
Un par de años atrás, en Río de Janeiro, discutía el
problema de las pandillas de la ciudad con un colega brasileño, João Moreira
Salles. Tratando de describir al difunto Marcinho VP, un inteligente y
carismático líder criminal que había conocido bien, Salles observó: “Marcinho VP era el clásico guerrillero hobsbawmiano”.
Se refería, por supuesto, a Eric Hobsbawm, el brillante
historiador marxista británico que murió el domingo (1 de octubre de 2012) a la
edad de 95 años. Las afinidades políticas de Hobsbawm lo convirtieron en blanco
fácil de la crítica, especialmente después de la caída del comunismo, pero su
extraordinario cuarteto de libros sobre la historia de los siglos XIX y XX fue
ampliamente reconocido como un hito aun por sus enemigos ideológicos. El
conservador historiador escocés Niall Ferguson se hallaba ayer entre quienes
cantaban sus alabanzas.
Otro de los legados de Hobsbawm fue su investigación sin
precedentes, y sus escritos, sobre bandidos y forajidos. En su libro “Bandits”
(Bandidos) de 1969, que presenta a figuras tales como Salvatore Giuliano, Robin
Hood y Pancho Villa, explora cómo ciertos bandidos siguieron siendo criminales
mientras que otros se convirtieron en revolucionarios.
Salles me contó que en las entrevistas que hizo a Marcinho VP
descubrió en él a un criminal que exponía una visión social. Parecía ser
alguien que, si se daban las circunstancias, podía incluso evolucionar hacia la
política. Nunca se sabría, sin embargo. Capturado y arrojado a prisión, fue
estrangulado en 2003 por sus rivales.
En ese mismo viaje a Río conocí a un pandillero que había
salido recientemente de prisión, la misma en la que Marcinho había sido
asesinado. Me contó que se había unido a un grupo de estudio en la prisión y
que había leído la biografía del Che Guevara que yo había escrito. Me preguntó
muchas cosas sobre el libro, así como sobre el Che. Yo estaba intrigado por su
curiosidad intelectual y le pregunté cómo se definía. La pandilla de la que era
miembro importante había sido creada en los años ’70 por prisioneros políticos,
observé, y su primer manifiesto había llamado a la realización de varias formas
de justicia social. Sonrió y sacudió la cabeza. Me dijo: “Antes, algunos de
nosotros teníamos conciencia social. Pero eso fue antes. Ahora sólo somos
criminales”.
Tenía muy presente a Hobsbawm después de ese encuentro. Un
par de años más tarde pude conocer al gran viejo en persona en su casa de
Londres, para tomar una taza de té seguida de un vaso de whisky. Fue muy gentil
y escuchó con interés mientras yo contaba las historias del submundo de Brasil
y de otros lugares. Estaba interesado en Sri Lanka, un país con una antigua
tradición marxista en el que yo había pasado algún tiempo hacía poco y donde
acababa de terminar una guerra, y también en Colombia, donde una insurgencia de
base campesina –con características tanto criminales como marxistas– había
persistido por más de medio siglo. Mantuvo en reserva su opinión, sin embargo,
cuando subrayé cómo, en la mayoría de los casos que había conocido, el bandido,
y no el revolucionario, había demostrado ser la especie más fuerte.
En el fondo, Hobsbawm tenía algo de romántico y manifestaba
una subyacente fe en la naturaleza humana. Quizás, en verdad, esto era lo que
estaba en la raíz de su marxismo. En un epílogo a “Bandits” de 1999, mencionó
con algo de orgullo cómo, en los ’70, miembros de un grupo campesino mexicano
radical le habían hecho saber que aprobaban sus escritos sobre bandidaje
social.
Apuntó: “Ello no prueba que el análisis desarrollado en este
libro sea correcto. Pero puede dar a sus lectores alguna confianza en que es
más que un ejercicio de anticuario o de especulación académica. Robin Hood, aun
en sus formas más tradicionales, todavía significa algo en el mundo de hoy para
personas como estos campesinos mexicanos. Hay muchos como ellos. Y deberían
saberlo”.
En el México de hoy, el bandido psicópata Chapo Guzmán está
en la cima, mientras que el revolucionario filósofo y de pipa en mano, el
Subcomandante Marcos, ha quedado al margen junto con su mensaje de reforma
social.
Con el tiempo, por supuesto, el péndulo puede volver a
oscilar.
Eric Hobsbawm, descansa en paz.