
Salvador López Arnal
Reseña
de Walden Bello, Food Wars. Crisis alimentaria y política de ajuste
estructural. Virus editorial, Barcelona, 2012 (traducción de Ambar Sewell,
edición original de 2009), 286 páginas. Epílogo de Tom Kucharz. El Viejo
Topo, septiembre de 2012.
Walden Bello |
Llegó hace unos meses al aeropuerto de Bruselas procedente
de EEUU para participar en una conferencia internacional del movimiento social
europeo. La ministra del Interior, Joëlle Milquet la democristiana valón del
CDH, le denegó la entrada a Bélgica sin especificar las razones, a pesar de que
el visitante llevaba pasaporte diplomático, era (y es) un conocido académico y
activista internacional y socio investigador del Transnational Institute, una
de las dos ONGs coorganizadoras -junto a Corporate Europe Observatory- de la
conferencia a la que había sido invitado. Los esfuerzos de la embajada de
Filipinas, de la plataforma flamenca de ONGs 11.11.11 y del ¡propio ministerio
belga de Asuntos Exteriores! resultaron infructuosos. Fue expulsado casi
inmediatamente de vuelta a EEUU, a Chicago. ¡La Europa de las libertades -¡qué
risa doña Sofía- funciona así, el lado oscuro y tenebroso de su fuerza!
¿Por qué? Ese fin de semana se celebraba en Bruselas la
conferencia internacional “UE en crisis:
análisis, resistencia y alternativas a la Europa cooperativa”, un encuentro
paneuropeo al que asistieron unos 300 líderes sociales, activistas e
investigadores para acordar una estrategia de trabajo alternativo frente a la
actual UE de la –supuesta- “austeridad” y las profundas desigualdades. Él era
uno de los, digamos, invitados estrella del evento. Prestigioso politólogo
filipino, diputado del Parlamento de su país por el partido socialista Akbayan,
presidente del comité parlamentario sobre derechos de los trabajadores
residentes en el extranjero, presidente de la coalición Freedom from Debt y
analista de Focus on the Global South, Walden Bello [WB] es también autor de Food
Wars [FW] (Para una breve e informada biografía, páginas 8-10 de FW.,
¿Por qué no ha sido traducido el título del libro?).
FW está estructurado en una introducción y en siete
capítulos que pueden leerse independientemente. Sus títulos: “El capitalismo
frente al campesinado”, “La erosión de la agricultura mexicana”, “La crisis
provocada del arroz en Filipinas”, “La destrucción de la agricultura africana”,
“Los campesinos, el partido y la crisis agraria en China”, “Los
agrocombustibles y la inseguridad alimentaria” y “La resistencia y el camino
hacia el futuro”. Para un apretado resumen de sus contenidos, pueden verse las
páginas 35-37.
No se trata de resumir aquí pero sí de apuntar algunos
puntos esenciales de este magnífico ensayo al que hubiera ido muy bien
incorporar, sin ser imprescindibles, un índice analítico y nominal y una
bibliografía final.
Empecemos por un nudo crítico secundario. WB, que con razón
no ahorra elogios del importante papel histórico y de resistencia de Vía
Campesina (oposición a la OMC, el paradigma alternativo que significa el
esencial concepto de soberanía alimentaria, agricultura ecológica con dimensión
social), recuerda lo señalado por Eric Hobsbawn sobre la muerte del campesinado
en The Age of Extremes –“el cambio más dramático y de mayor alcance
social de la segunda mitad de este siglo”- y señala que también Marx había comparado
a los campesinos con “un saco de patatas”, con muy poca solidaridad real y muy
poca consciencia de clase. Los consideró, añade, condenado al olvido”. Y no
sólo eso. Para WB, el nuevo movimiento campesino está poniendo de manifiesto
que, contrariamente a lo señalado por Marx (un autor poliédrico donde los haya
que cambió de opinión 253 veces como es razonable) sobre su desaparición, el
campesinado global se está convirtiendo en lo que la clase obrera debería haber
sido, “una clase para sí”, una fuerza social políticamente consciente.
Bello, que no cita los pasajes de Marx que usa para su
reflexión, se olvida o no tiene en cuenta muchos otros fragmentos y,
especialmente, las consideraciones como la comuna rusa del Marx tardío. No hay
en él en esos momentos ninguna desconsideración hacia el papel potencialmente
revolucionario del campesinado ni una alegre petición de destrucción
tecnocientífica de la agricultura tradicional ni de sus formas de propiedad
colectiva. Por lo demás, salvo error por mi parte, WB olvida las aportaciones
que en este ámbito han realizado marxistas de la talla de John Berger cuya
trilogía sobre la “desaparición” del campesinado europeo sigue siendo
clarividente e imprescindible.
La sabiduría y equilibrio de WB se ponen de manifiesto en
sus aproximaciones a la agricultura de Filipinas, México y África. El capítulo
dedicado a China está lleno de infrecuente buen sentido. Un ejemplo de ello: “la afirmación de que el aumento de la
demanda de alimentos por parte de China e India durante la crisis alimentaria
de 2006-2008 fue un factor clave en el elevado incremento de los precios no se
sostiene” (p. 131). China importa pequeñas cantidades de arroz de primera
calidad, pequeñas cantidades de trigo y no importa maíz. De hecho, en 2006, se
convirtió en el cuarto exportador mundial y ha sido un exportador neto de
alimentos durante unas tres décadas. Así, pues, el incremento de la demanda de
alimentos en China ha contribuido poco a la crisis contemporánea de los precios
de alimentos pero WB no ignora que el hecho de que la dieta china se haya
vuelto más carnívora “supone una
amenazada para el medio ambiente” (p. 155). Grandes partidas de tierras en
Sudáfrica se están destinando a plantaciones de soja para proveer el pienso al
ganado chino en un momento, añade con razón, “en que el cambio climático es una amenaza grave, la eliminación de
centenares de hectáreas de selva que proporciona al planeta una reserva de
carbono resulta alarmante” (p. 155).
