sin embargo no
cambia el hecho fundamental de que el mandato que se da a quien ocupe la
posición soberana es necesariamente un mandato libre. Quien actúa en mi nombre
en virtud de una autorización general por mí otorgada no puede ser
posteriormente “controlado”. Los mecanismos de división de poderes son internos
al propio soberano: la fiscalización del ejecutivo por el legislativo o de
ambos por el judicial no hace menos obligatorio para el individuo el
cumplimiento de una ley que “él mismo” ha aprobado a través de su representante
uno y trino, del soberano que se expresa en los tres poderes. Cuando actúa mi
representante en mi nombre actúo yo mismo y cuando legisla mi representante yo
mismo me autolegislo.
En segundo lugar, el otro aspecto de la autorización dada al
soberano para que éste mantenga el orden y la seguridad y con ellos mi libertad
y mi propiedad es que sólo puede existir dentro del marco representativo de un
sistema de relaciones sociales basado en el mercado. Si mi autorización al
soberano me excluía por definición de la política representativa, la gozosa
aceptación y reivindicación de mis derechos como individuo libre me impedirá a
la vez cualquier tipo de modificación radical de mis relaciones sociales. Lo
único posible es que éstas se rijan por el mercado. Como afirmaba Margaret
Thatcher y confirmó por sus propios medios Augusto Pinochet Ugarte,
la consigna de un régimen basado en el doble reconocimiento de los derechos
individuales y de las leyes de la economía como fundamento de toda relación
social es TINA, there is no alternative, no hay alternativa. En otros
términos, la única política del neo-liberalismo es la afirmación del fin de la
política.
10.
Los derechos humanos ocupan a este respecto un lugar clave.
Pueden resumirse como hace la propia declaración revolucionaria de 1789 en
“libertad, propiedad y seguridad”. Estas tres son, en resumen, las condiciones
de validez de cualquier contrato. Contrato es el acto constitutivo del poder
soberano por el que me comprometo con los demás individuos a obedecer a una ley
y un mando únicos y autorizo al soberano a actuar en mi nombre. Contrato es
también la forma jurídica de las transacciones mercantiles, en las que sujetos
libres e iguales intercambian valores equivalentes. Los derechos y el derecho,
–la forma “derecho”, según el insuperado análisis marxista del hoy olvidado Pasukanis–
se basan en la relación de mercado. En torno a los derechos humanos se
instituyen los dos núcleos fundamentales de la dominación en el Estado
capitalista: Estado y mercado, soberanía y economía. Lo que se nos presenta
como el eje de toda ciudadanía es a la vez el principal agente de
despolitización de la ciudadanía. Los derechos humanos expulsan la posibilidad
misma de una ciudadanía política hacia las esferas del poder soberano
representativo y del mercado. Es lo que Fukuyama denominó “fin de la
historia”: el triunfo en el plano moral de los derechos humanos y del mercado
en el plano económico.
11.
Lo que realizan y ocultan a la vez las democracias liberales
modernas es la función efectiva de la soberanía. La soberanía se presenta como
un absoluto, como un poder al que se obedece incondicionalmente para que siga
preservando las condiciones de la libertad mercantil. Un poder que no puede
reconocer una relación de reciprocidad con los individuos ni con las clases.
Como muestra la imagen de portada del Leviatán de Hobbes, los
individuos se encuentran integrados en el cuerpo gigante del soberano. Éste no
puede estar en relación ni con individuos ni con grupos de individuos, pues los
contiene dentro de sí, como constitutivos de su propia esencia.
12.
El absoluto no tiene exterior. Sin embargo, la doble
excepción en que se instalan el mercado y el soberano nos indica la gran
proximidad que hay entre ambos. El cometido del soberano es reproducir las
condiciones del mercado que sirven a su vez de fundamento a su poder. Esa
reproducción requiere una producción de normas por las que se libera el espacio
del mercado de la intervención directa del poder soberano, lo que permite el
surgimiento de una economía, esto es de un sistema autorregulado de producción,
intercambio y reparto del valor incorporado en mercancías. La famosa libertad
negativa de los liberales se basa, por consiguiente en un sistema de normas
dictadas por el soberano. En segundo lugar, más allá del sistema de normas, es
necesario que exista una “situación normal” para que las normas sean
aplicables. El código civil no es aplicable entre los Nambikwara ni lo era en
la Rusia bolchevique, pues las relaciones sociales efectivas que corresponden a
estas dos situaciones impiden que prevalezcan en ellas la propiedad, la
seguridad y la libertad individuales sobre cualquier otra consideración. Para
que pueda aplicarse el código civil será necesario establecer o restablecer la
situación normal que lo haga posible.
13.
