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Eric Hobsbawm ✆ Alfredo |
Jorge Fernández Díaz
Les contaron en Resistencia que un lugarteniente de Mate
Cosido, el legendario bandido rural, se había enamorado de una maestra de
Misiones. La policía dio con la familia de la muchacha y ejerció presión.
Atribulada, ella aceptó citarlo para un paseo romántico. El delincuente tenía
captura recomendada, pero no pudo resistir la tentación, salió de la
clandestinidad y acudió perfumado en su automóvil. El plan de la policía era
sencillo: en un lugar predeterminado la novia simularía una brusca
indisposición y le pediría apearse un minuto. Las cosas sucedieron tal como
habían sido pensadas. La mujer bajó del coche y se apartó, y la partida
policial salió de la espesura y abrió fuego. El compinche del bandolero más
famoso del norte argentino recibió una tormenta de balas y cayó muerto. Esto
había ocurrido a fines de los años 30, y según les aseguraban a estos dos
forasteros, uno de los policías que había llevado a cabo la operación y había
perseguido sin descanso al Robin Hood del Chaco estaba vivo y retirado: ocupaba
un lejano y melancólico rancho en el monte, en las afueras de la ciudad
Presidente Roque Sáenz Peña.
Esos forasteros, ávidos de tanta historia antigua, eran dos
intelectuales que, en 1968, estaban estudiando la marginalidad en los confines
sudamericanos. Uno hablaba perfectamente el castellano, el otro apenas lo
chapurreaba. Uno era José Nun, discípulo de Alain Touraine, compañero de
Fernando Henrique Cardoso, jefe de Ernesto Laclau y luego uno de los
politólogos más eminentes de América latina. El otro era Eric Hobsbawm , nacido
en Alejandría, educado en Berlín y consagrado en Londres, reconocido entre los
catedráticos de todas las latitudes como uno de los historiadores más
importantes del mundo y autor de una trilogía clásica: Historia del siglo XX.
Nun dirigía estas investigaciones sociales en el Instituto
Torcuato Di Tella, y era atacado al mismo tiempo por académicos del peronismo y
de la derecha. Touraine era miembro del consejo asesor cuando la pesquisa del
Proyecto Marginalidad dio comienzo. Pepe viajó a Gran Bretaña para conocer al
otro consejero, aquel brillante historiador que vivía en las afueras de
Londres. A pesar de su gesto adusto, Hobsbawm era un hombre afable. Rápidamente
aceptó la propuesta y acordó que pronto visitaría la Argentina. Nun fue a
recibirlo poco después a Ezeiza y lo acompañó hasta el hotel Castelar. Lo paseó
por Buenos Aires y lo llevó a escuchar jazz. Tanto le gustaba esa música a Eric
que escribía artículos en un influyente periódico inglés con el seudónimo de
Frankie Newton. Bajo ese nombre de fantasía estaba cifrado un homenaje al
trompetista de Billie Holiday, que era comunista.
Es que para la época en que sucedían aquellas trasnoches
porteñas que compartía con Nun, el historiador todavía era miembro del Partido
Comunista inglés. Pepe aprovechó esa cercanía para, entre vino y vino, hacerle
una pregunta que hoy suena ingenua:
-¿Vos creés realmente que vas a vivir para ver la revolución
marxista en Gran Bretaña?
Eric se quedó pensando un largo rato la respuesta. Luego, le
dijo:
-Por supuesto que no. Hubo un momento en que creí que la
revolución estaba al alcance de la mano. Fue al final de la Segunda Guerra
Mundial. Había un nivel de solidaridad impresionante en la sociedad inglesa.
Los vecinos te llamaban para decirte: me sobran bonos de racionamiento, ¿no
querés uno? En cambio, en esos años, los franceses llenaban ávidamente sus
bañeras de todo lo que rapiñaban por ahí. Ese espíritu de solidaridad que había
en Inglaterra y que no existía en Francia, se fue perdiendo. Sin ir más lejos,
durante estos días en Buenos Aires mi mujer se quedó sola. Pero estoy seguro de
que nuestros vecinos velan por ella. Estoy seguro de que una vecina la fue a
ver esta tarde para llevarle una
cake . Yo creí que ese espíritu
iba a desembocar en el socialismo. Pero llegó el Partido Laborista, y a los dos
años ya estábamos otra vez en el individualismo capitalista.