Vale la pena comentar con más calma una de las tesis del
autor no siempre comprendidas por los movimientos sociales críticos y que a
este comentarista la parecen de especial importancia. La ciencia avanzada y la
agricultura, señala WB, no son polos antagónicos, no están forzosamente en
contradicción. “La introducción de la
ciencia en la agricultura a pequeña escala es todo un desafío, pero es posible”
(p. 207). Tomando pie en otros autores, señala para quien quiera oírlo o leerlo
que aumentar de forma significativa “la
gama de prácticas ecológicas y casi ecológicas requerirá mucha más
investigación científica y formación orientada a una mayor comprensión del
funcionamiento de los agrosistemas y de cómo se pueden mejorar algunas
dinámicas fundamentales”.
Así pues, no menos ciencia o contra la ciencia, sino más
ciencia equilibrada, más conocimiento, si bien orientada hacia otros objetivos
y con otros procedimientos. WB pone un ejemplo de ello: la investigación sobre
la complementariedad funcional de algunos insectos “puede mejorar la gestión integrada de plagas”, mientras que, otra
parte, un mayor conocimiento de los suelos y de las dinámicas de reciclaje de
los nutrientes “puede ayudar a los
agricultores a escoger las pautas del cultivo y las rotaciones más óptimas, y
las plantas fijadoras de nitrógeno y abono verdes que se pueden emplear para
aumentar la fertilidad del suelo”. La ciencia no es, forzosamente, enemiga
de la agricultura ecológica y alternativa.
WB es consciente, desde luego, de las razones de fondo de
los defensores de la agricultura alternativa: si la agricultura ecológica sólo
se adopta como una tecnología distinta, se enfrentará a una batalla perdida, “porque toda tecnología necesita de un
contexto social y económico para prosperar”. Tomando pie en Miguel Altieri
de Vía Campesina, señala que si “la
agricultura ecológica promueve la sustitución de los insecticidas sintéticos
tóxicos por agentes biológicos pero no cuestiona los monocultivos agrícolas,
está nadando contracorriente”.
Tan obvio, justo y razonable como el siguiente corolario: la
aceptación de la estructura actual de la agricultura como condición inamovible
limita la posibilidad de poner en práctica alterativas que desafíen dicha
estructura. Hay que combatir la agricultura industrial atendiendo no sólo a
cuestiones tecnológicas sino asegurando las dimensiones sociales de la
agricultura alternativa: producción a pequeña escala, propiedad comunal o
familiar, solidaridad comunitaria entre campesinos y consumidores, distancias
cortas entre el campo y la mesa de los ciudadanos. Si no es así, la agricultura
alternativa corre el riesgo de convertirse en una brazo –algo más verde y
humano, más hermoso incluso- de la agricultura industrial que puede acaso cubra
un segmento de mercado más progre, más informado y más adinerado.
Se trata, por tanto, como señala el autor en la conclusión
de este último capítulo, de encontrar una simbiosis entre la ciencia y la
agricultura campesina a pequeña escala, que beneficie a esta última en lugar de
destruirla. Los campesinos y sus aliados -de nuevo la vieja alianza
campesina-obrera o campesina-ciudadanos obreros de las ciudades y poblaciones-
están demostrando, concluye WB, que “la
soberanía alimentaria y otros paradigmas basados en los mismos principios son
importantes y no sólo eso, también son vitales para todos los sectores de la
sociedad”.
Por si faltara algún regalo más, Tom Kucharz es el autor del
excelente epílogo que acompaña al ensayo de WB. No es sólo un compromiso
editorial. Lo ha dedicado al malogrado e inolvidable Ramón Fernández Durán: “En memoria de RFD, quien tenía el corazón
“más grande del mundo” y supo compartir y transmitirnos su sabiduría, su ser y
estar en el mundo…”.
TK cierra su largo y documentado escrito (pp. 217-286) con
un excelente plan de acción: “El objetivo
es desarrollar colectivamente sistemas flexibles de producción y distribución
de alimentos con, por y para las personas, a fin de reducir la huella ecológica
y promover el control democrático local sobre los medios de vida”. Es
evidente, prosigue, que no podemos analizar la alimentación y la agricultura de
manera aislada: “necesitamos examinar las
formas de reintegración de los alimentos y la producción de energía con el agua
y la gestión de residuos en una diversidad de contextos locales en las zonas
rurales y urbanas, y a diferentes escalas”. TK no tiene ninguna duda, es
razonable que sea así, que “la
reruralización y repoblación del campo serán procesos enormemente complejo y
lentos”. Y, al mismo tiempo, urgentes y necesarios.
“Son pocos los libros
que iluminan con tanta claridad la devastadora situación a la que nos está
conduciendo la codicia económica del capitalismo global y pocas las personas
capaz de expresarlo de una manera tan entendedora como Walden Bello”, señala
“el colectivo vírico” (así firman) en su nota editorial. Esperamos, añaden,
que el presente texto ayude a pensar y nos anime a actuar.
En eso estamos, en eso debemos estar. Nos va en ello la
comida y una vida dignas.