La situación normal que permite la aplicación del derecho se
caracteriza en el capitalismo por la libertad de la fuerza de trabajo y del
capital. Marx enseña que la libertad de la fuerza de trabajo es a la
vez expropiación del trabajador. La fuerza de trabajo libre es la que se
encuentra a la vez liberada de relaciones jerárquicas y de medios de producción
propios, sean estos individuales o comunes. El capital libre es el que puede
circular libremente e invertirse en todo tipo de mercancías, incluida la fuerza
de trabajo. Ahora bien, esta situación normal no es una condición natural sino
un resultado de la lucha de clases. La excepcionalidad del poder soberano y la
excepcionalidad del mercado operan en un mismo terreno: el de la lucha de
clases. La dominación que se nos presenta en el esquema del Estado soberano
capitalista como un absoluto, se convierte aquí en relación antagónica, en
lucha por o contra la expropiación.
14.
La despolitización de masas es una característica
fundamental del capitalismo, el cual no sólo es incompatible con la democracia
–cualquiera que sea el significado de término tan polisémico– sino con
cualquier forma de política, de definición antagónica de lo que interesa a
todos, de la república. La consigna repetida de todo régimen capitalista ha
sido siempre la misma: acabar con la política. Ello se expresa como “gobierno
de la naturaleza” (fisiócratas),“mano invisible” (Smith), “fin de las
ideologías”, “fin de la historia” o imperio de los “goces privados” (Benjamin
Constant) o aún como “pueblo como lado impolítico (un politische
Seite)” de la comunidad nacional (Carl Schmitt). La república se
convierte así en impolítica colmena conforme a la fábula de Mandeville. El
capitalismo despolitiza en la misma medida en que animaliza, en que se impone
como régimen de dominación biopolítica sobre el animal que habla. El
capitalismo niega la dualidad constitutiva del lenguaje. Lo reduce al estatuto
de los sistemas de signos simplemente articulados. Las abejas sólo conocen el
eje sintagmático, la metonimia, ignoran el paradigmático, la metáfora. En el
capitalismo sólo tiende a existir el signo instituido y se descarta la
institución metafórica del signo. Sólo se expresa la sintaxis del mercado al
tiempo que se oculta la política como eje paradigmático. En ello mismo el fin
de la historia, el reino de los derechos humanos y del mercado propugnado por
los liberales supone la más radical animalización del hombre.
15.
Todo intento de “izquierda” de hacer un “uso alternativo del
derecho” basado en una concepción “radical” de los derechos humanos choca
irremediablemente con los fundamentos del propio derecho, esto es con la doble
excepción del mercado y de la soberanía. Como recordaba Foucault a Chomsky en
su famosa entrevista de la televisión holandesa, no se puede combatir un
sistema a partir de sus propios principios. No puede combatirse el capitalismo
a partir de un principio jurídico y moral como la justicia, que es la base del
orden de mercado. Intentarlo deriva en una despolitización generalizada como la
que propone explícitamente el jurista de izquierda Luigi Ferrajoli cuando
afirma, en involuntaria coincidencia con el Carl Schmitt más cercano
al nazismo, que en el régimen constitucional cosmopolita por él propugnado “la
esfera de lo decidible, propia de la política, debe ser más restringida y en
cambio más amplia la de lo que no puede decidirse, es decir, la paz y los
derechos, de libertad y sociales, que deben garantizarse a todos los hombres y
mujeres del mundo.” (L. Ferrajoli, Razones jurídicas del pacifismo,
p. 109)
16.
La constitución de la ciudad humana, de la polis, de la
república, requiere una distancia respecto de la animalización impuesta por el
capital, distancia que sólo se puede encontrar en un más allá de la “política”
de las democracias liberales y del Estado de derecho. Esta toma de distancia es
lo que Marx y Rosa Luxemburgo denominaran “conquista de la
democracia” o “dictadura del proletariado”. La dictadura, en su sentido clásico
de acción temporal al margen de la legalidad, toma la medida de la excepción
que constituye el orden de la soberanía, del mercado y de los derechos humanos.
Se sitúa en el “estado de excepción real” al que se refería Walter
Benjamin. Dentro del espacio del pueblo organizado en Estado de derecho se
patentiza así la división interna que sirve a este último de base, el carácter
de relación antagónica que tiene toda dominación, más allá del mito del poder.
El fin del Estado soberano es el fin del mercado universal, su inevitable
correlato que extiende el mercado a la compraventa de fuerza de trabajo. Poner
coto al mercado a partir de la soberanía como pretenden hoy voces de izquierda
y de derecha como solución a la crisis es un proyecto disparatado, pues el
control del mercado universal por el propio Estado expropiador que lo reproduce
sólo reafirma los fundamentos del régimen. Con ello sólo se conseguirá refundar
el capitalismo. Conquistar la democracia más allá del Estado de derecho y las
leyes del mercado requiere salir de este círculo. Reconocer tanto en el Estado
como en la economía mistificaciones –teológicas– frente a las cuales de nada
sirve oponer fantasmagorías del mismo género. Tal vez el fantasma del comunismo
expresado en la reivindicación de los nuevos comunes sea mucho más real que
estos espectros.