Hizo un nuevo silencio y tomó el resto de su copa de vino:
-No, Pepe, no voy a ver la revolución. Está claro. Pero
tengo que obrar como si creyera que va a llegar. Porque ésa es la única forma
de lograr que alguna vez suceda.
Hobsbawm fue marxista y pagó sus costos bajo la Guerra Fría.
Y también, en sentido contrario, cuando criticó con dureza al régimen
stalinista y renunció a la doctrina del marxismo leninismo.
Finalmente, Pepe y Eric viajaron juntos a Resistencia, a
iniciar su estudio de campo. Nun había leído el otro clásico de Hobsbawm:
Rebeldes primitivos. En ese libro, el historiador examinaba cuatro rebeldes
precapitalistas: el ladrón noble (un Robin Hood que robaba a los ricos para
darles a los pobres), el vengador (como los cangaceiros brasileños del siglo
XIX, que atacaban a los explotadores), los guerrilleros húngaros (formación
paradigmática de la lucha contra el opresor extranjero) y los bandidos
expropiadores (cercanos al anarquismo).
Nun se dio cuenta de que la historia de Mate Cosido no le sería
indiferente a su compañero de viaje. El famoso bandolero rural, que en la
Argentina fue estudiado magníficamente por Hugo Chumbita, se llamaba David
Segundo Peralta. El apodo se debía a una cicatriz que tenía en la cabeza. Autocalificado
como "el bandido de los pobres", amado por los lugareños, se había
hecho célebre en la zona por sus robos a las empresas Bunge & Born,
Dreyfuss y Anderson, Clayton & Co. y La Forestal, y por su asociación con
el otro Robin Hood de las pampas: Juan Bautista Vairoleto. Peralta se había
perdido para siempre, pero aquel lugarteniente había muerto en Misiones por una
emboscada policial, tejida gracias a una historia de amor. La noticia de que
existía un sobreviviente de aquella patrulla fascinó a Hobsbawm. Se dirigieron
a Presidente Roque Sáenz Peña y averiguaron dónde pasaba su retiro el testigo.
Pepe y Eric terminaron encontrándolo en el monte. Era un sargento de apellido
Ávalos, que los hizo pasar y les convidó mate y conversación. A Hobsbawm le divertía
mucho probar esa rara infusión con bombilla que pasaba de mano en mano.
El sargento les confirmó la historia y comenzó a relatarles
cómo operaba la banda de Mate Cosido. En ese momento, Eric le dijo:
"Espere, espere, déjeme adivinar". Y se lanzó a narrarle con detalle
cómo se organizaban y cómo se movían. El sargento abría los ojos: no podía
creerlo. ¿La fama y las correrías de Mate Cosido habían llegado a Londres?
"No -le respondió el historiador-. Lo que le estoy describiendo es cómo
operaban en Italia los bandidos sociales durante el siglo pasado."
Luego Hobsbawm le dijo a Nun: "Estoy hecho, Pepe. Tantos años en los archivos europeos y vengo a
descubrir aquí, en la vida real, sobre el terreno todo lo que estudié en las
bibliotecas. Es el mejor premio que pude haber tenido, la emoción más
grande". Parecía un paleontólogo que había tomado contacto con un
dinosaurio verdadero. Su teoría, hasta entonces, explicaba el auge de estos
bandidos como fruto de un choque entre el capitalismo naciente y las comunidades
tradicionales que eran sojuzgadas. La experiencia argentina lo llevó a
reelaborar esa teoría en otro artículo académico famoso, que publicó en 1972,
donde acepta el híbrido entre el ladrón noble y el anarquista, filiación que
Mate Cosido y Vairoleto habían terminado aceptando con orgullo.
Hobsbawm se hizo lector de Borges y vino otras dos veces a
Buenos Aires. Y cenó siempre con Nun, en veladas lúcidas donde se discutía de
política y de la vida. Cuando Pepe se enteró, hace dos semanas, de que había
muerto a los 95 años "el historiador que vivió y describió el siglo XX
como nadie", recordó todas estas escenas del pasado. "Me dio una
pena, una gran pena -me dijo Pepe-. Te cuento todo esto para que no se pierda
en las nieblas del tiempo."
*Ver el mítico y agotadísimo número especial
sobre la marginalidad de la Revista Latinoamericana de Sociología, 1969/2,
dirigido por Nun, con artículos de él mismo, de Hobsbawm, de Laclau y de los
demás participantes del proyecto.